Carles Puigdemont junto a Jordi Pujol
EFE
“Soy hijo de una cordobesa y un castellano manchego
llegados a Catalunya en los 60, con menos de 5 años. Mis padres se
criaron y conocieron en castellano, en un entorno de inmigrantes. En los
últimos años de franquismo se afiliaron al PSUC
y entendieron que aquello de ‘un sol poble’ serviría para que sus hijos
tuvieran las mismas oportunidades que los de ocho apellidos catalanes.
Mi padre aprendió el catalán en una carpintería gracias a su primer
jefe, cuando era adolescente. Mis hermanos abrieron camino al catalán en
casa gracias a la inmersión. Y luego nací yo. Y mis padres decidieron
que mi padre me hablaría en catalán y mi madre en castellano. Los hijos
llevamos el catalán que aprendíamos en el colegio a casa, y hacíamos
aprender de manera natural a nuestros padres, que trataban el
bilingüismo con normalidad. Las comidas familiares transitan, como en
muchas casas, entre el catalán y castellano, sin esfuerzo. Y yo, gracias
a la inmersión y a unos padres comprometidos y maravillosos, hoy soy
capaz de trabajar con la lengua, en catalán, en ARA. Y de haber pasado
por medios en castellano como El País (becario) o el Diari de Terrassa”.
La parrafada está directamente tomada de la cuenta de twitter de Daniel Sánchez Ugart,
un periodista que ejerce de delegado del diario nacionalista ARA en
Madrid. Daniel Sánchez tuvo su minuto de gloria este lunes, cuando Susana Griso le pasaportó como tertuliano a “Espejo Público”, el programa matinal en Antena3, para enfrentarlo a Ana Losada,
presidenta de la Asamblea por una Escuela Bilingüe, a la que entrevistó
telefónicamente, que ya se sabe que no hay forma más eficaz de demoler
las posiciones de quien en Cataluña se opone al rodillo nacionalista que
enfrentarlo a un converso –cuña de la misma madera-, un charnego pasado
a las filas del nacionalismo, un hijo de emigrantes castellanoparlantes
que ha abrazado con entusiasmo la causa del independentismo para no ser
discriminado.
Losada se defendió con dignidad y
humildad, a veces con ese punto de dramatismo que destila el haber
tenido que dar la cara en solitario y en territorio hostil (“¿tenemos
que convertirnos en héroes para pedir algo que nos corresponde por
derecho, como es que nuestros hijos puedan estudiar en el idioma de sus
padres?”) durante años. “El problema es que no se cumple la ley, no se
ofrece a los niños ni siquiera el 25% de clases en español que determinó
la justicia”, denuncia Losada. “La opción que ahora tienen los padres
es llevar a su hijo a un colegio privado en castellano y después
solicitar los 6.000 euros de subvención que marca la LOMCE [solución que
acaba de eliminar la sentencia de esta semana del Constitucional], o
bien formular un recurso administrativo que acaba en el TSJC y que
termina por concederte ese mínimo del 25% de asignaturas en castellano.
En Cataluña tenemos la suerte de contar con dos lenguas, y para poder
dominarlas en todos sus registros al final de la escolarización
obligatoria es necesario que se puedan practicar en clase en todas las
materias, porque con dos horas de castellano a la semana en primaria y
tres en secundaria eso es imposible. Lo que reclamamos es que en las
mismas aulas se estudien las dos lenguas en una proporción adecuada
teniendo en cuenta el entorno y la lengua materna de los alumnos: un
niño en Barcelona probablemente necesite menos clases en español y más
en catalán, y lo contrario ocurrirá en comarcas del interior. Nunca
hemos hablado de segregación”.
-El problema es que
ustedes crean un problema donde no lo hay –acusa Sánchez Ugart, con esa
sonrisa llena de suficiencia que caracteriza a los Rufianes-.
Usted lo que quiere es que a su hija, en cuya casa hablan castellano,
idioma en el que juegan en el patio, supongo, porque vive en
Castelldefels, se le restrinja todavía más el uso del catalán en la
escuela…
-¡Cómo que todavía más, si el 90% de la enseñanza en la escuela es en catalán…!
-Se trata de hablar las dos lenguas, señora.
-Desde luego que sí, pero hablar una lengua es dominarla en todos sus registros, naturalmente en el escrito.
-Pero dígame algún dato según el cual el dominio del castellano en Cataluña es peor que en otras regiones de España…
-Es
que ustedes se han encargado de que no haya ningún dato; los defensores
de la inmersión lingüística son los que se oponen a que haya una prueba
común en todo el Estado. Lo único que pedimos es aumentar un poco las
horas lectivas en castellano. ¿Qué argumento es ese según el cual un
niño castellanohablante necesita un 90% de clases en catalán para llegar
a dominarlo, mientras que un catalanoparlante tiene suficiente con el
10% en castellano? ¿Es que los niños castellanoparlantes son más tontos?
¿Qué sin razón es esa?.
El discurso supremacista de la escuela catalana
Daniel
Sánchez, hijo de manchego y cordobesa, domina a la perfección los
registros argumentales del independentismo para negar a esa mayoría de
la población catalana que habla castellano el derecho a usarlo como
lengua vehicular en la educación de sus hijos. Él es un perfecto ejemplo
de los estragos no solo sintácticos provocados por la inmersión en
catalán, que por supuesto, sino sobre todo ideológicos causados por un
sistema educativo diseñado desde los tiempos de Pujol para separar
Cataluña de España sobre la base de esa trinidad llamada “un sol poble, una sola llengua i una sola nació”,
el discurso supremacista y totalitario que en el siglo XX provocó
millones de muertos en Europa. “Lo que quieren estos padres [como Ana
Losada] no es libertad para elegir, sino libertad para segregar, para
volver al pasado, para restar capacidades lingüísticas a los niños
castellanoparlantes. La inmersión está pensada para ellos, para esos
niños que si no fuera por el colegio no aprenderían nunca catalán, y
cuando fueran a buscar trabajo a una mercería les pasarían por delante
15 candidatos que sí lo dominan. Para eso sirve la inmersión”.
En
un lenguaje más elaborado, los cerebros del supremacismo argumentan que
“el modelo lingüístico de la escuela catalana garantiza la cohesión
social y la igualdad de oportunidades en una sociedad bilingüe, y
desarrolla un nivel equivalente de competencias lingüísticas en
castellano que la media de España (…) La insistencia en acabar con este
modelo nace de una concepción nacional española incompatible con la
diversidad, incluida la lingüística”. Unas líneas que resumen,
encapsulada, la ideología de la inmersión. Aquí está todo. Difícil
incluir más falsedades en menos espacio. En primer lugar porque es
evidente que con dos horas de español en primaria y tres en secundaria
los alumnos catalanohablantes jamás llegarán a tener un dominio integral
del otro idioma, jamás llegarán a redactar bien en español. Las pruebas
de competencia correspondientes a 2017, realizadas por la Generalitat
al final de primaria y secundaria, reflejan que el dominio del
castellano ha descendido en algunas zonas hasta en 4 puntos con respecto
a 2016. Pero donde los apóstoles del nacionalismo etnicista rizan el
rizo es cuando acusan de enemigos de la diversidad a quienes reclaman
igualdad de trato para el español en Cataluña.
Ana Losada termina su exposición ante la Griso y su copain,
Sánchez Ugart, hijo de manchego y cordobesa, con un canto a los valores
de la sociedad abierta. “También estamos hablando de derechos: yo
también tengo derecho, el mismo que cualquier catalanoparlante, a que mi
hija sea escolarizada, al menos en parte, en su lengua materna. Tenemos
dos lenguas y las dos deben ser estudiadas en la escuela, porque solo
así se enseña a convivir, sólo así se enseña en una sociedad abierta,
diversa y plural, en una sociedad libre donde no rigen las imposiciones,
una sociedad, por cierto, que mayoritariamente rechaza la inmersión
lingüística, como han demostrado encuestas recientes”. Ahí le duele. Más
que el castellano, lo que está perseguido en la Cataluña nacionalista
son los derechos civiles de la población que normalmente se expresa en
castellano, que a veces habla también catalán, o que alterna ambos
idiomas, pero que quiere que sus hijos reciban una formación en
castellano. No es que se esté defendiendo el catalán, se está
defendiendo la posición de privilegio de los catalanohablantes para
monopolizar los cargos públicos. No se está defendiendo un idioma: se
están defendiendo privilegios. No se está atacando un idioma: se están
vulnerando derechos fundamentales básicos de las personas, de los
individuos, de los ciudadanos, que son los únicos que en un sistema
democrático tienen derechos, no la gens, no el pueblo, no la raza, no la tribu. Es el derecho a elegir, el “free to choose” de cualquier democracia liberal.
Los verdaderos culpables
Por
tedioso que pueda resultar, es inevitable señalar una vez más a los
verdaderos culpables del déficit democrático que sufre la Cataluña
hollada por el nacionalismo supremacista. Porque el culpable último no
es el hijo del emigrante murciano, andaluz, gallego o castellano que,
para evitar ser segregado, abraza con entusiasmo el discurso totalitario
del “un sol poble”. Si me apuran, el culpable último ni siquiera es Jordi Pujol
y su ratera prole. Los verdaderos culpables de esta sinrazón han sido y
son los distintos Gobiernos centrales, cuya criminal dejadez y miopía
política ha permitido que el monstruo que alimentaron, porque lo
necesitaron para poder gobernar en minoría, haya terminado por dar un
golpe de Estado que ha colocado a España contra las cuerdas. Unos
Gobiernos que han puesto sus intereses particulares y de partido por
encima de los nacionales. Ha sido el Gobierno Rajoy que, a pesar de la
cómoda mayoría absoluta de la que dispuso durante 4 años, se dedicó a
mirar hacia otro lado mientras en Cataluña crecía la marea separatista.
Cobarde hasta la náusea, ahora ha lanzado un globo sonda diciendo que va
a hacer cumplir la ley, siquiera ese miserable 25% de horas lectivas en
español, a rebufo del 155. El fallo del TC ha
venido a amparar su desidia. No harán nada. Tendremos que ser los
españoles quienes nos pongamos manos a la obra, al margen de este
Gobierno y de buena parte de la miserable clase política que hoy acampa en el Parlamento de la nación.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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