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jueves, 1 de febrero de 2018

PUIGDEMONT, EL LOCO FINAL DE UN LOCO

En un país democrático, incluido en una potente organización como la Unión Europea, nadie puede echarle un pulso al Estado y salir triunfante


Una mujer con una careta de Carles Puigdemont, ante el Palau de la Generalitat este martes. (EFE)


Estratega, inteligente, habilidoso, gran comunicador. Populista, habilidoso, tozudo y persistente. Desde que comenzó el odioso proceso independentista, a Carles Puigdemont se le ha adornado con toda clase de calificativos elogiosos, acaso por el impacto que produce cada uno de sus movimientos. Pero esas no pueden ser las características que definan a una persona como Puigdemont, más cerca de alguna grave patología política que de la excelencia de los grandes líderes. Un loco con una lata de gasolina puede aparecer en los titulares de portada de medio mundo, pero esa acción no lo convierte en un ser digno de admiración.

En un país democrático, incluido en una potente organización como la Unión Europea, nadie puede echarle un pulso al Estado y salir triunfante porque eso significaría la ruina de ese país y del entorno al que pertenece. Hacerlo, por tanto, era una aventura política suicida, autodestructiva, que solo se le podría ocurrir a una persona que, desde luego, no pasará a la historia como un habilidoso e inteligente estratega, mucho menos como un héroe. Por eso tiene tan claro Puigdemont que los días que le queden de vida tendrá que dedicarlos a intentar restituir su imagen, como le confesó a su compañero de fuga Toni Comín en los famosos mensajes que se han conocido, el loco final de una locura; el loco final de un loco.


Marcos Lamelas. Barcelona

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