El novelista sentado en su estudio, delante de su biblioteca, en el escritorio donde suele escribir sus libros
El
artículo de opinión es la malla del periodista/escri-tor para cribar
la actualidad apremiante y discernir en la corriente, en ocasiones
precipitada y confusa, de las noticias, lo sustancial. El columnismo,
que va radiografiando la sociedad, arrojando la foto fija de lo que
somos y vivimos, es un arma de doble filo que empieza ofreciendo una voz
nueva para comprender la época, el siglo, el periodo, lo que sea, y
acaba traicionando al firmante al revelar el atlas intelectual de sus
ideas y convicciones. Javier Marías ha reunido sus tribunas dominicales,
o lo que es igual, parte de sus pensamientos sobre lo que nos pasa y
sucede, en «Cuando los tontos mandan» (Alfaguara). Una mirada personal,
aunque polémica para algunos, que nos acerca a sus preocupaciones.
–Estas páginas traslucen su preocupación por el deterioro del civismo.
–En
nuestra sociedad, y no solo en ella, se está perdiendo de vista, aunque
en España nunca ha sido excepcionalmente bueno, el civismo. Ciertos
usos han empeorado desde los ochenta y los inicios de los noventa,
cuando hubo un esfuerzo por parecerse a Europa, aproximarse a Francia,
Alemania o Inglaterra. La gente procuró ser más ilustrada y civilizada, y
menos ignorante. Pero, no sé qué sucedió, a mediados de los noventa
hubo una regresión. Lo vemos, por ejemplo, en que la ignorancia hoy no
le preocupa a nadie. Hay personas que la exhiben con ufanía. Esto
influye en la manera de comportarse, los hábitos y el civismo. No es
solo que haya cosas que se hagan mal, sino que reprochárselas o llamar
la atención a alguien es arriesgado. Recuerdo una noticia de un
individuo que orinaba en la vía publica y alguien se lo afeó y, digamos,
el orinante, que tenía una pistola, le metió dos tiros. La sociedad, en
ese sentido, está cada vez más acobardada y los incívicos, cada vez
más, salen impunes.
–Se está perdiendo el respeto a los demás...
–Tiene
que ver con unas generaciones educadas en la intolerancia hacia la
frustración. Niños a los que no se les podía decir no a nada y a los que
había que comprar lo que pidieran. Esto produce una persona que al
alcanzar la madurez está habituada a que se cumpla todo lo que quiere,
pero el mundo no es así. Cuando eres niño no existen las
responsabilidades, de adulto, sí. Cuando ese comportamiento se traslada a
la madurez es un desastre. La gente no quiere asumir las
responsabilidades de lo que hace. Busca siempre a otro, se culpa a la
sociedad, los padres, casi nadie asume lo que hace. Todo se considera
una provocación. La gente vive como provocación que no se sigan sus
deseos. Este es un problema esa intolerancia a la frustración llevada
más allá de la infancia... Sueno como un señor mayor, pero es que lo voy
siendo (risas).
–¿Nos estamos frivolizando?
–Es
una sociedad cada vez más superficial y trivial. Se está perdiendo el
foco de lo que es importancia y no lo es. Se montan escandaleras de
cosas nimias. ¿No hay algo más sustancial o interesante? Parece que hay
una incapacidad por interesarse por las cosas que cuentan y, en cambio,
se presta atención a tonterías que suceden o a lo que pueda decir
cualquier famoso. Siempre ha sucedido, pero va a más. Las redes sociales
tienen algo que ver.
–En «Berta Isla» lamenta que se pierda el pasado.
–-No
es solo que se esté perdiendo, sino que molesta y, además, está siendo
objeto de manipulación. Esto ha ocurrido en épocas anteriores, pero no
con las dimensiones actuales. Cada vez se intenta falsear más la
historia y adecuar las cosas que han sucedido de una manera que no nos
gusta. Entonces, se niegan y se cuentan infundios. Existe una
incapacidad hoy por determinadas personas que no entienden aún que no se
puede juzgar a los personajes del siglo XVI como a los del XXI. En un
artículo, hablo de una sociedad inglesa de estudiantes que pidió que se
suprimiera la enseñanza de Platón, Aristóteles y casi todos los
filósofos porque son colonialistas y blancos y no sé qué más. Bueno, en
la época de Platón y Aristóteles todo era distinto. Según ese
razonamiento todo el mundo ha sido espantoso en la historia. Es
llamativa esa incapacidad para comprender que cada época es diferente.
Una persona que vemos como racista y terrible, en su época a lo mejor
era un avanzado y luchó para que las sociedades dejaran de ser racistas.
–También siente que la cultura no tenga tanto peso.
–No
es un drama, pero da pena. Si la gente vive contenta sin cultura, pues
allá ellos. Hay gente que, por no conocer la literatura o el pasado, se
pierde la capacidad de entender el mundo y a uno mismo, que es una de
las cosas para las que sirve la literatura. Hay personas que aseguran
que les basta con ganar un sueldo y divertirse. Bueno, la literatura
siempre ha sido minoritaria. La diferencia con hoy es que antiguamente,
los lectores transmitían sus conocimientos al resto de la sociedad en
mayor o menor grado. Los que no habían leído «El Quijote» estaban
familiarizados con su figura, igual que con Ulises o Aquiles. Esa
transmisión se ha perdido. El saber de los que leen hacia los que no
leen ya no llega.
–Sus artículos son objeto de controversia en las redes.
–-No
tengo ordenador ni «Smartphone» ni uso internet. Me llega el eco de
esas polémicas, pero más vale que no las vea... Así no me influyen. Lo
que se está produciendo hoy es algo que me parece muy grave. Se está
yendo contra la libertad de opinión, que es algo que, concretamente en
este país, nos costó mucho tener, porque durante el franquismo, no
existía ni la libertad de expresión ni la de opinión. Los jóvenes
parecen ignorar que las cosas fueron así durante 40 años. Nos costó
bastante conseguirla para que ahora volvamos a eso, pero de otra manera.
De momento, a uno no lo llevan a la cárcel, como entonces, por tener
una opinión diferente, pero cada vez existen mayores linchamientos en
las redes. Percibo en muchos colegas que escriben en prensa y publican
artículos de opinión que cada vez existen más personas amedrentadas. La
gente se atreve cada vez menos a opinar sobre determinados asuntos o a
opinar en contra de la corriente del momento. Y eso es preocupante y
peligroso, porque si la gente tiene miedo de opinar, eso significa que
algo no va bien, que está habiendo un afán totalitario. Pero, insisto,
no desde el poder político, como en la época de Franco, sino desde una
especie de jurados populares que machacan al que opina algo que les
desagrada y que, en lugar de debatir, solo insultan. A veces ni siquiera
leen lo que ha dicho alguien. Solo les ha llegado un rumor. La gente se
amilana, pero hay que intentar que eso no pase, pero lo veo difícil.
Hay compañeros que intentan agradar, congraciarse con esas tendencias,
pero a otros les asustan que se les ponga en la picota.
–Ahora se censura hasta a Egon Schiele. ¿Nos estamos volviendo algo pacatos?
–-Desde
hace años vengo diciendo una cosa que me parece insólita: que
disfrazado de feminismo y ultrafeminismo ahora se están consiguiendo
imponer cosas que son pacatas, mojigatas que, por ejemplo, con la
iglesia católica más reaccionaria, no se lograron imponer y contra las
que la gente de izquierdas, y más progresista, liberal y abierta, se
reveló. Ahora se imponen por otros motivos. Pero, mire, eso a mí no me
sirve. A mí los motivos me dan igual. Es, por ejemplo y, salvando todas
las distancias, no estoy comparando una cosa con otra, que quede claro,
como ahora alguien dijera que vamos a meter a todos los judíos en campos
de concentración, solo que esta vez es por una razón muy buena, muy
progresista y muy izquierdista. Pues, no. No se puede meter a un millón
de judíos en un campo de concentración. Ahora me dicen que es por la
dignidad de la mujer, para que la mujer no sea objetualizada. Pues está
usted coincidiendo con las monjas más reaccionarias de los tiempos de mi
infancia y con el puritanismo más exacerbado de los Estados Unidos. Se
produce esta paradoja. Hasta el punto de que a veces pienso que entre
las ultrafeministas hay realmente mujeres muy reaccionarias que están
infiltradas ahí, que, en cierto sentido, son quintacolumnistas que han
visto la oportunidad de triunfar en lo que fracasaron en su día vestidas
de puritanas. Ahora empieza a protestarse y a afirmarse que hay que
quitar cuadros de los museos, que no hay que exhibir carteles de Egon
Schiele aduciéndose razones ridículas. La reacción de los austriacos ha
sido, pues vale, lo que escandalizaba hace cien años vuelve a
escandalizar. Estamos retrocediendo cien años en estas cosas. Y es muy
serio.
–Y triunfa el nacionalismo.
–-Es
peligroso y otro retroceso. En un artículo decía que la UE está
desprestigiada, que no hay entusiasmo por ella. Es evidente que tiene
fallos y es muy burocrática, pero si nos paramos a pensar es el
equivalente hoy, sin, por supuesto, una situación tan dramática, a la
Inglaterra de 1940, cuando resistió sola al nazismo hasta que entró
Estados Unidos entró en la guerra. La UE hoy es odiada por Trump, Putin,
países como Polonia o Hungría, por la extrema derecha de Le Pen,
Alemania y Holanda, y, también, por la extrema izquierda europea. Todo
esto nos debería decir algo. Si gente tan nefasta como Trump y Putin
detesta la UE es que algo bueno debe tener, es que algo se debe
preservar. La UE tiene sus defectos, pero es uno de los mejores inventos
que ha habido. Hasta 1945, Europa se ha matado entre sí. No apreciar lo
que ha supuesto es de ciegos o ignorantes. Que haya nacionalismos y se
diga que nos queremos salir, pues es para decirles que antes miren la
historia. Llevamos poco más de medio siglo sin guerras en Europa y a las
nuevas generaciones eso les parece lo normal. Esto jamás ha sido así.
Hay que apreciarlo un poco. La vuelta de los nacionalismos es un peligro
y es nefasto.
–Cambiando de tema, cuando escribe, ¿pesan los clásicos?
–Uno
conoce los clásicos, normalmente, en la juventud. Son parte de la
formación de un escritor. Pero lo habitual, cuando uno escribe, es que
luego no se los frecuente mucho porque, efectivamente, disuaden. Uno lee
a Faulkner, Dickens o Cervantes, y se dice: ¿qué hago aquí con estos
folios? Pero Shakespeare, en cambio, no me produce ese efecto. Él me
estimula. Es tan rico y misterioso... y apunta temas que no explora, que
los esboza, es como si señalara una calle por la que no se adentra,
pero que a uno le incita a meterse en ella. Lidio con él con mucho
agradecimiento. Siempre existen cosas que se pueden aprender de un
clásico, como recursos, técnicas, imágenes fructíferas. No conviene
tener miedo a esos autores. Son aliados, no rivales, maestros. Y de los
maestros se aprende.
J. ORS Vía LA RAZÓN Cultura
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