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sábado, 17 de febrero de 2018

Javier Marías: «Algo no va bien si la gente tiene miedo de opinar»

El novelista sentado en su estudio, delante de su biblioteca, en el escritorio donde suele escribir sus libros


El artículo de opinión es la malla del periodista/escri-tor para cribar la actualidad apremiante y discernir en la corriente, en ocasiones precipitada y confusa, de las noticias, lo sustancial. El columnismo, que va radiografiando la sociedad, arrojando la foto fija de lo que somos y vivimos, es un arma de doble filo que empieza ofreciendo una voz nueva para comprender la época, el siglo, el periodo, lo que sea, y acaba traicionando al firmante al revelar el atlas intelectual de sus ideas y convicciones. Javier Marías ha reunido sus tribunas dominicales, o lo que es igual, parte de sus pensamientos sobre lo que nos pasa y sucede, en «Cuando los tontos mandan» (Alfaguara). Una mirada personal, aunque polémica para algunos, que nos acerca a sus preocupaciones.

–Estas páginas traslucen su preocupación por el deterioro del civismo.

–En nuestra sociedad, y no solo en ella, se está perdiendo de vista, aunque en España nunca ha sido excepcionalmente bueno, el civismo. Ciertos usos han empeorado desde los ochenta y los inicios de los noventa, cuando hubo un esfuerzo por parecerse a Europa, aproximarse a Francia, Alemania o Inglaterra. La gente procuró ser más ilustrada y civilizada, y menos ignorante. Pero, no sé qué sucedió, a mediados de los noventa hubo una regresión. Lo vemos, por ejemplo, en que la ignorancia hoy no le preocupa a nadie. Hay personas que la exhiben con ufanía. Esto influye en la manera de comportarse, los hábitos y el civismo. No es solo que haya cosas que se hagan mal, sino que reprochárselas o llamar la atención a alguien es arriesgado. Recuerdo una noticia de un individuo que orinaba en la vía publica y alguien se lo afeó y, digamos, el orinante, que tenía una pistola, le metió dos tiros. La sociedad, en ese sentido, está cada vez más acobardada y los incívicos, cada vez más, salen impunes.

–Se está perdiendo el respeto a los demás...

–Tiene que ver con unas generaciones educadas en la intolerancia hacia la frustración. Niños a los que no se les podía decir no a nada y a los que había que comprar lo que pidieran. Esto produce una persona que al alcanzar la madurez está habituada a que se cumpla todo lo que quiere, pero el mundo no es así. Cuando eres niño no existen las responsabilidades, de adulto, sí. Cuando ese comportamiento se traslada a la madurez es un desastre. La gente no quiere asumir las responsabilidades de lo que hace. Busca siempre a otro, se culpa a la sociedad, los padres, casi nadie asume lo que hace. Todo se considera una provocación. La gente vive como provocación que no se sigan sus deseos. Este es un problema esa intolerancia a la frustración llevada más allá de la infancia... Sueno como un señor mayor, pero es que lo voy siendo (risas).

–¿Nos estamos frivolizando?

–Es una sociedad cada vez más superficial y trivial. Se está perdiendo el foco de lo que es importancia y no lo es. Se montan escandaleras de cosas nimias. ¿No hay algo más sustancial o interesante? Parece que hay una incapacidad por interesarse por las cosas que cuentan y, en cambio, se presta atención a tonterías que suceden o a lo que pueda decir cualquier famoso. Siempre ha sucedido, pero va a más. Las redes sociales tienen algo que ver.

–En «Berta Isla» lamenta que se pierda el pasado.

–-No es solo que se esté perdiendo, sino que molesta y, además, está siendo objeto de manipulación. Esto ha ocurrido en épocas anteriores, pero no con las dimensiones actuales. Cada vez se intenta falsear más la historia y adecuar las cosas que han sucedido de una manera que no nos gusta. Entonces, se niegan y se cuentan infundios. Existe una incapacidad hoy por determinadas personas que no entienden aún que no se puede juzgar a los personajes del siglo XVI como a los del XXI. En un artículo, hablo de una sociedad inglesa de estudiantes que pidió que se suprimiera la enseñanza de Platón, Aristóteles y casi todos los filósofos porque son colonialistas y blancos y no sé qué más. Bueno, en la época de Platón y Aristóteles todo era distinto. Según ese razonamiento todo el mundo ha sido espantoso en la historia. Es llamativa esa incapacidad para comprender que cada época es diferente. Una persona que vemos como racista y terrible, en su época a lo mejor era un avanzado y luchó para que las sociedades dejaran de ser racistas.

–También siente que la cultura no tenga tanto peso.

–No es un drama, pero da pena. Si la gente vive contenta sin cultura, pues allá ellos. Hay gente que, por no conocer la literatura o el pasado, se pierde la capacidad de entender el mundo y a uno mismo, que es una de las cosas para las que sirve la literatura. Hay personas que aseguran que les basta con ganar un sueldo y divertirse. Bueno, la literatura siempre ha sido minoritaria. La diferencia con hoy es que antiguamente, los lectores transmitían sus conocimientos al resto de la sociedad en mayor o menor grado. Los que no habían leído «El Quijote» estaban familiarizados con su figura, igual que con Ulises o Aquiles. Esa transmisión se ha perdido. El saber de los que leen hacia los que no leen ya no llega.

–Sus artículos son objeto de controversia en las redes.

–-No tengo ordenador ni «Smartphone» ni uso internet. Me llega el eco de esas polémicas, pero más vale que no las vea... Así no me influyen. Lo que se está produciendo hoy es algo que me parece muy grave. Se está yendo contra la libertad de opinión, que es algo que, concretamente en este país, nos costó mucho tener, porque durante el franquismo, no existía ni la libertad de expresión ni la de opinión. Los jóvenes parecen ignorar que las cosas fueron así durante 40 años. Nos costó bastante conseguirla para que ahora volvamos a eso, pero de otra manera. De momento, a uno no lo llevan a la cárcel, como entonces, por tener una opinión diferente, pero cada vez existen mayores linchamientos en las redes. Percibo en muchos colegas que escriben en prensa y publican artículos de opinión que cada vez existen más personas amedrentadas. La gente se atreve cada vez menos a opinar sobre determinados asuntos o a opinar en contra de la corriente del momento. Y eso es preocupante y peligroso, porque si la gente tiene miedo de opinar, eso significa que algo no va bien, que está habiendo un afán totalitario. Pero, insisto, no desde el poder político, como en la época de Franco, sino desde una especie de jurados populares que machacan al que opina algo que les desagrada y que, en lugar de debatir, solo insultan. A veces ni siquiera leen lo que ha dicho alguien. Solo les ha llegado un rumor. La gente se amilana, pero hay que intentar que eso no pase, pero lo veo difícil. Hay compañeros que intentan agradar, congraciarse con esas tendencias, pero a otros les asustan que se les ponga en la picota.

–Ahora se censura hasta a Egon Schiele. ¿Nos estamos volviendo algo pacatos?

–-Desde hace años vengo diciendo una cosa que me parece insólita: que disfrazado de feminismo y ultrafeminismo ahora se están consiguiendo imponer cosas que son pacatas, mojigatas que, por ejemplo, con la iglesia católica más reaccionaria, no se lograron imponer y contra las que la gente de izquierdas, y más progresista, liberal y abierta, se reveló. Ahora se imponen por otros motivos. Pero, mire, eso a mí no me sirve. A mí los motivos me dan igual. Es, por ejemplo y, salvando todas las distancias, no estoy comparando una cosa con otra, que quede claro, como ahora alguien dijera que vamos a meter a todos los judíos en campos de concentración, solo que esta vez es por una razón muy buena, muy progresista y muy izquierdista. Pues, no. No se puede meter a un millón de judíos en un campo de concentración. Ahora me dicen que es por la dignidad de la mujer, para que la mujer no sea objetualizada. Pues está usted coincidiendo con las monjas más reaccionarias de los tiempos de mi infancia y con el puritanismo más exacerbado de los Estados Unidos. Se produce esta paradoja. Hasta el punto de que a veces pienso que entre las ultrafeministas hay realmente mujeres muy reaccionarias que están infiltradas ahí, que, en cierto sentido, son quintacolumnistas que han visto la oportunidad de triunfar en lo que fracasaron en su día vestidas de puritanas. Ahora empieza a protestarse y a afirmarse que hay que quitar cuadros de los museos, que no hay que exhibir carteles de Egon Schiele aduciéndose razones ridículas. La reacción de los austriacos ha sido, pues vale, lo que escandalizaba hace cien años vuelve a escandalizar. Estamos retrocediendo cien años en estas cosas. Y es muy serio.

–Y triunfa el nacionalismo.

–-Es peligroso y otro retroceso. En un artículo decía que la UE está desprestigiada, que no hay entusiasmo por ella. Es evidente que tiene fallos y es muy burocrática, pero si nos paramos a pensar es el equivalente hoy, sin, por supuesto, una situación tan dramática, a la Inglaterra de 1940, cuando resistió sola al nazismo hasta que entró Estados Unidos entró en la guerra. La UE hoy es odiada por Trump, Putin, países como Polonia o Hungría, por la extrema derecha de Le Pen, Alemania y Holanda, y, también, por la extrema izquierda europea. Todo esto nos debería decir algo. Si gente tan nefasta como Trump y Putin detesta la UE es que algo bueno debe tener, es que algo se debe preservar. La UE tiene sus defectos, pero es uno de los mejores inventos que ha habido. Hasta 1945, Europa se ha matado entre sí. No apreciar lo que ha supuesto es de ciegos o ignorantes. Que haya nacionalismos y se diga que nos queremos salir, pues es para decirles que antes miren la historia. Llevamos poco más de medio siglo sin guerras en Europa y a las nuevas generaciones eso les parece lo normal. Esto jamás ha sido así. Hay que apreciarlo un poco. La vuelta de los nacionalismos es un peligro y es nefasto.

–Cambiando de tema, cuando escribe, ¿pesan los clásicos?

–Uno conoce los clásicos, normalmente, en la juventud. Son parte de la formación de un escritor. Pero lo habitual, cuando uno escribe, es que luego no se los frecuente mucho porque, efectivamente, disuaden. Uno lee a Faulkner, Dickens o Cervantes, y se dice: ¿qué hago aquí con estos folios? Pero Shakespeare, en cambio, no me produce ese efecto. Él me estimula. Es tan rico y misterioso... y apunta temas que no explora, que los esboza, es como si señalara una calle por la que no se adentra, pero que a uno le incita a meterse en ella. Lidio con él con mucho agradecimiento. Siempre existen cosas que se pueden aprender de un clásico, como recursos, técnicas, imágenes fructíferas. No conviene tener miedo a esos autores. Son aliados, no rivales, maestros. Y de los maestros se aprende.



                                                                                                          J. ORS    Vía LA RAZÓN Cultura




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