El antieuropeísmo y el racismo surgen de la inseguridad, de descubrir que ya no somos el heraldo del mundo sino una parte más de él
Escuchamos al ultramontano derechista Fontana predicar en defensa de “la raza blanca” ante la “invasión de los inmigrantes”. Y a Salvini, paladín de la Lega, recoger el guante advirtiendo contra la imaginaria “invasión que conduce al caos total en nuestras sociedades”. Todo gira en torno a la desorientada identidad occidental, que ya no se reivindica en nombre de los grandes valores ilustrados, sino desde el más rancio esencialismo, aquel que se presenta como el auténtico “ser” de las naciones. De ahí los impenitentes ataques a la Unión Europea, diseñada precisamente para evitar los odios nacionales.
El antieuropeísmo y el racismo surgen de la inseguridad, de descubrir que ya no somos el heraldo del mundo sino una parte más de él. Esencializamos la diferencia porque no queremos ser específicos, sino seguir hablando en nombre de la humanidad. Y es ahí donde brota el miedo a la permeabilidad entre un ellos y un nosotros. Europa sigue buscando el papel que quiere jugar en el mundo, y se equivoca evaluando su crisis por el color de la piel antes que por su decadencia de valores. Si finalmente triunfan las interesadas fuerzas que retornan a la identidad entre raza, fe y geografía, Europa merecerá con creces su futura insignificancia.
MÁRIAM M-BASCUÑÁN Vía EL PAÍS
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