El vicepresidente de la ANC, Agustí Alcoberro, y el portavoz de Òmnium, Marcel Maurí.
Andreu Dalmau
Saben que la función ha terminado, al menos el primer
acto. A pesar de su fracaso, no piensan reconocerlo. Estas son las
mentiras que escucharán de las bocas separatas en los próximos días.
Cataluña vive bajo un estado de excepción
Expertos en deformar la verdad, los cerebros del proceso
han ideado una serie de consignas para que sus feligreses las repitan
como loritos. Hay que reconocerle a la ANC y a otras entelequias similares que siempre han sido muy eficaces cuando de lanzar eslóganes se trata.
La
presente situación es completamente distinta, porque, si antes el
mensaje base era que la independencia era algo fácil e incluso
imprescindible para la gente, ahora se trata es de justificar el por qué
no se ha conseguido y quien tiene la culpa. En el punto número uno del
decálogo que empieza a circular entre separatistas se encuentra el 155,
que presentan como un golpe de estado contra la propia Constitución,
esa misma que querían cargarse, vulnerando todas las leyes habidas y por
haber. Afirman que hay que quitarse de encima esa “intolerable
injerencia del gobierno de Madrid” para “devolver la normalidad y las
instituciones a Cataluña”. Es decir, la
culpa de todo la tiene como siempre España y no hay normalidad
democrática si no gobiernan ellos haciendo lo que les salga de la punta
del pitiminí.
A partir de esa premisa, que vivimos en
un estado de excepción, el segundo argumento base – ideas fuerza, que
dicen expertos, asesores, expertos en semántica política y otras hierbas
chupasangres – es consecuencia del primero: si las cosas no funcionan
en Cataluña, la culpa la tiene el 155 así como los partidos que lo
apoyan, no teniendo los separatistas ninguna responsabilidad en si hay o
no gobierno, o el Parlament está bloqueado, o la economía no chuta.
Pilar Rahola se harta de
decirlo en sus intervenciones omnipresentes de TV3 – de lunes a viernes
en el programa de la tarde, más una semanal en el panfleto del sábado
por la noche, del que se rumorea que podría llevarse cinco mil pavinis
por programa – sin rubor ni empacho: el 155 es la peor agresión contra
Cataluña que se ha visto jamás. Ni Decreto de Nueva Planta – el Papus de
los separatas – ni Primo de Rivera, don Miguel, no su hijo José Antonio, ni Franco ni la leche que nos dieron, es el 155.
"Los jóvenes son fácil auditorio, y estos agitadores lo saben perfectamente"
De ahí se desprende una serie de sub argumentos “en
rosario”, a saber, que se pueden enlazar con el principal según del caso
que se trate. Si está usted perorando delante de jubilados, puede
añadir que en España las pensiones están en riesgo de ser anuladas
debido a la corrupción de los partidos que blablablá; si está
departiendo con un grupo de estudiantes, diga que por culpa del 155 se
ha menoscabado la libertad de expresión. Ahí puede usted ponerse las
botas con dos argumentos estrellas, el de los presos políticos o el de
la cruel represión del 1-O. Los jóvenes son fácil auditorio, y estos
agitadores lo saben perfectamente.
Como remate vienen
que ni pintiparado pontificar que todo se ha hecho siguiendo “el mandato
democrático”, aunque el pseudo referéndum no tuviese garantías de
ningún tipo, ni los controles exigibles en cualquier democracia. Les da
igual, los políticos independentistas repiten el mantra de que aquello
fue perfecto cual reloj suizo elaborado por un alemán maniático de la
perfección y supervisado por un japonés obsesivo de las cosas bien
hechas.
Échele usted un poco de pimienta a la cosa
sentenciando que, aunque las elecciones de diciembre pasado eran
ilegales, impuestas, arbitrarias y poco menos que como los referéndums
que organizaba el Caudillo, los independentistas ganaron porque la gente
quería la república catalana y a Puigdemont
al frente. Y prepárese, porque ahora que ha dejado claro que la culpa
la tiene España, toca exculpar a los padres de la patria catalana. Que
no es grano de anís.
Íbamos de buena fe y no creímos que el Estado jugase tan sucio
Cualquier
cosa menos decir que el separatismo la cagó bien cagada, y perdonen la
escatología. Y mucho menos apuntar que el fugado de Bruselas se lo hizo
encima cuando quiso convocar elecciones y los de Esquerra no le dejaron,
que se proclamó una república de chichinabo para desconvocarla al
segundo, que el tal flequillo se las piró a Bruselas por no tener los
pelendengues de plantarse ante y juez y dar la cara. Aquí todos son
héroes, mártires, líderes a los que imitar y seguir.
De
entrada, a Puigdemont se le ha de llamar con unción de beata veterana,
extasiada ante un párroco guapetón y alto, el President legítimo; a los
encarcelados en Estremera, presos políticos; a los constitucionalistas,
el bloque del 155, pero con asco, con desprecio, al desgaire, y siempre,
siempre, asegurar que la unidad entre los separatistas es algo que
España no podrá romper, que hay que estar en perpetuo estado de
movilización, que el gobierno que acabará por proclamarse será el que
traerá la independencia y que, como tienen razón, porque esa sublime e
inasequible cosa que es la verdad está con la estelada, acabarán por
ganar a esa gente tant ufana i tant superba.
Es
lógico que cualquier persona normal, y digo normal en el sentido
psiquiátrico, plantee dudas acerca de estos argumentos, verbigracia, que
los ingresados en la cárcel no lo están por sus ideas, sino por delitos
como malversación de caudales públicos, o que Puigdemont es un prófugo y
un cobarde.
No tema, porque los argumentos, si es que pueden ser
calificados así, que expongo están hechos para los estómagos de acero
inoxidable de los turiferarios y sicofantas de la independencia, ávidas
de venganza, y lo digo con todas las letras, sobre los que no piensan
como ellos. Es un compendio de mentiras aderezadas con ribetes
fascistoides, cargadas de inquina y, sobre todo, de cobardía. Porque
nadie de esta tropa tiene el valor de salir a la palestra y decir a los
suyos que se han equivocado, que creyeron que iban a ganar en su apuesta
contra la ley, que ahora tienen que comerse ellos y comernos todos su
colosal error de cálculo.
"Todos se desdicen ante el juez, todos reducen su papel a la insignificancia, todos abandonan cobardemente la nave que ellos mismos han hundido con su mente enfebrecida e ilusoria"
Ninguno de ellos ha hecho la menor autocrítica. Todos se
desdicen ante el juez, todos reducen su papel a la insignificancia,
todos abandonan cobardemente la nave que ellos mismos han hundido con su
mente enfebrecida e ilusoria. Era muy fácil gallear desde el despacho
oficial o desde el estrado de una manifestación organizada a base de un
presupuesto de matute. Era sencillo lanzar sapos y culebras en el
Parlament, violarlo, acogotar a la oposición, dejar rienda suelta a todo
lo que de peor alberga el catalán, para luego desdecirse con un “era
simbólico” cuando pintan bastos.
De condición
miserable, no espere nadie un gesto honroso por parte de esta gente.
Como mucho, fingirán que se han vuelto moderados – ese es el éxito de Roger Torrent
y de la actual estrategia de Esquerra – para continuar viviendo del
cuento, pero el sustrato de su ideología no puede ser otro que el de
dividir a la sociedad, ahondando en sus diferencias en lugar de
aprovecharlas como algo encomiable. Mientras tanto, los separatistas de
alpargata, autocar y bocadillo de fuet seguirán disfrazándose de plátano
– por lo del amarillo -, llevando los lacitos de marras en lugar
visible, marraneando en su lugar de trabajo con las puyas hacia los que
no piensan con ellos, en fin, haciendo lo que siempre han hecho,
demostrar que ellos son el pueblo elegido, la raza superior, los
catalanes dignos de ser llamados como tales.
Les da igual que Puigdemont venga, lo que desean es encontrar una
excusa plausible para decirle a la gente que, si no viene, es porque
España conspira contra Cataluña. El resto les importa un higo. Lo
sentenciaba un quídam en una conferencia de ANC. Aquel piernas acabó su
soflama patriótica afirmando, groseramente plebeyo y petulante, que la
Europa actual se basaba en la cultura catalana y que Cataluña sería
considerada en el futuro como la Grecia contemporánea en lo que atañe a
filosofía e ideas, lanzando un grito tan huero como peligroso “¿Que no
tendremos pensiones? ¡Eso da igual! ¡Lo que queremos es afirmar la
importancia de la cultura catalana en el mundo para los próximos dos mil
años!”.
Hitler fue más modesto. El Reich que profetizaba sólo abarcaba un milenio.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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