El Supremo y un Puigdemont débil agravan la fisura del independentismo
El caudillismo encarnado en Carles Puigdemont obtuvo un importante
rédito electoral el 21-D. Ese exceso de personalismo, acreedor de tal
éxito, se vuelve hoy en contra de las filas independentistas cuando
estas comprueban la confesada debilidad de su líder. Esos mensajes de
móvil enviados en privado a su antes consejero de Sanidad Toni Comín
profundizan gravemente las fisuras que ya venía sufriendo el bloque
secesionista, pues las diferencias de criterio en su seno han estado
latentes en las tres principales fuerzas que lo componen: Junts per
Catalunya, ERC y CUP.
El icono Puigdemont, mal que pesase a algunos de los
veteranos de la antigua Convergencia, ha funcionado como una argamasa
frente a los rivales políticos y al constitucionalismo. Es la figura
emblemática que ha encarnado la rebeldía y el victimismo del
secesionismo y que ha llevado y lleva a que oficialmente el bloque
sostenga que la única alternativa a Puigdemont es el propio Puigdemont,
estandarte de la dignidad de Cataluña y de la legitimidad de su batalla.
Que ese mismo líder indiscutible ofrezca la imagen de hombre aislado con la suerte echada es un golpe emocional para el independentismo. Un revés al que sumar, obviamente, el ineludible choque con la realidad, motor, al tiempo, del desgaste de la causa del fugitivo. La reacción de la Unión Europea, del Gobierno, de los partidos mayoritarios en el Parlamento español, de los empresarios catalanes y, sobre todo, de la justicia han convertido el laberinto catalán del independentismo en un callejón sin salida. Es cuestión de tiempo que las fisuras se conviertan en una fractura que le obligue a encontrar líderes libres de cargos, salvo que al sacrificio de los ahora perseguidos se una la renuncia a gobernar Cataluña.
Las voces, provenientes fundamentalmente de ERC, que piden que Puigdemont deje paso libre y facilite la gobernabilidad siguen en aumento. ERC es una formación con larga historia y una sólida base que aspira a convertirse en la fuerza mayoritaria del nacionalismo catalán frente a Junts per Catalunya, engendrada sobre los destrozos de la antigua Convergencia. Los republicanos estuvieron a punto de sumar más votos que el expresidente. En esta guerra soterrada por el poder, ERC intenta ahora escapar de ese bucle perdedor al que se ha dejado arrastrar.
La cuenta atrás se acelera. A falta de criterio unánime sobre los plazos legales para la sesión de investidura, la justicia española impone los suyos con el procedimiento acelerado que permite la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Si el Tribunal Supremo inhabilita a los políticos procesados en un par de meses, las bajas en las filas independentistas serán importantes en cantidad y calidad. Será una derrota histórica que solo una reacción rápida del secesionismo puede minimizar con nuevos líderes dispuestos a gobernar respetando los márgenes que marcan la Constitución y el Estatuto de Autonomía.
Mucho tendrán que trabajar para conseguir que los electores no terminen dándoles la espalda mayoritariamente por considerar, con razón, que fueron la causa del grave daño infligido a la economía, la sociedad y la imagen de Cataluña.
EDITORIAL de EL PAÍS
Que ese mismo líder indiscutible ofrezca la imagen de hombre aislado con la suerte echada es un golpe emocional para el independentismo. Un revés al que sumar, obviamente, el ineludible choque con la realidad, motor, al tiempo, del desgaste de la causa del fugitivo. La reacción de la Unión Europea, del Gobierno, de los partidos mayoritarios en el Parlamento español, de los empresarios catalanes y, sobre todo, de la justicia han convertido el laberinto catalán del independentismo en un callejón sin salida. Es cuestión de tiempo que las fisuras se conviertan en una fractura que le obligue a encontrar líderes libres de cargos, salvo que al sacrificio de los ahora perseguidos se una la renuncia a gobernar Cataluña.
Las voces, provenientes fundamentalmente de ERC, que piden que Puigdemont deje paso libre y facilite la gobernabilidad siguen en aumento. ERC es una formación con larga historia y una sólida base que aspira a convertirse en la fuerza mayoritaria del nacionalismo catalán frente a Junts per Catalunya, engendrada sobre los destrozos de la antigua Convergencia. Los republicanos estuvieron a punto de sumar más votos que el expresidente. En esta guerra soterrada por el poder, ERC intenta ahora escapar de ese bucle perdedor al que se ha dejado arrastrar.
La cuenta atrás se acelera. A falta de criterio unánime sobre los plazos legales para la sesión de investidura, la justicia española impone los suyos con el procedimiento acelerado que permite la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Si el Tribunal Supremo inhabilita a los políticos procesados en un par de meses, las bajas en las filas independentistas serán importantes en cantidad y calidad. Será una derrota histórica que solo una reacción rápida del secesionismo puede minimizar con nuevos líderes dispuestos a gobernar respetando los márgenes que marcan la Constitución y el Estatuto de Autonomía.
Mucho tendrán que trabajar para conseguir que los electores no terminen dándoles la espalda mayoritariamente por considerar, con razón, que fueron la causa del grave daño infligido a la economía, la sociedad y la imagen de Cataluña.
EDITORIAL de EL PAÍS
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