La psicológica cultural estudia cómo las diferentes culturas influyen en el funcionamiento de la inteligencia. Es decir, ¿por qué occidentales y orientales piensan distinto?
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Esta semana he participado en dos iniciativas que demuestran que la escuela trabaja y busca mejorar: el Congreso Mundial de Educación Educa 2018, celebrado en La Coruña, y las Jornadas de Escuelas que aprenden, organizado por la Fundación Trilema en Madrid. Me gustaría que los lectores de El Confidencial conocieran lo que estamos intentando hacer desde la escuela. En primer lugar, aprender de todo el mundo. Por supuesto, de la neurociencia, pero también de la tecnología, o del mundo de la empresa. En La Coruña, coincidí con Francisco Mora, uno de nuestros más notables neurólogos, y en las Jornadas de Trilema, con Juan Carlos Cubeiro, una de las personas que más saben en España de cómo gestionar el cambio en las empresas. Me pareció una acertada invitación, porque si queremos cambiar el sistema educativo, debemos saber cómo gestionar la transformación. Y las empresas han estudiado profundamente este asunto, porque les iba en ello la supervivencia.
Hoy quisiera hablarles de lo que puede enseñarnos —a todos— una sugestiva rama de la ciencia: la psicológica cultural. Estudia la forma en que las diferentes culturas influyen en el funcionamiento de la inteligencia. Simplificando: ¿por qué occidentales y orientales perciben, piensan y razonan de distinta manera? Ha habido psicólogos que han influido poderosamente en la escuela. Tradicionalmente, Skinner y Piaget han ocupado los primeros puestos del 'ranking', pero en los últimos años, en especial desde que su obra se tradujo al inglés y se conoció en Estados Unidos, se ha abierto la era Vigotski. Lev Vigotski(1896-1934) fue un psicólogo ruso especializado en el desarrollo infantil, que mostró que las funciones intelectuales de nivel superior son productos culturales y no biológicos. La secuencia no es 'una inteligencia que aprende', sino un 'aprendizaje que construye la inteligencia'.
El investigador Robert Flynn mostró que en la mayor parte del mundo había una subida continua de las puntuaciones en los test de cociente intelectual
El aprendizaje —es decir, la memoria— es lo que hace posible el gran desarrollo de la inteligencia, porque permite a cada niño aprovechar las potentes herramientas intelectuales que le proporciona la cultura. La principal es el lenguaje, después la escritura, el lenguaje matemático, los sistemas conceptuales, la notación musical, etc. Las herramientas, sean mentales o físicas, se caracterizan por que amplían nuestras posibilidades. Una grúa nos permite mover grandes pesos. Las matemáticas nos permiten realizar grandes cálculos. El cerebro se amplía con esas ayudas, de la misma manera que un teléfono móvil aumenta sus capacidades con las 'aplicaciones' que le introducimos. En este momento, un estudiante de bachillerato puede resolver problemas matemáticos inabordables para un matemático profesional en la Edad Media. Esto es, a mi juicio, lo que explica el 'efecto Flynn'. El investigador neozelandés Robert Flynn mostró que en la mayor parte del mundo había una subida continua, año por año, de las puntuaciones en los test de cociente intelectual. Es decir, la inteligencia mejoraba continuamente, aunque a distintas velocidades. En Estados Unidos mejoraba tres puntos de cociente intelectual por década, y en Holanda, 10.
Vivir en sociedades inteligentes
Cada cultura proporciona herramientas intelectuales más o menos inteligentes. Por ejemplo, una sociedad dogmática y fanatizada ofrece un repertorio muy pobre. Es como si en el plano físico, la única herramienta que ofreciera fuera un martillo. Sin contar con un buen utillaje mental, el pensamiento humano se hace tosco, elemental y, con frecuencia, violento. Por eso nos conviene vivir en sociedades inteligentes. Ya he hablado aquí de que la cultura española sufre en este momento una enfermedad: el síndrome de inmunodeficiencia social adquirida. Es decir, no produce los anticuerpos mentales necesarios para resistir la invasión de la corrupción, la violencia, la insensibilidad, los nacionalismos excluyentes, el desprecio a las humanidades. Se trata de una enfermedad social, para la cual solo existe un remedio: el pensamiento crítico bien informado. Una 'aplicación' del cerebro que hay que aprender.
Nosotros somos los 'cuidadores del futuro' y tenemos que conocer las herramientas que debemos poner a disposición de nuestros alumnos
Otro de los descubrimientos de Vigotski es que la cultura también ha inventado herramientas mentales que permiten dirigir la propia conducta, y que son el fundamento de la autonomía. Uno de los principales hallazgos educativos de los últimos años es la constatación de que el desarrollo de las 'funciones ejecutivas' del cerebro, es decir, de la capacidad de autocontrol, es más importante incluso que los resultados de los test de inteligencia tradicionales para el éxito vital y profesional.
En este momento, la escuela se enfrenta a la aparición de una nueva 'herramienta mental'. Posiblemente la más potente que se haya inventado desde la aparición de la escritura: la tecnología informática, internet y la inteligencia artificial. De la misma manera que las otras grandes herramientas cambiaron la manera de trabajar de nuestro cerebro, esta también lo hará. Pero tenemos que saber cómo lo hace y cómo puede hacerlo. Siempre que aparece una nueva tecnología, surgen los apocalípticos y los utópicos. Sócrates pensaba que la escritura había sido un invento peligroso, porque la gente, pensando que el saber estaba en un libro, dejaría de aprender. Se equivocó. Las nuevas tecnologías no pueden suplantar la inteligencia humana. Esto lo dice todo el mundo, pero a los únicos a los que nos afecta directamente la cuestión es a los profesionales de la educación.
Nosotros somos los 'cuidadores del futuro', en nombre de la sociedad, y tenemos que conocer las herramientas que debemos poner a disposición de nuestros alumnos. Esta semana está abierta la inscripción de un curso sobre las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías a los niños y niñas en edad escolar. Pueden verlo en www.universidaddepadres.es. No podemos competir con los ordenadores en el manejo de información, porque tenemos un techo de lectura de 600 palabras por minuto, y los ordenadores pueden leer 600 millones de páginas por segundo. Lo que debemos proteger como exclusiva humana es la 'toma de decisiones', si queremos que se haga con arreglo a valores y no solo con arreglo a la información disponible. Esto nos obliga a estudiar qué es lo que hay que aprender para tomar buenas decisiones. Es evidente que incluye manejar adecuadamente la información, pero también disponer de recursos emocionales, éticos y ejecutivos que hagan posible tan difícil y necesaria tarea.
Como homenaje a mi querido amigo Forges, voy a terminar este artículo con una frase en su estilo: “En poco tiempo van a presenciar una profunda revolución pedagógica, proclamo".
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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