El “Mayo ‘68” tiene muchas versiones. La
europea occidental, con epicentro en París, pero también en la Europa
del Este contra la URSS y el sistema comunista; EE. UU. contra la guerra
de Vietnam, en México contra el régimen del PRI. Son hechos muy
diferentes con un denominador común: la crítica al poder establecido. El problema para Europa es que esta rebelión fue contra todo lo que estaba dando las mejores décadas de Occidente, de la sociedad salida de la sangrienta derrota de la II Guerra Mundial
Los “treinta años gloriosos” (1945-1975) cambiaron el curso de la historia después del siglo europeo más destructivo, que el título de un libro expresa tan bien “El Descenso a los infiernos 1914-1947”
Y no, obviamente, no todo eran rosas, nunca lo son en el caminar de la
humanidad. Pero es bien evidente que a pesar de la Guerra Fría, la
confrontación Estados Unidos-Unión Soviética, las múltiples guerras
regionales (Corea, Vietnam), los dolorosos procesos de descolonización
en África y Asia, los “treinta gloriosos” constituyeron un nuevo punto de partida para Europa Occidental,
Estados Unidos e, incluso, América Latina. Fueron los mejores años del
siglo, incluso en sus zigzags y recaídas y regresiones políticas.
Significaron la conversión en la mejor región del mundo, la más humana,
convivencial y socialmente cohesionada. El estado social de derecho, el
estado del bienestar se convirtió en el nuevo paradigma global a cuyos
pies se rindieron a finales de los años 80, la URSS y sus países
satélites. Contra sus fundamentos se alza el “Mayo ‘68” con argumentos,
algunos razonables, otros de una necedad absoluta, como la apelación de
Cohen Bendit al rector de la Universidad de Nanterre, cuando este
inquiría sobre el uso de su tiempo, “hago el amor algo que usted es incapaz“.
Se quería una revolución social y sexual, y ha servido para exacerbar
la segunda, y minar todo lo que hace posible el estado del bienestar, como son la familia y el buen comportamiento social, aquel que no genera costes sociales sobre el país.
El
“Mayo ‘68” en Occidente surgió como una protesta política y cultural
presentada como una nueva forma de vivir. A pesar de que políticamente
fue un fracaso, ni cambió gobiernos, ni aproximó la izquierda a él. En
Francia, su cuna, se terminó cuando De Gaulle convocó elecciones y las
ganó. Pero fue un éxito cultural y sobre las costumbres morales,
porque en realidad apelaba a los instintos de posesión sexual,
forzosamente sujetas a una dinámica híper individualista que terminó con
toda ilusión de un nuevo comunismo, o sencillamente de vida en
colectividades. Intentaba unir dos postulados antagónicos, el de la desvinculación causada por la realización mediante la satisfacción por el deseo, y el fuerte vínculo
necesario para una vida comunitaria. Sus efectos son tan poderosos que
hoy vivimos bajo sus presupuestos, basados en la transformación del
ocio y el sexo en categorías políticas, que han acabado situando en
segundo plano las categorías sociopolíticas y económicas fundamentales.
Por ejemplo, cuando hoy se escribe sobre desigualdad, se refiere mayoritariamente al hombre y la mujer
y los LGBT mucho más que a la desigualdad económica.
La solidaridad de
clase ha dejado paso a la solidaridad de identidad sexual, que deja
intocada la distribución de las ganancias de la productividad y las
causas del poder económico. No interesa tanto la distribución entre
capital y trabajo, sino entre hombres y mujeres dentro de una misma
categoría.
Los grandes poderes económicos del mundo aplauden
entusiasmados esta nueva e inofensiva -para el capital- lucha. Las
izquierdas, insólitamente, también la consagran como el gran tema de
hoy. Y entendámonos, no se trata de negar el derecho elemental de a igual trabajo igual salario,
sino de descalificar la guerra de sexos que en su nombre se ha
construido difuminando la raíz de la injusticia social, y olvidando
aquellas situaciones de injusticia, como el trato de muchas empresas a
las embarazadas, porque tal condición no se ajusta a los estereotipos de
la perspectiva de género.
Como define Carlos Granés en El Puño Invisible,
los movimientos del “Mayo ‘68”, transitaron del radicalismo
revolucionario a la banalidad, de la revolución al espectáculo y al
entretenimiento, de la voluntad extrema de ser auténtico al subjetivismo
ineducado, del individualismo libertario al hedonismo egoísta, de la
liberación sexual al sálvese quien pueda. Todo aquel tránsito que ha
podido producirse a expensas del estado del bienestar parasitándolo, y provocando una crisis que, si se prolonga, será terminal.
¿Cómo
Europa puede soportar sus elevadas prestaciones y su envejecimiento por
falta de natalidad? ¿Cómo hacer frente a la generación del baby boom,
antes fuerza de trabajo, y hoy y mañana inyección masiva de jubilados, y
la explosión de los divorcios que conducen a una sociedad de gente
mayor dependiente y que vive en soledad? ¿Cómo dar respuesta a las
conductas personales aplaudidas por la cultura hegemónica, que son
generadoras de costes que, en un sistema de bienestar como el europeo no
son soportados por los responsables, sino por el conjunto de la
sociedad? ¿Cómo compaginar un sistema de jubilación que premia el
egoísmo de quienes no tienen hijos pudiéndolos tener, y penaliza a las
familias que los tienen? ¿Cómo hacer posible la educación con la
destrucción de la figura paterna y materna, que hoy se quieren reducidas
a la indiferenciación?
El estado del bienestar que tanto valoramos no nació de la nada,
sino como fruto de unas condiciones objetivas concretas, materiales,
que dependían de un sistema de valores y virtudes, una moralidad
colectiva que el Mayo ‘68 cuestionó, y que hoy, en su estela, están
destruyendo.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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