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sábado, 24 de febrero de 2018

FE Y RAZÓN

Evidencia personal y creencia o confianza en el saber de otras personas




Son pocas las cosas que sabemos por evidencia personal, cuando nuestra razón y nuestros experimentos nos las señalan como ciertas.

Nuestra certeza no solo se asienta en lo que nos es evidente en persona, sino que muchas veces reposa en dar fe y confianza a otros seres humanos que suponemos que conocen las cosas.

Así, cuando por la mañana enciendo la luz me fío implícitamente de los electricistas que han diseñado la red eléctrica y las bombillas y, aunque normalmente no entienda el mundo de la electricidad, doy por sentado que todo, al dar al interruptor, funcionará. Y cuando leo el periódico me fío del periodista que comunica, por ejemplo, que se ha producido un terremoto en una región del mundo, aunque yo no lo haya visto.

Estoy cierto de que la materia se compone de átomos y de que la energía atómica se transforma en electricidad en las centrales eléctricas, aunque no haya visto nunca un átomo o un experimento que me confirme que existe.

Me fío del médico cuando me receta tal medicina como buena para mi salud, aunque ignore pruebas que lo constaten.

Así, las certezas con que vivo, y sin las que no podría vivir, muchas son creencias que nacen de la confianza en personas que estimo competentes.

Con razón nos comentaba el santo Papa Juan Pablo II en su encíclica “Fides et Ratio”: “Que en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal” (nº 31)

Y continúa: “El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquel que vive de creencias” (ibidem) Y nos explica la tensión entre evidencia y creencia:
“Por una parte la creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, que debe perfeccionarse (…) mediante la evidencia lograda personalmente. (Pero) por otra, la creencia con frecuencia resulta más rica desde el punto de vista humano que la simple evidencia, porque incluye una relación interpersonal”: “Cada uno al creer confía en los conocimientos adquiridos por otras personas (…) entrando así en una relación más íntima y estable con ellas” (nº 32)

Y hablando de la verdad que da sentido a la vida nos señala que “la perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro”. Y nos explaya el testimonio de los mártires.

Comentemos que los mártires no solo argumentan con su mente la verdad que profesan, sino, sobre todo, con su corazón, con su misma vida, que ofrecen por amor a Dios y les lleva a niveles sublimes, orando y personando incluso a sus verdugos: Fiarse de los mártires cristianos es fiarse de unas personas que muestran un amor llevado a una altura inefable.

Y si en el mundo material podemos fiarnos de un gran físico y aceptar lo que dice sobre los átomos, en el mundo espiritual podemos fiarnos de los santos y mártires cristianos.

Y cuando comulgamos con ellos estamos sintonizando con un amor divinizado. Y en este sentido reencontramos, al darles fe, nuestro sentimiento embrionario de amor a Dios y a los hermanos, nos sentimos identificados con ellos y arrastrados a un bienaventurado vórtice de amor.

Y así, fiarnos de los santos nos lleva a fiarnos de Dios (como el niño se fía de sus padres). Y esto no es solo conocimiento intelectual, sino conocimiento de amor. Y podemos decir que la Fe añade al conocimiento intelectual una dimensión amorosa, y en este sentido es superior, vitalmente, al conocimiento meramente mental o abstracto.


                                                                            JAVIER GARRALDA   Vía FORUM LIBERTAS

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