Evidencia personal y creencia o confianza en el saber de otras personas
Son pocas las cosas que sabemos por
evidencia personal, cuando nuestra razón y nuestros experimentos nos las
señalan como ciertas.
Nuestra certeza
no solo se asienta en lo que nos es evidente en persona, sino que muchas
veces reposa en dar fe y confianza a otros seres humanos que suponemos
que conocen las cosas.
Así, cuando por
la mañana enciendo la luz me fío implícitamente de los electricistas que
han diseñado la red eléctrica y las bombillas y, aunque normalmente no
entienda el mundo de la electricidad, doy por sentado que todo, al dar
al interruptor, funcionará. Y cuando leo el periódico me fío del
periodista que comunica, por ejemplo, que se ha producido un terremoto
en una región del mundo, aunque yo no lo haya visto.
Estoy cierto de que la materia se compone
de átomos y de que la energía atómica se transforma en electricidad en
las centrales eléctricas, aunque no haya visto nunca un átomo o un
experimento que me confirme que existe.
Me fío del médico cuando me receta tal medicina como buena para mi salud, aunque ignore pruebas que lo constaten.
Así,
las certezas con que vivo, y sin las que no podría vivir, muchas son
creencias que nacen de la confianza en personas que estimo competentes.
Con
razón nos comentaba el santo Papa Juan Pablo II en su encíclica “Fides
et Ratio”: “Que en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas
son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación
personal” (nº 31)
Y continúa: “El
hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquel que vive de
creencias” (ibidem) Y nos explica la tensión entre evidencia y creencia:
“Por
una parte la creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, que
debe perfeccionarse (…) mediante la evidencia lograda personalmente.
(Pero) por otra, la creencia con frecuencia resulta más rica desde el
punto de vista humano que la simple evidencia, porque incluye una
relación interpersonal”: “Cada uno al creer confía en los conocimientos
adquiridos por otras personas (…) entrando así en una relación más
íntima y estable con ellas” (nº 32)
Y
hablando de la verdad que da sentido a la vida nos señala que “la
perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento
abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva
de entrega y fidelidad hacia el otro”. Y nos explaya el testimonio de
los mártires.
Comentemos que los
mártires no solo argumentan con su mente la verdad que profesan, sino,
sobre todo, con su corazón, con su misma vida, que ofrecen por amor a
Dios y les lleva a niveles sublimes, orando y personando incluso a sus
verdugos: Fiarse de los mártires cristianos es fiarse de unas personas
que muestran un amor llevado a una altura inefable.
Y
si en el mundo material podemos fiarnos de un gran físico y aceptar lo
que dice sobre los átomos, en el mundo espiritual podemos fiarnos de los
santos y mártires cristianos.
Y cuando
comulgamos con ellos estamos sintonizando con un amor divinizado. Y en
este sentido reencontramos, al darles fe, nuestro sentimiento
embrionario de amor a Dios y a los hermanos, nos sentimos identificados
con ellos y arrastrados a un bienaventurado vórtice de amor.
Y
así, fiarnos de los santos nos lleva a fiarnos de Dios (como el niño se
fía de sus padres). Y esto no es solo conocimiento intelectual, sino
conocimiento de amor. Y podemos decir que la Fe añade al conocimiento
intelectual una dimensión amorosa, y en este sentido es superior,
vitalmente, al conocimiento meramente mental o abstracto.
JAVIER GARRALDA Vía FORUM LIBERTAS
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