/Antonio Moreno
Llevaba una temporada en la fosa electoral Miquel Iceta, candidato del Gobierno del PP en las últimas elecciones catalanas y gran responsable técnico -el político es Rajoy- de que TV3 siga siendo, con Roures detrás, el gran aparato audiovisual golpista, el responsable del éxito de Puigdemont. Iceta, y con él Soraya, o sea, Rajoy, creyeron que esa máquina de odio a lo español, especialmente a Ciudadanos, perjudicaría a Arrimadas y le daría por carambola la Presidencia de la Generalidad. Lo que hizo fue polarizar el voto y, naturalmente, nadie creyó que Iceta, que dijo que "se moría de ganas de ser presidente de la Generalidad" y pidió el indulto a los golpistas antes de ser juzgados, podría o querría frenar el golpe, todo lo contrario. De hecho, se levantó de su tumba en el Parlamento catalán para pedir que fueran a votar los presos y volvió a desaparecer en los pliegues del sudario. Su gran discurso fue el canto del urogallo del nacionalismo charneguil.
Pero tras el terremoto provocado por el truco electoral del Gobierno al recordar que está en manos del poder político el cumplimiento de la ley y que el español sea también lengua vehicular de la enseñanza en Cataluña, y cuando, al fin, un dirigente socialista, el aragonés Lambán, ha salido a denunciar la marginación de los castellanohablantes (dijo castellano, pero no se margina a un idioma sino a sus hablantes) y ha pedido la presencia del Estado para frenar esa deriva golpista que empieza en la escuela, Iceta ha resucitado para defender la doma (Boadella) de los niños de lengua española, que empieza en la infancia, ahogándolos en el tibio líquido amniótico del odio a España y prohibiendo su lengua materna si no es el catalán.
Iceta, que es tan nacionalista como los de la ERC o el Baños de la CUP, ha repetido el argumento de Pujol y el supremacismo transversal: "No permitiremos que dividan a los niños por razón de lengua". Los niños en Cataluña ya están divididos desde el momento en que a la mitad se le escolariza en su idioma materno y a la otra mitad se le prohíbe. Esa división, que ha desembocado en la fractura política actual, empieza en la escuela. En rigor, empieza en esa izquierda catalana cuyo discurso de fondo es el racista y antiespañol de Ernest Maragall, almibarado por Iceta. De momento, resulta más útil paralizando al PSOE.
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS Vía EL MUNDO
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