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domingo, 15 de octubre de 2017

En el templo de Arturo Pérez-Reverte, donde crea novelas como «Eva», la secuela de «Falcó»

Entramos en el «sancta sanctorum» del escritor, que documenta sus obras con libros antiguos, viajes y lecturas hasta lograr una inmersión en la época

 Pérez-Reverte, en su biblioteca con el manuscrito de «Eva» en la mano


El oficio de escritor es todo un tema literario. Pero no basta con un retrato de soledades y palabras, palabras, palabras, para hacer girar el mundo escrito en una resma de papel. Ese modelo no se aplica, desde luego, al caso de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), el reportero de guerra que después de dar tumbos por medio mundo apretó la tecla precisa en la abotonadura de «El húsar», título de su primera novela de 1986, que conectó con el público y le impulsó a vivir de la literatura.
Treinta y un años después (tantos como libros publicados), su historia va de pasiones, lealtades, mucha personalidad, y un inacabable afán dedivertirse y divertir a los lectores. Pérez-Reverte mantiene el gusto periodístico por documentarlo todo. Eso explica, en parte, el éxito que acompaña a este académico, que publica «Eva» (Alfaguara), la segunda entrega de las aventuras del espía Lorenzo Falcó.
El escritor ojea una colección de ABC de Sevilla de los años treinta
El escritor ojea una colección de ABC de Sevilla de los años treinta- ÓSCAR DEL POZO
Para entrar en la «cocina» de uno de los escritores más afamados e influyentes de las letras hispánicas, en el lugar secreto en el que construye y documenta meticulosamente sus novelas, hay que atravesar su enorme biblioteca de «un cazador de libros» -así se considera- y hasta pasar por delante de un maniquí vestido de húsar, en perfecto estado de revista, que le recuerda el día en que este relato comenzó.
En una pequeña vitrina brillan los objetos de Falcó. El tiempo parece detenerse...
Llegamos a su escritorio, junto a un discreto lucernario, en el centro de la biblioteca, entre murallas de libros primorosamente ordenados. Y también objetos, recuerdos de amistad (ya es célebre el catalejo de un ballenero que le regaló Javier Marías) y de una vida alrededor de la literatura. En una pequeña vitrina brillan los objetos de Falcó: la pitillera de carey, las cafiaspirinas, los cigarros Players, la letal cuchilla Gillette, la pluma Sheaffer, el encendedor Parker Beacon... El tiempo parece detenerse. Da la impresión de que volverá a por ellos de un momento a otro por una puerta disimulada, como si la biblioteca fuera una terminal más del célebre Ministerio del Tiempo, esa serie que debería hacer un homenaje semanal al autor de Alatriste.

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