Pongámonos manos a la
obra y reescribamos la historia del pensamiento universal con el legado
insoslayable de unos humanistas españoles que, siguiendo el consejo de
san Agustín, buscaron al hombre y su peripecia para encontrar a Dios.
Juan Andrés
Planes es una
pequeña localidad situada al norte de la provincia de Alicante que no
alcanza los 1.000 pobladores, con hermosos campos de cerezos y almendras
y un paisaje de acantilados y barrancos, entre cuyos juncos y adelfas
se escucha el canto del agua.
Tierra morisca de donde
fueron expulsados sus esforzados labradores en 1609, cuando el
europeísta y corrupto duque de Lerma, para acentuar su sintonía con el
viejo continente, decidió liquidar de España los últimos vestigios del
islam. Entonces la balada del agua se mudó en llanto para despedir a
aquellos buenos guardianes del regadío, enamorados de la acequia, de los
que se desconfiaba por sospechar que en sus hogares, con las cortinas
echadas, elevaban sus plegarias a Alá.
Las huertas del reino de
Valencia agonizan huérfanas de los sufridos y rentables moriscos
mientras los terratenientes arruinados buscan subsidios en los gobiernos
de Madrid con los que, a partir de entonces, establecerán vínculos más
estrechos que los de la burguesía catalana.
El olvido del gran sabio exiliado
El olvido del gran sabio exiliado
No
tiene ya Planes memoria de aquellas penalidades porque, tras largos
años de olvido y oquedad, su hijo predilecto, Juan Andrés, el jesuita
expulsado de España con sus compañeros de orden por Carlos III en 1767
ha vuelto al pueblo gracias al trabajo impagable de Pedro Aullón de Haro
y su grupo de investigación Humanismo-Europa, para cumplir el deseo de
Dante en el Canto 25 del Paraíso de su Divina Comedia y «en la misma fuente en que fui bautizado recibir los laureles de poeta».
En su caso, no ya de
poeta sino de sabio ilustrado, la cumbre más alta del humanismo europeo
del Siglo de las Luces, el monumento más glorioso de la alianza del
saber clásico y la cultura moderna. No lo sabían ni los propios
lugareños, que escuchaban atónicos y emocionados las revelaciones del
catedrático de Toulouse Pérez Bazo, ni los mismos jesuitas que
desconocen el lugar de la tumba de Juan Andrés en Roma, ni el conjunto
de los españoles que nunca oyó hablar del erudito de Planes ni de un
exilio intelectual que brilló con fulgor en tierras italianas.
Aunque el emperador filósofo Marco Aurelio escribiera: «la vida es una guerra y un exilio, la fama póstuma es olvido», hay omisiones injustificadas que no son solo indolencia y descuido, sino pura parcialidad y sectarismo. A pesar de los silencios que ha sufrido, hoy se empieza a reconocer que la Escuela Universalista del siglo XVIII, compuesta fundamentalmente de intelectuales jesuitas expulsados de España por Carlos III, es un hecho de primera magnitud en la historia del pensamiento universal.
Aunque el emperador filósofo Marco Aurelio escribiera: «la vida es una guerra y un exilio, la fama póstuma es olvido», hay omisiones injustificadas que no son solo indolencia y descuido, sino pura parcialidad y sectarismo. A pesar de los silencios que ha sufrido, hoy se empieza a reconocer que la Escuela Universalista del siglo XVIII, compuesta fundamentalmente de intelectuales jesuitas expulsados de España por Carlos III, es un hecho de primera magnitud en la historia del pensamiento universal.
Cuando se ha venido
escribiendo que apenas había existido una Ilustración española, sobre
todo si se la compara con la francesa o la alemana, las investigaciones
actuales obligan a afirmar que ciertamente la hubo y muy potente,
enfocada a la emancipación del individuo no por medios revolucionarios
sino por los de la ciencia y el saber.
Esta Ilustración,
humanista, científica y cristiana, esta Ilustración tan española de
cambiar las cosas desde dentro, llegó donde nunca alcanzó a acceder la
mera Ilustración política: abordó al hombre en su universalidad, en su
caminar por la historia, en su irrefrenable afán de perfección y
excelencia.
Cuando se divulgaban por Europa las obras de estos españoles transterrados, empezaban a apagarse las luces de la Ilustración y venía empujando fuerte el Romanticismo con su feroz subjetivismo, su desprecio de las normas clásicas y su exaltación de los sentimientos y las tradiciones nacionales.
Cuando se divulgaban por Europa las obras de estos españoles transterrados, empezaban a apagarse las luces de la Ilustración y venía empujando fuerte el Romanticismo con su feroz subjetivismo, su desprecio de las normas clásicas y su exaltación de los sentimientos y las tradiciones nacionales.
Tiene razón el poeta Gil
de Biedma al afirmar que la historia es una marea que todo lo devora.
Lo que hay bajo sus aguas son muchos espinazos rotos, muchos olvidos,
muchos sueños extenuados. También yacía ahí hasta ahora la ciclópea obra
de Juan Andrés, el cultísimo jesuita admirado por Goethe y reclamado
–sangrante paradoja– por Carlos III para que volviera a su patria de
donde había sido arrancado .
Está por hacer la crítica de la Enciclopedia francesa, la denuncia de sus plagios y deficiencias, pero no desconocemos su capacidad de influencia y hasta dónde pudo llegar con su aparato propagandístico, repartiendo honores y lanzando dicterios. En el mismo arranque de la obra Diderot pontificó que un hombre solo no podía escribir la historia universal de las ciencias y las letras.
Está por hacer la crítica de la Enciclopedia francesa, la denuncia de sus plagios y deficiencias, pero no desconocemos su capacidad de influencia y hasta dónde pudo llegar con su aparato propagandístico, repartiendo honores y lanzando dicterios. En el mismo arranque de la obra Diderot pontificó que un hombre solo no podía escribir la historia universal de las ciencias y las letras.
Mal que les pesara a los
enciclopedistas, fue eso precisamente lo que hizo Juan Andrés en su
monumental 'Origen, progresos y estado actual de toda la literatura' que
lo convierte en figura mundial, el padre de la historia comparada de las
ciencias y las letras. Y desde la misma ansia de universalidad
trabajaron sus compañeros de religión y exilio Hervás y Panduro, creador
de la lingüística moderna, el matemático Antonio Eximeno, autor de una
teoría revolucionaria de la música, y una treintena larga de
intelectuales.
¿Cómo es posible
persistir en la omisión de esta gran escuela ilustrada, cuya existencia
completa y modifica el concepto de la cultura moderna? Pongámonos manos a
la obra y reescribamos decididamente la historia del pensamiento
universal con el legado insoslayable de unos humanistas españoles que,
siguiendo el consejo de san Agustín, buscaron al hombre y su peripecia
para encontrar a Dios.
FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR Vía ALFA y OMEGA
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