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martes, 24 de octubre de 2017

RECONSTRUIR LA CONCORDIA


La aplicación del ahora famoso e inédito artículo 155 de la Constitución Española es el resultado lógico del choque con el estado. Era y es una obviedad que una sociedad política no puede funcionar con dos legalidades distintas como pretende el gobierno de Puigdemont. Dejemos ahora al margen la cuestión de si el momento de actuar, seguramente con menos tensión, no debería haber sido inmediatamente después del 6 y 7 de septiembre, cuando el Parlamento catalán aprobó, al margen de toda garantía democrática, dos leyes, la del referéndum y la de desconexión, que se cepillaban no solo la Constitución, sino que derogaban el Estatuto de Autonomía sin la mayoría cualificada que el propio texto exige para su modificación.

A lo largo de esta semana Puigdemont tendrá dos posibilidades: proclamar la independencia o bien convocar elecciones. En el primer caso, la aplicación del 155 está asegurada; en el segundo, y según cuales sean los términos de la convocatoria porque puede hacerlo con la intención explicita que sean “constituyentes”, la aplicación puede quedar detenida.

De todo esto, dos cuestiones son evidentes tal y como han ido las cosas. Una, el gobierno español se ha equivocado en los tiempos y en la forma de abordar los momentos críticos. Dos, el independentismo ha seguido la hoja de ruta y los tiempos marcados por la CUP, el grupo más minoritario de la cámara, que ha jugado- siguen intentándolo- a reencarnar en una versión light, es decir, post moderna, a la minoría bolchevique que al final se llevó el gato al agua.

La más que posible aplicación del 155 representará una intervención total de la Generalitat, de sus medios de comunicación y una limitación parcial de la potestad parlamentaria. Ahora bien, una vez aplicado, lo difícil realmente es hacerlo cumplir y funcionar.

Cambó escribía en 1930 en su libro “Por la Concordia” que, desde 1898 el problema catalán fue una preocupación constante de todos los gobernantes. También durante el franquismo. La excepción empezó con la transición y duró hasta inicios del siglo XXI. Pensamos que estas dos evidencias no han sido suficientemente meditadas desde la perspectiva española y constitucional. La segunda reflexión que apuntaba Cambó, con una visión clara del futuro, era que la cuestión catalana acababa por afectar a la gobernación española, forjando incluso cambios de régimen.
Si repasan los principales hechos, incluso antes de 1898, retrocedamos hasta Prim, constataremos que esto ha sido así, con matices importantes, pero así. Iglesias, Colau, sus confluencias, la CUP, ERC, apuntan en este sentido, con la aquiescencia aparente o real del PNB, y la colaboración de un sujeto cada vez más marginal, el PDECat.

Otra línea de reflexión se refiere a que la aplicación del 155 no constituye ninguna solución a medio y largo plazo. Y entonces ¿qué? ¿Unas nuevas elecciones de incierto resultado? ¿Y si gana el gobierno el bloque independentista?, ¿y si no lo consigue, pero la alternativa es débil y dividida, PSC, C’s, PP?  ¿Y si resulta que el fiel de la balanza queda en manos de Colau (e iglesias) y se propicia un pacto de gobierno en Cataluña y una alianza para una nueva constituyente española? Muchas cuestiones en el aire y pocas concreciones. Pero, además, en cualquier caso, el independentismo seguirá fuerte, debilitado si no consigue recuperar el poder y los medios de comunicación, pero bien vivo. Seguirá representando una tercera parte muy movilizada de los votantes, con lo que fácilmente se aproximan al 40 y al 50% de los votos, según cuál sea la participación, y además les resulta fácil convocar manifestaciones de cientos de miles de personas. No indefinidamente claro está pero si durante ¿un año, dos? Llevan desde 2012 sin desfallecer.

Para abordar esta realidad se necesita asumir un principio que hasta ahora ha resultado inasumible y aportar tres respuestas básicas.

El principio es que Cataluña pesa demasiado, política, demográfica, económica y culturalmente, y mantiene de siempre y con diversas formulaciones, una concepción específica de su naturaleza y de su visión española. Sea una especificidad monárquica con los Habsburgo y la casa de Saboya, federal republicana, autonomista republicana, monárquico autonomista, siempre ha sido así. El centralismo borbónico primero y liberal después, Primo de Rivera, Franco, cada uno por filosofías distintas, estuvieron convencidos de resolverlo a base de practicar el asimilismo. Cambo advierte sobre ello, como advierte de la otra intransigencia, la del separatismo catalán. En todos los casos, el resultado es un fracaso, tiempo y energía malgastada, y la catalanidad vuelve siempre a brotar con una u otra formulación.

También Cataluña se equivoca cuando no entiende que su fuerza es el pactismo y la “eina i la feina” es “la herramienta y el trabajo” como bien explica Jaume Vicens Vives en “Noticia de Catalunya”.

Las tres respuestas básicas pueden resumirse así: (1) construir la concordia, (2) la capacidad para el diálogo, es decir, para la escucha del otro, y (3) “desinflamar” las tensiones. Esta es una tarea de la sociedad civil, a la que cada uno de nosotros puede contribuir en su día a día, mientras que los políticos pueden contribuir con la operación. En este sentido, Iglesias debería abandonar su vocación de pirómano, o recibir el repudio social, incluso de quienes lo apoyan, pero no consideran que se solucione nada en la casa a base de pegarle fuego a la cocina. La Iglesia y su amplio entorno puede desempeñar un papel formidable en esa escucha, dialogo, concordia y reconciliación.

La segunda cuestión es la necesidad de políticas adecuadas que palíen la desafección en lugar de inflamarla, que busquen reducir el tercio a la cuarta parte en lugar de llevarlo a la mitad del electorado. Se necesitan propuestas concretas sobre las cuestiones que desde Cataluña se vienen planteando sin éxito, (¿es concebible que el ferrocarril del eje mediterráneo entre Tarragona y Castellón todavía tenga un extenso tramo de vía única, cuando el AVE llega a media España?) y también un reconocimiento de que la realidad catalana forma parte de la realidad española (¿cómo se puede explicar que existan más lectorados en catalán en las universidades del Reino Unido y en Alemania?). Un nuevo pacto de estado para la reforma de la Constitución, como propone el PSOE, puede formar parte de la respuesta, pero no aporta nada concreto a corto y medio plazo, y la política paliativa, cobra sentido sobre todo en este horizonte nada lejano.

La tercera es fundamental porque es la que da consistencia al largo plazo. Se trata de reconstruir un nuevo consenso en Cataluña, surgido desde la catalanidad porque es el único posible y basado en la lealtad constitucional. Y esto significa la capacidad de levantar un nuevo relato, un proyecto cultural que dibuje un país mejor a partir de la exigencia hacia las propias capacidades, y que ilustre la pintura de un país mejor, de una ilusión de vida en común.
Todas las crisis representan oportunidades. Esta no es una excepción, y como la crisis es grande, del mismo tamaño es la oportunidad.



                                                                                             EDITORIAL de FORUM LIBERTAS 

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