La historia del desarrollo del Estado autonómico desde 1978 y la forma
de manejar el problema nacionalista por parte de los sucesivos gobiernos
nacionales de distinto color político ha sido la de un suicidio
anunciado.
Los verdaderos responsables del desastre.
EFE
Sea cual sea el resultado final del esperpento que han montado los golpistas de Junts pel Sí y de la CUP
en Cataluña y la magnitud del ridículo en el que van a caer, no debemos
perdernos en la vorágine de los acontecimientos de los últimos días
olvidando el largo trayecto que nos ha traído hasta aquí.
Un tigre no es culpable de devorar a sus presas, lo es el que le abre la jaula
Sobre la génesis de esta situación límite, el diagnóstico está ya más que establecido, algunos lo hicimos hace veinte años
y lo hemos venido reiterando sin ser escuchados con el brillante
resultado que está a la vista. España padece un enemigo interior
pertinaz e implacable desde hace más de un siglo, el nacionalismo
identitario, excluyente, insolidario e incluso asesino que, si las
condiciones son las adecuadas, llega a ser hegemónico en Cataluña y en
el País Vasco. Pues bien, la Transición
configuró una estructura territorial del Estado y un sistema
institucional que ha favorecido hasta niveles inauditos estas
condiciones y que ha proporcionado de manera creciente y sostenida a
este enemigo los instrumentos políticos, financieros, educativos y de
creación de opinión necesarios para alcanzar sus objetivos de liquidar
la Nación y con ella nuestro espacio de convivencia democrática y
pacífica bajo el imperio de la ley. Un tigre no es culpable de devorar a
sus presas, lo es el que le abre la jaula.
La historia del desarrollo del Estado autonómico
desde 1978 y la forma de manejar el problema nacionalista por parte de
los sucesivos gobiernos nacionales de distinto color político ha sido la
de un suicidio anunciado. Se empezó confiando ingenuamente en quién no
merecía esta confianza, se continuó incrementando su poder con sucesivas
cesiones de recursos y competencias, se toleraron reiterados
incumplimientos de la ley y de sentencias judiciales, se renunció
cobardemente a cualquier forma seria de batalla de las ideas frente a la
doctrina política más perversa de la edad contemporánea, se silenciaron
y se condenaron al ostracismo a aquellas voces que señalaban el peligro
y que instaban a un cambio de enfoque y se procedió a la retirada
gradual del Estado de las Comunidades infectadas de nacionalismo hasta
su práctica desaparición. Por consiguiente, el desastre al que ahora asistimos tiene unos responsables con nombre y apellidos
que, por cierto, jamás, ni siquiera hoy cuando el sistema del 78 se
resquebraja, han hecho autocrítica ni parecen darse por enterados de sus
tremendos errores políticos, morales y estratégicos. Es más, algunos de
ellos incluso pontifican todavía sobre lo que se debe hacer y no hacer.
La distancia entre la lenidad y la desfachatez a veces es corta.
Es fácil imaginar cuán distinto sería el escenario en el que ahora nos debatimos angustiados si a partir de la aprobación de la Constitución los dos grandes partidos nacionales hubieran actuado con lucidez, inteligencia y patriotismo
Es fácil imaginar cuán distinto sería el escenario en el
que ahora nos debatimos angustiados si a partir de la aprobación de la
Constitución los dos grandes partidos nacionales hubieran actuado con
lucidez, inteligencia y patriotismo cerrando filas ante la contumaz
ofensiva de los nacionalistas en lugar de aliarse con ellos en contra
del otro cada vez que las urnas les colocaban en posición de minoría
mayoritaria en el Congreso. Asombra también retrospectivamente la
ligereza con la que tanto el PP como el PSOE han desaprovechado sus mayorías absolutas
renunciando a fortalecer el Estado y siguiendo con el engorde de los
arsenales institucionales, presupuestarios y competenciales de los
separatistas sin ninguna necesidad. Generaciones venideras examinará con
estupor como sucesivos Gobiernos de un Estado democrático financiaron,
equiparon y animaron a su peor enemigo interno para que pudiera acabar
con su Nación desoyendo todos los avisos, por alarmantes que fuesen, de que el
derrumbe estaba cada vez más cerca. El período de nuestro devenir
colectivo que va desde la muerte del dictador hasta el golpe de Estado
de los separatistas catalanes ha quedado ya integrado en la historia universal de la infamia,
de la superficialidad, de la inmoralidad y de la estupidez.
Parafraseando a la inversa las célebres palabras de Churchill tras la
batalla de Inglaterra, nunca tantos tuvieron tanto que reprochar a tan
pocos.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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