Hoy nos jugamos muchas cosas. En realidad 'nos la juegan', porque los ciudadanos estamos fuera de la decisión. En ese contexto, ¿en quién podemos confiar de verdad?
Hoy puede ser un mal día. Como todos los españoles (por supuesto, en primer lugar los catalanes), me he levantado con una sensación de impotencia desoladora: no sé lo que va a suceder hoy,
y no puedo hacer nada para cambiar el curso de los acontecimientos. A
lo largo de la historia, los seres humanos, conscientes de su
vulnerabilidad y desconfiando de sus impulsos, han establecido
procedimientos para hacer más previsible su comportamiento, tendente a
la desmesura. Esa es una de las funciones de la moral y del derecho: disminuir la incertidumbre.
De eso también tratan las constituciones, de dar estabilidad a la convivencia política. Es imposible construir sobre arenas movedizas. No sé lo que va a ocurrir hoy y eso sí que me parece un fracaso del sistema. ¿Quién lo va a decidir? Los gobernantes: Puigdemont y Rajoy. Pero no me fío de su sensatez, lo que me da más miedo todavía.
¿En quién puedo confiar? Una respuesta políticamente correcta sería decir: en el pueblo. Pero he visto a buena gente arrebatada por emociones poco articuladas. Amas de casa, profesionales burgueses, gente muy joven, incluso algún cura, salían de votar el 1-O con lágrimas en los ojos gritando: “¡Ya soy libre!”. ¿De verdad pensaban que antes eran esclavos? El proceso de paulatina radicalización que se ha producido en la política catalana desde 2003 —con la poderosa ayuda de la torpeza de los gobiernos de la nación— se estudiará como ejemplo de utilización política de las emociones.
Los nacionalismos siempre se han convertido en 'movimientos'. Acuérdense del Movimiento Nacional en España, que tenía incluso su ministerio, la Secretaría General del Movimiento. Por eso, tienen tantos vasos comunicantes con los populismos, de derechas o de izquierdas, que tienen como objetivo la 'hegemonía', es decir, la llegada al poder a través de la impregnación social.
Para conseguirlo —recuerden a Ernesto Laclau, uno de sus ideólogos—, necesitan utilizar 'significantes vacíos', capaces de unificar muchas motivaciones diferentes, gracias a su potencia emocional y a su vacío conceptual. Los significantes vacíos pueden llenarse de contenidos diferentes para no perder su potencia movilizadora. En el caso catalán, pasó de la defensa del “hecho diferencial” a la protesta contra el “expolio español”, al “derecho a decidir”, a la “liberación del ocupante”, a la protesta contra las cargas policiales. Todo esto permitía movilizar sin precisar.
Ha habido un voluntarismo extremo, como ocurre siempre en las movilizaciones masivas, porque los cielos se toman al asalto. ¿Quién piensa en las dificultades cuando se está fundido en una pasión común? Se han manejado con habilidad palabras fulleras: se ha hablado de la Nación catalana, de la voz del Pueblo catalán. De nada ha valido insistir en que esas mayúsculas —no solo en el caso catalán, sino en todos los casos— designan abstracciones peligrosas, porque solo existen ciudadanos concretos, que intentamos convivir en paz.
Se han despertado las grandes pasiones: la emoción de la identidad, el sentimiento de humillación, la indignación, el resentimiento. En su origen, puede haber motivaciones justas —por ejemplo, la lucha por el reconocimiento, el orgullo de la propia cultura— que se pervierten cuando se convierten en belicosas y excluyentes. Peter Sloterdijk, en su libro 'Ira y tiempo', señala como origen de las revoluciones a los “banco de la ira”, en los que se va acumulando la furia. La lengua castellana afina más. La ira busca desfogarse, si no puede hacerlo se queda estancada, y se vuelve 'rancia'. De esta palabra deriva la palabra 'rencor', la ira envejecida, que conduce al odio.
En esa situación, la memoria nos juega una mala pasada, porque cuando estamos en un estado de ánimo determinado, solo nos acordamos de los recuerdos acordes con ese estado de ánimo: si estamos tristes, de los hechos tristes; si estamos furiosos, de los agravios pasados. No recordamos nada que pudiera mitigar el sentimiento presente. Ningún hecho que anime al deprimido; ningún buen recuerdo que tranquilice al furioso. El sentimiento presente absorbe toda nuestra conciencia, como si fuera un remolino.
Hoy nos jugamos muchas cosas. En realidad 'nos la juegan', porque los ciudadanos estamos fuera de la decisión. La teoría de juegos establece una clasificación que resulta pertinente recordar. En los 'juegos de suma cero', el ganador se lleva todo. En los 'juegos de suma positiva' ('win-win'), los dos contendientes salen ganando. En los 'juegos de suma negativa', los dos salen perdiendo. Es así como Carlo Cipolla definía la estupidez: hacer daño sin sacar ningún beneficio. Por eso, subtitulé mi libro 'La inteligencia fracasada': 'Teoría y práctica de la estupidez'.
Hoy he leído en el periódico la historia de una mujer que quemó su casa para que echasen la culpa a su vecina, a la que odiaba. ¡Qué terrible ejemplo! Robert Wright, en su brillante libro 'Nonzero', defiende la idea de que la humanidad se encamina hacia situaciones de suma positiva, es decir, 'win-win', en las que todos ganan. En eso debe consistir la creatividad política. Las grandes nociones de justicia, de democracia, de altruismo recíproco, van en esa dirección. Pero de vez en cuando, la furia irrumpe, recorre las naciones como una vieja loca, y la convivencia colapsa. Aparecen entonces los lamentos: ¿qué nos ha pasado? ¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Qué hicimos mal?
¡Qué indignación me produce pensar que mi destino inmediato depende del arbitrio de políticos en los que no confío! ¡Qué desolación ver a gente con el pico y el mazo levantados para comenzar la demolición de mi casa! Hoy es tiempo todavía, pero no depende de mí.
Postdata. Aunque no lo parezca, hay vida fuera de la política. Muchos seguimos trabajando, por ejemplo, para mejorar la educación. En esto, como en otros problemas, acabaremos también lamentándonos y diciéndonos: ¡pero cómo no me di cuenta de lo que pasaba! Durante esta semana están aún abiertos los cursos de la Universidad de Padres. En un mundo tan acelerado, las familias necesitan ayuda educativa para mejorar el futuro de sus hijos. Ya saben que cuentan con nosotros. Difúndanlo, por favor.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
De eso también tratan las constituciones, de dar estabilidad a la convivencia política. Es imposible construir sobre arenas movedizas. No sé lo que va a ocurrir hoy y eso sí que me parece un fracaso del sistema. ¿Quién lo va a decidir? Los gobernantes: Puigdemont y Rajoy. Pero no me fío de su sensatez, lo que me da más miedo todavía.
Metapolítica
¿En quién puedo confiar? Una respuesta políticamente correcta sería decir: en el pueblo. Pero he visto a buena gente arrebatada por emociones poco articuladas. Amas de casa, profesionales burgueses, gente muy joven, incluso algún cura, salían de votar el 1-O con lágrimas en los ojos gritando: “¡Ya soy libre!”. ¿De verdad pensaban que antes eran esclavos? El proceso de paulatina radicalización que se ha producido en la política catalana desde 2003 —con la poderosa ayuda de la torpeza de los gobiernos de la nación— se estudiará como ejemplo de utilización política de las emociones.
Los nacionalismos siempre se han convertido en 'movimientos'. Acuérdense del Movimiento Nacional en España, que tenía incluso su ministerio, la Secretaría General del Movimiento. Por eso, tienen tantos vasos comunicantes con los populismos, de derechas o de izquierdas, que tienen como objetivo la 'hegemonía', es decir, la llegada al poder a través de la impregnación social.
Se
han despertado las grandes pasiones: la emoción de la identidad, el
sentimiento de humillación, la indignación, el resentimiento
Para conseguirlo —recuerden a Ernesto Laclau, uno de sus ideólogos—, necesitan utilizar 'significantes vacíos', capaces de unificar muchas motivaciones diferentes, gracias a su potencia emocional y a su vacío conceptual. Los significantes vacíos pueden llenarse de contenidos diferentes para no perder su potencia movilizadora. En el caso catalán, pasó de la defensa del “hecho diferencial” a la protesta contra el “expolio español”, al “derecho a decidir”, a la “liberación del ocupante”, a la protesta contra las cargas policiales. Todo esto permitía movilizar sin precisar.
Ha habido un voluntarismo extremo, como ocurre siempre en las movilizaciones masivas, porque los cielos se toman al asalto. ¿Quién piensa en las dificultades cuando se está fundido en una pasión común? Se han manejado con habilidad palabras fulleras: se ha hablado de la Nación catalana, de la voz del Pueblo catalán. De nada ha valido insistir en que esas mayúsculas —no solo en el caso catalán, sino en todos los casos— designan abstracciones peligrosas, porque solo existen ciudadanos concretos, que intentamos convivir en paz.
Se han despertado las grandes pasiones: la emoción de la identidad, el sentimiento de humillación, la indignación, el resentimiento. En su origen, puede haber motivaciones justas —por ejemplo, la lucha por el reconocimiento, el orgullo de la propia cultura— que se pervierten cuando se convierten en belicosas y excluyentes. Peter Sloterdijk, en su libro 'Ira y tiempo', señala como origen de las revoluciones a los “banco de la ira”, en los que se va acumulando la furia. La lengua castellana afina más. La ira busca desfogarse, si no puede hacerlo se queda estancada, y se vuelve 'rancia'. De esta palabra deriva la palabra 'rencor', la ira envejecida, que conduce al odio.
En esa situación, la memoria nos juega una mala pasada, porque cuando estamos en un estado de ánimo determinado, solo nos acordamos de los recuerdos acordes con ese estado de ánimo: si estamos tristes, de los hechos tristes; si estamos furiosos, de los agravios pasados. No recordamos nada que pudiera mitigar el sentimiento presente. Ningún hecho que anime al deprimido; ningún buen recuerdo que tranquilice al furioso. El sentimiento presente absorbe toda nuestra conciencia, como si fuera un remolino.
El ganador se lo lleva todo
Hoy nos jugamos muchas cosas. En realidad 'nos la juegan', porque los ciudadanos estamos fuera de la decisión. La teoría de juegos establece una clasificación que resulta pertinente recordar. En los 'juegos de suma cero', el ganador se lleva todo. En los 'juegos de suma positiva' ('win-win'), los dos contendientes salen ganando. En los 'juegos de suma negativa', los dos salen perdiendo. Es así como Carlo Cipolla definía la estupidez: hacer daño sin sacar ningún beneficio. Por eso, subtitulé mi libro 'La inteligencia fracasada': 'Teoría y práctica de la estupidez'.
Hoy he leído en el periódico la historia de una mujer que quemó su casa para que echasen la culpa a su vecina, a la que odiaba. ¡Qué terrible ejemplo! Robert Wright, en su brillante libro 'Nonzero', defiende la idea de que la humanidad se encamina hacia situaciones de suma positiva, es decir, 'win-win', en las que todos ganan. En eso debe consistir la creatividad política. Las grandes nociones de justicia, de democracia, de altruismo recíproco, van en esa dirección. Pero de vez en cuando, la furia irrumpe, recorre las naciones como una vieja loca, y la convivencia colapsa. Aparecen entonces los lamentos: ¿qué nos ha pasado? ¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Qué hicimos mal?
La memoria nos juega una mala pasada, cuando estamos en un estado de ánimo, nos acordamos solo de los recuerdos acordes con ese estado
¡Qué indignación me produce pensar que mi destino inmediato depende del arbitrio de políticos en los que no confío! ¡Qué desolación ver a gente con el pico y el mazo levantados para comenzar la demolición de mi casa! Hoy es tiempo todavía, pero no depende de mí.
Postdata. Aunque no lo parezca, hay vida fuera de la política. Muchos seguimos trabajando, por ejemplo, para mejorar la educación. En esto, como en otros problemas, acabaremos también lamentándonos y diciéndonos: ¡pero cómo no me di cuenta de lo que pasaba! Durante esta semana están aún abiertos los cursos de la Universidad de Padres. En un mundo tan acelerado, las familias necesitan ayuda educativa para mejorar el futuro de sus hijos. Ya saben que cuentan con nosotros. Difúndanlo, por favor.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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