La historia con Cataluña se repite, pero es evidente que, en esta
ocasión, a las tragedias anteriores no les va a seguir una mera farsa.
Ruina y dolor de Cataluña.
EFE
Si hay que reconocerle a Puigdemont
una cualidad, debiera ser su capacidad para cambiar de parecer con tal
de provocar asombro. Tras un día en que había conseguido volver a
mostrar las amplias tragaderas de Rajoy, ha
decidido reemprender el camino hacia el caos en el que considera que
más ha de brillar su efigie, salvo que mañana, o esta misma noche,
descubra una manera nueva de evitar que el mundo se venga abajo, pero
sin que nadie pueda poner en duda la voluntad de ser independientes de
“los catalanes” (puesto que está en la esencia de su ceguera confundir a
la parte con el todo), su paciencia infinita para lograrlo y su
carácter dialogante y pacífico.
Rajoy sin alternativas
Salvo pirueta de última hora, Puigdemont ha
llevado a Rajoy a una habitación sin otra salida que la que no quería
tomar, le va a obligar a ser lo que nunca hubiera querido, y a hacer lo
que nunca imaginó, porque no es posible que el gobierno trate de
persistir en no hacer nada frente a la independencia de quita y pon que,
muy pronto, ha de convertirse en un happening largo y siniestro.
Hasta ahora, Rajoy ha jugado con los tiempos y la confusión reinante,
ha actuado como si una declaración de independencia pudiese ser objeto
de disputas surrealistas sobre si se había producido ya, se había
suspendido pese a no producirse, o se iba a producir en cualquier forma
difícilmente imaginable.
Los temores y cálculos de Rajoy han permitido que no se haya hecho nada desde que el Parlamento catalán aprobó la ley de transitoriedad y estableció un mecanismo automático para que se proclamase la república catalana
Los temores y cálculos de Rajoy han permitido que no se haya hecho nada desde que el Parlamento catalán aprobó la ley de transitoriedad y estableció un mecanismo automático para que se proclamase la república catalana en el caso de que el referéndum de independencia,
ese que no se iba a celebrar según Rajoy, fuese afirmativo. Eso pasó y a
Rajoy no se le ocurrió otra cosa que ofrecer diálogo. Ahora ya no tiene
nada que ofrecer y se verá hasta qué punto es cierto que lo tenía todo
pensado, con el gravísimo inconveniente de que las patadas que se le
dirijan acabarán aterrizando en nuestro culo.
No ha habido choque de trenes, sino un choque con la pared
Lo que ha ocurrido en Cataluña es que el choque con la realidad, ha hecho descarrilar el tren secesionista, sin que Rajoy haya hecho apenas nada todavía. La realidad ha golpeado de varias maneras a los secesionistas, primero con la marcha de las empresas, luego con un discurso del Rey que levantó la moral de los españoles, después con la manifestación de Barcelona
y la inundación de banderas nacionales, por último, con la evidencia de
que absolutamente nadie iba a hacer el menor caso de una declaración de
independencia catalana que pretendiese ser algo más que un juego de
palabras.
Puigdemont ha chocado con un muro mucho más sólido de lo que imaginaba, pero parece que intenta seguir gobernando Cataluña como si tal cosa, convertirse en el primer presidente de esa nueva república
Puigdemont ha chocado con un muro mucho más
sólido de lo que imaginaba, pero parece que intenta seguir gobernando
Cataluña como si tal cosa, convertirse en el primer presidente de esa
nueva república. Como es absolutamente imposible que tal cosa suceda en
la realidad, puesto que las declaraciones no son sino palabras, el
gobierno tendrá que empeñarse a fondo para que la confusión entre las
palabras y las cosas no continúe emborronando las entendederas de esos
catalanes supremacistas, esos que creen en serio lo que decía Francesc Pujol
en broma, que ya ha llegado el momento en el que todos los catalanes
podrán viajar por el mundo con los gastos pagados, que la república
catalana se sentará en la ONU, en la UE
y donde quiera sentarse, porque los grandes del mundo acudirán
presurosos a solicitar su participación y su inmediata presencia.
Contra Marx, de la farsa a la tragedia
La
historia con Cataluña se repite, pero es evidente que, en esta ocasión,
a las tragedias anteriores no les va a seguir una mera farsa, porque
Puigdemont ha decidido no abandonar la platea, aunque se niegue a seguir
haciendo el payaso, papel en el que ha alcanzado maestría, y pretende convertirse en el héroe de un nuevo drama.
Lo que nos espera a todos, y muy en especial a quienes viven en
Cataluña, pero absolutamente a todos, va a ser duro, largo, triste y
deprimente, pero es una tarea en la que lo que está en juego es mucho
más que una cuestión de carácter en relación con pretensiones inusuales
de unos cuantos. Si el Estado no acierta a imponerse, y si no sabe
hacerlo con inteligencia, lo que incluye la determinación, la
constancia, pero también la astucia, el daño que se causará a España y a Europa tendrá dimensiones colosales.
Cumple ser optimista, pero es absolutamente ingenuo engañarse acerca
del carácter, la gravedad y el volumen del estúpido desafío en el que
nos ha metido la frivolidad de quienes ni pueden ver más allá de sus
narices, ni saben mirar el mapa del mundo, esa habilidad que el funesto Carod les pedía a los de ETA
para que no atentasen de nuevo en el plácido estanque en el que se
cocía el funesto brebaje de la independencia que ahora nos quieren hacer
tragar.
Lo que no puede ser, y además es imposible
Estos
supremacistas son tan necios que se han creído capaces de superar el
principio del tercio excluso en materia de secesiones, puesto que no
caben más que dos modos de hacerlas, o pactando, que no puede ser el
caso, o ganando una guerra de secesión,
como la que, por ejemplo, perdieron los estados del sur en los EEUU,
solo que hace ya más de 150 años, que tampoco parece fácil.
Querer poner nuevas fronteras en Europa es una ocurrencia tan beoda que resulta inverosímil que pueda sostenerla nadie sin estar alcoholizado
Querer poner nuevas fronteras en Europa es una
ocurrencia tan beoda que resulta inverosímil que pueda sostenerla nadie
sin estar alcoholizado. Lo que sí podrían hacer, en el imposible caso de
tener éxito, es poner fronteras contra Europa, que es lo que quieren
los que han anunciado su mínimo apoyo a estos supremacistas de vía
estrecha.
Los catalanes que conservan el seso no podrán perdonar nunca a estos aprendices de brujo
el sufrimiento que van a soportar por su idiocia, la pobreza, el dolor,
el agobio de tener que convivir con unos alocados fuera de la realidad y
de la ley que pretenden ser modelos universales de civismo, de diálogo y
de respeto al discrepante.
Lo que sí es, por desgracia, posible, es que haya políticos españoles que quieran sacar ventaja del barullo, gentes capaces de confundir a Franco con Rajoy,
si piensan que ese colosal despiste les puede traer votos. Ya queda
dicho que va a ser desagradable y largo, pero espero que aprendamos, al
menos, a detectar a esa especie de cínicos, eso es lo más hacedero en
las duras jornadas que se avecinan.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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