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viernes, 27 de octubre de 2017

NACIONALISMO Y CIERRA ESPAÑA

La democracia en España ha fracasado. Hubiera sido imposible llegar aquí sin envenenar a la población con consignas nacionalistas. Nos han vendido muy bien el “ellos contra nosotros”


Un momento de la manifestación convocada por la Mesa por la Democracia para pedir la libertad de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart. (EFE)

Dos posturas que encienden el extremismo ajeno, dos paquetes de ofensas inapelables, dos formas de ver el mundo que se apoyan en dos pilares inmóviles, dos lenguajes, dos verdades en dos sacos de mentiras, dos versiones, dos realidades, dos nosotros, dos ellos. Nacionalista siempre es el otro y a ti te encontré en la calle. Cataluña y España corren más allá del punto de no retorno.

Perdí toda esperanza cuando oí los gritos de amigos. Sirve el símil de la crisis de los misiles de Cuba. Albert Sáez me lo suelta tomando un café y me deja pensando: el 155 y la DUI son bombas atómicas que no están pensadas para el uso en la batalla sino para disuadir, porque implican un grado de destrucción inasumible. Ahora los misiles están saliendo de los silos. Los ladridos amedrentadores se han convertido en mordiscos.



¿Cómo hemos permitido a nuestra clase política que nos lleve hasta aquí? Será la Historia la que juzgue y condene la incitación al odio que los políticos han cometido con su ciudadanía. También juzgará su torpeza, su estrechez de miras, su electoralismo salvaje. Podrían usar el teléfono rojo pero prefieren obtener votos radiactivos. Solo tengo una cosa clara: si Cataluña se va, la España que dejará atrás será sencillamente irrespirable. Tanto como una independiente que se ha ido después de ningunear a la mitad de su población.

Los independentistas y los españoles tienen motivos sobrados para la queja. Pero la queja más evidente debería dirigirse a la clase política

La irresponsabilidad es extrema y merece el repudio de la ciudadanía, pero colaboramos, colgamos obedientes nuestras banderas en los balcones. Era evidente que el camino de la unilateralidad y la inconstitucionalidad activaría el 155. Estaba claro que negarse sistemáticamente a ceder (referéndum, consulta, financiación, Estatut) conduciría el tradicional victimismo catalán a un callejón sin salida.
Está claro que el 155 no solo implica disolver un Govern repudiable, sino inhabilitar la democracia en un territorio que responderá con más independentismo a todos los hachazos que se le den.

La democracia en España ha fracasado. Hubiera sido imposible llegar aquí sin envenenar a la población con consignas nacionalistas. Nos han vendido muy bien el “ellos contra nosotros”. Para mí es un sinsentido, porque viajo entre Madrid y Barcelona cada semana, porque tengo amigos centralistas e independentistas, y así cambio el contenido de los pronombres. Lo trágico es que los dos bandos juegan con un poco de verdad. Los independentistas y los españoles tienen motivos sobrados para la queja. Pero la queja más evidente debería dirigirse a la clase política que nos ha traído aquí.

Lo han hecho interesadamente, maquiavélicamente. Convergència apoyó la reforma laboral del PP, amplió los recortes en sanidad del PP. Se acusan mutuamente de adoctrinamiento en las escuelas públicas cuando los dos recortaron las partidas educativas. Filosofía desaparece en España y en Cataluña, y hablan impunemente de la manipulación de los medios públicos cuando TVE y TV3 están intervenidas por la misma mano. La estratagema es burda, pero los trabajadores sacan banderas enfrentadas a sus balcones. No hay nada más triste que el balcón de un precario con una bandera.

Todo nacionalismo sigue la misma dieta: devora a la izquierda, aplasta a la derecha moderada y engorda a la derecha extrema. Así de sencillo

Todo nacionalismo sigue la misma dieta: devora a la izquierda, aplasta a la derecha moderada y engorda a la derecha extrema. Así de sencillo. El nacionalismo deja de ser moderado siempre que se enfrenta a otro nacionalismo. La izquierda es incapaz de pensar de forma crítica sobre la falacia de la autodeterminación de los pueblos y la falsedad del derecho a decidir. Cegada por el romanticismo de la manifestación y la desobediencia, se entrega a la derecha que va delante con la bandera, mientras lo que pudo ser una derecha moderada se va a recoger votos al bancal de los más intransigentes.

Esto se fue a la mierda cuando creímos el ellos y el nosotros, cuando compramos su vocabulario belicoso, cuando acusaron a la ecuanimidad de ser equidistancia, cuando nos dimos al gozo victimista de sentir en los parámetros de la humillación y la provocación, cuando entregamos a las identidades colectivas nuestra sagrada individualidad.

La sensación de ser arrastrado por una avalancha humana se hace cada día más agobiante. Toda esta carne ciega e hipersensible, toda esta falta de seso y de juicio crítico nos conduce a un sitio que nadie podrá llamar democracia, ni en España ni en Cataluña.


                                                                               JUAN SOTO IVARS  Vía EL CONFIDENCIAL

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