El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.
EFE
Lo que ha sucedido este jueves en Cataluña supera todo lo
que hemos visto a lo largo de los cuarenta años de democracia. Nunca un
gobernante ha tomado tanto el pelo a la ciudadanía y nunca se ha reído
tanto de propios y ajenos. A esto nos ha llevado la locura separatista.
Que alguien le regale un reloj
Eso decía irónicamente un compañero de prensa al ver que Carles Puigdemont dilataba
una y otra vez su comparecencia ante la opinión pública. La sensación
de improvisación que ha dejado patente el President de la Generalitat ha
creado una situación vodevilesca que provoca el sonrojo. El decir ahora
convoco elecciones y ahora no, esperando una llamada providencial de
Moncloa en la que le dijesen que el Estado se retiraba con armas y
bagajes, es el episodio más bochornoso de la Cataluña contemporánea.
Las
cancillerías europeas no dan crédito, abriendo los ojos como platos
ante la vergonzosa actuación del President. No ha sido mucho mejor la
sesión que esta tarde ha tenido lugar en el vetusto y señero Parlament
de Cataluña. Qué tristeza. Puigdemont y Junqueras callados
como momias, los diferentes líderes políticos opinando con mejor o peor
fortuna y todo para aplazar lo que nadie sabe. Al menos en el Senado se
han podido escuchar propuestas, medidas, argumentos legales, dentro de
la lógica. Llegan tarde, pero son mucho más razonables que las bravatas y
consignas repetidas de manera innoble por la gente de Junts pel Sí y las CUP,
que solo saben hablar de crímenes horrorosos, de opresión del IBEX, de
pobres víctimas catalanas y de Franco y el Borbón. Digo más: al lado de
estos voceros de la nada, los discursos de la oposición parecían incluso
el culmen de la oratoria parlamentaria.
La sensación de improvisación que ha dejado patente el President de la Generalitat ha creado una situación vodevilesca que provoca el sonrojo"
Pero no nos engañemos. El independentismo es lo que es
por la baja calidad que se ha tenido a lo largo de estos años en los
escaños de los partidos constitucionalistas. Es lamentable decirlo, pero
uno es mejor o peor en función de aquello con lo que se compara y, en
este caso, hay que decir que el relato secesionista tiene una serie de
consignas, machaconas, sí, falaces, sí, perversas, sí, pero de
construcción mucho más eficaz. Cuando Miquel Iceta se ha ofrecido a acompañar a Puigdemont al Senado para darle su apoyo creo que el PSC se ha acabado de hundir en el fango. Iceta, no lo olviden, ha sido junto a Núria Marín, alcaldesa de L’Hospitalet, y el ex President José Montilla, el muñidor de ese posible pacto –renuncia, más bien– que exigía Puigdemont para paralizar la máquina totalitaria de la DUI. El precio no era barato: anular el 155, con todo lo que ello comportaría. El Govern busca el indulto de Mariano Rajoy, pero sin decirlo, sin pedirlo, sin que se note.
Amparados
en ese nimbo de honestidad, democracia y mandatos populares diversos,
los separatistas pretenden seguir con la tónica de siempre, a saber, que
todo les salga gratis y, encima, les den la razón. La mediación entre
las partes es de todo punto imposible y los socialistas lo saben. Les
puede su deseo de erosionar al PP y,
digámoslo sin ambages, la oposición visceral a una idea de España sólida
alrededor de una Constitución que no por mejorable es menos
democrática.
Puigdemont se ha reído en las barbas del
gobierno e incluso en las de sus propios votantes. A él le da lo mismo.
Cree que está pasando a la historia.
¿Quién gobierna en Cataluña?
Esa
es la pregunta que todo el mundo se formula. ¿Gobierna Puigdemont, que
cambia de opinión cada vez que va al lavabo? ¿Gobierna Esquerra, que
parece ha presionado a Puigdemont para que no convoque elecciones
todavía, porque creen que desde Moncloa le acabarán dando todo lo que
pide? ¿Es la CUP la que gobierna con sus postulados incendiarios,
simplistas, cargados de odio y de miseria intelectual? ¿Acaso Iceta y
los socialistas no gobiernan, pero influyen, y pretenden marcar el rumbo
de la Generalitat?
Gobernar, lo que se dice gobernar, no gobierna nadie y gobiernan todos. Es el fenómeno más surrealista jamás visto en la Europa contemporánea"
La respuesta es terrorífica porque gobernar, lo que se
dice gobernar, no gobierna nadie y gobiernan todos. Es el fenómeno más
surrealista jamás visto en la Europa contemporánea. Todos influyen,
todos hablan entre ellos, todos pactan y rompen esos pactos cuando aún
no se ha secado la tinta en el papel del acuerdo. Nadie sabe qué pasará
porque todos esperan a ver lo que hace el otro.
Es el desgobierno
como forma de vida, como aceptación del fracaso colectivo que ha
supuesto ese proyecto llamado Cataluña, como el cansancio de la buena
gente que se ha visto acogotada por unos medios de comunicación
monocolores. Cataluña es una tierra postrada, acostumbrada a la
genuflexión ante los poderosos. Alguien dijo que, para estar satisfecho,
al catalán nacionalista le bastaban pocas cosas: que el Barça ganase la
liga y, especialmente, al Real Madrid, que en la Diada se hablase de
independencia, aparecer en la Contra de La Vanguardia y que le
entrevistase en la televisión Josep Cuní. Con eso, se daba por satisfecho.
Ante
tales aspiraciones, algunas más utópicas, otras muy modestas, el
empacho independentista ha supuesto mucho más de lo que podía tolerar
ese estómago convergente, agradecido y pacífico, más hecho a las cuentas
de resultados y a la contabilidad en B que a gestas heroicas. Es ahí
donde hay que ir a buscar el estupor opiáceo que aqueja a una parte del
pueblo de Cataluña. No necesita gobierno, es decir, leyes, medidas,
parlamentarismo o gestión. Con algo de épica
van tirando. Convendremos en que ser gobierno con tan pocas exigencias
es muy fácil y cualquier piernas puede ser Conseller, como se ya ve.
Puigdemont
es, en ese sentido, un President ideal para esa parte de Cataluña que
no quiere gobierno sino consignas. Es el mismo principio que rige para
las CUP. Todos se indignan con el recuerdo a Franco, pero poquísimos de
los integrantes de la cámara catalana lucharon contra él. Es más, es muy
posible que sus padres y abuelos fuesen franquistas, como es el caso
del belicoso Lluís Llach, de padre falangista, o del mismo President, que también tiene familia de camisa azul.
El famoso seny catalán se ha demostrado como algo vacío, hueco, sin mayor valor que una burbuja de jabón. No es seny, es hipocresía"
Es de temer, sin embargo, que todo acabe en una
componenda y, visto que el Senado ya ha aceptado que si se convocan
elecciones se suspenda el 155, todo acabará
como siempre en estas tierras, en una cena amable entre amigos que, a
pesar de aparecer en público como antagonistas acérrimos, son en la
intimidad buenos amigos y vayan a saber si incluso socios en algún
despacho.
El famoso seny catalán –Josep Pla
decía que cuando había hecho falta nunca aparecía– se ha demostrado
como algo vacío, hueco, sin mayor valor que una burbuja de jabón. No es
seny, es hipocresía. Es la mentira, la cobardía, el jaja jiji de una
caterva de paletos que no tienen la menor idea de lo que es la política.
Convocar a la prensa varias veces a lo largo del día para acabar no
diciendo nada y luego acudir a sede parlamentaria para seguir callado
podrá ser propio de un adolescente imberbe, pero no de un político que
se reclama como proclamador de un nuevo estado. De la misma manera, los discursos demagógicos de los voceros de Junts pel Sí no
equivalen a razonamientos. Es el culmen de una idiocia que debió ser
cortada en su momento.
Sinceramente, no tienen perdón de Dios.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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