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martes, 10 de abril de 2018

COLABORACIONISTAS INCONSCIENTES

Uno de los aspectos más preocupantes del escándalo en la URJC es que muestra cómo se acaban banalizando comportamientos inadecuados y tolerando cosas casi sin darse uno cuenta


Cristina Cifuentes y Javier Rodríguez, en la toma de posesión de este como rector de la Universidad Rey Juan Carlos.


Hay una frase que me irrita profundamente, porque se pronuncia como una demostración de autenticidad: ”No me arrepiento de nada”. Por desgracia, a estas alturas de mi vida, yo tengo mucho de que arrepentirme. Pero lo que más me inquieta son aquellas cosas de las que he podido ser responsable sin darme cuenta. Siempre he temido ser 'colaboracionista inconsciente' de situaciones perversas. Tal vez debo esta preocupación a la ya muy lejana lectura de la obra de Hannah Arendt sobre la 'banalidad del mal', en la que explicaba el colapso ético de la Alemania nazi. Con esa expresión señalaba el escandaloso hecho de que personas 'normales' podían provocar hechos terribles precisamente por su vulgaridad.

La inteligencia humana está amenazada por un colosal peligro: nos habituamos a todo. Como autodefensa, nos insensibilizamos con facilidad. Eso nos hace considerar normales cosas que posiblemente en otro momento nos podrán resultar espantosas. Hay muchas intoxicaciones que son mortales porque la víctima no las detecta. Pues lo mismo ocurre con muchos comportamientos inadecuados.

Hay otra corrupción de baja intensidad, que se extiende por costumbre y que acaba afectando a personas honradas

Mi preocupación se acentúa cada vez que aparecen problemas sociales que aceptamos como inevitables porque derivan de sistemas de creencias o de actitudes muy profundas: el machismo, la violencia doméstica, el trato a los migrantes, la insensibilidad ante los refugiados, la tolerancia ante el engaño, la ocultación de hechos vergonzosos para salvaguardar el prestigio de una institución, una iglesia, un gobierno, una nación. Y, por supuesto, el tema de la corrupción. Hay una corrupción criminal que es tremenda, pero me preocupa menos porque produce un claro rechazo y puede perseguirse judicialmente. Pero hay otra corrupción de baja intensidad, que se extiende por habituación, por banalización, por costumbre, y que acaba afectando a personas que pueden ser honradas en otras cosas.

Recuerdo que cuando se aplacaron los ecos por su escándalo sexual con una becaria, preguntaron a Clinton cómo podía haberse metido en un lío así. La contestación me impresionó: “¡Era tan fácil!”. Es decir, solo tuve que dejarme llevar, casi sin darme cuenta. La corrupción de baja intensidad se compone de pequeños chanchullos, de dejadeces, de abusos de poder, de silencios, de negligencias que, por agregación, pueden producir grandes daños, en los que ninguno de los actores se reconoce. La cultura española ha sido siempre tolerante con el pícaro, y los pícaros nos crecen como setas. Valoramos al 'listo', que es el que va a lo suyo, en vez de valorar al inteligente, que sabe pensar en los demás.

Juicio a las universidades


Los escándalos en España no cesan. Me preocupa su origen. ¿Qué estamos haciendo para que proliferen? El más reciente es el de la Universidad Rey Juan Carlos, que se puede convertir en un juicio a las universidades públicas españolas. Ha habido muchas denuncias sobre el clientelismo, el nepotismo, la ideologización de algunas de ellas, las injerencias nacionalistas. ¿Por qué tanta gente ha mantenido el silencio? He escrito en muchas ocasiones que nuestra nación padece un 'síndrome de inmunodeficiencia social'. De la misma manera que un organismo puede perder su sistema de defensa contra agentes patógenos, las sociedades pueden perder también su capacidad para producir anticuerpos ante patologías sociales. Todavía más ahora, cuando se ha puesto de moda la 'viralización' como aspaviento demagógico.

Nos hemos habituado a pensar que el único código de conducta es el penal, y así nos luce el pelo

Pero en este artículo no pretendo acusar a nadie, sino hacer propósito de autocrítica, e intentar saber hasta qué punto puedo estar colaborando con alguna de estas malformaciones sociales. Creo que deberíamos recuperar una tradición ética que hemos tirado a la papelera porque hemos creído tontamente que era una trampa eclesiástica para someter y culpabilizar. Me refiero al 'examen de conciencia', a la reflexión ética sobre nuestro propio comportamiento. Nos estamos habituando a pensar que el único código de conducta es el Código Penal, y así nos luce el pelo. El examen de conciencia, el análisis íntimo de la propia responsabilidad, era recomendado ya por los filósofos estoicos. Nuestro Séneca explica que todas las noches, antes de dormir, pasaba revista a su comportamiento durante el día.

“¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!”, se quejaba Antonio Machado. Es cierto, y conviene dar un toque de alarma general, porque todos somos vulnerables. Las sociedades pueden encanallarse —y hay ejemplos numerosos en la Historia— cuando aceptan como normal lo indecente. Si no estamos apercibidos, todos podemos ser colaboracionistas aun sin quererlo. Tal vez lo hayamos sido ya.



                                                                    JOSÉ ANTONIO MARINA   Vía EL CONFIDENCIAL

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