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miércoles, 25 de abril de 2018
LA FÓRMULA DE LA FELICIDAD: ¿AUTOCONTROL O DESPARRAME?
Para Massimo Pigliucci le respuesta
para una vida plena se encuentra en el estoicismo clásico. Para Jules
Evans en perder el control y entregarse al éxtasis y el misticismo
Grabado representando a Epicteto, una de las figuras más importantes del pensamiento estoico
Trabajé durante varios años en Casa del Libro.
Nunca dejó de sorprenderme la cantidad ingente de clientes que subían a
la tercera planta de la librería en busca de tal o cual libro con la fórmula secreta para encontrar la felicidad,
no amargarse la vida, atreverse a no gustar, conseguir la
autoafirmación o sobreponerse a cientos de angustias existenciales más,
algunas de lo más particulares. Frente a las ventas tirando a exiguas de
la mayor parte de la narrativa de ficción, los libros de autoayuda se encontraban siempre en las listas de los más comprados, una prueba de que la necesidad de encontrar un rumbo, una guía, un manual de instrucciones sobre cómo actuar en la vida sigue siendo una preocupación capital hoy, más de dos mil años después de que —por poner un ejemplo— Epicteto se plantease en sus 'Disertaciones' "¿cuál es la meta de la virtud si no es una vida que fluye con placidez?".
Portada de 'Cómo ser un estoico'
Precisamente, en su columna de este martes, Ramón González Férriz también discurre sobre esta preocupación del ser humano insatisfecho y desorientado
por adherirse a un relato que le sirva como sostén existencial, una
"expresión de que vivimos angustiados, incómodos, perplejos porque no
sabemos para qué sirve nuestra existencia ni por qué hay que vivirla si,
al final, siempre está la muerte". Las respuestas han podido
encontrarse, a gusto del consumidor, en las religiones, la mística, la
ciencia hiperracionalista o la meditación, la política, las drogas o el culto al líder de la clasificación de LaLiga Santander. En esta "modernidad líquida" de Zygmunt Bauman, competitiva, egocéntrica, materialista y mutante, en la que la decadencia de los absolutos deja pocos asideros estables,
las preguntas de ¿cómo deberíamos enfrentarnos a la vida? o ¿cómo puedo
sobrellevar la deriva al menos de una forma ordenada? nunca ha tenido
tantas y tan distintas contestaciones.
El escritor y profesor de Filosofía Massimo Pigliuccipropone una solución peculiar —aunque no es el primero que lo hace— en su último libro, 'Cómo ser un estoico' (Ariel, 2018): la respuesta a los pesares puede estar en una filosofía nacida 2.600 años atrás. Pigliucci cuenta en su ensayo cómo cuando se reencontró con las reminiscencias de las voces de Epicteto, Marco Aurelio o Zenón de Citio, vio por fin la luz al final de la búsqueda del sentido de su vida. Porque como integrante de una sociedad obsesionada con el control
de todos los aspectos de nuestra vida —incluso el paso del tiempo,
indómito—, Pigliucci siguió el consejo que desde el siglo I d.C. le
enviaba Epicteto y que alivió gran parte de esta carga:"debemos hacer lo mejor con las cosas que están en nuestro poder,
y tomar el resto como las presenta la naturaleza" porque "tenemos una
tendencia a preocuparnos y concentrar nuestras energías en aquello que
no podemos controlar". ¿Se reconoce?
Epicteto dijo que "tenemos una tendencia a preocuparnos y concentrar nuestras energías en aquello que no podemos controlar"
No
es resignación, no se equivoquen. Es aceptar las propias limitaciones.
Tras una breve introducción a la historia de la filosofía clásica,
Pigliucci ilustra con ejemplos claros y asequibles cómo
una corriente de pensamiento milenaria sí puede solucionar problemas
del mundo posmoderno. El estoicismo fomenta el pensamiento positivo, el
rechazo a las pasiones exaltadas y el apego excesivo a los bienes materiales,
promueve las bondades de la reflexión sosegada —si lo que nos
diferencia del resto de los animales es la capacidad de raciocinio,
deberíamos darle más uso— y de las buenas compañías, mientras censura
las actitudes posesivas en las relaciones personales: "debemos disfrutar del amor y la compañía de otros seres humanos mientras podemos, intentando con todas las fuerzas no darlos por supuesto".
En 'Cómo ser un estoico', su autor también expone formas de enfrentarse al miedo a la muerte
—"debes sobrellevar bien la enfermedad", propugna—, como gestionar la
ira, la ansiedad y la soledad, y enumera una serie de "ejercicios
espirituales prácticos" para acercarse lo más posible a una existencia
plena y en armonía con la naturaleza y la sociedad. "No admitas el dueño
en tus tiernos párpados hasta que hayas evaluado cada uno de los hechos
del día: ¿cómo he errado, qué he hecho o dejado de hacer? Empieza así y revisa tus actos y entonces por los actos infames amonéstate, por los buenos alégrate", sugiere Epicteto. En resumen: hay que ser un poco más conscientes de nuestros comportamientos e intentar abordar la vida con sabiduría, valor, justicia y templanza. Algo que parece de cajón si uno no se levantara todas las mañanas con las noticias de sucesos del telediario.
Dijo Zygmunt Bauman que la sociedad se encuentra en una "situación en la que, de modo constante, se nos incentiva y predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista"
y es verdad que el pensamiento preponderante prioriza lo que puede
sacar el individuo de la sociedad por encima de lo que éste puede
aportarla. Una idea que también transpira el libro de Pigliocci, que
pone como ejemplo digno de admiración de una estoica contemporánea como,
Malala Yousafzai,
la joven que recibió tres disparos cuando viajaba en el autobús escolar
por criticar abiertamente en un reportaje del 'New York Times' la "dura
represión de los talibanes contra la educación de la mujer" en
Pakistán.
"¿Malala ha marcado
la diferencia?", se pregunta Pigliucci. "Sí, tanto en la práctica como
de modelo para otros, un buen ejemplo para los demás"
"Esta experiencia es suficiente para colocarla a nivel de [Helvidio] Prisco [ejecutado
por sus críticas a l Gobierno de Vespasiano] y de muchos otros a lo
largo de los siglos y en todas las culturas que se han atrevido a
oponerse a la represión y la barbarie. Pero resultó que los disparos
solo fueron el principio para Malala". Enfrentándose a las amenazas de
muerte, Malala ha seguido reclamando la educación para las niñas, ha
conseguido que Pakistán apruebe la primera ley sobre el derecho a la
educación y, accesoriamente, ha sido la persona más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz.
"¿Malala ha marcado la diferencia?", se pregunta Pigliucci. "Sí, tanto
en la práctica como de modelo para otros, un buen ejemplo para los
demás".
Portada de 'El arte de perder el control'
Si no le convence lo que propone Pigliucci —al fin al cabo hay que esforzarse y desprenderse de los vicios para ser un buen estoico—, quizás prefiera una opción más desenfadada, como la que propone el londinense Jules Evans
—investigador del Centro para la Historia de las Emociones de la
Universidad Queen Mary, uno de los fundadores del London Philosophy Club
y ex estoico— en su libro 'El arte de perder el control: un viaje filosófico en busca del éxtasis'.
Para
Evans el problema y la solución a las tribulaciones del día a día
moderno son muy diferentes: "nuestra mente está en constante actividad"
por lo que hay que "desprenderse del yo" y entregarse al arrebatamiento.
"El estoicismo insiste en que la manera de crecer es a través del
autoanálisis racional y el autocontrol" y no ve con buenos ojos "el amor romántico, la embriaguez, la música y la danza, en general, que en todos casos presuponen momentos de rendición extática".
En
'El arte de perder el control', Evans aduce que la sociedad occidental
"carece de rituales" que celebren el furor —será que no ha estado nunca
en las fiestas de un pueblo— y desprecia "los estados mentales no racionales".
El inglés cuenta desde su propia experiencia cómo protagonizó un
avivamiento místico que le hizo plantearse las limitaciones del
estoicismo y abrazar el misticismo. "Al tercer día, la atmósfera del
lugar [un retiro espiritual en Gales] empezó a hacer mella en mí. Los
demás asistentes eran muy amables. Su fe y su esperanza eran fortísimas.
[...] el sábado por la noche, mientras la música me envolvía, me vino
al pensamiento la idea de que quería servir a Dios y no
a mis pequeñas ambiciones mundanas. [...] De pronto noté que el pecho
se me llenaba de una energía poderosa que me empujaba la cabeza para
atrás, cada vez más, cada vez más, hasta que casi me dolían los músculos
del cuello. [...] La cosa duró tres cuartos de hora, durante los cuales
las oleadas de dolorosa felicidad se sucedían".
Jung creía que el inconsciente, la psique es un organismo autorregulado que busca la plenitud y la mejora de forma natural
Evans
afirma que el arte puede ser tan catártico como la religión para los no
creyentes; el teatro, un espacio de sueño colectivo —los sueños son la
experiencia extática más frecuentes en los seres humanos y Freud decía
que los sueños son la vía rápida hacia el inconsciente—
o la poesía y los videojuegos como vehículos para "perdernos a nosotros
mismos durante semanas enteras". "Jung creía que el inconsciente, la
psique es un organismo autorregulado que busca la plenitud y la mejora de forma natural", sentencia.
También
describe cómo las sustancias psicodélicas pueden ayudar a provocar esta
"experiencia mística" de disolución del yo para lograr una "conexión con
una realidad trascendente (que hay quien la llama dios y hay quien no) o
cómo hay que reconectar con el aspecto sagrado de la ecología para
reencontrar el amor en la naturaleza. Y defiende Evans el poder del
éxtasis para "motivarnos, sanarnos y liberarnos" —ideas que se ha
demostrado que, aplicadas de manera literal, pueden llegar a ser muy peligrosas—.
Las
propuestas de Pigliucci y Evans para encontrar la felicidad y el
sentido de la vida son todo lo opuestas que pueden ser dos polos, pero
tan sólo dos muestras de que en los más de 110.000 años de existencia
del Homo sapiens sapiens
las grandes preguntas no han cambiado demasiado. Y que quizás las
respuestas al final se escondan en las anotaciones de un emperador
romano del año 170 d.C o en las reflexiones de un antiguo comerciante
fenicio antiepicureísta y no en el último modelo de iPhone. MARTA MEDINA Vía EL CONFIDENCIAL Libros
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