Por “glosa” entiendo
tanto el apunte breve que, a bote pronto y al aire de la lectura, voy
anotando al margen de lo que leo y que, sobre la marcha, me va
inspirando; y también entiendo un explicación o comentario,
generalmente breve y sin pretensiones, tratando sólo de esbozar juicios o
consignar ocurrencias.
En ambos sentidos lo tomo yo al dedicar hoy mis reflexiones al interesante juego de dialogar con las palabras o frases que me pueden salir al paso a cada paso que doy. Más que un juego, es un deporte de espíritus abiertos al juicio y a la sana crítica.
Hoy sigo este camino, con tres apuntes breves sobre tres ideas o frases oídas hoy –eso es glosa-, y la correspondiente retranca –eso es la pizca de sal y pimienta con que ciertos sucedidos o “cosas de ahora” se han de adobar para no caer en unas excesivas entonaciones que reclamarían más tiempo y espacio.
* El hombre o mujer que no tienen “máster”
El tertuliano hablaba de Podemos y de las trifulcas interiores que se traen entre sí las varias corrientes de interés dentro del mismo; y de paso se guaseaba -un tanto o un mucho- de las artes de hablar y escribir de alguno de los directores de orquesta –o que quieren serlo- de esta formación tan novel como rudimentaria. A propósito de algo escrito este día por la sin par Carolina Bescansa, decía esto: “He intentado leer el documento de Carolina Bescansa y creo que no está en castellano”.
Mi glosa se quiere ceñir a la ironía del contertulio.
Cervantes (en El Quijote -2ª parte, c. III), en la graciosa conversación a tres bandas entre el Caballero andante, su escudero y el bachiller Sansón Carrasco, en la inminencia del gobierno de la “ínsula” al escudero prometida y por las dudas sobre las buenas actitudes de Sancho para gobernarla; cuando Sancho afirma haber visto gobernadores “por ahí, que, a mi ver, no llegan ni a la suela de mi zapato, y con todo eso les llaman señoría y se sirven con plata”, el bachiller le replica –con retranca- con esta sentencia aplicable a gobernadores y gobernanzas de toda índole, y particularmente de las cosas públicas o comunes: “Esos no son gobernadores de ínsula, sino de otros gobiernos más manuales; que los que gobiernan ínsulas, por lo menos, han de saber gramática”
Un perfil de lo mismo podría otearse ahora mismo en ese “tejemaneje” de los “másters”, que los de la “crême” política, posiblemente a falta de otros menesteres o inquietudes de mayor fuste social y público, se traen entre manos –hoy por ti, mañana por mí, ya lo verán- para hacer ver al “pueblo” que hacen algo de provecho. .
Por lo visto, lo de “la gramática” cervantina se ha quedado viejo y pobre; hoy, el bachiller hubiera resaltado la necesidad de “tener” un “máster” como aparejo mayor del arte de gobernar. Eso de la “gramática” puede sonar a minucia comparada con un “master”
¿Tendrá doña Carolina un “máster”? ¿Será necesario tener un “máster” para hacer ver que se sabe “gramática” y así cumplir con la exigencia del bachiller? Y puestos a pensar en “gramáticas” ¿será la de la Lengua o esa otra que llaman “parda” los malintencionados? la que precisan los llamados a gobernar “ínsulas” y así dotarse del “pedigrí” necesario para suponerles -sólo suponerles- credenciales de buen gobierno?
Es muy cierto que el buen Sancho no sería hombre de mucha “gramática” -de la de la lengua, se entiende, porque de la “parda” era buen feligrés-, pero –en lo demás- andaba bien sobrado de buen juicio, buen tino y unas dosis elevadas de sentido común; como podrá ver quien lea y medite ese delicioso capítulo XKV de la 2ª parte del Quijote, tomado por muchos como abecedario del buen hacer en materias de justicia.
Me pregunto si muchos de los que, sin saber “gramática”, se meten a gobernar “ínsulas”, le llegarían al rudo, pero realista y de buen sentido, Sancho a la suela de sus zapatos.-
Quede suelta en el aire la pregunta de mi glosa, por si alguien quisiera darle cuerda y poner más todavía en esta hora de los “masters”.
** “A enemigo que huye puente de plata”
Esta máxima militar, con que, según la Historia, el Gran Capitán invitaba a sus soldados a poner la mayor distancia posible con el enemigo, y en Cervantes, en El Quijote, o en La estrella de Sevilla, de Lope de Vega, con menos arte militar pero con el mismo aliento de dar facilidades al enemigo para que se vaya lo más lejos posible, se puede ver en cierto modo comprometida con la versión actual de otro contertulio.
Hace un momento le oía decir muy seguro que “a los amigos hay que tenerlos cerca; pero a los enemigos también”; para saber por dónde andan, observar sus movimientos y adelantarse a sus conjuras y asechanzas.
No sabría decir ahora si Maquievelo llegó a tanto en sus malicias, al arbitrar sus consejos al “príncipe” para precaverle de los enemigos. Posiblemente no se le escaparía la ventaja de tenerlos a la vista, y no para darles la mano de amigo, sino para ver por dónde vienen o por dónde van. Me digo yo.
Puede que los tiempos hayan cambiado hasta cambiarse las reglas del juego. Que “lo del enemigo lo más lejos posible” valiera antes, cuando los enemigos andaban a cara vista y más o menos- se mostraban, de lleno, en su ser de tales y en sus hechuras de odio, de rencillas, enojos, ojerizas y demás artificios de acoso y derribo al “otro”. Pero que ahora –con los odios más despelotados que nunca, pero muchas veces con atuendo de mantillas de farsa y careta-, la cosa cambia y las estrategias se han de amoldar a los nuevos usos.
Para cerrar esta otra glosa, me sirvo de otra pregunta que también djo al aire de otros posibles glosadores.
La cultura del Evangelio de Jesús, que es cultura de encuentro con el “otro” y que encierra máximas como el “poner la otra mejilla”, “amar a los enemigos” o “vencer al mal con el bien” ¿tiene –ahora mismo- algo que ver con/o algo que decir a esta otra cultura del odio, del descarte, del desencuentro, del mirarse el ombligo propio sin más o de tirar puentes y alzar barricadas entre el “yo” y el “tu”?
*** “Conócete a ti mismo”. Iba en el frontis del Templo de Delfos.
Cuando se parte del supuesto de que la vida humana es imperfecta por sí misma y que todo hombre -por bueno, santo, ilustre o super-hombre incluso que se quiera llamar a sí mismo- ha de tener siempre algo de qué arrepentirse, de qué avergonzarse, o simplemente razones para sentirse menguado en su virtud o en sus cualidades, lo justo y racional sería no presentar enmiendas a la totalidad cuando se trata de apuntar o censurar imperfecciones en “otros”.
Esta es la idea básica de la otra frase de un tercer tertuliano que, esta mañana, me incita a glosarla con brevedad también.
Yo no he querido ver nunca las bases y raíces últimas de la “tolerancia” –en política, en religión, en cultura, en usos y costumbres, en todo- en las “Cartas de la tolerancia” de un Locke o un Voltaire; ni en los cánticos de un “racionaismo” unificados en todo y para todos; O en que, siendo todos del mismo barro, las emulaciones serían secumndarias. Las veo más bien a ras de tierra y con mayor pragmatismo; las pongo en esa otra idea de que, como todos tenemos el tejado de vidrio, ponerse a tirar piedras al de los demás puede ser “boomerang” que rompa nuestro techo de cristal mañana o pasado mañana.
Ser conscientes de esta verdad, tan humana como palpable a cada paso que se da por la vida, invita, así mismo por cautela elemental, a lo que recomendaba el contertulio esta mañana: no andar a todas horas por la vida –y cuando digo vida, entiendo vida en política, en religión, matrimonio, familia, enseñanza, etc.-, presentando enmiendas a la totalidad ante cualquier imperfección –hasta la mínima- que se observe en los otros.
Y como los del “buenismo” suelen predicarlo sólo de sí mismos o en función de sí mismos, limito esta última glosa a reproducir una frase del gran Chesterton, en esa obra tan suya, por tan abierta a la búsqueda de la verdad, dondequiera que se halle, que se titula Ortodoxia.
Esa frase con la que, en referencia a una de las tradicionales claves de la presencia del mal en el mundo -el pecado original o radical del hombre- dice con tanta cordura como realismo esto. “Ya en nuestros días, algunos directores religiosos de Londres, y no sólo los materialistas, han empezado, no diré a negar la discutible eficacia del agua bendita, sino a negar el indiscutible estado de impureza del hombre.
En ambos sentidos lo tomo yo al dedicar hoy mis reflexiones al interesante juego de dialogar con las palabras o frases que me pueden salir al paso a cada paso que doy. Más que un juego, es un deporte de espíritus abiertos al juicio y a la sana crítica.
Hoy sigo este camino, con tres apuntes breves sobre tres ideas o frases oídas hoy –eso es glosa-, y la correspondiente retranca –eso es la pizca de sal y pimienta con que ciertos sucedidos o “cosas de ahora” se han de adobar para no caer en unas excesivas entonaciones que reclamarían más tiempo y espacio.
* El hombre o mujer que no tienen “máster”
El tertuliano hablaba de Podemos y de las trifulcas interiores que se traen entre sí las varias corrientes de interés dentro del mismo; y de paso se guaseaba -un tanto o un mucho- de las artes de hablar y escribir de alguno de los directores de orquesta –o que quieren serlo- de esta formación tan novel como rudimentaria. A propósito de algo escrito este día por la sin par Carolina Bescansa, decía esto: “He intentado leer el documento de Carolina Bescansa y creo que no está en castellano”.
Mi glosa se quiere ceñir a la ironía del contertulio.
Cervantes (en El Quijote -2ª parte, c. III), en la graciosa conversación a tres bandas entre el Caballero andante, su escudero y el bachiller Sansón Carrasco, en la inminencia del gobierno de la “ínsula” al escudero prometida y por las dudas sobre las buenas actitudes de Sancho para gobernarla; cuando Sancho afirma haber visto gobernadores “por ahí, que, a mi ver, no llegan ni a la suela de mi zapato, y con todo eso les llaman señoría y se sirven con plata”, el bachiller le replica –con retranca- con esta sentencia aplicable a gobernadores y gobernanzas de toda índole, y particularmente de las cosas públicas o comunes: “Esos no son gobernadores de ínsula, sino de otros gobiernos más manuales; que los que gobiernan ínsulas, por lo menos, han de saber gramática”
Un perfil de lo mismo podría otearse ahora mismo en ese “tejemaneje” de los “másters”, que los de la “crême” política, posiblemente a falta de otros menesteres o inquietudes de mayor fuste social y público, se traen entre manos –hoy por ti, mañana por mí, ya lo verán- para hacer ver al “pueblo” que hacen algo de provecho. .
Por lo visto, lo de “la gramática” cervantina se ha quedado viejo y pobre; hoy, el bachiller hubiera resaltado la necesidad de “tener” un “máster” como aparejo mayor del arte de gobernar. Eso de la “gramática” puede sonar a minucia comparada con un “master”
¿Tendrá doña Carolina un “máster”? ¿Será necesario tener un “máster” para hacer ver que se sabe “gramática” y así cumplir con la exigencia del bachiller? Y puestos a pensar en “gramáticas” ¿será la de la Lengua o esa otra que llaman “parda” los malintencionados? la que precisan los llamados a gobernar “ínsulas” y así dotarse del “pedigrí” necesario para suponerles -sólo suponerles- credenciales de buen gobierno?
Es muy cierto que el buen Sancho no sería hombre de mucha “gramática” -de la de la lengua, se entiende, porque de la “parda” era buen feligrés-, pero –en lo demás- andaba bien sobrado de buen juicio, buen tino y unas dosis elevadas de sentido común; como podrá ver quien lea y medite ese delicioso capítulo XKV de la 2ª parte del Quijote, tomado por muchos como abecedario del buen hacer en materias de justicia.
Me pregunto si muchos de los que, sin saber “gramática”, se meten a gobernar “ínsulas”, le llegarían al rudo, pero realista y de buen sentido, Sancho a la suela de sus zapatos.-
Quede suelta en el aire la pregunta de mi glosa, por si alguien quisiera darle cuerda y poner más todavía en esta hora de los “masters”.
** “A enemigo que huye puente de plata”
Esta máxima militar, con que, según la Historia, el Gran Capitán invitaba a sus soldados a poner la mayor distancia posible con el enemigo, y en Cervantes, en El Quijote, o en La estrella de Sevilla, de Lope de Vega, con menos arte militar pero con el mismo aliento de dar facilidades al enemigo para que se vaya lo más lejos posible, se puede ver en cierto modo comprometida con la versión actual de otro contertulio.
Hace un momento le oía decir muy seguro que “a los amigos hay que tenerlos cerca; pero a los enemigos también”; para saber por dónde andan, observar sus movimientos y adelantarse a sus conjuras y asechanzas.
No sabría decir ahora si Maquievelo llegó a tanto en sus malicias, al arbitrar sus consejos al “príncipe” para precaverle de los enemigos. Posiblemente no se le escaparía la ventaja de tenerlos a la vista, y no para darles la mano de amigo, sino para ver por dónde vienen o por dónde van. Me digo yo.
Puede que los tiempos hayan cambiado hasta cambiarse las reglas del juego. Que “lo del enemigo lo más lejos posible” valiera antes, cuando los enemigos andaban a cara vista y más o menos- se mostraban, de lleno, en su ser de tales y en sus hechuras de odio, de rencillas, enojos, ojerizas y demás artificios de acoso y derribo al “otro”. Pero que ahora –con los odios más despelotados que nunca, pero muchas veces con atuendo de mantillas de farsa y careta-, la cosa cambia y las estrategias se han de amoldar a los nuevos usos.
Para cerrar esta otra glosa, me sirvo de otra pregunta que también djo al aire de otros posibles glosadores.
La cultura del Evangelio de Jesús, que es cultura de encuentro con el “otro” y que encierra máximas como el “poner la otra mejilla”, “amar a los enemigos” o “vencer al mal con el bien” ¿tiene –ahora mismo- algo que ver con/o algo que decir a esta otra cultura del odio, del descarte, del desencuentro, del mirarse el ombligo propio sin más o de tirar puentes y alzar barricadas entre el “yo” y el “tu”?
*** “Conócete a ti mismo”. Iba en el frontis del Templo de Delfos.
Cuando se parte del supuesto de que la vida humana es imperfecta por sí misma y que todo hombre -por bueno, santo, ilustre o super-hombre incluso que se quiera llamar a sí mismo- ha de tener siempre algo de qué arrepentirse, de qué avergonzarse, o simplemente razones para sentirse menguado en su virtud o en sus cualidades, lo justo y racional sería no presentar enmiendas a la totalidad cuando se trata de apuntar o censurar imperfecciones en “otros”.
Esta es la idea básica de la otra frase de un tercer tertuliano que, esta mañana, me incita a glosarla con brevedad también.
Yo no he querido ver nunca las bases y raíces últimas de la “tolerancia” –en política, en religión, en cultura, en usos y costumbres, en todo- en las “Cartas de la tolerancia” de un Locke o un Voltaire; ni en los cánticos de un “racionaismo” unificados en todo y para todos; O en que, siendo todos del mismo barro, las emulaciones serían secumndarias. Las veo más bien a ras de tierra y con mayor pragmatismo; las pongo en esa otra idea de que, como todos tenemos el tejado de vidrio, ponerse a tirar piedras al de los demás puede ser “boomerang” que rompa nuestro techo de cristal mañana o pasado mañana.
Ser conscientes de esta verdad, tan humana como palpable a cada paso que se da por la vida, invita, así mismo por cautela elemental, a lo que recomendaba el contertulio esta mañana: no andar a todas horas por la vida –y cuando digo vida, entiendo vida en política, en religión, matrimonio, familia, enseñanza, etc.-, presentando enmiendas a la totalidad ante cualquier imperfección –hasta la mínima- que se observe en los otros.
Y como los del “buenismo” suelen predicarlo sólo de sí mismos o en función de sí mismos, limito esta última glosa a reproducir una frase del gran Chesterton, en esa obra tan suya, por tan abierta a la búsqueda de la verdad, dondequiera que se halle, que se titula Ortodoxia.
Esa frase con la que, en referencia a una de las tradicionales claves de la presencia del mal en el mundo -el pecado original o radical del hombre- dice con tanta cordura como realismo esto. “Ya en nuestros días, algunos directores religiosos de Londres, y no sólo los materialistas, han empezado, no diré a negar la discutible eficacia del agua bendita, sino a negar el indiscutible estado de impureza del hombre.
Así no faltan hoy
teólogos que nieguen la existencia del pecado original, que es el único
punto de la teología cristiana realmente susceptible de prueba. Algunos
discípuilos del reverendo R. J. Campbell, en su espiritualidad demasiado
meticulosa, admiten la perfección divina, que ni en sueños les es dable
admirar; pero en cambio niegan terminantemente el pecado humano, que
pudieran comprobar con sólo asomarse al balcón” (vid. Ortodoxia, cap.
II, El Maníaco).
Y ya, como no me parece que hagan falta más comentarios a tan radiante exposición de una verdad que, siendo del ámbito religioso, entra por los ojos, como es la imperfección de todo hombre, cierro aquí estas glosas con un envite.
Cada cual puede tener derecho, y tal vez razones, para ser o aparentar lo que quiera; pero siempre con una reserva en ciernes: la de la honradez para tratar a los demás como se quisiera que trataran a uno.
Es una de las patas del trípode de las eternas esencias de la Justicia –como anota el Digesto Romano nada más abrirse-; es la de “neminem laedere”-“no hacer daño a nadie”: el daño, claro, que lesionara el equilibrio de la misma Justicia, el “suum cuique tribuiere”-“dar a cada uno lo suyo”. Y “lo suyo” no ha de ser “nada que deshonre” a uno mismo o a los demás: el “honeste vivere”- el “vivir con honra” o tercera pata de las esencias de “lo justo y de lo recto”.
Por eso el envite es: la conveniencia de mirarse al espejo antes de apuntar a nadie. Es clave de sabiduría.
Y ya, como no me parece que hagan falta más comentarios a tan radiante exposición de una verdad que, siendo del ámbito religioso, entra por los ojos, como es la imperfección de todo hombre, cierro aquí estas glosas con un envite.
Cada cual puede tener derecho, y tal vez razones, para ser o aparentar lo que quiera; pero siempre con una reserva en ciernes: la de la honradez para tratar a los demás como se quisiera que trataran a uno.
Es una de las patas del trípode de las eternas esencias de la Justicia –como anota el Digesto Romano nada más abrirse-; es la de “neminem laedere”-“no hacer daño a nadie”: el daño, claro, que lesionara el equilibrio de la misma Justicia, el “suum cuique tribuiere”-“dar a cada uno lo suyo”. Y “lo suyo” no ha de ser “nada que deshonre” a uno mismo o a los demás: el “honeste vivere”- el “vivir con honra” o tercera pata de las esencias de “lo justo y de lo recto”.
Por eso el envite es: la conveniencia de mirarse al espejo antes de apuntar a nadie. Es clave de sabiduría.
SANTIAGO PANIZO ORALLO Vía el blog CON MI LUPA
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