Vela en solitario sus armas antes de lanzarse de nuevo a la contienda.
Arrimadas es la gran esperanza blanca de los demócratas catalanes. La
única que puede hacerle frente a los totalitarios del lacito amarillo
La líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas.
EFE
Resplandecía sublime, envuelta en seda negra y calzada por Jimmy Choo.
“Ese posado es lo único que se le recuerda desde que ganó las
elecciones”. El rencoroso reproche de un correligionario no es
excepción. Algunos le echan en cara a Inés Arrimadas
el haber desperdiciado su victoria, el haber malbaratado una mayoría
histórica. El sestear sobre sus laureles, el haberse abandonado a lo
rutinario. “Es la bella durmiente. La despertó un Rey (el mensaje casi
fundacional de Felipe VI), ganó unas elecciones imposibles y sucumbió a la somnolencia”, añade. “Quizás las elecciones, por venir, le sacudan el tedio”.
Huele ya a chotuno en el entorno de las Ventas. El barrio
de la Sultana, la plaza de toros más importante del planeta, se agita
en un frenesí de vísperas de isidrada. Frente al coso, al otro lado de
la M30, en la sede de Ciudadanos, también hay movimiento. Se percibe un aroma preelectoral. Puigdemont, esa fanática carraca, quiere urnas, una vez que intente en vano ser investido por Skype.
De cumplirse este escenario, sonarán de nuevo los clarines para Inés,
otra pelea a muerte con el secesionismo, otro cara a cara, sola ante el
peligro, con la fiera de la estelada.
Algunos le echan en cara el haber desperdiciado su victoria, malbaratando una mayoría histórica; el sestear sobre sus laureles, el haberse abandonado a lo rutinario
“Todo el mundo nos decía que era imposible”. Arrimadas suscribe la frase con que Emmanuel Macron
celebró su inopinada gesta. Era imposible vencer en unas elecciones
catalanas sin ser independentista. Más aún, era imposible que lo hiciera
un partido novato, de tan sólo doce años y con una jerezana de 36 a la
cabeza del cartel.
Inés Arrimadas lo hizo. El 21 de
diciembre le arrebató 170.000 votos al PP, y casi cien mil al PSC, y
convirtió a Ciudadanos en el partido más votado de Cataluña. Un millón
cien mil papeletas. Una proeza histórica, una conquista sin precedentes.
Acoso en las redes
“Que se vaya a Jerez”, le había gritado desde la red Nuria Gispert, en su día presidenta del Parlament amén de dirigente de Unió, el partido democristiano del muy devoto Duran Lleida.
“Que la violen en grupo”, le había deseado una interfecta en un tuit
que luego fue castigado por la Justicia a pena de cuatro meses. “En este
barrio no queremos fachas”, le habían acosado a dos metros de su portal
cuando iba con su esposo a comprar el pan.
“Arrimadas es tan valiente como inteligente”, suele decir Francesc de Carreras,
uno de los padres fundadores de Ciudadanos. Hay que tener el coraje muy
bien puesto para, tan sólo cuatro años en política y apenas dos meses
de portavoz parlamentaria, plantarle cara al resabiado Artur Mas
en el debate de su fallida investidura. Treinta minutos, en castellano y
catalán, titubeantes pero certeros, destrozaron la agresiva quijada del
aspirante a ‘president’.
En ese debate de noviembre de 2015, el candidato de JxSí, quedó arrumbado en la papelera de la historia e Inés Arrimadas se consagró, en palabras de un diputado socialista, como la ‘guerrera indomable’
del Parlament. Unas semanas antes, el 25 de septiembre, Arrimadas había
logrado otro imposible al convertir a Ciudadanos en el primer partido
de la oposición con 25 escaños. En su primer intento, Albert Rivera,
el líder naranja, tan sólo consiguió 3. En el segundo, llegó hasta 9.
Arrimadas casi triplicó el resultado. El 21-D, alcanzó los 36 escaños,
dos más que Puigdemont, con toda su TV3, su martirologio de prófugo en
Flandes y su estructura electoral prácticamente intacta, pese al 155.
Pero Arrimadas no ha perdido brillo, solo algo de foco. Normal. Rivera siempre está ahí. Es el líder naranja quien señala la doctrina. A la portavoz, en su faena semanal, apenas le quedan las migajas
Arrimadas no ha perdido brillo, pero sí algo de foco. Es
normal. Pese a ejercer desde hace un año como portavoz nacional de su
partido, apenas aparece en las grandes cuestiones. Albert Rivera
siempre está ahí. Este mismo lunes entró en la guerra de TV3 tras la
entrevista al expresidente fugitivo. Es el líder naranja quien acomete
el asunto, quien enciende la polémica, quien señala la doctrina. Llega
luego la portavoz, en su faena semanal junto al redondel venteño, y
apenas le quedan las migajas.
Arrimadas goza de un
excelente cartel en Madrid. Dicen que incluso mejor que en Cataluña. Es
buena mitinera, excelente dialéctica, y parlamentaria audaz. “El lío del procés se ha convertido en su modus vivendi”,
le espetó a los separatistas en un pleno parlamentario absurdo, en el
que se pretendía reivindicar el 1-O. Una frase que resume el caos
estéril en que una gavilla de canallas visionarios han sumido a
Cataluña.
Arrimadas es la gran esperanza blanca de los
demócratas catalanes. La única que puede hacerle frente a los
totalitarios del lacito amarillo. El PP le ha retado con una investidura
suicida. La líder de Cs midió sus fuerzas y renunció al sacrificio. Una
jugada prudente que no todos entendieron. Ahora se prepara para otra
gran batalla. No olvida que “todos los errores humanos son fruto de la
impaciencia”, como escribió Kafka. Y añadía: “La desgracia de don Quijote no es su fantasía, sino Sancho Panza”. Arrimadas vela en solitario sus armas antes de lanzarse de nuevo a la contienda. Ningún vencedor cree en el azar.
JOSÉ ALEJANDRO VARA Vía VOZ PÓPULI
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