Se produce un síntoma perverso en la comunidad nacionalista: el exculpatorio de estos incivismos, la negación de que se estén produciendo y su consideración irrelevante o inocua
Pintadas intimidatorias en el exterior del domicilio de Salvador Illa. (@salvadorilla)
He llegado a la conclusión de que voy a denunciar ante la policía al titular de la siguiente cuenta de correo electrónico: k3m@gmail.com.
Porque cada vez que escribo un artículo, sea del tema que fuere,
referido a la situación política, económica o social de Cataluña, recibo
en El Confidencial un 'e-mail' injurioso y vejatorio, en unos términos irreproducibles. El último, a propósito de mi 'post' titulado "La cara oscura de la revolución de las sonrisas"
(14 de abril pasado). Viniendo de donde vengo —el País Vasco—, veo que
semejante energúmeno no llega a emular siquiera a los que ahora piden perdón a sus víctimas
“sin responsabilidad” en el supuesto “conflicto” que habría justificado
su atroz historial. Pero es higiénico socialmente que esta gente que, desde el anonimato, trata de coaccionar y vejar, reciba la correspondiente disuasión por su conducta incívica, cuando no delictiva.
Traigo a colación esta anécdota personal (desde luego, mínima y relativamente habitual) porque ayer los comités de defensa de la república suscribieron pintadas intimidatorias en el exterior del domicilio de Salvador Illa, secretario de Organización del PSC. Los socialistas las denunciaron y es de suponer que también lo hará Ciudadanos, cuya sede central en Barcelona amaneció igualmente con pintadas. No es la primera vez que ocurre. Tampoco son nuevas las amenazas al negocio familiar de los padres de Albert Rivera en Granollers, que las enfrentan con buen ánimo y valentía. Ocurre lo mismo con las sedes del PP. Es sabido también que se han ampliado los servicios de escoltas en la comunidad. Existe un listado de episodios coactivos, xenófobos e intimidatorios que, uno detrás de otro, ofrecen un panorama preocupante en la Cataluña de hoy.
Pero mucho peor que estos episodios es el que ayer también denunció el ministerio fiscal. Según su escrito al juzgado de instrucción nº 3 de Martorell (Barcelona), nueve profesores del IES El Palau de Sant Andreu de la Barca (Barcelona) lanzaron comentarios humillantes contra agentes de la Guardia Civil en presencia de hijos de los funcionarios que acuden al centro. Uno de los denunciados reclamó a los alumnos que “levanten la mano los hijos de guardias civiles”. Me remito a la información de Beatriz Parera, ayer en El Confidencial, sobre este caso. La crónica es escalofriante y si los hechos denunciados se acreditan, resultarían gravísimos.
La sociedad catalana en su conjunto tiene un alto sentido de la estética política y una autoestima elevada sobre su civismo colectivo. Se percibe a sí misma como inmune a expresiones violentas, amenazantes o intimidatorias. Los responsables del 'procés' se afanan en insistir en el carácter pacífico, casi festivo, de sus expresiones callejeras y se escandalizan cuando el fiscal llevó a una detenida de los CDR ante la Audiencia Nacional con imputación de delitos de terrorismo que el juez central dejó en desordenes públicos.
Pero son también catalanes los que, desde los medios de comunicación y a través de una cada día más amplia literatura ensayista sobre el proceso secesionista, están denunciando tanto el silencio como la intimidación que sufren quienes no dan por bueno el relato separatista y no se atienen a él.
En Cataluña hay un ambiente denso, de enfrentamiento soterrado entre familiares y entre amigos que han dejado de serlo o que circunvalan las conversaciones políticas para poder mantener unas relaciones formalmente normales. Incluso catalanistas de pro como Joan Manuel Serrat o Isabel Coixet, o catalanes que lo son por vivencia y por voluntad, como el escritor Javier Cercas —sirvan a modo de ejemplo—, han sido insultados y zarandeados en la redes y en determinados medios de comunicación por expresar opiniones contrarias al 'procés'. Nadie significativo en el secesionismo se ha inmutado ni ha salido en su defensa.
Los nacionalismos —todos— son muy peligrosos, y en fase de efervescencia o ebullición se descontrolan y generan elementos radicales que terminan por sofocar las conciencias de los moderados y sensatos. Este proceso de radicalización es el que se está produciendo en Cataluña, aunque muy hábilmente enhebrado a través de la victimización colectiva. El nacionalismo es una creencia, una fe, casi un dogma. Apela a los sentimientos mucho más que a las razones, de ahí que su frustración resulte extremadamente peligrosa porque desahoga su impotencia a través de la imposición, el miedo y la coacción. Y podría generar manifestaciones de odio.
De lo que sucede en Cataluña, debería preocuparnos no solo el deterioro político e institucional sino, sobre todo, la pérdida de los referentes cívicos y, en consecuencia, la frecuencia inquietante con la que se suceden acontecimientos que buscan el miedo y la intimidación. Se produce un síntoma muy perverso en la comunidad nacionalista: el exculpatorio de estos incivismos, la negación de que se estén produciendo y, especialmente, su consideración irrelevante o inocua.
Apreciar a los catalanes —la inmensa mayoría, ciudadanos con una correcta conciencia cívica— exige advertirles de que sean ellos los que pongan pies en pared contra quienes protagonizan la erosión de su convivencia y con el resto de los españoles. Paren esa dinámica ahora que es posible hacerlo. Porque sí hay miedo en Cataluña, porque sí hay intimidación en Cataluña, porque hasta es posible que haya odio infiltrado entre los intersticios del separatismo. Que no se engañen.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
Traigo a colación esta anécdota personal (desde luego, mínima y relativamente habitual) porque ayer los comités de defensa de la república suscribieron pintadas intimidatorias en el exterior del domicilio de Salvador Illa, secretario de Organización del PSC. Los socialistas las denunciaron y es de suponer que también lo hará Ciudadanos, cuya sede central en Barcelona amaneció igualmente con pintadas. No es la primera vez que ocurre. Tampoco son nuevas las amenazas al negocio familiar de los padres de Albert Rivera en Granollers, que las enfrentan con buen ánimo y valentía. Ocurre lo mismo con las sedes del PP. Es sabido también que se han ampliado los servicios de escoltas en la comunidad. Existe un listado de episodios coactivos, xenófobos e intimidatorios que, uno detrás de otro, ofrecen un panorama preocupante en la Cataluña de hoy.
Así han dejado mi domicilio particular los intolerantes esta noche. En las próximas horas procederé a interponer la pertinente denuncia ante los @mossos Conocen poco a los socialistas si piensan que conseguirán algo con este burdo intento de intimidación.
Pero mucho peor que estos episodios es el que ayer también denunció el ministerio fiscal. Según su escrito al juzgado de instrucción nº 3 de Martorell (Barcelona), nueve profesores del IES El Palau de Sant Andreu de la Barca (Barcelona) lanzaron comentarios humillantes contra agentes de la Guardia Civil en presencia de hijos de los funcionarios que acuden al centro. Uno de los denunciados reclamó a los alumnos que “levanten la mano los hijos de guardias civiles”. Me remito a la información de Beatriz Parera, ayer en El Confidencial, sobre este caso. La crónica es escalofriante y si los hechos denunciados se acreditan, resultarían gravísimos.
La sociedad catalana en su conjunto tiene un alto sentido de la estética política y una autoestima elevada sobre su civismo colectivo. Se percibe a sí misma como inmune a expresiones violentas, amenazantes o intimidatorias. Los responsables del 'procés' se afanan en insistir en el carácter pacífico, casi festivo, de sus expresiones callejeras y se escandalizan cuando el fiscal llevó a una detenida de los CDR ante la Audiencia Nacional con imputación de delitos de terrorismo que el juez central dejó en desordenes públicos.
El nacionalismo es un veneno. ¿O no?
Pero son también catalanes los que, desde los medios de comunicación y a través de una cada día más amplia literatura ensayista sobre el proceso secesionista, están denunciando tanto el silencio como la intimidación que sufren quienes no dan por bueno el relato separatista y no se atienen a él.
En Cataluña hay un ambiente denso, de enfrentamiento soterrado entre familiares y entre amigos que han dejado de serlo o que circunvalan las conversaciones políticas para poder mantener unas relaciones formalmente normales. Incluso catalanistas de pro como Joan Manuel Serrat o Isabel Coixet, o catalanes que lo son por vivencia y por voluntad, como el escritor Javier Cercas —sirvan a modo de ejemplo—, han sido insultados y zarandeados en la redes y en determinados medios de comunicación por expresar opiniones contrarias al 'procés'. Nadie significativo en el secesionismo se ha inmutado ni ha salido en su defensa.
La catalanidad crítica de Rosa María Sardà y Joan Manuel Serrat
Los nacionalismos —todos— son muy peligrosos, y en fase de efervescencia o ebullición se descontrolan y generan elementos radicales que terminan por sofocar las conciencias de los moderados y sensatos. Este proceso de radicalización es el que se está produciendo en Cataluña, aunque muy hábilmente enhebrado a través de la victimización colectiva. El nacionalismo es una creencia, una fe, casi un dogma. Apela a los sentimientos mucho más que a las razones, de ahí que su frustración resulte extremadamente peligrosa porque desahoga su impotencia a través de la imposición, el miedo y la coacción. Y podría generar manifestaciones de odio.
Este
proceso de radicalización es el que se está produciendo en Cataluña,
aunque muy hábilmente enhebrado a través de la victimización colectiva
De lo que sucede en Cataluña, debería preocuparnos no solo el deterioro político e institucional sino, sobre todo, la pérdida de los referentes cívicos y, en consecuencia, la frecuencia inquietante con la que se suceden acontecimientos que buscan el miedo y la intimidación. Se produce un síntoma muy perverso en la comunidad nacionalista: el exculpatorio de estos incivismos, la negación de que se estén produciendo y, especialmente, su consideración irrelevante o inocua.
Apreciar a los catalanes —la inmensa mayoría, ciudadanos con una correcta conciencia cívica— exige advertirles de que sean ellos los que pongan pies en pared contra quienes protagonizan la erosión de su convivencia y con el resto de los españoles. Paren esa dinámica ahora que es posible hacerlo. Porque sí hay miedo en Cataluña, porque sí hay intimidación en Cataluña, porque hasta es posible que haya odio infiltrado entre los intersticios del separatismo. Que no se engañen.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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