El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
EFE
No llamó a ningún ministro del ramo. A ninguno de la cosa
económica. ¿Para qué? En el arte político de los últimos tiempos, el de
la cortedad de miras, todo vale por un puñado de votos. Es la triste
moraleja construida por un presidente del Gobierno empeñado en cerrar
esta legislatura sin otra tanda de recortes. La condición sine qua non era sacar adelante estos presupuestos. A horca y cuchillo si hacía falta. Lo cierto es que el Gobierno de Mariano Rajoy se
la juega con estas cuentas porque las próximas, las legítimas de 2019,
tendrán que ser mucho más restrictivas. Asegurarse el Presupuesto en
2018 abre la vía de una posible prórroga el año venidero, ejercicio en
el que podrían volverse a convocar elecciones generales. Y es más cómodo
y triunfal afrontar las urnas con una buena ración de pan y circo que
con otra incómoda tanda de recortes. Todo por lograr el apoyo a los
Presupuestos, pensó Rajoy. El presidente, que sin encomendarse al
sanedrín económico, perfiló una entrevista secreta con el peneuvista Andoni Ortúzar para darle otro cheque en blanco -aún retumba el famoso cuponazo- a cambio del ‘sí’ vasco a las cuentas públicas. Nada sabían Cristóbal Montoro, Fátima Báñez o el imberbe Román Escolano de la famosa cita. De ello se quejan amargamente en las últimas horas a quienes quieren escucharlo.
¿Compensa este desaire a Rajoy a todo su bloque
económico? ¿Compensa a Rajoy haberse cargado la penúltima oportunidad de
hacer sostenible el sistema de pensiones? Hay motivos para pensar que
así es. España saldrá del déficit excesivo este
mismo año y lo que viene después no será fácil. Bruselas empezará a
pedir mayores ajustes para volver al equilibrio presupuestario y
desviará la lupa hacia la deuda pública, un parámetro que sigue
desbocado y que acabará 2018 en un nuevo máximo histórico. Ya lo dijo la Autoridad Fiscal hace solo una semana: si España hubiera dejado atrás este procedimiento tendría que haber hecho un ajuste de unos 15.000 millones este
mismo año y no un Presupuesto expansivo como el que ha planteado el
Gobierno.En este contexto, no parece tan negativo el hecho de que España
sea el único país europeo en este procedimiento. Lo dicho: todo vale
por un puñado de votos. Incluso llevar la contraria a la propia
ideología.
El pacto secreto con el PNV para salvar el Presupuesto pasa por anular de facto la reforma de 2013,
la que elaboró el mismo Ejecutivo de Rajoy hace ya más de cuatro años y
que se basa en dos pilares: el índice de revalorización que sustituyó
al IPC y el factor de sostenibilidad que pretende ligar las pensiones a
la esperanza de vida. Ahora todo queda en agua de borrajas. El acuerdo
suspende temporalmente el nuevo índice de revalorización, vuelve al IPC y retrasa cuatro años la entrada en vigor del factor de sostenibilidad, hasta
2023. Eso asegura al Ejecutivo una legislatura entera sin aplicar su
propia reforma. Y el que venga después, que decida. O que arreé.
Si algo han repetido hasta la saciedad los mayores expertos en pensiones estos
meses es que las reformas de 2011 y 2013 aseguraban la viabilidad del
sistema en el futuro. La combinación de los dos cambios iba a contener
el fuerte aumento del gasto que provocará el reto demográfico y
a hacer viable uno de los mayores pilares del estado de bienestar
español. Pero hoy esta afirmación está herida de muerte. Todo por obra y
arte de Rajoy. Para pagar el regalito ligado de la subida del IPC, que costarán unos 1.500 millones y 1.800 millones en 2019, el Gobierno hará algunas propuestas al Pacto de Toledo, como la creación de un impuesto a las grandes tecnológicas cuyos
ingresos se destinarán a pagar las pensiones. Una medida que lejos de
ser la panacea, no sirve ni de parche. Además, el Gobierno destinará los
ahorros en el gasto por el pago de intereses de la deuda y parte de lo que tenía previsto destinar al rescate de las autopistas,
puesto que el coste será menor al inicialmente previsto. Igualmente,
escuchará otras propuestas del resto de partidos en la Comisión del
Pacto de Toledo.
La pérdida de poder adquisitivo de las pensiones no responde a un capricho de los Dioses de Bruselas. Es simplemente la ley adaptando el sistema a la realidad de una demografía, la nuestra, que es cada día que pasa más atroz
El pacto secreto no sólo ha soliviantado a los ministros de la cosa
económica. También ha herido susceptibilidades dentro del propio PP. En
algunos despachos de Génova abogan por reabrir el pacto para, al menos,
no retrasar a 2023 la puesta en marcha del factor de sostenibilidad.
“No hacerlo sería una aberración”, sostiene un dirigente popular. Él,
como otros peperos, critican la cortedad de Rajoy
al elevar la revalorización del 0,25% fijado por la reforma hasta el
IPC. “No debe ser consciente que una subida tan elevada se consolida
cada año y es otra fuente importante de tensión al sistema”, asegura.
Entre los expertos económicos, Fedea ha defendido en varias ocasiones la
posibilidad de blindar solo las pensiones mínimas ligándolas
al IPC y mantener el índice de revalorización actual para el resto.
Esto costaría un 0,4% al año, algo asumible, mientras que volver a tomar
de referencia la inflación para todas las prestaciones obligaría a
tomar medidas muy duras para poder financiarlo, como, por ejemplo, subir
el IRPF un 35% en 2040.
Pese a que la reforma de 2013
no era la gran salvación, ni mucho menos, sí ponía una realidad
matemática en forma de ley. Para calcular el gasto de pensiones tomaba
en cuenta dos componentes. Por un lado, el crecimiento de los ingresos
de la seguridad social. Si el número de trabajadores y/o los impuestos
que estos pagan al sistema aumenta, el sistema tiene más recursos, y las
pensiones aumentan. Si no lo hace, o crecen con lentitud, las pensiones
crecerán lentamente. Por otro lado, la ley también tiene en cuenta el
coste de los pensionistas en base a cuántos años van a estar recibiendo
pensiones. Cuanto mayor sea la esperanza de vida a los 65, más difícil
será para los trabajadores actuales sostener esos pagos. La fórmula
incluye unos cuantos ajustes adicionales (las
medias se calculan a 11 años vista, para suavizar el impacto de las
recesiones, por ejemplo), pero el efecto final es muy simple: si en
España aumenta el número de trabajadores y/o su productividad y con ello
las cotizaciones a la seguridad social en proporción al número de
jubilados, las pensiones suben. Si esa proporción disminuye, las
pensiones bajan. Esa es la aritmética del sistema.
Por
tanto, la pérdida de poder adquisitivo de las pensiones no responde a
un capricho de los Dioses de Bruselas, entonces. Es simplemente la ley
adaptando el sistema a la realidad de una demografía, la nuestra, que es
cada día que pasa más atroz. España ha sido uno de los últimos países
de la Unión Europea en adoptar un factor de sostenibilidad en este aspecto, ya que nuestros baby boomers llegan
más tarde que en el resto del continente y teníamos una población
relativamente más joven. La hora de la jubilación de los nacidos en los
cincuenta y sesenta ha llegado, sin embargo, y la ratio entre
trabajadores y jubilados ha empezado a caer en picado. A esto se añade
que los nuevos jubilados cada vez tienen períodos de cotización más
elevados, lo que implica mayores contribuciones y pensiones más altas.
En paralelo, los trabajadores que empiezan ahora a cotizar lo hacen con
unas bases notablemente más bajas que la media del sistema (alrededor de
1.800 euros al mes) y, especialmente, que aquellos que están
abandonando o a punto de hacerlo su vida laboral. Una diferencia que los
sindicatos llegan a cifrar entre el 35% al 40%. Al cocktail aún le falta la guinda, que llegará en un par de décadas. Será el momento de la jubilación de la generación del 'baby boom'. “La
tensión del sistema será máxima entonces”, reconoce alguien que
participó en los últimos trabajos del comité de sabios para las
pensiones.
Toda esa lógica ha sido despreciada en el
nuevo acuerdo de Rajoy con el PNV. Una subida dirigida en un doble
plano: el apoyo a los presupuestos y calmar a la calle, a la masa de
pensionistas cabreados. Los mismos que seguirán igual de cabreados
cuando vean que la subida ligada al IPC, en caso de llegar a concretarse
–hay una puerta de atrás si existe acuerdo dentro del Pacto de Toledo
para ligarlo al IPC pero con factores correctores- apenas llegará a
entornos de 20 euros al mes en la mayoría de los casos. La lógica para
hacer sostenible el sistema obliga a lo contrario. A una rebaja del
1%-2% durante, al menos, un par de décadas para que la solidaridad
intergeneracional siga existiendo, y los que pagan ahora puedan gozar de
una mínima pensión pública en el futuro. ¿Quién se atreve a poner el
cascabel a ese gato si la congelación de las pensiones ha sido
históricamente un arma electoral arrojadiza en el bipartidismo? Rajoy
está visto que no.
MIGUEL ALBA Vía VOZ PÓPULI
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