Estamos atascados en una segunda legislatura estéril y no es la consecuencia de una maldición bíblica, es el resultado del desempeño partidario. Sobra inactividad porque falta voluntad de consenso
Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)
Nos regala Voltaire en el antepenúltimo párrafo de 'Cándido' un
mensaje que bien podría valer para aproximarnos al paisaje actual de la
política española. "El trabajo aleja de nosotros tres grandes males, el
aburrimiento, el vicio y la necesidad".
Estamos atascados en una segunda legislatura estéril y no es la consecuencia de una maldición bíblica, es el resultado del desempeño partidario. Sobra inactividad porque falta voluntad de consenso. Podemos temer que el bloqueo político persistirá, al menos, hasta después de las elecciones generales.
Hasta que España tenga un Gobierno con respaldo suficiente, los españoles seguiremos acompañados por los males apuntados. El aburrimiento que los partidos traducen en desencanto ciudadano. El vicio del partidismo llevado al sectarismo en cada campo de lo público. Y la necesidad común, aparcada donde la responsabilidad. Da pena tener que recordar que la búsqueda del interés general es la razón de ser de la democracia.
Cabe preguntarse por el sentido que tiene prolongar hasta 2019 el estancamiento político que sufrimos. La vida pública parece atrapada en un tiempo suspendido. Dijimos adiós al bipartidismo y no hemos dicho hola a la cultura política que hace falta para hacer operativo el nuevo sistema de partidos. Hay algo inquietante y absurdo en todo este limbo.
Es probable que la carencia de política que nos aqueja venga generando un cambio inadvertido pero lógico en la opinión pública. En otoño de 2016, la sociología señalaba que eran pocos los españoles que querían una tercera cita electoral. Hoy, el deseo podría ser otro, la demanda de elecciones generales podría ser mayoritaria, incluso aumentar a corto plazo.
La idea de que el bloqueo político solo podrá resolverse por la vía de las urnas crecerá si la parálisis se hace todavía más nítida y si decrece la impresión de crisis e incertidumbre. Las dos cosas podrían darse pronto.
La posibilidad de que los Presupuestos sean rechazados por el Parlamento está a la vuelta de la esquina y la opción de que pueda conformarse un Gobierno en Cataluña no parece muy lejana. Cuesta encontrar motivos para prolongar el marasmo actual si esos dos escenarios cristalizan en forma de hechos. ¿Para qué vale dilatar esta nada? No para el interés del país, eso está claro.
Pero olvidemos por un momento si es o no es bueno para España tener al ejecutivo y al legislativo apagados como llevan desde hace tres años. Pongámonos las gafas partidistas y compartamos una lectura estratégica. ¿Qué es lo que se juega el Partido Popular en el próximo ciclo electoral? Básicamente, la supervivencia.
La realidad es esa. Ya no permite a Génova el despliegue de una estrategia orientada a maximizar beneficios. La eventualidad de un fallo orgánico hace necesaria la contención del daño y fijar objetivos razonables. Necesitan quedar por encima del centenar de diputados y conservar la mayor cantidad posible de bastiones territoriales. Sin eso, su reconstrucción sería prácticamente inviable.
La tentación pasa por ver las encuestas como un semáforo en lugar de como una herramienta de análisis y de planteamiento estratégico. Como pintan bastos, ahora no, mejor luego. Considerar que lo mejor para el futuro del PP es agotar la legislatura porque los números actuales son malos, implica confundir lo coyuntural con lo estructural y conlleva pelearse contra la evidencia histórica.
Hay una constante política. Cada vez que los españoles han querido pasarle factura al presidente del Gobierno de turno, han emitido un voto de castigo contundente en las elecciones municipales y autonómicas anteriores. Lo sufrió el PSOE cuando gobernaron Felipe y Zapatero, tanto en 1995 como en 2011. Y lo sufrió también el PP, con Aznar y con Rajoy, en 2003 y en 2015.
Sistemáticamente, cada una de esas debacles territoriales ha sido el preludio de un desplome en las generales. Han anticipado el cambio de color en el Gobierno, o la pérdida del 25% de los votos para la formación gobernante que vimos en 2015 y, como consecuencia, la ingobernabilidad que arrastramos desde entonces.
Si continúa la dinámica actual, es probable que las municipales y autonómicas dañen irreversiblemente al PP. Es una formación política —como el PSOE— que será sólida mientras su poder mantenga implantación territorial. Salir de Moncloa les resulta mucho menos amenazador que quedarse sin ayuntamientos y sin gobiernos regionales. Eso equivale a desecar su estructura, a restringir la esperanza de vida.
Por lo tanto, afirmar que lo más conveniente para el PP es pasar por las urnas territoriales para crecer después en las generales es aplicar un relato falso y encauzar un error vital. Seguramente, también desde esa mirada partidista, la decisión más sensata sea adelantar las generales y cambiar de candidato.
Sucede, sin embargo, que el interés del país es distinto al interés del PP, y que ambos pueden ser diferentes al interés de la única persona que puede decidir la fecha de las elecciones generales: Mariano Rajoy.
Ese tipo de decisión que refleja, con toda su magnitud, la dimensión trágica del poder que transmiten las páginas de Maquiavelo. La enorme soledad. Supongo que en ese encierro íntimo, cualquier presidente debe valorar infinidad de factores. La estabilidad, claro. Pero también las cuestiones personales. Cualquiera puede comprender que el presidente se pregunte por el juicio que le hará la historia.
Todos tenemos el derecho —y casi la obligación— de plantearnos cómo queremos ser recordados. Él ha dedicado toda su vida a lo mismo. Ha sido varias veces ministro. Ha estado al frente del PP durante más de 14 años. Dos legislaturas como líder de la oposición. Dos de presidente del Gobierno. Ha terminado derrotando a todos sus rivales internos y externos. No es poco.
Seguro que Rajoy se siente con ganas de repetir como candidato. Seguro que se cree más capacitado para ser presidente que sus imberbes adversarios. Pero también es seguro que no quiere verse derrotado por Ciudadanos, ni pasar a la historia como el responsable de la demolición del Partido Popular. Las probabilidades de que eso ocurra no parecen pequeñas.
Veremos si llega el adelanto electoral. Por el momento, todo lo que puede verse es que no faltan motivos para que así ocurra. Hay incentivos para España, para el Partido Popular y para Mariano Rajoy.
PABLO POMBO Vía EL CONFIDENCIAL
Estamos atascados en una segunda legislatura estéril y no es la consecuencia de una maldición bíblica, es el resultado del desempeño partidario. Sobra inactividad porque falta voluntad de consenso. Podemos temer que el bloqueo político persistirá, al menos, hasta después de las elecciones generales.
Hasta que España tenga un Gobierno con respaldo suficiente, los españoles seguiremos acompañados por los males apuntados. El aburrimiento que los partidos traducen en desencanto ciudadano. El vicio del partidismo llevado al sectarismo en cada campo de lo público. Y la necesidad común, aparcada donde la responsabilidad. Da pena tener que recordar que la búsqueda del interés general es la razón de ser de la democracia.
Dijimos adiós al
bipartidismo y no hemos dicho hola a la cultura política que hace falta
para hacer operativo el nuevo sistema de partidos
Cabe preguntarse por el sentido que tiene prolongar hasta 2019 el estancamiento político que sufrimos. La vida pública parece atrapada en un tiempo suspendido. Dijimos adiós al bipartidismo y no hemos dicho hola a la cultura política que hace falta para hacer operativo el nuevo sistema de partidos. Hay algo inquietante y absurdo en todo este limbo.
Es probable que la carencia de política que nos aqueja venga generando un cambio inadvertido pero lógico en la opinión pública. En otoño de 2016, la sociología señalaba que eran pocos los españoles que querían una tercera cita electoral. Hoy, el deseo podría ser otro, la demanda de elecciones generales podría ser mayoritaria, incluso aumentar a corto plazo.
La idea de que el bloqueo político solo podrá resolverse por la vía de las urnas crecerá si la parálisis se hace todavía más nítida y si decrece la impresión de crisis e incertidumbre. Las dos cosas podrían darse pronto.
La posibilidad de que los Presupuestos sean rechazados por el Parlamento está a la vuelta de la esquina y la opción de que pueda conformarse un Gobierno en Cataluña no parece muy lejana. Cuesta encontrar motivos para prolongar el marasmo actual si esos dos escenarios cristalizan en forma de hechos. ¿Para qué vale dilatar esta nada? No para el interés del país, eso está claro.
¿Qué es lo que se juega el PP en el próximo ciclo electoral? Básicamente, la supervivencia
Pero olvidemos por un momento si es o no es bueno para España tener al ejecutivo y al legislativo apagados como llevan desde hace tres años. Pongámonos las gafas partidistas y compartamos una lectura estratégica. ¿Qué es lo que se juega el Partido Popular en el próximo ciclo electoral? Básicamente, la supervivencia.
La realidad es esa. Ya no permite a Génova el despliegue de una estrategia orientada a maximizar beneficios. La eventualidad de un fallo orgánico hace necesaria la contención del daño y fijar objetivos razonables. Necesitan quedar por encima del centenar de diputados y conservar la mayor cantidad posible de bastiones territoriales. Sin eso, su reconstrucción sería prácticamente inviable.
La tentación pasa por ver las encuestas como un semáforo en lugar de como una herramienta de análisis y de planteamiento estratégico. Como pintan bastos, ahora no, mejor luego. Considerar que lo mejor para el futuro del PP es agotar la legislatura porque los números actuales son malos, implica confundir lo coyuntural con lo estructural y conlleva pelearse contra la evidencia histórica.
La guerra de Rajoy y Rivera se consuma y aumenta el riesgo de elecciones anticipadas
Hay una constante política. Cada vez que los españoles han querido pasarle factura al presidente del Gobierno de turno, han emitido un voto de castigo contundente en las elecciones municipales y autonómicas anteriores. Lo sufrió el PSOE cuando gobernaron Felipe y Zapatero, tanto en 1995 como en 2011. Y lo sufrió también el PP, con Aznar y con Rajoy, en 2003 y en 2015.
Sistemáticamente, cada una de esas debacles territoriales ha sido el preludio de un desplome en las generales. Han anticipado el cambio de color en el Gobierno, o la pérdida del 25% de los votos para la formación gobernante que vimos en 2015 y, como consecuencia, la ingobernabilidad que arrastramos desde entonces.
Si continúa la dinámica actual, es probable que las municipales y autonómicas dañen irreversiblemente al PP. Es una formación política —como el PSOE— que será sólida mientras su poder mantenga implantación territorial. Salir de Moncloa les resulta mucho menos amenazador que quedarse sin ayuntamientos y sin gobiernos regionales. Eso equivale a desecar su estructura, a restringir la esperanza de vida.
Por lo tanto, afirmar que lo más conveniente para el PP es pasar por las urnas territoriales para crecer después en las generales es aplicar un relato falso y encauzar un error vital. Seguramente, también desde esa mirada partidista, la decisión más sensata sea adelantar las generales y cambiar de candidato.
El
interés del país es distinto al interés del PP, y ambos pueden ser
diferentes al interés de la única persona que puede decidir la fecha de
las generales
Sucede, sin embargo, que el interés del país es distinto al interés del PP, y que ambos pueden ser diferentes al interés de la única persona que puede decidir la fecha de las elecciones generales: Mariano Rajoy.
Ese tipo de decisión que refleja, con toda su magnitud, la dimensión trágica del poder que transmiten las páginas de Maquiavelo. La enorme soledad. Supongo que en ese encierro íntimo, cualquier presidente debe valorar infinidad de factores. La estabilidad, claro. Pero también las cuestiones personales. Cualquiera puede comprender que el presidente se pregunte por el juicio que le hará la historia.
Todos tenemos el derecho —y casi la obligación— de plantearnos cómo queremos ser recordados. Él ha dedicado toda su vida a lo mismo. Ha sido varias veces ministro. Ha estado al frente del PP durante más de 14 años. Dos legislaturas como líder de la oposición. Dos de presidente del Gobierno. Ha terminado derrotando a todos sus rivales internos y externos. No es poco.
Seguro que Rajoy se siente con ganas de repetir como candidato. Seguro que se cree más capacitado para ser presidente que sus imberbes adversarios. Pero también es seguro que no quiere verse derrotado por Ciudadanos, ni pasar a la historia como el responsable de la demolición del Partido Popular. Las probabilidades de que eso ocurra no parecen pequeñas.
Veremos si llega el adelanto electoral. Por el momento, todo lo que puede verse es que no faltan motivos para que así ocurra. Hay incentivos para España, para el Partido Popular y para Mariano Rajoy.
PABLO POMBO Vía EL CONFIDENCIAL
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