Él es el único que no necesitaba responder a las dos preguntas del millón: por qué estamos aquí otra vez y qué piensa usted hacer el 11 de noviembre para que esta mierda no se repita
El candidato de VOX, Santiago Abascal, al finalizar el único debate electoral (EFE)
Estaba escrito que este debate podría perderlo cualquiera, pero sólo podía ganarlo el que, efectivamente, lo hizo. Habría sido una temeridad apostar por otro en esa carrera de cuatro percherones, aburridos de sí mismos y los unos de los otros, frente a un corcel bravío y desacomplejado, dispuesto a adueñarse de la pista a galope tendido, decapitando progres como un Santiago Matamoros en Clavijo. Hasta la suerte, intuyendo quién sería el protagonista de la película, le otorgó de antemano la posición central en el estudio.
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El debate tenía que ganarlo Abascal porque es el nuevo –lo que no es poco en un espectáculo televisivo- y los demás están más vistos que el tebeo. Porque es el único que no necesita responder a las dos preguntas del millón: por qué estamos aquí otra vez y qué piensa usted hacer el 11 de noviembre para que esta mierda no se repita. Porque no ha de cuidar varias fronteras a la vez (me refiero a fronteras electorales, que las otras las defiende con fiereza). Y porque los escleróticos estrategas de sus rivales, ocupados de marcarse entre sí (que es lo que saben hacer de memoria), omitieron instruir a sus candidatos en la única asignatura difícil del debate: qué hacer con el nuevo.
¿Quién ha ganado el debate electoral?
Desde el primer instante se vio que todos venían armados hasta los dientes con la munición que habitualmente se lanzan, pero ninguno traía el antídoto contra el polizón. De ello se aprovechó Abascal sin recato, alborotando el salón con toda comodidad mientras sus atónitos rivales no sabían si entrar a degüello, ignorarlo o invitarle a café. Cuando quisieron enterarse de lo que pasaba, el intruso les había robado la cartera y el debate.
Sólo un patinazo escandaloso, un error garrafal podía privar a Abascal de su noche de gloria (en el fondo, le vino bien que lo excluyeran de los debates de abril). No lo cometió porque, además, demostró ser el que mejor se había preparado el debate (réplicas incluidas) y el que más y mejor ha estudiado y conoce a su clientela. Dijo exactamente –e impunemente- todo lo que quería decir.
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Por lo demás, la sesión no fue en absoluto inútil. Para empezar, se demostró que puede haber un debate a cinco razonablemente ordenado y ameno. Además, permitió sacar algunas conclusiones políticas de interés:
a) Que Pedro Sánchez no responde a la cuestión de con quién pactará porque está firmemente resuelto a no hacerlo con nadie. Una vez más, no buscará entendimientos, sino sometimientos: esa es la esencia de su personalidad política. La reiterada frase “si quieren gobierno, tienen que votar PSOE” no es una petición, sino una orden; no una invitación, sino una amenaza (por cierto, que alguien le diga que no es de buena educación mirar sistemáticamente al suelo cuando hablan los demás).
b) Que Pablo Casado ha renunciado a competir por la victoria electoral y se dispone a instalarse confortablemente en el liderazgo de la oposición. Cualquier cosa por encima del 20% le parecerá una bicoca, esperando que la crisis económica que viene y los tumbos de Sánchez le permitan tirar de nuevo los dados en un par de años –si no antes. El 10-N lo liberará de la inquietante persecución de Rivera pero, a cambio, tendrá a Vox respirándole en la nuca, y ello reducirá drásticamente su margen para negociar según qué abstenciones.
c) Que Iglesias ya ha logrado lo más importante para él, que es demostrar que Errejón es un bluff. El resultado le da un poco igual: tras la votación contará sus efectivos, pocos o muchos, mirará a Sánchez y le dirá fríamente: o gobierno de coalición, o nada.
d) Que Albert Rivera está pidiendo a gritos el partido de homenaje. “Prometo desbloquear el Gobierno de España en cualquier caso, sea desde el poder o desde la oposición”, esa fue su primera frase. Habría sido un gran comienzo… para el debate del 22 de abril. Ahora los bloqueos y desbloqueos ya no pasarán por él. Acaba de descubrir que sus votantes se fugan en igual cantidad al PP y a Vox; ayer por momentos se arrimaba con disimulo a Abascal, luego fingía pelarse con Casado y traía un hermoso catálogo de frases de laboratorio que, en otras circunstancias, habrían lucido más. Con justicia o sin ella, el veredicto social es que la factura de esta estúpida repetición electoral la pagará él.
d) Que la receta de Vox para solucionar el conflicto catalán consta de tres puntos: liquidar la autonomía de Cataluña, ilegalizar a los nacionalistas y encarcelar a Torra. En cuanto a su política económica para España, es igualmente simple y expeditiva: suprimir las autonomías, echar a los inmigrantes y apuntarse a la liga proteccionista y antiglobalizadora de los Trump.
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En todo caso, admitamos que ha tenido que resucitar la extrema derecha para asistir a algo parecido a un debate ideológico. Con toda la desmañada crudeza que se quiera, ayer volvió a hablarse de la globalización, de la inmigración, del sentido de Europa, de las guerras comerciales… El hecho de que algunas tesis nos repelan o nos parezcan peligrosas –lo son objetivamente- sólo obliga a recuperar la gimnasia de pensar para refutarlas mejor.
Momentos extravagantes y otros estelares
El debate de ayer fue pródigo en frases y momentos estelares. Les dejo una breve selección de los más extravagantes, anotados por orden
cronológico:
Cuando Pablo Casado proclamó que “estas elecciones son un referéndum sobre Pedro Sánchez” (aplausos de Iván Redondo desde el backstage”).
Cuando Pablo Iglesias echó de menos los cuartelillos de la Guardia Civil en los pueblos de la España vacía (también fue conmovedora su defensa de “los militares mayores de 45 años”).
Cuando Rivera defendió la supresión del impuesto de sucesiones -llamándolo “impuesto a la muerte”- con este argumento imbatible: “no se puede pagar dos veces”.
Cuando Pedro Sánchez citó a Cristóbal Montoro como fuente de autoridad en política fiscal y presupuestaria (no es extraño, lleva dos años gobernando con sus presupuestos). También cuando conmocionó al país con las primicia de que su próxima vicepresidenta económica se llamará Calviño (seguro que Carmen Calvo saltó de felicidad al escucharlo).
Cuando Albert Rivera descubrió las políticas del peronismo: asignación universal por hijo, 60% de desgravación por irse a vivir a un pueblo, cheques familiares, que todos los contratos laborales sean indefinidos de salida…
Cuando Sánchez pidió prestado a Abascal el lema de “la derechita cobarde” (lo repitió cuatro veces) para referirse al PP y a Ciudadanos
Cuando Pablo Casado presentó a Arias-Cañete como “el líder mundial de la lucha contra el cambio climático”. Greta, tiembla.
Pero la mejor de todas, la insuperable, la que me hizo levantarme del asiento y aplaudir, fue esta de Sánchez en su minuto final: “No hay nada más fuerte que la verdad”. Se equivoca Pedro: aún más fuerte es escuchárselo a él.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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