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viernes, 1 de noviembre de 2019

Se acerca la batalla final: o Europa vuelve a su origen cristiano o dejará de ser Europa

Si deseamos volver al bien común, al reconocimiento de la persona en su dualidad hombre y mujer, tenemos que hacer un esfuerzo para comprender a ese mundo feliz, al que pertenecemos de hecho, aunque no lo compartamos.


















Una de las consecuencias de los derechos individuales es que seguramente las relaciones humanas serán sustituidas por contratos. Quizá esta sea una de las razones por las que el matrimonio está en crisis. 

Así como el modelo de familia de un solo hijo afecta a la sociedad completa porque el individuo que se desarrolla en ese modelo estandarizado, en el fondo, carece de relaciones familiares (hermanos, primos, tíos...), que son las que en definitiva nos predisponen al mundo y a los demás.

Sin duda, la familia es uno de los paradigmas más influyentes de la sociedad occidental: las nuevas conformaciones de agrupación humanas -me niego a llamar familia a cualquier unión de seres humanos-, han provocado inconscientemente una huida en busca de un mundo feliz, que acoja a todos con sus derechos individuales y sus deseos provenientes del sentimiento, no de la razón. 


Tenemos un reto cristiano -sí, nos toca siempre a los mismos-, porque si queremos cambiar al mundo, si deseamos que volvamos al bien común, al reconocimiento de la persona en su dualidad hombre y mujer, tenemos que hacer un esfuerzo para comprender a ese mundo feliz, al que pertenecemos de hecho, aunque no lo compartamos.

Los que han triunfado en la vida personal y profesional son los que han tenido maestros en la familia. Maestros de virtudes humanas, que han convivido con padres y madres, seguramente imperfectos, pero que han luchado en lo material, en lo existencial, y posiblemente también en lo espiritual. 

En definitiva, en la moralidad humana que nos conduce por el camino del reconocimiento del bien y del mal. Han vivido de cerca la exigencia del dolor, la compañía de la alegría y el silencio del dolor… Pero nunca dijeron no a lo que la vida les ponía en el camino y supieron afrontar el futuro abrazados fuertemente al presente.

Las causas y las consecuencias de nuestros días están relacionadas con la erosión de las raíces, muchas veces ficcionadas por los sentimientos. Olvidando que la razón es lo que nos pone frente a las circunstancias para saber acometerlas. Las raíces no son sólo el pasado, son parte de la persona. Hoy también se da la espalda a lo que fuimos mucho antes de nacer, sin saber que cuando rechazamos el pasado, a nuestras raíces, nos rechazamos a nosotros mismos.

¿Pero cómo nos introducimos en el mundo que por lo general nos desprecia y margina de la toma de decisiones? Las universidades tienen una 
responsabilidad substancial para invertir desde la intelectualidad la pobre visión de este mundo feliz. Con la educación y la política, por este orden, lograremos que retornen los valores de la vida y la muerte y, sin embargo, en cada avance, el mundo feliz muestra tozudamente la muerte y la decepción humana. 

Europa es la zona del mundo más acaudalada, con los mejores y más amplios sistemas de sanidad, y donde, sin embargo frente a todo el bien potencial que tiene, los derechos individuales se usan o se ponen al servicio de la cultura de la muerte.

Estamos en la lucha por la interpretación desde el discurso académico y público. Los intelectuales deben entrar en el debate público. Tienen que aparecer nuevas caras que den su tiempo, su coeficiente, para salvar al mundo, a la persona, a la dignidad que se va por el sumidero de los fecales globalistas. Será una batalla larga y con obstáculos. Una guerra del pensamiento que requiere de medios humanos, financieros y materiales. 

Muchas veces estaremos cansados porque nos combatirán con todos sus recursos, incluidos la mala fe y juego sucio. Pero ni aun así podremos perder el respeto por nuestros oponentes, porque ese es el arma secreta que nos dará la razón, la paz y triunfo. Esto ya pasó en la historia, pasa, y seguirá pasando. Pero si no queremos caer en la primera batalla, necesitaremos de una estrategia para acometer esta tarea, previendo con anterioridad qué puede ponerse en nuestro camino para saber sortearlo.

Si convenimos en que el cambio es necesario, que además el cambio vendrá del humanismo cristiano, es decir, de la inercia del pensamiento cristiano y su práxis, no podemos dejar de lado lo que verdaderamente hace que un cristiano sea cristiano, que es ser un hijo de Dios, consecuente, amado y amante de su Padre Dios, lo que nos lleva creer y a contar con los medios sobrenaturales, que han sido y seguirán siendo los de siempre: oración y sacramentos.

Extraños en tierra extraña (Palabra) de Charles J. Chaput. El arzobispo de Filadelfia explora con agudeza cómo debería ser la Iglesia, y cómo debería comportarse en el contexto de una cultura poscristiana. Con alusiones a figuras tan diversas como Tocqueville, Newman, Benedicto XVI, MacIntyre y al autor clásico de la Carta a Diogneto, no pide que la Iglesia se aparte del mundo, sino que le sirva de luz y levadura. Recomiendo vivamente su lectura a todo aquel que esté interesado en la relación entre la fe y la cultura. -S. E. R. Robert Barron, autor de Catolicismo: viaje al corazón de la fe.

Católicos en tiempos de confusión (Encuentro) de Fernando García de Cortázar. Un muy acertado texto expone de forma clara y precisa la caída de una sociedad que se avergüenza de sí misma, que reniega de sus raíces históricas y suple miedoso un catolicismo por una laicismo lacerante que no respeta nada. Sin duda una obra muy recomendable para almas inquietas en estos días donde se exhuma hasta la historia.

Estado de disolución (Sekotia) de Elio Gallego. El subtítulo de la obra es muy alentador: Europa y su destino en el pensamiento de Donoso Cortés. Y lo que Donoso Cortés previó fue, sintéticamente, esto: que el destino de Europa estaría marcado por el despliegue en el tiempo del racionalismo, con un liberalismo inicial que sucumbiría ante al voluntarismo «democrático» de las masas, y éste a su vez se diluiría en otro estadio, esta vez «socialista», centrado exclusivamente en el igualitario goce de los bienes materiales y en el bienestar. Época narcisista y egocéntrica y, sobre todo, atea que finalmente daría paso al nihilismo, entendido éste como un estado de disolución general. ¡No les digo nada! 


Humberto Pérez-Tomé
Vía Hispanidad

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