Todos estos debates son enormemente trascendentes y no les hemos prestado la menor atención, enfrascados en peleas políticas innecesarias
Emmanuel Macron. (Reuters)
En los últimos seis meses, España ha estado sumida en su
propio -y probablemente innecesario- laberinto político. A pesar del
optimismo que hizo pensar que Pedro Sánchez, y su liderazgo entre los
socialistas europeos, permitirían a nuestro país recuperar una influencia en Europa cada vez más reducida, lo cierto es que seguimos sin participar en las grandes decisiones de la Unión Europea. Ni siquiera las estamos debatiendo como debiéramos. Estas son cuatro de
las cosas que han pasado mientras decidíamos a quién votar. Han tenido
lugar en solo dos semanas, pero todas son enormemente trascendentes y
parece que no les hemos prestado la menor atención.
“Muerte cerebral”
El jueves pasado, la revista The Economist publicó una larga entrevista con el presidente francés, Emmanuel Macron.
Sorprendió por su franqueza, infrecuente en un político con su
responsabilidad. “Europa está al borde del precipicio", decía el
presidente francés. "Si no despertamos existe un riesgo considerable de que a largo plazo desaparezcamos geopolíticamente,
o al menos que dejemos de controlar nuestros destino”. Estados Unidos
se ha desentendido de la Unión Europea y China busca reiteradamente su
división al explotar los intereses de los diferentes países del
continente.
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Con respecto a lo primero, Macron afirmaba que "estamos experimentando la muerte cerebral de la OTAN": en consecuencia, Europa debería asumir más responsabilidades respecto a su seguridad y dejar de pensar que cuando Trump se marche volverán los tiempos normales. No es así. A su vez, reconocía el “genio diplomático” de China “para jugar con nuestras decisiones y debilitarnos”. Un ejemplo, subrayaba, es la venta de infraestructuras a intereses chinos, como algunos puertos en Italia o Grecia.
Es
necesaria una “soberanía europea”, la capacidad del continente para
defender unido sus intereses en los grandes asuntos: no solo la
seguridad, sino también la privacidad, los datos, el medio ambiente, la
inteligencia artificial, la industria y demás. Los europeos debemos
unirnos más porque estamos solos en el mundo. La arrogancia de Macron puede repelernos, pero seguramente tiene razón.
“Material explosivo”
Hace
siete años, en lo peor de la crisis del euro, las instituciones
europeas lanzaron la idea de una unión bancaria: un programa que protegiera el dinero de los ahorradores de toda la eurozona
y que contribuyera a reducir la fragmentación del mercado bancario.
Alemania se opuso desde el principio, por miedo a que sus contribuyentes
acabaran pagando las bancarrotas de los bancos de otros países.
Pero la semana pasada anunció que está dispuesta a aceptarla,
siempre y cuando antes se produzcan determinadas reformas que sentarán
mal en otros países, como Italia, donde los bancos son muy débiles. Esas
reformas servirían para evitar que los bancos compren mucha deuda
pública de sus países, armonizar las leyes de insolvencia bancaria en la
UE y reducir la deuda tóxica en el sistema bancario de la UE. A pesar
de todas esas cautelas, la propuesta de Alemania es un gran paso. “Es material explosivo”, dijo un alto funcionario de la UE.
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Pero ese material explosivo lo es sobre todo para el Gobierno alemán, formado por una gran coalición en la que los socialdemócratas están mucho más predispuestos que los democristianos a una mutualización de los riesgos entre países europeos. Y también para otros gobiernos de países del norte que aún piensan que es mala idea decirle a los bancos de los países del sur que, si quiebran, sus clientes serán rescatados con dinero del norte. Pero la puerta se ha abierto. Si el proyecto llegara a buen fin -algo para lo que falta mucho trabajo-, sería uno de los mayores avances en la integración desde la creación del euro.
“Al borde de la recesión”
La Comisión Europea anunció hace unos días que calcula que en 2019 la eurozona crecerá un 1,1%, el crecimiento más bajo desde que terminó la crisis de deuda soberana en 2014.
En 2020 y 2021 prevé que ese crecimiento será de alrededor del 1,2%. La
guerra comercial entre Estados Unidos y China y la UE -que ayer Trump
agravó al anunciar más aranceles si China no acepta un acuerdo-, la
posibilidad de un Brexit por las bravas cuyos daños son difíciles de
calcular y la caída de la producción industrial en toda la zona han
hecho que las perspectivas de crecimiento e inflación sean bajas. “El
crecimiento global caerá este año a un ritmo que normalmente se asocia a estar al borde de la recesión”.
Por lo que respecta a España, las perspectivas también empeoran:
si en verano se esperaba que el PIB creciera este año el 2,3%, ahora la
previsión se reduce al 1,9%; para 2020 el recorte es el mismo: del 1,9%
al 1,5%, explicaba Nacho Alarcón, corresponsal de El Confidencial en Bruselas.
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La ausencia de presupuesto en España, señalaban Pierre Moscovici, comisario europeo de Economía y Finanzas, y el vicepresidente económico de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, apunta a que en 2019-2020, el país no cumplirá con el “esfuerzo fiscal recomendado". La aún hipotética formación de un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos genera dos preguntas al respecto. En primer lugar, ¿es más probable que se apruebe un presupuesto para 2020? Y la segunda, en caso de que ese nuevo presupuesto exista, ¿se ajustará de manera realista a los requerimientos fiscales de la Comisión?
“Víctimas colaterales”
En
buena medida debido al veto de Emmanuel Macron -aunque él asegura que
tenía el apoyo de otros países europeos-, la semana pasada se cerraron
las puertas a las negociaciones con Macedonia del Norte y Albania para
su entrada en la UE. Macron afirmó que, hasta que no se produzca una
verdadera reforma, es “absurdo” acometer ampliaciones que luego impidan a
la UE actuar como un bloque integrado y con una sola voz. Edi Rama, el primer ministro de Albania, dijo que esos países estaban siendo, simplemente, “víctimas colaterales” de las divisiones existentes en la UE acerca de las ampliaciones.
Muchos
países no comprendieron este veto de Macron. ¿Acaso no es esa la falta
de visión de la que el presidente francés suele acusar a los demás
líderes europeos? Por ejemplo, en Serbia, que también se encuentra a las
puertas de la UE, está creciendo la influencia rusa y china;
y es probable que lo mismo suceda en otros países que están dispuestos a
integrarse en la Unión pero se encuentran la puerta cerrada.
Pero la duda de Macron tiene razón de ser. Estos días se ha conmemorado el treinta aniversario de la caída del Muro de Berlín. Esta propició no solo la reunificación de Alemania
y el desmoronamiento del imperio soviético, sino una década y media más
tarde, en 2004, la entrada en la UE de la República Checa, Eslovaquia,
Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania y Polonia. Todos países
excomunistas, además de Malta y Chipre. Había numerosos argumentos para
defender su integración. Algunos eran morales: históricamente, muchos de
estos países habían sufrido como pocos por encontrarse atrapados entre los imperios ruso y alemán, y era el momento de resarcirles.
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Otros eran geoestratégicos: Rusia era débil y no era previsible que volviera a tener sueños imperiales, pero en cualquier caso era mejor tener a estos países del lado europeo. Una década y media después, su integración en la UE sigue siendo más positiva que negativa. Pero muchos están renunciando sin ninguna clase de reparo a los valores de la democracia liberal que dijeron asumir cuando entraron en el club. Y, además, están inspirando -y, en el caso ruso, financiando- a los movimientos antiliberales existentes en el seno de la propia UE.
En
este contexto, ¿tiene sentido admitir en la UE a más países, con
tradiciones democráticas si cabe más débiles? Hay respuestas morales y
geoestratégicas. Pero no todas son afirmativas.
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ Vía EL CONFIDENCIAL
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