Germán Masserdotti
En
las misas dominicales, desde el 9 de julio de 2001, los fieles
católicos argentinos acostumbramos rezar una Oración por la Patria que
comienza y termina con la misma invocación: “Jesucristo, Señor de la
historia, te necesitamos”.
Se trata, al fin de cuentas, de un profesión de fe divina y católica:
confesamos la Realeza de Jesucristo, en primer lugar, en lo espiritual y
en lo temporal: “Este reino es principalmente espiritual y se refiere a
las cosas espirituales”, a la vez que “erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales,
puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas
creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio” (cf. Pío XI, encíclica Quas primas, 11 de diciembre de 1925, 14-15).
Pero también profesamos con fe divina y católica la realeza de Jesucristo en los individuos y en la sociedad: “Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos (San Agustín, Ep. ad Macedonium, c. 3). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria” (Id., 16).
En Ubi arcano Dei (23 de diciembre de 1922), su encíclica “programática”, el mismo Pío XI señalaba que “desterrados Dios y Jesucristo de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido”.
A la vista está, para propios y ajenos, que el número determinante de los gobernantes y de los legisladores de la Nación Argentina, a contrapelo de la verdad de las cosas y de su tradición histórica, no solamente no profesa sino que, todavía peor, se opone militantemente a la realeza social de Jesucristo. Y buena parte del laicado católico argentino, del cual, por otra parte, todavía surgen esos gobernantes y legisladores, se conforma con sus propias debilidades cuando no intenta “echar agua bendita” a sus traiciones bajo excusa de que “el asunto es más complejo”. Parece que nos olvidamos que se trata de hacer oración y penitencia -también penitencia-, como lo pide nuestra Señora de Fátima, y que lo debemos hacer con sentido de bien común para que nuestra Patria argentina sea recapitulada en Cristo (cf. Ef 1,10).
Tal vez alguno, también propio o ajeno, se pregunte si no resulta utópico seguir profesando la realeza social de Jesucristo, si no sería una alternativa con “más llegada” y que lograra más adhesiones aunar esfuerzos en común por una patria humanitarista, ecológica, con “pobreza cero”, pluralista, democrática, y un largo etcétera.
Sucede que, “si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigila el centinela” (Sal 127, 1) y, aunque las naciones se amotinen, y los pueblos hagan vanos proyectos, aunque los reyes… o los presidentes y legisladores –muchos de ellos que se autodenominan católicos, pero…–, se subleven, y los príncipes conspiren contra el Ungido de Dios, rompan sus ataduras y se libren del yugo de Dios, “el que reina en el Cielo se sonríe, el Señor se burla de ellos” (cf. Sal 2, 1-4).
Por esto, nuevamente, hagamos profesión de fe divina y católica en la Realeza social de Jesucristo: “Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”.
GERMÁN MASSERDOTTI Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
Pero también profesamos con fe divina y católica la realeza de Jesucristo en los individuos y en la sociedad: “Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos (San Agustín, Ep. ad Macedonium, c. 3). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria” (Id., 16).
En Ubi arcano Dei (23 de diciembre de 1922), su encíclica “programática”, el mismo Pío XI señalaba que “desterrados Dios y Jesucristo de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido”.
A la vista está, para propios y ajenos, que el número determinante de los gobernantes y de los legisladores de la Nación Argentina, a contrapelo de la verdad de las cosas y de su tradición histórica, no solamente no profesa sino que, todavía peor, se opone militantemente a la realeza social de Jesucristo. Y buena parte del laicado católico argentino, del cual, por otra parte, todavía surgen esos gobernantes y legisladores, se conforma con sus propias debilidades cuando no intenta “echar agua bendita” a sus traiciones bajo excusa de que “el asunto es más complejo”. Parece que nos olvidamos que se trata de hacer oración y penitencia -también penitencia-, como lo pide nuestra Señora de Fátima, y que lo debemos hacer con sentido de bien común para que nuestra Patria argentina sea recapitulada en Cristo (cf. Ef 1,10).
Tal vez alguno, también propio o ajeno, se pregunte si no resulta utópico seguir profesando la realeza social de Jesucristo, si no sería una alternativa con “más llegada” y que lograra más adhesiones aunar esfuerzos en común por una patria humanitarista, ecológica, con “pobreza cero”, pluralista, democrática, y un largo etcétera.
Sucede que, “si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigila el centinela” (Sal 127, 1) y, aunque las naciones se amotinen, y los pueblos hagan vanos proyectos, aunque los reyes… o los presidentes y legisladores –muchos de ellos que se autodenominan católicos, pero…–, se subleven, y los príncipes conspiren contra el Ungido de Dios, rompan sus ataduras y se libren del yugo de Dios, “el que reina en el Cielo se sonríe, el Señor se burla de ellos” (cf. Sal 2, 1-4).
Por esto, nuevamente, hagamos profesión de fe divina y católica en la Realeza social de Jesucristo: “Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”.
GERMÁN MASSERDOTTI Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
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