Artículos para reflexionar y debatir sobre temas y cuestiones políticas, económicas, históricas y de actualidad.
Translate
martes, 19 de noviembre de 2019
Si desaparece el centro, la UE no sobrevivirá
Salvo en muy contadas excepciones,
la tónica predominante en la Unión Europea es el achicamiento de este
espacio político conocido como centro
Esteban González Pons
Aparentemente, el centro político está en retroceso
en Occidente. Si quisiera ser algo más sombrío, diría que está
desapareciendo. Salvo en muy contadas excepciones, la tónica
predominante en la Unión Europea
es el achicamiento de este espacio político conocido como centro, que
no es otra cosa que el territorio donde las ideologías conservadoras,
liberales y progresistas se encuentran para acordar y compartir los
grandes objetivos nacionales.
En Francia, los principales partidos de centro derecha (Les Republicains) y de centro izquierda (Partit Socialiste),
que dominaron la escena política de la V República, acudieron a las
últimas elecciones presidenciales de 2017 con discursos más de
confrontación que de diálogo. El resultado fue que ambos quedaron
superados por sus versiones extremas. En el caso conservador, por el Frente Nacional de Le Pen, y en el caso socialista, por la Francia Insumisa de Mélenchon.
De hecho, ante el rotundo fracaso de la derecha y la izquierda moderadas, el nuevo partido de Macron
no puede considerarse de centro, sino más bien de concentración. Es el
único partido viable para defender el sistema frente a la extrema
izquierda o la extrema derecha. Si Macron pierde, solo puede ganar Le
Pen.
En Italia,
sucede algo similar. Los partidos tradicionales (si es que en la
política italiana puede haber algo tradicional) fueron superados
igualmente por sus versiones más radicalizadas. Forza Italia tuvo que ceder el protagonismo de la derecha a la Liga Norte, y el Partido Socialista quedó desdibujado ante el Movimiento 5 Estrellas. Hoy, allí se ha tenido que formar otro Ejecutivo de coalición de los de salvar la República otra vez.
Tanto
en Francia como en Italia, la única mayoría alternativa viable a sus
gobiernos de defensa del sistema, hoy por hoy, es la extrema derecha.
En Reino Unido, ha pasado algo parecido. El Partido Conservador tardó poco en deshacerse del barniz renovador que le había dado David Cameron, para volver a las esencias más nacionalistas. Nada distinto de lo que hiciera el Partido Laborista con la elección de sus últimos líderes, Ed Miliband antes y Jeremy Corbyn en la actualidad, que reniegan del legado de Tony Blair como de la peste. Baste recordar que Boris Johnson ha cerrado un pacto electoral con Nigel Farage, líder del partido del Brexit, para las próximas elecciones de diciembre.
En Alemania,
la gran coalición entre la democracia cristiana y la social democracia
está en riesgo de sucumbir. Y en las últimas elecciones regionales,
celebradas en octubre en Turingia, han quedado primeros los
neocomunistas y segundos los neofascistas.
La situación no es mejor en Estados Unidos. Quizá de un modo más acentuado en el Partido Republicano,
que ha sido engullido por los herederos del Tea Party y estos a su vez
por ese experimento sociopolítico llamado trumpismo. El Partido Demócrata todavía
no se ha decantado por el radicalismo. Afortunadamente, pese al empuje
arrollador y a veces furibundo de liderazgos divisivos como los de Bernie Sanders (la derrota de Clinton no podría entenderse sin su controvertida campaña) o la más reciente Alexandria Ocasio-Cortez, parece que va a inclinarse por una candidatura de base social amplia como la que pueden representar Joe Biden o Michael Bloomberg (no pierdan de vista este nombre).
¿Qué está sucediendo?
Lo
primero y más importante es no cometer el error de confundir el centro
político con un partido político. El centro político lo pueden ocupar un
partido (lo excepcional), dos o tres partidos (lo habitual) o, en
algunos sistemas políticos, una plétora de partidos agrupados por
bloques ideológicos.
El centro político no es una ideología, sino el lugar donde confluyen las ideologías para lograr el consenso.
Las grandes
transformaciones socioeconómicas y políticas pueden sucederse, en
esencia, de dos maneras. O bien a través de procesos revolucionarios
drásticos, basados en el conflicto y que generalmente enfrentan a una
parte de la sociedad con otra (desde los extremos), o bien mediante
procesos de compromiso y acomodación, que buscan lograr el mayor
consenso posible entre todas las partes (desde el centro).
Ni uno
ni otro método garantizan por sí solos el éxito. Pero como todo en la
vida, las cosas que se hacen despacio y con tiento suelen dar a la larga
mejores resultados que lo cocinado a toda prisa, sin tener en cuenta
todas las perspectivas.
Sin centro político, no hay democracia representativa posible.
La democracia directa no es deseable, porque produce vencedores y
vencidos, pero si la democracia representativa renuncia a su razón de
ser, es decir, a que no haya perdedores porque se agrupen las distintas
representaciones del pueblo en torno a un consenso, tampoco ya sirve
para darnos estabilidad económica y social. Aquellos que reniegan del
centro trabajan contra la democracia, aunque no lo sepan.
La
centralidad política permitió a Alemania llevar a cabo con éxito su
reunificación, o a España culminar con éxito su transición a la
democracia
Desde el centro político, se han logrado los mayores avances sociales, económicos y políticos de la historia de la humanidad. Aquí en Europa y en otras partes del mundo.
La
centralidad política fue lo que permitió a Alemania llevar a cabo con
éxito su reunificación, o a España, Grecia y Portugal culminar con éxito
sus transiciones a la democracia. La centralidad política permitió que
países con intereses muchas veces diversos convergiesen en una comunidad
de intereses europea.
Sin embargo, la democracia representativa no está resistiendo bien los efectos de la crisis económica
y de la globalización. De un tiempo a esta parte, los
ciudadanos-electores ven en el centro político, en 'el centrismo', si se
me permite la expresión, más una componenda entre los partidos que un
genuino esfuerzo por dar respuesta a sus legítimas demandas. Se llega
hasta el punto de alentar explosiones de ira como la que está aconteciendo en Chile y que cambiará la Constitución chilena por la fuerza solo porque supone una respuesta contundente contra el poder establecido.
Hay
quienes, con buena voluntad o sin ella, ven el movimiento de los
partidos desde el centro hacia los extremos como algo positivo para la
democracia. Creen que, polarizando más sus posiciones, hacen a los
partidos más visibles y reconocibles, permitiéndoles colocar mejor su
agenda política.
La
polarización debilita los consensos sociales construidos a lo largo del
tiempo y, por tanto, resta legitimidad a las instituciones democráticas
Lo que se ignora en este tipo de análisis es que la polarización continuada en el tiempo debilita
los consensos sociales construidos a lo largo del tiempo y, por tanto,
resta legitimidad a las instituciones democráticas compartidas por
todos. La polarización hace imposible que se lleve a la práctica una de
las mayores virtudes de la democracia liberal: que los ciudadanos de
todas las ideologías se sientan suficientemente representados por el
Gobierno, aunque no sea de su color político.
Defender el centro
político, en consecuencia, no significa diluir las agendas partidistas
hasta hacerlas indiferenciables, sino abrirlas para que sean compatibles
unas con otras. Por eso, defender el centro político es asumir que,
entre todos, respetando las creencias e ideas de cada uno, eso sí,
debemos hallar el modo de determinar un interés nacional, y que ese no
puede ser otro que el interés de la más amplia mayoría posible,
salvaguardando debidamente los de la minoría.
Ser de centro no es saber ceder, sino saber conceder.
Aceptar
el centro político es asumir que ninguno de nosotros tiene una solución
perfecta para todos y cada uno de los problemas, pero que en algún
lugar existe una solución a la que todos podemos sumarnos.
La
ausencia de centro en España, la incapacidad de la derecha y la
izquierda para llegar a acuerdos, les regala la llave de la
gobernabilidad a los 'indepes'
Esa es, al fin y al cabo, la máxima de la Unión Europea:
27 intereses nacionales divergentes adaptados un poco unos a otros para
que todos se sientan cómodos y en paz. Esa fue la inspiración de la Constitución
del 78, cuyos padres fundadores eran representantes de todas las
corrientes ideológicas del momento. Y ese debería ser el espíritu de la
política española de hoy, que afronta los retos más aviesos de los
últimos años, pero no lo es. Por desgracia la ausencia de centro
político en España, la incapacidad de la derecha y la izquierda para
llegar a acuerdos, les regala las llaves de la gobernabilidad a los
independentistas catalanes y vascos.
¿Cómo hemos llegado a esta situación en nuestro país? Permitiendo durante años y años que los nacionalistas se beneficien de la absurda negativa de PSOE y PP a entenderse. Visto el desastre que vivimos en Cataluña, ¿vamos a hacer algo al respecto? No lo parece. Increíble, pero cierto.
Si desaparece el centro político, la Unión Europea no sobrevivirá. Los extremistas lo saben, los europeístas parece que no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario