Tras cuarenta años de engaños, sobornos e ingeniería social implacable,
los líderes separatistas han convencido a la mitad de los catalanes de
que la Autonomía no es suficiente y de que necesitan la Independencia
Carles Puigdemont y Quim Torra en una imagen de archivo.
Efe
Últimamente no voy demasiado a Barcelona, mi ciudad natal, la de los tres Alejos Vidal-Quadras
que me precedieron en línea directa, mi padre, mi abuelo y mi
bisabuelo, de mi hijo mayor, Alejo, y de mi nieto Alejo. Esta larga
lista de Alejos Vidal-Quadras o Aleix Vidal-Quadras nacidos en Barcelona
que abarca seis generaciones me suscita una perplejidad: ¿Cómo es que
yo tengo perfectamente acomodada mi múltiple identidad barcelonesa,
catalana, española y europea y esa sexta parte de independentistas
nacidos en el resto de España necesita perentoriamente un Estado propio
que defienda su desbordante, incendiaria, recién adquirida y al parecer
excluyente identidad catalana? La conclusión es que el problema de
Cataluña no es ser una nación sin Estado, sino una región donde no hay
suficientes psiquiatras.
Cuando
visito mi ciudad los recuerdos se agolpan en mi cerebro y hay uno en
particular que ha quedado grabado en mi memoria. Se trata de la primera
sesión de investidura a la que asistí en el Parlamento de Cataluña el 29 de Mayo de 1988. Jordi Pujol
se encontraba en la cúspide de su gloria y transido de sus dos grandes
amores, su amor al dinero ajeno y su amor a Cataluña, por este orden. Es
como si lo estuviera viendo. Subió a la tribuna, emitió su
característico carraspeo, torció la cabeza en perfecta concordancia con
su carácter, es decir, en ángulo oblicuo, y pronunció solemnemente unas
palabras que siempre tengo presentes. Dijo:
“Catalunya
es una nació. Ho és per la seva cultura i el seu dret, ho és per la
seva historia, que ha seguit el seu propi camí, ho és per les seves
institucions, ho és per la seva mentalitat col.lectiva, ho és per la
seva colocació própia en el context general espanyol, europeu i
mediterrani, ho és per la consciència que té de tot això i per la
voluntat de defensar-ho”
Mis
facultades analíticas se pusieron de inmediato a trabajar -yo procedo
de las ciencias duras- y me pregunté: ¿Mentalidad colectiva? ¿Qué es
eso? ¿Siete millones de personas pensando lo mismo a la vez? Un
estremecimiento premonitorio recorrió mi cuerpo. Y ¿defenderse? Los
catalanes ¿hemos de defendernos? ¿De qué? Ya entonces Cataluña disponía
de un Parlamento con amplísimas facultades legislativas, un Gobierno, un
abultado presupuesto, una bandera, un himno, lengua co-oficial, decenas
de miles de funcionarios, competencias exclusivas en educación, en
sanidad, Pujol recorría España en olor de multitudes acogido como hombre
de Estado y paradigma de seny y bonhomía, por
tanto ¿cuál era la amenaza? Y comprendí que si la amenaza no existía,
habría que inventarla, y volví a estremecerme.
Tuve así, sentado en mi escaño en aquel ya lejano año de 1988, un primer atisbo en la elocuente perorata del Muy Imputable
de un concepto perverso de nación, el de nación entendida como el
depósito de una identidad étnica, lingüística y cultural estática,
inconmovible y eterna, de una entidad antropomórfica dotada de mente y
voluntad a la que los individuos que la forman deben reverencia,
acatamiento y renuncia a cualquier rasgo de su personal forma de estar
en el mundo en aras de la supremacía y la plenitud de ese ídolo
exigente, implacable, absoluto y frecuentemente sangriento. En ese
momento comprendí que mi vida adquiría pleno sentido: oponerme a este horror
con todas mis fuerzas hasta neutralizarlo por completo. Y eso es lo que
he venido haciendo, junto con otros muchos catalanes no abducidos por
el nacionalismo, compatibilizando esta absorbente misión con otras
actividades, más que nada por una cuestión de salud mental.
Los separatistas nunca conseguirán una Cataluña independiente, pero sí una Cataluña arruinada. Persiguen la soberanía y la prosperidad y alcanzarán la intervención de la Autonomía y la miseria
Tras cuarenta años de engaños, sobornos e
ingeniería social implacable, los líderes separatistas han conseguido
convencer a la mitad de los catalanes de que la Autonomía no es
suficiente y de que necesitan la Independencia. El brillante resultado
de esta larga y costosa operación es que se quedarán sin Independencia y
sin Autonomía. Los separatistas nunca conseguirán una Cataluña
independiente, pero sí una Cataluña arruinada. Persiguen la soberanía y
la prosperidad y alcanzarán la intervención de la Autonomía y la
miseria. Soñaban en ser la Dinamarca del Sur y corren el riesgo de ser
la Siria del Oeste.
Hoy la mitad de los catalanes están furiosos y frustrados
porque los separatistas les han prometido lo que nunca tendrán, porque
es imposible. Y la otra mitad están furiosos y frustrados porque los
separatistas les quieren transformar en extranjeros en su propio país
saltándose la Constitución y las leyes. Por
tanto, la totalidad de los catalanes están furiosos y frustrados y los
separatistas han conseguido por fin su objetivo: en su furia y en su
frustración, los catalanes ya son un solo pueblo, un sol poble, un solo pueblo de gente frustrada y furiosa.
Supremacía étnica
Se ha partido desde la Transición de conceptos equivocados, de planteamientos irreales, de un ingenuo wishful thinking.
Se creyó que cambiando la estructura territorial del Estado y
proporcionando a los nacionalistas todos los elementos para destruirlo
no lo harían y respetarían las reglas del juego. Se olvidó que el
nacionalismo identitario es una ideología intrínsecamente perversa,
necesariamente destructiva e inevitablemente violenta. Al operar sobre
sociedades plurales impone coactivamente una determinada lengua, la
supremacía de un grupo étnico concreto y una particular y sesgada
interpretación de la Historia. El resultado no puede ser otro que el
enfrentamiento, la división, la violencia, la inestabilidad social y el
empobrecimiento económico, como quedó inapelablemente demostrado en el
siglo pasado.
La solución no es dar a
los separatistas más autogobierno, más dinero y más reconocimiento
simbólico, una pulmonía aguda no se cura inyectando más neumococos. Los
que proponen eso, negociación, diálogo, más concesiones, o tienen
nublado el juicio o son colaboracionistas conscientes o inconscientes,
y el colaboracionismo es una posición escasamente honrosa cuando la
democracia y la libertad están amenazadas, algo que debiera considerar
seriamente Miguel Iceta.
España no debe ser ni un día más el único Estado del mundo y de la Historia que proporciona absurdamente a su peor enemigo los medios para que lo destruya
Hemos llegado a un punto en el que no
queda otro camino que privar a los golpistas de todos los medios e
instrumentos que están empleando para liquidar a España como Nación
democrática, unida, plural y próspera. Es urgente la intervención de la
Autonomía y la formación de un Gobierno de concentración nacional de
todas las fuerzas constitucionalistas sin excepción, como sucedería si
la agresión inequívocamente existencial viniese del exterior. Y esa
medida, sin duda traumática y drástica, pero insoslayable, debe ir
acompañada de la petición del apoyo solidario de los restantes Estados
Miembros de la UE y de la comunidad internacional.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario