Stefano Fontana
Debemos mirar de frente la realidad: este domingo se celebró la Solemnidad de Cristo Rey,
pero sobre la “Realeza de Cristo” hay división. Existen dos
interpretaciones teológicas distintas que se contradicen sobre el punto
fundamental de la realeza “política” de Cristo: si existe o no.
Obviamente, adopto el adjetivo “política” no en el sentido de los partidos políticos, sino para plantear si la política, como organización de la vida comunitaria para el bien común, tiene un deber hacia Cristo, la religión católica, la Iglesia. La Dignitatis humanae del Vaticano II habla del “deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (n. 1), pero no habla de un deber de la comunidad política. Una cierta teología considera que ese deber no existe, otra teología considera que sí y sobre esta discrepancia aún no reina la paz.
La palabra “deber” debe entenderse en sentido estricto. Decir que existe un deber de la política hacia la verdadera religión implica sostener que -no por motivos contingentes, ocasionales o accidentales, sino por motivos esenciales- la política no puede plantearse sin la religión de Cristo, aunque no se identifique con ella. Implica que la política no llega a ser verdadera política si se separa de la religión de Cristo.
Por poner el ejemplo de Italia: la política italiana debería tener una relación esencial con el cristianismo no porque nuestra historia y nuestra cultura resulten irreconocibles sin el cristianismo, como algunos se dignan proclamar, sino porque la fe cristiana aporta a la política una verdad fundante.
Continuando con los ejemplos: en las escuelas se debería enseñar la religión católica no como una genérica instrucción religiosa de tipo cultural, sino porque es verdad y porque es indispensable para la vida comunitaria: sin ella, la comunidad política no pudiese mantenerse en pie.
Es fácil entender por qué sobre este tema hay discrepancia y por qué la lucha teológica al respecto sigue siendo muy áspera. Si se entiende la “Realeza Social de Cristo” en el sentido de este deber de la política hacia la verdadera religión, la comunidad política tendría que mantener con el cristianismo una relación preferencial y única, lo que iría contra el principio de la libertad religiosa tal como se entiende hoy. La vida política ya no sería laica en el sentido que se atribuye hoy a este término. El bien común ya no lo decidiría una mayoría democrática, sino que correspondería a los fines naturales de las personas, de las sociedades naturales y de los cuerpos intermedios conocidos por la razón, pero en última instancia garantizados por la religión. El matrimonio canónico sería la única forma de matrimonio reconocida públicamente. La educación sería ante todo un deber de la Iglesia y no del Estado. Etcétera. En resumen, asumir ese deber de la política hacia la verdadera religión implicaría revisar desde la raíz algunos principios fundamentales de la política tal como se la entiende hoy.
La Realeza de Cristo y este deber de la política han sido siempre afirmados por los Pontífices desde Pío IX a Pío XII. El Vaticano II introdujo nuevas perspectivas, pero ni en los textos conciliares ni en el magisterio postconciliar ha negado formalmente ningún Pontífice ese principio. Se habla menos de él y de forma menos decidida, pero nunca ha sido negado. De esta forma, entre los nuevos principios -como el de la libertad religiosa- y el antiguo y nunca negado principio de la Realeza política de Cristo se ha creado un cortocircuito que aún debe ser reparado.
En efecto, no se entiende cómo es posible anunciar a Cristo en la política, en la economía y en la sociedad -lo que siempre han pedido los Papas postconciliares- sin anunciar también su Realeza, privándole de un Poder auténtico y negando su condición de Legislador y de Fundamento de la autoridad… lo que equivaldría a negar su divinidad. No se entiende cómo pueden “ordenarse a Dios las cosas temporales”, como deben hacer los laicos según el Concilio, y al mismo tiempo, como admite el número 423 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, evitar “generar una discriminación de orden civil o social respecto a otros grupos religiosos". Aceptar la Realeza de Cristo no es compatible con crear una sociedad multirreligiosa o atea.
Para evitar estos espinosos problemas, el camino que se viene siguiendo es diluir el tono de la “Realeza” y debilitar sus pretensiones. Se le atribuye a la expresión un significado espiritual, o escatológico, o vagamente pastoral, pero no social ni político. Y sin embargo no se puede huir del problema: si Benedicto XVI escribe que el cristianismo no solo es útil, sino indispensable para la solución de la cuestión social, ¿no está repitiendo lo que decía León XIII, para quien no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio? Ambos dicen lo mismo, luego ambos remiten a un deber de la política hacia la verdadera religión. Pero entonces se sacaban las conclusiones que ahora no se sacan, o al menos no hasta el final.
STEFANO FONTANA
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Apéndice
Versículos del Nuevo Testamento que hablan de la Realeza social y política de Cristo:
"Y de parte de Jesucristo, | el testigo fiel, | el primogénito de entre los muertos, | el príncipe de los reyes de la tierra. | Al que nos ama, | y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. | A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra. Sí, amén. Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso»" (Ap 1, 5-8)
"En el manto y en el muslo lleva escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores»" (Ap 19,16).
"Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn, 15,10).
"Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio" (Jn 5, 22).
"Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz»" (Jn 18,33-37).
"Jesús le contestó: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor»" (Jn 19, 11).
"Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin»" (Lc 1, 32-33).
"Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”" (Mt 25, 31-40).
"Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra»" (Mt 28, 18).
"En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos" (Hebr 1,2).
"Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí. Pues los gobernantes no dan miedo al que hace el bien, sino al que obra el mal. ¿Quieres no tener miedo a la autoridad? Haz el bien y recibirás sus alabanzas; de hecho, la autoridad es un ministro de Dios para bien tuyo; pero si haces el mal, teme, pues no en vano lleva la espada; ya que es ministro de Dios para aplicar el castigo al que obra el mal" (Rom 13, 1-4).
"Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies" (1 Cor, 15,25).
"Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo: «¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros»" (Hech 4, 18-19).
Obviamente, adopto el adjetivo “política” no en el sentido de los partidos políticos, sino para plantear si la política, como organización de la vida comunitaria para el bien común, tiene un deber hacia Cristo, la religión católica, la Iglesia. La Dignitatis humanae del Vaticano II habla del “deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (n. 1), pero no habla de un deber de la comunidad política. Una cierta teología considera que ese deber no existe, otra teología considera que sí y sobre esta discrepancia aún no reina la paz.
La palabra “deber” debe entenderse en sentido estricto. Decir que existe un deber de la política hacia la verdadera religión implica sostener que -no por motivos contingentes, ocasionales o accidentales, sino por motivos esenciales- la política no puede plantearse sin la religión de Cristo, aunque no se identifique con ella. Implica que la política no llega a ser verdadera política si se separa de la religión de Cristo.
Por poner el ejemplo de Italia: la política italiana debería tener una relación esencial con el cristianismo no porque nuestra historia y nuestra cultura resulten irreconocibles sin el cristianismo, como algunos se dignan proclamar, sino porque la fe cristiana aporta a la política una verdad fundante.
Continuando con los ejemplos: en las escuelas se debería enseñar la religión católica no como una genérica instrucción religiosa de tipo cultural, sino porque es verdad y porque es indispensable para la vida comunitaria: sin ella, la comunidad política no pudiese mantenerse en pie.
Es fácil entender por qué sobre este tema hay discrepancia y por qué la lucha teológica al respecto sigue siendo muy áspera. Si se entiende la “Realeza Social de Cristo” en el sentido de este deber de la política hacia la verdadera religión, la comunidad política tendría que mantener con el cristianismo una relación preferencial y única, lo que iría contra el principio de la libertad religiosa tal como se entiende hoy. La vida política ya no sería laica en el sentido que se atribuye hoy a este término. El bien común ya no lo decidiría una mayoría democrática, sino que correspondería a los fines naturales de las personas, de las sociedades naturales y de los cuerpos intermedios conocidos por la razón, pero en última instancia garantizados por la religión. El matrimonio canónico sería la única forma de matrimonio reconocida públicamente. La educación sería ante todo un deber de la Iglesia y no del Estado. Etcétera. En resumen, asumir ese deber de la política hacia la verdadera religión implicaría revisar desde la raíz algunos principios fundamentales de la política tal como se la entiende hoy.
La Realeza de Cristo y este deber de la política han sido siempre afirmados por los Pontífices desde Pío IX a Pío XII. El Vaticano II introdujo nuevas perspectivas, pero ni en los textos conciliares ni en el magisterio postconciliar ha negado formalmente ningún Pontífice ese principio. Se habla menos de él y de forma menos decidida, pero nunca ha sido negado. De esta forma, entre los nuevos principios -como el de la libertad religiosa- y el antiguo y nunca negado principio de la Realeza política de Cristo se ha creado un cortocircuito que aún debe ser reparado.
En efecto, no se entiende cómo es posible anunciar a Cristo en la política, en la economía y en la sociedad -lo que siempre han pedido los Papas postconciliares- sin anunciar también su Realeza, privándole de un Poder auténtico y negando su condición de Legislador y de Fundamento de la autoridad… lo que equivaldría a negar su divinidad. No se entiende cómo pueden “ordenarse a Dios las cosas temporales”, como deben hacer los laicos según el Concilio, y al mismo tiempo, como admite el número 423 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, evitar “generar una discriminación de orden civil o social respecto a otros grupos religiosos". Aceptar la Realeza de Cristo no es compatible con crear una sociedad multirreligiosa o atea.
Para evitar estos espinosos problemas, el camino que se viene siguiendo es diluir el tono de la “Realeza” y debilitar sus pretensiones. Se le atribuye a la expresión un significado espiritual, o escatológico, o vagamente pastoral, pero no social ni político. Y sin embargo no se puede huir del problema: si Benedicto XVI escribe que el cristianismo no solo es útil, sino indispensable para la solución de la cuestión social, ¿no está repitiendo lo que decía León XIII, para quien no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio? Ambos dicen lo mismo, luego ambos remiten a un deber de la política hacia la verdadera religión. Pero entonces se sacaban las conclusiones que ahora no se sacan, o al menos no hasta el final.
STEFANO FONTANA
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Apéndice
Versículos del Nuevo Testamento que hablan de la Realeza social y política de Cristo:
"Y de parte de Jesucristo, | el testigo fiel, | el primogénito de entre los muertos, | el príncipe de los reyes de la tierra. | Al que nos ama, | y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. | A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra. Sí, amén. Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso»" (Ap 1, 5-8)
"En el manto y en el muslo lleva escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores»" (Ap 19,16).
"Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn, 15,10).
"Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio" (Jn 5, 22).
"Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz»" (Jn 18,33-37).
"Jesús le contestó: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor»" (Jn 19, 11).
"Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin»" (Lc 1, 32-33).
"Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”" (Mt 25, 31-40).
"Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra»" (Mt 28, 18).
"En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos" (Hebr 1,2).
"Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí. Pues los gobernantes no dan miedo al que hace el bien, sino al que obra el mal. ¿Quieres no tener miedo a la autoridad? Haz el bien y recibirás sus alabanzas; de hecho, la autoridad es un ministro de Dios para bien tuyo; pero si haces el mal, teme, pues no en vano lleva la espada; ya que es ministro de Dios para aplicar el castigo al que obra el mal" (Rom 13, 1-4).
"Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies" (1 Cor, 15,25).
"Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo: «¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros»" (Hech 4, 18-19).
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