El compromiso de Polonia de gastar más en defensa y la creciente presencia de tropas estadounidenses han convertido a este país en el ariete con que la OTAN toca las puertas de Rusia
Soldados polacos y estadounidenses. (Reuters)
El pasado 11 de noviembre, los informativos de la televisión polaca
repartieron su atención entre dos noticias: las manifestaciones
nacionalistas del Día de la Independencia en Varsovia y la entrevista al
primer polaco que viajaba a Estados Unidos sin necesitar visado. Ese
mismo día había entrado en vigor la exención de visado para ciudadanos polacos
que viajaran a EEUU, y no es casual que se haya elegido una fecha tan
cargada de simbolismo no es casual. Para el Gobierno polaco, se trata de
un “logro” histórico largamente esperado por muchos ciudadanos: hay 30 millones de norteamericanos con familia polaca;
para el Gobierno de Trump, se trata de un gesto más político que
administrativo con el que “premiar” a su segundo mejor aliado en Europa
tras el Reino Unido.
El amor -no siempre bien correspondido- que Polonia le profesa a su amigo “amerykański”, atraviesa un buen momento. El compromiso de Varsovia de gastar más en su defensa, comprando armamento norteamericano, y la creciente presencia de tropas estadounidenses en suelo polaco han convertido a este país en el ariete con que la OTAN toca las puertas de Rusia. En este sentido, el viaje histórico, político e ideológico que Polonia ha llevado a cabo desde que Varsovia era la capital del pacto militar prosoviético ha sido vertiginoso.
Polonia es una de los pocos miembros de la OTAN que gasta más del 2% de su PIB en defensa. Trump, que llama “escaqueados” a los países que “no pagan lo que cuesta” la “protección” de Estados Unidos, ha alabado reiteradamente a Varsovia por tener un presupuesto militar similar al de España (aunque el PIB de Polonia es la mitad del español).
Durante la visita del Presidente polaco Andrzej Duda a Washington en junio, Trump hizo una rara excepción en las normas de seguridad nacional para permitir que unos cazas de combate F-35 sobrevolaran la Casa Blanca. Hace un mes escaso, se anunció la venta de 32 de esos aparatos a Polonia por unos 40.000 millones de euros. Y a principios de año, se confirmó la compra del sistema de misiles, también de fabricación estadounidense, que forman parte del programa de modernización del ejército en el que Polonia piensa emplear 120.000 millones de euros.
Para complementar estas inversiones, se proyecta incrementar el ejército en 100.000 efectivos, al mismo tiempo que se fomenta el reclutamiento de soldados profesionales desde la escuela pública. En todas las ciudades polacas se pueden ver cada vez más tiendas de parafernalia militar, supervivencia y “airsoft” (armas de aire comprimido), y el Estado subvenciona la producción de películas de corte nacionalista centradas en el pasado bélico del país. Las ofertas comerciales para entrenar con grupos paramilitares que animan a los jóvenes -y no tan jóvenes- a mantenerse “entrenados por si el oso ruso quiere meter sus zarpas en Polonia”, proliferan en Internet y algunas de estas empresas reciben subvenciones estatales.
Tras la invasión rusa del este de Ucrania, el actual Gobierno polaco tiene más claro que nunca que su mayor enemigo es Moscú y su mejor amigo es Washington. El repetido intento de construir un “Fort Trump” en suelo polaco difícilmente se convertirá en realidad, a pesar de la oferta de Varsovia de cargar con todos los gastos. Una nueva base militar permanente atentaría contra el tratado de 1997 entre la OTAN y Rusia. Pero ya se ha decidido reubicar a 1.000 marines, actualmente destacados en Alemania, en una nueva base logística de la OTAN en Polonia. Cuando se termine de talar la superficie equivalente a 70 campos de fútbol se empezarán a construir las instalaciones que albergarán un arsenal, una base de drones y un centro de aprovisionamiento para vehículos. Con este despliegue serán ya 5.500 los soldados norteamericanos estacionados en Polonia. Pocos días después de la noticia, un editorial de la agencia de noticias oficial rusa RIA-Novosti titulaba: “El placer del suicidio: Polonia y su deseo de convertirse en un campo de batalla”.
Aparte de la anexión militar de Crimea, la principal razón de Polonia para estar prevenida contra Moscú es el enclave de Kaliningrado. Esta franja de territorio en la costa norte de Polonia es el enclave ruso más occidental en Europa y, encajado entre la frontera polaca y lituana, es uno de los jirones del Telón de Acero que aún persisten. Hace unas décadas, la mitad de los 1,2 millones de personas que vivían en Kaliningrado eran soldados. Hace menos de un año que la OTAN llevó a cabo una de las mayores maniobras militares de su historia en esta región, que dista menos de 400 kilómetros de Varsovia y donde las denuncias de invasión del espacio aéreo son una rutina.
Con todo, la política de defensa polaca parece más orientada a establecer una alianza bilateral con Washington que a convertirse en un alumno aventajado de la OTAN. La alianza, que según dijo hace poco el presidente francés Emmanuel Macron “está cerebralmente muerta”. No es más que el club en el que Polonia se reúne con el “amigo americano” para tratar asuntos a dos bandas. Por otro lado, la lealtad de Varsovia tiene su epicentro más cerca de Washington que de Bruselas. Por seguir con las citas, el Presidente Duda llamó a la Unión Europea “un club imaginario de poca relevancia para los polacos”. Los tratados militares con Trump son un recordatorio de que, aunque Polonia esté casada con Bruselas, tiene una amante en Washington.
Cuando se rechazan menos del 3% de las solicitudes de visado de los ciudadanos de un país, normalmente éste pasa a ser incluido en la lista cuyos nacionales pueden viajar sin él a EEUU. Polonia venía cumpliendo este requisito desde hace tiempo, pero la manera en que se anunció esta medida parece indicar que Trump ha querido usarla para hacer una proyección de poder dándole la apariencia de un favor político.
En ciudades como Chicago o Nueva York viven más de un millón de polacos, y en el mismo salón del Palacio Presidencial de la capital donde se fundó el Pacto de Varsovia se celebran actualmente cumbres de la OTAN. Polonia ha demostrado muchas veces su voluntad, casi embarazosamente ferviente, de acercarse a Estados Unidos. La presidencia de Donald Trump, muy en sintonía con los “rebeldes” de la UE como Hungría o la propia Polonia, es la coyuntura perfecta que el Gobierno ultraconservador polaco necesitaba para estrechar las relaciones bilaterales con EEUU. Y una política de defensa bajo los dictados de Washington parece estar en el centro de esas relaciones.
En una viñeta de humor gráfico, un periódico polaco presentaba al Presidente Duda volviendo a casa después de una juerga nocturna con “el amigote americano”. En el salón familiar le espera la vieja, fea y malhumorada Bruselas echándole en cara su aspecto y recordándole que “los del Parlamento Europeo” han estado preguntando otra vez por él. Duda se quita los zapatos de pie mientras piensa “él, Donald, sí que me comprende”.
El amor -no siempre bien correspondido- que Polonia le profesa a su amigo “amerykański”, atraviesa un buen momento. El compromiso de Varsovia de gastar más en su defensa, comprando armamento norteamericano, y la creciente presencia de tropas estadounidenses en suelo polaco han convertido a este país en el ariete con que la OTAN toca las puertas de Rusia. En este sentido, el viaje histórico, político e ideológico que Polonia ha llevado a cabo desde que Varsovia era la capital del pacto militar prosoviético ha sido vertiginoso.
El plan para crear "nuevos polacos": más educación militar y menos escuelas
Polonia es una de los pocos miembros de la OTAN que gasta más del 2% de su PIB en defensa. Trump, que llama “escaqueados” a los países que “no pagan lo que cuesta” la “protección” de Estados Unidos, ha alabado reiteradamente a Varsovia por tener un presupuesto militar similar al de España (aunque el PIB de Polonia es la mitad del español).
Durante la visita del Presidente polaco Andrzej Duda a Washington en junio, Trump hizo una rara excepción en las normas de seguridad nacional para permitir que unos cazas de combate F-35 sobrevolaran la Casa Blanca. Hace un mes escaso, se anunció la venta de 32 de esos aparatos a Polonia por unos 40.000 millones de euros. Y a principios de año, se confirmó la compra del sistema de misiles, también de fabricación estadounidense, que forman parte del programa de modernización del ejército en el que Polonia piensa emplear 120.000 millones de euros.
El miedo al abrazo del oso
Para complementar estas inversiones, se proyecta incrementar el ejército en 100.000 efectivos, al mismo tiempo que se fomenta el reclutamiento de soldados profesionales desde la escuela pública. En todas las ciudades polacas se pueden ver cada vez más tiendas de parafernalia militar, supervivencia y “airsoft” (armas de aire comprimido), y el Estado subvenciona la producción de películas de corte nacionalista centradas en el pasado bélico del país. Las ofertas comerciales para entrenar con grupos paramilitares que animan a los jóvenes -y no tan jóvenes- a mantenerse “entrenados por si el oso ruso quiere meter sus zarpas en Polonia”, proliferan en Internet y algunas de estas empresas reciben subvenciones estatales.
Tras la invasión rusa del este de Ucrania, el actual Gobierno polaco tiene más claro que nunca que su mayor enemigo es Moscú y su mejor amigo es Washington. El repetido intento de construir un “Fort Trump” en suelo polaco difícilmente se convertirá en realidad, a pesar de la oferta de Varsovia de cargar con todos los gastos. Una nueva base militar permanente atentaría contra el tratado de 1997 entre la OTAN y Rusia. Pero ya se ha decidido reubicar a 1.000 marines, actualmente destacados en Alemania, en una nueva base logística de la OTAN en Polonia. Cuando se termine de talar la superficie equivalente a 70 campos de fútbol se empezarán a construir las instalaciones que albergarán un arsenal, una base de drones y un centro de aprovisionamiento para vehículos. Con este despliegue serán ya 5.500 los soldados norteamericanos estacionados en Polonia. Pocos días después de la noticia, un editorial de la agencia de noticias oficial rusa RIA-Novosti titulaba: “El placer del suicidio: Polonia y su deseo de convertirse en un campo de batalla”.
Aparte de la anexión militar de Crimea, la principal razón de Polonia para estar prevenida contra Moscú es el enclave de Kaliningrado. Esta franja de territorio en la costa norte de Polonia es el enclave ruso más occidental en Europa y, encajado entre la frontera polaca y lituana, es uno de los jirones del Telón de Acero que aún persisten. Hace unas décadas, la mitad de los 1,2 millones de personas que vivían en Kaliningrado eran soldados. Hace menos de un año que la OTAN llevó a cabo una de las mayores maniobras militares de su historia en esta región, que dista menos de 400 kilómetros de Varsovia y donde las denuncias de invasión del espacio aéreo son una rutina.
Los cuernos de Bruselas
Con todo, la política de defensa polaca parece más orientada a establecer una alianza bilateral con Washington que a convertirse en un alumno aventajado de la OTAN. La alianza, que según dijo hace poco el presidente francés Emmanuel Macron “está cerebralmente muerta”. No es más que el club en el que Polonia se reúne con el “amigo americano” para tratar asuntos a dos bandas. Por otro lado, la lealtad de Varsovia tiene su epicentro más cerca de Washington que de Bruselas. Por seguir con las citas, el Presidente Duda llamó a la Unión Europea “un club imaginario de poca relevancia para los polacos”. Los tratados militares con Trump son un recordatorio de que, aunque Polonia esté casada con Bruselas, tiene una amante en Washington.
Cuando se rechazan menos del 3% de las solicitudes de visado de los ciudadanos de un país, normalmente éste pasa a ser incluido en la lista cuyos nacionales pueden viajar sin él a EEUU. Polonia venía cumpliendo este requisito desde hace tiempo, pero la manera en que se anunció esta medida parece indicar que Trump ha querido usarla para hacer una proyección de poder dándole la apariencia de un favor político.
En ciudades como Chicago o Nueva York viven más de un millón de polacos, y en el mismo salón del Palacio Presidencial de la capital donde se fundó el Pacto de Varsovia se celebran actualmente cumbres de la OTAN. Polonia ha demostrado muchas veces su voluntad, casi embarazosamente ferviente, de acercarse a Estados Unidos. La presidencia de Donald Trump, muy en sintonía con los “rebeldes” de la UE como Hungría o la propia Polonia, es la coyuntura perfecta que el Gobierno ultraconservador polaco necesitaba para estrechar las relaciones bilaterales con EEUU. Y una política de defensa bajo los dictados de Washington parece estar en el centro de esas relaciones.
En una viñeta de humor gráfico, un periódico polaco presentaba al Presidente Duda volviendo a casa después de una juerga nocturna con “el amigote americano”. En el salón familiar le espera la vieja, fea y malhumorada Bruselas echándole en cara su aspecto y recordándole que “los del Parlamento Europeo” han estado preguntando otra vez por él. Duda se quita los zapatos de pie mientras piensa “él, Donald, sí que me comprende”.
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