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domingo, 24 de noviembre de 2019
La Ilustración nació del frío
Philpp Blom alude a la edad del
hielo que hubo en Europa entre 1570 y 1700 como un escenario hostil y
catastrófico que predispuso paradójicamente la entrada en la modernidad
Una 'frost fair' que tuvo lugar en un Támesis congelado durante el
invierno de 1683-84 durante la Pequeña Edad de Hielo (Abraham Hondius)
Los maestros luthiers de Cremona fabricaban pequeños milagros
mientras el frío angustiaba el norte de Italia. No era un problema
local, ni la coyuntura de unos inviernos adversos. Occidente padecía una severísima etapa glacial.
Las aguas del Ebro, como las del Támesis, se helaban y hasta podían
atravesarse a pie, aunque las nieves que colapsaron Europa y estuvieron a
punto de devastarla prodigaron al mismo tiempo el nacimiento de la Ilustración.
El
stradivarius es un ejemplo elocuente porque no ha habido manera de
construir instrumentos de cuerda parecidos a aquéllos. El misterio
podría consistir en la alquimia los barnices, pero también en el impacto
del frío en los bosques y en las maderas. La humanidad reaccionó al
hielo horadando de los árboles el prodigio de un violín, de una viola, de un violonchelo.
No utiliza este caso Philipp Blom
en el ensayo de 'El motín de la naturaleza' (Anagrama), pero sí recurre
a otros demostraciones creativas que jalonan la reacción de la cultura
europea a la ferocidad del cambio climático. Cayeron dos grados las
temperaturas entre 1570 y 1700, se le heló la barba a Enrique IV -París
bien vale una pulmonía- y se precipitaron las aves al suelo con las alas congeladas.
'El motín de la naturaleza'. (Anagrama)
La escena apocalíptica predisponía la convocatoria del oscurantismo
tardomedieval. La escena apocalíptica predisponía la convocatoria del oscurantismo tardomedieval. Se quemaron más brujas que nunca en nombre de las
supersticiones milenaristas, nos cuenta Blom, y proliferaron los jinetes funerarios que presagiaban el fin del mundo.
Dios castigaba a los hombres como si no hubiera sido suficiente
escarmiento la peste, aunque semejante iracundia y hasta manía
persecutoria suscitaron los recelos de las elites ilustradas.
No
están claras las razones de la edad de hielo. Conjetura con ellas
Philipp Blom. Y tanto menciona una desviación en la rotación del eje
terrestre como habla de la disminución de la actividad solar o alude a
un recrudecimiento de los fenómenos sísmicos. El aumento de la actividad
volcánica llenó la atmósfera de más polvo, más o menos como si una
especie de película terminara filtrando o alterando el alcance de los rayos del sol.
Sobrevinieron
las catástrofes de las cosechas, pero las hambrunas y las guerras que
sacudieron el continente en la edad de hielo precipitaron al mismo
tiempo la transición de la oscuridad hacia la luz, una especie de catarsis y de proceso selectivo
que produjo grandes desplazamientos humanos del campo a la ciudad y que
puso a cavilar a los pensadores, a los científicos y a los nuevos
apóstoles de la modernidad.
Las
hambrunas y guerras que sacudieron el continente en la edad de hielo
precipitaron también la transición de la oscuridad hacia la luz
Philipp
Blom hace una descripción exhaustiva de las sociedades occidentales que
evolucionaron -el verbo es el adecuado- de finales del siglo XVI a
principios del XVIII. Documenta los flujos migratorios, el auge de los
Países Bajos, la insólita bancarrota de España en una posición de
privilegio -el imperio colonial-, pero el atractivo ensayo se resiente
de un cierto oportunismo en las prospecciones más ambiciosas.
La
primera consiste en concluir que el cambio climático, evidente,
inequívoco, determinó la transformación de las sociedades, predispuso el
camino de las luces y hasta del capitalismo. ¿No se hubieran producido
las revoluciones sin la adversidad meteorológica?
La
segunda es aprovechar el trauma de 1570 para extrapolar una analogía
con la angustia contemporánea. El problema de nuestro tiempo no es que
haya dos grados menos. Es que hay dos grados más, aunque las
alteraciones climáticas del siglo XXI, a diferencia de las que se
manifestaron hace tres siglos, provienen de la intervención perniciosa del hombre.
'Cazadores en la nieve' (Pieter Brueghel, 1565)
No
es Blom un catastrofista. La propia relación entre frío y progreso que
implica su ensayo establece un paralelismo optimista respecto a las
lecciones que puede proporcionarnos el impacto del calentamiento, más allá del negacionismo y del oscurantismo.
Ya
se están produciendo desplazamientos masivos de personas. Se están
vaciando las zonas rurales y proliferan los desórdenes en las grandes
ciudades derivados de la desigualdad. El planeta está adquiriendo un aspecto hostil y hasta feroz. Y el hielo que antaño congeló Europa se deshace en la Antártida como alegoría del Apocalipsis posmoderno.
Podríamos tomar como ejemplo la muerte de Venecia.
Qué dirán los negacionistas del cambio climático cuando tengan que ir a
visitarla con botellas de oxígeno y escafandra. El calentamiento global
no ha provocado en sí mismo las inundaciones, pero el cambio climático
sí las convierte en más probables y más habituales.
El hielo que antaño congeló Europa se deshace en la Antártida como alegoría del Apocalipsis posmoderno
Venecia
corre el riesgo de la agonía. Por el turismo que la sepulta. Y porque
las aguas del Adriático se han propuesto engullirla. Es un final
poético, hermoso, para una ciudad concebida en el mar mismo. Venecia es
una ciudad funeraria. No digamos de noche, cuando la bruma y los fuegos
de San Telmo descubren su lado espectral. O cuando las góndolas ofrecen su aspecto de féretros navegantes.
Es
la ciudad a la que fueron a morirse Wagner, Diaghilev y hasta Helenio
Herrera. Y el lugar que mejor puede representar el mito de la laguna
Estigia. Una ciudad de ultratumba desfigurada por los trasatlánticos y condenada a morir por la misma mano que le dio la vida: el hombre. RUBÉN AMÓN Vía EL CONFIDENCIAL
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