El independentismo catalán ha estado estrechamente vinculado con el victimismo. El giro euroescéptico en el que ahora se adentra es solo una nueva fase del mismo
Puigdemont rechaza responder a la prensa en una concentración en Waterloo
El camino que separa los mensajes de “Help us Europe” (Ayudadnos, Europa) al “Shame on you, Europe”
(Vergüenza de ti, Europa) en el independentismo catalán ha sido muy
corto. En cuestión de dos años se ha pasado de un mensaje en el que la
UE era la solución, a un mensaje abiertamente euroescéptico. Antes, cada
tuit de la cuenta de la Comisión Europea llegaban miles de mensajes
pidiendo ayuda. Ahora son auténticos tsunamis de insultos y mensajes
eurófobos. ¿Qué ocurrió por el camino?
Lo que ha pasado en medio es conocido por todos: promesas imposibles, teorías descabelladas que aseguraban que Angela Merkel llamaría a Mariano Rajoy y le exigiría el reconocimiento de la república catalana, que la UE saldría en tropel a celebrar la creación del nuevo Estado que, por supuesto, y a pesar de todas las pruebas factuales que señalaban en sentido contrario, sería reconocido de forma inmediata.
Todo mentira. Todo una tapadera con la que los líderes independentistas engañaron a toda una población, insuflándole unas aspiraciones y unas esperanzas totalmente infundadas.
Hace ya más de una década Charles Prince, entonces consejero delegado y presidente de Citigroup, dijo una de las frases más representativas de la crisis que acabó llevándose el sector financiero por delante: “Cuando la música pare […] las cosas van a ser complicadas. Pero, mientras tanto, tienes que seguir bailando”. El independentismo ha hecho justo eso, seguir bailando. Al menos mientras quede un hilo de música. La huida hacia delante del independentismo, negando toda realidad del contexto internacional, le ha llevado a la siguiente fase, entrando de lleno en el euroescepticismo.
Porque es fundamentalmente en Europa donde se cruzan los dos caminos del ‘procés’: la ficción creada para engañar al pueblo, elemento fundamental, y el victimismo, que es, de largo, la pieza central del proceso independentista. Sin el victimismo, sin la creación de una narrativa en la que el pueblo catalán ha sufrido durante siglos un trato vejatorio, y que este continúa en un Estado opresor, el ‘procés’ no habría tenido recorrido.
Victimismo
Aunque en ningún momento versa ni menciona el proceso independentista, “Crítica de la víctima” (Herder, 2017), de David Giglioli, hace un retrato de la utilidad de ser víctima, el sueño de todo poderoso, y nos sirve de guía para analizar el giro del independentismo. Desde Matteo Salvini, mostrando al blanco de clase media italiano, un privilegiado, como víctima, hasta los líderes independentistas, mostrando a Cataluña, la región más próspera de España, con una autonomía política y unos beneficios difícilmente comparables, como una zona subyugada al control de un país retrógrado y franquista.
Hace solo unos días, Julio Llamazares utilizó la misma obra para abordar cómo abandonar ese círculo vicioso que se está generando en base al victimismo independentista. En este caso interesa la interjección entre el victimismo y el giro euroescéptico.
¿Por qué ser víctima? Porque “otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta el reconocimiento” y, lo más importante, “inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable o responsable de algo?”, escribe Giglioli nada más comenzar su ensayo.
El “España nos roba” era ya victimismo, mostrando a una sociedad catalana trabajadora a la que usurpaban sus riquezas ganadas con sudor para que acabaran en manos de "los vagos del sur". Pero esa articulación ha acabado siendo la base de un victimismo no económico, sino político e identitario. Da igual que una élite catalana haya pactado presupuestos generales del Estado y haya estado en el centro del poder en España. Se logró generar la falsa ilusión de que Cataluña y el pueblo catalán eran "los oprimidos".
El victimismo no es algo que solo afecte al independentismo catalán. Es un virus extendido en todas las direcciones del bloque. Esos votantes que se muestran cada vez más agraviados por las euroordenes bloqueadas contras los líderes independentistas y cargan contra Bruselas por una supuesta falta de respeto hacia España son un ejemplo de euroescepticismo nacido del victimismo presente entre algunos ciudadanos españoles. El Brexit fue, al final, una enorme maquinaria de mentiras que encontró su acomodo en un sentimiento de victimismo generalizado en el Reino Unido.
El dolor heredado
El mito de 1714, el de la supuesta mutilación del Estatut y una serie de falacias a prueba de balas terminaron por apuntalar el discurso victimista que servía de perfecta protección a los líderes independentistas y silenciaba por completo la crítica real, y mucho más la autocrítica constructiva. Incluso si ha habido víctimas en Cataluña por su voluntad de independencia a lo largo de su historia, el autor del ensayo censura el intento de erigirse en víctimas todo un colectivo o los supuestos “herederos” de esas víctimas, como si el dolor o el sufrimiento directamente afligido fuera algo que pudiera heredar.
El 1 de octubre fue el punto álgido. De la afirmación con la que Giglioli comienza su ensayo, toda ella se puede considerar el objetivo de la internacionalización: ser víctima, aparecer en imágenes de televisión siendo golpeados por la policía, vacunaba al independentismo de cara al exterior (y al interior) de las graves jornadas del 6 y 7 de septiembre en el Parlament, de haber llevado un proceso de independencia hasta el final aunque la mitad de la población estaba en contra e incluso del hecho de que los propios líderes aseguraran más tarde que todo había sido un enorme engaño, que la declaración unilateral de independencia era solo un juego de luces.
Es indudable que hubo gente golpeada el 1-O (aunque mucho menos de lo que se quiso hacer creer), pero realmente ellos dan igual para esta narrativa. Ni Carles Puigdemont ni ninguno de los líderes independentistas lo fueron. Pero ellos, erigidos en representantes del pueblo, se arrogan el rol de golpeados “usurpando el papel de las víctimas reales”, como apunta Giglioli en su libro cuando aborda el intento de los líderes de apropiarse del dolor.
El objetivo último es, en palabras del autor, “mantener un privilegio, para eximirse de las obligaciones comunes, para congregar a su alrededor toda una comunidad de aplaudidores”. Mediante la narrativa victimista, los líderes se intentan librar de sus responsabilidades, si no legales (aunque Puigdemont y el resto de fugados de la justicia sí), al menos morales. De puertas hacia dentro: como soy víctima, no me puedes acusar de haber jugado con tus ilusiones creando una ficción. Y de puertas hacia fuera: como soy una víctima, tenéis que apoyar mi proceso independentista, aunque te haya estado mintiendo (y lo siga haciendo) a ti como a mis votantes.
Además, una víctima supuestamente no está sujeta a las mismas normas que los demás, y esa es la clave por la que el independentismo está interesado en esta idea. Giglioli hace la siguiente afirmación: “El mundo está para que goces de él: no te sometas a la ley del otro; cree en tu imaginario como en la cosa más verdadera y justa que pueda haber. Tienes derecho a ello, y, si se te niega, eres una víctima”. ¿Les suena de algo?
El independentismo buscó en Europa un reconocimiento, un apoyo, un arma para su choque con el Estado, a pesar de que estaba claro que no obtendría los objetivos marcados. Giglioli da en la clave de lo que podría ser el germen del giro independentista: “No se trata, pues, de un ‘sé bueno y dame la razón’, sino más bien de un ‘dame la razón y serás bueno’”. Y claro, la UE no le dio la razón.
Es ahí cuando el independentismo empieza a girar. Un buen termómetro es la actitud de los activistas en redes sociales. Si bien en 2017 miles de mensajes inundaban las redes sociales de la Comisión Europea pidiendo una intermediación internacional, mostrándose como víctimas de España, tras la sentencia volvieron a llegar miles de mensajes, pero esta vez con insultos, mostrando que ahora son también víctimas de Europa.
Según la tradición independentista, la sociedad catalana ha sido siempre más proeuropea que el resto de España. La realidad, según los datos de las encuestas preelectorales del CIS en los comicios europeos entre 2009 y 2014, es que el apoyo al proyecto europeo ha sido ligeramente mayor en el resto del país que en el territorio catalán hasta 2009. Esa tendencia se invierte en 2014, cuando ya se ha iniciado el procés.
Un análisis del Real Instituto Elcano señala “que esto podría ser señal de la aparición de una expectativa – posteriormente frustrada – de que la UE podría jugar un papel en las demandas de autodeterminación de los secesionistas”. Ese análisis recuerda también que en Cataluña, País Vasco y Navarra se dio el menor nivel de apoyo a la Constitución Europea en 2005 (por debajo del 70%, mientras que en el resto de España fue del 81,65%).
El giro euroescéptico es, por tanto, una nueva fase del victimismo que apuntala la huida hacia delante. Una nueva narrativa para insuflar ánimos, para mantener la tensión y el objetivo de los líderes independentistas.
La generación de falsas expectativas ha ido pasando factura. No llegó el reconocimiento de nadie, y después, tras la participación en las elecciones europeas de 2019 de algunos de los encausados y huidos, el Parlamento Europeo tampoco se ha abierto a participar de su intento de asumir el escaño. Esta negativa está siendo la punta de lanza del nuevo mensaje independentista en el que se señala que los votos de los catalanes no cuentan.
Todo este proceso, que está consumiendo grandes niveles de energía a la clase política y a la sociedad española, está sirviendo, al menos, para demostrar las teorías de Giglioli y el resto de ensayistas y filósofos que han teorizado sobre el victimismo. Es un pegamento flexible: te permite asegurar con cierta arrogancia un día que Merkel levantará el teléfono para exigir a Madrid que reconozca la independencia de Cataluña porque, literalmente, España no importa a nadie en la UE, y al día siguiente denunciar que la UE y sus instituciones son peleles en manos del Gobierno español. Y a seguir tuiteando.
Lo que ha pasado en medio es conocido por todos: promesas imposibles, teorías descabelladas que aseguraban que Angela Merkel llamaría a Mariano Rajoy y le exigiría el reconocimiento de la república catalana, que la UE saldría en tropel a celebrar la creación del nuevo Estado que, por supuesto, y a pesar de todas las pruebas factuales que señalaban en sentido contrario, sería reconocido de forma inmediata.
Bruselas alerta de un frenazo brusco del empleo en 2020: crecerá menos de la mitad
Todo mentira. Todo una tapadera con la que los líderes independentistas engañaron a toda una población, insuflándole unas aspiraciones y unas esperanzas totalmente infundadas.
Hace ya más de una década Charles Prince, entonces consejero delegado y presidente de Citigroup, dijo una de las frases más representativas de la crisis que acabó llevándose el sector financiero por delante: “Cuando la música pare […] las cosas van a ser complicadas. Pero, mientras tanto, tienes que seguir bailando”. El independentismo ha hecho justo eso, seguir bailando. Al menos mientras quede un hilo de música. La huida hacia delante del independentismo, negando toda realidad del contexto internacional, le ha llevado a la siguiente fase, entrando de lleno en el euroescepticismo.
Porque es fundamentalmente en Europa donde se cruzan los dos caminos del ‘procés’: la ficción creada para engañar al pueblo, elemento fundamental, y el victimismo, que es, de largo, la pieza central del proceso independentista. Sin el victimismo, sin la creación de una narrativa en la que el pueblo catalán ha sufrido durante siglos un trato vejatorio, y que este continúa en un Estado opresor, el ‘procés’ no habría tenido recorrido.
Victimismo
Aunque en ningún momento versa ni menciona el proceso independentista, “Crítica de la víctima” (Herder, 2017), de David Giglioli, hace un retrato de la utilidad de ser víctima, el sueño de todo poderoso, y nos sirve de guía para analizar el giro del independentismo. Desde Matteo Salvini, mostrando al blanco de clase media italiano, un privilegiado, como víctima, hasta los líderes independentistas, mostrando a Cataluña, la región más próspera de España, con una autonomía política y unos beneficios difícilmente comparables, como una zona subyugada al control de un país retrógrado y franquista.
Hace solo unos días, Julio Llamazares utilizó la misma obra para abordar cómo abandonar ese círculo vicioso que se está generando en base al victimismo independentista. En este caso interesa la interjección entre el victimismo y el giro euroescéptico.
¿Por qué ser víctima? Porque “otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta el reconocimiento” y, lo más importante, “inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable o responsable de algo?”, escribe Giglioli nada más comenzar su ensayo.
Nigel Farage vs Boris Johnson: una lucha de egos que podría descarrilar el Brexit
El “España nos roba” era ya victimismo, mostrando a una sociedad catalana trabajadora a la que usurpaban sus riquezas ganadas con sudor para que acabaran en manos de "los vagos del sur". Pero esa articulación ha acabado siendo la base de un victimismo no económico, sino político e identitario. Da igual que una élite catalana haya pactado presupuestos generales del Estado y haya estado en el centro del poder en España. Se logró generar la falsa ilusión de que Cataluña y el pueblo catalán eran "los oprimidos".
El victimismo no es algo que solo afecte al independentismo catalán. Es un virus extendido en todas las direcciones del bloque. Esos votantes que se muestran cada vez más agraviados por las euroordenes bloqueadas contras los líderes independentistas y cargan contra Bruselas por una supuesta falta de respeto hacia España son un ejemplo de euroescepticismo nacido del victimismo presente entre algunos ciudadanos españoles. El Brexit fue, al final, una enorme maquinaria de mentiras que encontró su acomodo en un sentimiento de victimismo generalizado en el Reino Unido.
El dolor heredado
El mito de 1714, el de la supuesta mutilación del Estatut y una serie de falacias a prueba de balas terminaron por apuntalar el discurso victimista que servía de perfecta protección a los líderes independentistas y silenciaba por completo la crítica real, y mucho más la autocrítica constructiva. Incluso si ha habido víctimas en Cataluña por su voluntad de independencia a lo largo de su historia, el autor del ensayo censura el intento de erigirse en víctimas todo un colectivo o los supuestos “herederos” de esas víctimas, como si el dolor o el sufrimiento directamente afligido fuera algo que pudiera heredar.
El 1 de octubre fue el punto álgido. De la afirmación con la que Giglioli comienza su ensayo, toda ella se puede considerar el objetivo de la internacionalización: ser víctima, aparecer en imágenes de televisión siendo golpeados por la policía, vacunaba al independentismo de cara al exterior (y al interior) de las graves jornadas del 6 y 7 de septiembre en el Parlament, de haber llevado un proceso de independencia hasta el final aunque la mitad de la población estaba en contra e incluso del hecho de que los propios líderes aseguraran más tarde que todo había sido un enorme engaño, que la declaración unilateral de independencia era solo un juego de luces.
La Fiscalía se querella contra Buch por poner un escolta ilegal a Puigdemont
Es indudable que hubo gente golpeada el 1-O (aunque mucho menos de lo que se quiso hacer creer), pero realmente ellos dan igual para esta narrativa. Ni Carles Puigdemont ni ninguno de los líderes independentistas lo fueron. Pero ellos, erigidos en representantes del pueblo, se arrogan el rol de golpeados “usurpando el papel de las víctimas reales”, como apunta Giglioli en su libro cuando aborda el intento de los líderes de apropiarse del dolor.
El objetivo último es, en palabras del autor, “mantener un privilegio, para eximirse de las obligaciones comunes, para congregar a su alrededor toda una comunidad de aplaudidores”. Mediante la narrativa victimista, los líderes se intentan librar de sus responsabilidades, si no legales (aunque Puigdemont y el resto de fugados de la justicia sí), al menos morales. De puertas hacia dentro: como soy víctima, no me puedes acusar de haber jugado con tus ilusiones creando una ficción. Y de puertas hacia fuera: como soy una víctima, tenéis que apoyar mi proceso independentista, aunque te haya estado mintiendo (y lo siga haciendo) a ti como a mis votantes.
Además, una víctima supuestamente no está sujeta a las mismas normas que los demás, y esa es la clave por la que el independentismo está interesado en esta idea. Giglioli hace la siguiente afirmación: “El mundo está para que goces de él: no te sometas a la ley del otro; cree en tu imaginario como en la cosa más verdadera y justa que pueda haber. Tienes derecho a ello, y, si se te niega, eres una víctima”. ¿Les suena de algo?
Donde se cruza con Europa
El independentismo buscó en Europa un reconocimiento, un apoyo, un arma para su choque con el Estado, a pesar de que estaba claro que no obtendría los objetivos marcados. Giglioli da en la clave de lo que podría ser el germen del giro independentista: “No se trata, pues, de un ‘sé bueno y dame la razón’, sino más bien de un ‘dame la razón y serás bueno’”. Y claro, la UE no le dio la razón.
Es ahí cuando el independentismo empieza a girar. Un buen termómetro es la actitud de los activistas en redes sociales. Si bien en 2017 miles de mensajes inundaban las redes sociales de la Comisión Europea pidiendo una intermediación internacional, mostrándose como víctimas de España, tras la sentencia volvieron a llegar miles de mensajes, pero esta vez con insultos, mostrando que ahora son también víctimas de Europa.
Según la tradición independentista, la sociedad catalana ha sido siempre más proeuropea que el resto de España. La realidad, según los datos de las encuestas preelectorales del CIS en los comicios europeos entre 2009 y 2014, es que el apoyo al proyecto europeo ha sido ligeramente mayor en el resto del país que en el territorio catalán hasta 2009. Esa tendencia se invierte en 2014, cuando ya se ha iniciado el procés.
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Un análisis del Real Instituto Elcano señala “que esto podría ser señal de la aparición de una expectativa – posteriormente frustrada – de que la UE podría jugar un papel en las demandas de autodeterminación de los secesionistas”. Ese análisis recuerda también que en Cataluña, País Vasco y Navarra se dio el menor nivel de apoyo a la Constitución Europea en 2005 (por debajo del 70%, mientras que en el resto de España fue del 81,65%).
El giro euroescéptico es, por tanto, una nueva fase del victimismo que apuntala la huida hacia delante. Una nueva narrativa para insuflar ánimos, para mantener la tensión y el objetivo de los líderes independentistas.
La generación de falsas expectativas ha ido pasando factura. No llegó el reconocimiento de nadie, y después, tras la participación en las elecciones europeas de 2019 de algunos de los encausados y huidos, el Parlamento Europeo tampoco se ha abierto a participar de su intento de asumir el escaño. Esta negativa está siendo la punta de lanza del nuevo mensaje independentista en el que se señala que los votos de los catalanes no cuentan.
Todo este proceso, que está consumiendo grandes niveles de energía a la clase política y a la sociedad española, está sirviendo, al menos, para demostrar las teorías de Giglioli y el resto de ensayistas y filósofos que han teorizado sobre el victimismo. Es un pegamento flexible: te permite asegurar con cierta arrogancia un día que Merkel levantará el teléfono para exigir a Madrid que reconozca la independencia de Cataluña porque, literalmente, España no importa a nadie en la UE, y al día siguiente denunciar que la UE y sus instituciones son peleles en manos del Gobierno español. Y a seguir tuiteando.
NACHO ALARCÓN Vía EL CONFIDENCIAL
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