Después de la triste situación vivida en estos días, se necesita gente nueva por ambas partes para empezar una negociación. El político no aprende nada mientras está en el poder.
En pedagogía, llamamos 'metacognición' a la reflexión que hace el alumno sobre sus propios procesos de aprendizaje, para comprobar lo que ha aprendido. Su eficacia educativa es pasmosa, incluso en la infancia. Llamaré 'metapolitica' a la reflexión sobre los sucesos políticos para comprobar si aprendemos algo de ellos. Todos cometemos errores,
algunos muy graves, y la única forma de darles algún sentido es
aprender de la mala experiencia. Lamentablemente, la especie humana
aprende con rapidez, excepto en asuntos políticos. Como dijo Voltaire: “La historia no se repite nunca; los humanos, siempre”. Kissinger, en sus memorias, decía, con un cierto cinismo, que "el político no aprende nada mientras está en el poder".
"Sosegaos, sosegaos"
Hay
demasiadas personas interesadas en convencer al jefe de que es
infalible, de que lo sabe todo, y de que lo está haciendo muy bien. Los acólitos son siempre más extremistas que sus capos.
Un mecanismo de autodefensa pone en marcha el 'mantenella y no
enmendalla', lo que puede suponer un empecinamiento en el error. Otro
mecanismo nocivo consiste en hacer responsable al otro de todas las equivocaciones. En resumen: nuestra especie tiene el dudoso honor de ser la única que tropieza 10 veces en la misma piedra.
El político no aprende
¿Hemos aprendido algo de los procesos que culminaron el domingo en Cataluña?
Sospecho que no, y por ello convendría que todos hiciéramos un
ejercicio de metapolítica. Una cosa evidente es que los problemas
sociales se pueden 'terminar' o se pueden 'solucionar'.
Se terminan, por ejemplo, cuando los problemas se cortan por la fuerza y
se cierran en falso. Así sucedió en España o en Yugoslavia con los
movimientos nacionalistas en época de Franco o de Tito. Dieron una falsa apariencia de sosiego.
En cambio, un problema se resuelve cuando todas las partes implicadas
reconocen que, aunque en un momento pueda perjudicarles, la regla
aplicada para resolver la situación es justa. La imparcialidad del juez
puede fastidiar a una persona condenada, pero esa misma persona
reconocerá que le parece bien ser amparada por ese principio.
Necesitamos
que otras gentes, elegidas por una ciudadanía más consciente de la
gravedad de la situación, tomen las riendas de la negociación
El
conflicto entre el Estado y una parte de los catalanes se ha terminado
varias veces, pero no se ha resuelto nunca. Como verán, evito mencionar a
Cataluña porque si lo hiciera estaría ya dando un enfoque partidista al
tema. No hay una voz de Cataluña,
de la misma manera que no hay una voz del pueblo catalán, hay siete
millones y medio de voces catalanas. Deberíamos aprender que mientras
pretendamos terminar con el problema en vez de resolverlo, el problema retoñará, y tal vez con más fuerza.
Otra enseñanza tiene que ver con el ejercicio del poder. A pesar de sus múltiples caras y niveles, tiene poder quien dispone al menos de una de las siguientes herramientas:
la capacidad de imponer castigos, la capacidad de dar premios, la
capacidad de cambiar las emociones y la capacidad de cambiar las
creencias. El Gobierno de Cataluña ha utilizado con mucha más eficacia
las herramientas suaves del poder.
Ha
cuidado mucho el cultivo de las emociones, la educación, las ideas, los
mensajes movilizadores (“España nos roba”, “esto no es cuestión de
independencia, sino de democracia”, “debemos luchar contra el
fascismo”), las experiencias de fusión nacionalista (por ejemplo, la
diadas), la imagen propagandística. No sé quién asesora al Gobierno español
en temas de comunicación, pero su incompetencia es palmaria. Que el
Gobierno del Estado, con todo su enorme aparato diplomático, haya sido
incapaz de exponer sus argumentos en el exterior, es incomprensible. La ilegalidad del pretendido referéndum no ha aparecido en la prensa internacional, oscurecida por las imágenes de las cargas policiales.
En
los años ochenta publiqué un estudio titulado 'La transición en el
diván'. Era un intento de explicarme por qué había sido posible ese
inteligente momento de concordia. Influyó la idea muy extendida en aquella época de que los españoles éramos peligrosos porque no sabíamos resolver los problema políticos
de manera pacífica. La Guerra Civil estaba aún lo suficientemente cerca
como para recordarla. En segundo lugar, se había producido un aumento
del nivel de vida y de la clase media. Mucha gente tenía algo que
perder, y no quería meterse en aventuras políticas.
El Gobierno de Cataluña ha utilizado con mucha más eficacia las herramientas suaves del poder
Quería vivir tranquilamente y progresar. Influyó, además, el miedo a que el ejército pudiera intervenir y cortar la joven democracia
si no se actuaba con la suficiente diligencia. Además, el único partido
realmente potente y organizado era el PC, lo que hizo que los demás
aspiraran a reducir su influencia. Un último factor fue el espíritu
negociador de los protagonistas.
Nueva transición
En
este momento no se dan las condiciones para hacer una segunda
Transición, y deberíamos pensar en ello. Mientras lo hacemos, tengo que
reafirmarme en lo que ya he dicho en esta sección. Hay que solucionar el problema de una vez,
pero no pueden hacerlo ni el actual presidente del Gobierno —que ha
sido incapaz de gestionar la crisis, que ha sido vencido en el debate de
las ideas y de la imagen, que ha jugado a reaccionar en vez de actuar—
ni el Gobierno catalán, claramente inhabilitado por su conducta delictiva.
Después de la triste experiencia
que estamos viviendo, necesitamos que otras gentes, elegidas por una
ciudadanía más consciente de la gravedad de la situación, con las
emociones más calmadas, con un mandato expreso de enfrentarse con el
problema, tomen las riendas de la negociación. Para
eso, necesitaríamos unos meses de reflexión, de pedagogía, que
deberíamos utilizar los ciudadanos para aclarar las ideas, para contemplar la situación y las consecuencias, para saber lo que podemos exigir a los
políticos. Pero con el compromiso claro de la convocatoria de elecciones
para evitar que la promesa de diálogo sea un subterfugio apresurado
para salir del paso.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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