El PP polariza el debate al máximo, lo que ayuda a rescatar el bipartidismo. Pero con cuatro partidos, Ciudadanos cree que puede aprovechar el desgaste que le causa a Sánchez
Pablo Casado interviene en el Congreso ante Pedro Sánchez. (EFE)
Minuto y resultado de la política española. En su regreso hacia 1996,
el PP ha llegado de momento a 2006, esa legislatura bronca con el
partido subido a la teoría de la conspiración del 11-M, manifestándose
contra el matrimonio gay y que acabó con Zapatero revalidando su billete
a Moncloa. Ciudadanos ha dejado de doblar la apuesta
y en las últimas semanas no sigue la escalada de los populares. Sus
estrategias aparentemente divergentes derivan de un posicionamiento
ideológico pero también encajan con el análisis de números. Pablo Casado polariza al máximo para rescatar el bipartidismo, que se vea que él es la némesis de Pedro Sánchez. Albert Rivera, por su parte, aspira a recoger en el centro los frutos del desgaste del Gobierno y reabrir, aunque sea algo, el canal de transferencia de votos PSOE-Ciudadanos que lleva meses cerrado. El que acierte puede inclinar hacia su lado la balanza del centro-derecha.
Una diputada con varias legislaturas a sus espaldas lleva asistiendo divertida a cómo PP y PSOE alzan las críticas unos contra otros. "Estos son bailes de salón. Se están cortejando para dejar fuera de juego a Ciudadanos y Podemos". El baile ha derivado en pogo esta semana, cuando Casado llamó golpista —más o menos— a Pedro Sánchez. No pareció algo improvisado porque el PP llevaba semanas en esa línea. Dolors Montserrat —con la dacha y la herriko taberna— y Teodoro García Egea -"la Junta de Andalucía gasta más en prostitutas que en educación"- habían ido abonando el terreno.
La estrategia tiene un sentido demoscópico. Casado se dejó robar los titulares en el primer gran pleno después del verano, cuando Rivera acusó a Sánchez de plagiar su tesis y se armó la mundial. Eso fue hace mes y medio y en el segundo gran debate en el hemiciclo, sobre el Consejo Europeo y la venta de armas a Arabia Saudí, optó por cambiar las tornas y robar todos los planos. Así que esta vez dijo que Sánchez es "responsable y partícipe del golpe de Estado que se está perpetrando en España".
"Esto es lo que nos toca ahora y en el fondo a ellos les viene bien",
comenta un popular con trienios. Casado se encuentra rodeado por tres
frentes: Ciudadanos acecha su espacio en el centro derecha, Vox en la extrema derecha y hay un runrún interno solo
resuelto en apariencia. Con alusión al supuesto golpismo de Sánchez
tapó todo. Incluso se eclipsó a sí mismo. Justo antes, había hecho una
intervención de 25 minutos sin papeles que su grupo calificó como algo
nunca visto desde Cánovas del Castillo (¿o era Castelar?). Probablemente
a los populares les ciegan los colores, pero hasta Pablo Iglesias le reconocía el mérito de la oratoria por ese discurso en un acto por la noche.
Aunque hay opiniones de todo tipo. Un ex alto cargo del PP, hoy en la vida civil, critica el nivel de ruido: "Somos un partido de Gobierno, de Estado, no podemos decir estas cosas". La teoría entre los críticos es que si realmente consideras que Sánchez es un golpista no hay que decírselo desde la tribuna, sino que estás legitimado para hacer lo que sea. Cuando Sánchez llamó indecente a Rajoy, este le afeó que no presentara una moción de censura si pensaba algo así. Consideran que esto es algo muy similar.
Hubo un gran contraste con la intervención de Rivera que, sí, habló de Venezuela y atizó a Sánchez, pero en comparación parecía un casco azul mediando en Ruanda. "Mientras Casado se pasa de frenada, nosotros estamos ahí, demostrando que somos la alternativa", insisten desde la cúpula del partido. El secretario del partido, José Manuel Villegas, describió lo ocurrido como "un teatrillo del bipartidismo". En el PP la interpretación era que Casado lo había dejado boquiabierto y sin nada que aportar.
No era la primera vez que los discursos de Ciudadanos se bifurcaban. Tras soltar la liebre de la tesis de Sánchez, los naranjas han levantado el pie del acelerador en los escándalos, como si no quisieran competir en decibelios con Casado. Si el PP llamaba castrista al Gobierno de Susana Díaz, ellos no lo elevaban a Corea del Norte; si los de Casado cargaban contra la sociedad patrimonial de Pedro Duque, ellos pasaban de puntillas. Su plan es seguir castigando al Ejecutivo con Cataluña y los Presupuestos, por mostrar al PSOE fuera del bloque constitucionalista y seguir con la retahíla de reproches ante los 'guiños' a independentistas y el pacto con Podemos, pero sin entrar tanto a las polémicas. Al mismo tiempo, van a apoyar iniciativas como la ley de la eutanasia a la que el PP se opone frontalmente.
¿Qué ha pasado? Los indicios de cambios de escenario en el centro-derecha llegan después de años en los que Ciudadanos se ha derechizado para competir directamente con el PP. Según el CIS, en 2014 los españoles situaban al partido en el 5,54 en la escala ideológica (va de 1 a 10 y el 5,5 es el centro) y en el último barómetro estaba en el 7,25. Ningún otro partido se ha movido tanto. Ciudadanos pasó de aspirar a los votos de la regeneración sin colores a apostar claramente por el 'sorpasso' al PP en la derecha.
Ahora parece haber llegado el momento de cambiar ligeramente la orientación de las velas. Al menos algo. Al menos temporalmente. La teoría política tiene explicación para estos movimientos en la fuerza del conservadurismo español. Al polarizar el debate llamando golpista a Sánchez, Casado intenta convertir la política en un Madrid-Barça para monopolizar el debate PSOE-PP (ah, los buenos tiempos del viejo bipartidismo). Cuando las elecciones se polarizan mucho, el centro se deprime. En los últimos comicios catalanes, ERC y PSC iban bien en las encuestas hasta que, al final, se convirtió en una competición entre Puigdemont y Arrimadas y fueron estos los triunfadores la noche electoral.
En la legislatura 2004-2008, el PP usó esa estrategia de la crispación. Sacó un resultado enorme, 10,3 millones de votos por encima de los 9,7 millones de 2004. Parecía que el suelo de los populares era altísimo. Pero esa campaña tan dura hizo que el PSOE también subiera y Zapatero revalidara su estancia en Moncloa. Ya lo confesó entonces el expresidente socialista a Iñaki Gabilondo en una conversación que se escapó por un micrófono indiscreto. "Nos conviene que haya tensión". Entonces, PSOE y PP se llevaron el 83,8% de los votos, el máximo histórico del bipartidismo.
Pero de eso hace una década y en un escenario de cuatro partidos, si se dispara la crispación, el voto tiene varias vías de escape. El partido de Rivera da muestras de creer que si sigue la erosión del Gobierno de Sánchez —en el CIS hay indicios de ese fenómeno— esos votantes tendrán que ir a alguna parte y no va a ser al PP de Pablo Casado. Siguiendo esa teoría, el PP lanza la dinamita al mar y Ciudadanos recogería los peces. Un miembro del Gobierno también percibe ese movimiento: "Parece que Ciudadanos está dando un paso atrás para aprovechar el desgaste que genera al PP".
El bloque de votantes de PP y Ciudadanos es "un espacio Schengen en el que los votantes se mueven de una a otra", en palabras de un analista electoral. Mientras, la frontera Ciudadanos-PSOE, antes permeable, hoy es un muro. Según el último barómetro del CIS, solo el 6% de los electores de Ciudadanos votaron al PSOE en 2016. Así que Rivera tiene que lograr entornar esa puerta si quiere rescatar a descontentos de la gestión de Sánchez.
El CIS muestra también que los votantes perciben que el PSOE se está escorando a la izquierda. Y. eso que el trabajo de campo es anterior al pacto de Presupuestos con Podemos, con lo que es previsible que en los próximos barómetros siga alejándose y dejando espacio libre a Rivera por ahí. Y como el PP está en su máximo a la derecha, los números dicen que nunca ha habido tanto campo en el centro. La política española es muy vaporosa y todo puede cambiar. Ciudadanos iba bien en las encuestas hasta ahora y quién sabe si puede volver a la competición con el PP en cualquier momento si ve que se tuerce en los sondeos.
Ese juego de ser el tercero bueno, el constructivo mientras los otros dos se pegan, es arriesgado pero hay precedentes. En la campaña de 2016, Rivera viajó a Venezuela y polarizó al máximo la campaña contra Iglesias, el ogro del momento. Rajoy en cambio hizo una campaña rural, evitando dar titulares y rehuyendo a la prensa con vídeos en los que salía caminando rápido y con una campaña en positivo. Subió en votos y ganó. Para conocer el desenlace esta vez aún falta, aunque Andalucía dará muchas pistas. Será la primera prueba electoral en la que todos se midan.
RAFAEL MÉNDEZ y PALOMA ESTEBAN Vía EL CONFIDENCIAL
Una diputada con varias legislaturas a sus espaldas lleva asistiendo divertida a cómo PP y PSOE alzan las críticas unos contra otros. "Estos son bailes de salón. Se están cortejando para dejar fuera de juego a Ciudadanos y Podemos". El baile ha derivado en pogo esta semana, cuando Casado llamó golpista —más o menos— a Pedro Sánchez. No pareció algo improvisado porque el PP llevaba semanas en esa línea. Dolors Montserrat —con la dacha y la herriko taberna— y Teodoro García Egea -"la Junta de Andalucía gasta más en prostitutas que en educación"- habían ido abonando el terreno.
"Estos son bailes de salón. PP y PSOE se están cortejando para dejar fuera de juego a Ciudadanos"
Aunque hay opiniones de todo tipo. Un ex alto cargo del PP, hoy en la vida civil, critica el nivel de ruido: "Somos un partido de Gobierno, de Estado, no podemos decir estas cosas". La teoría entre los críticos es que si realmente consideras que Sánchez es un golpista no hay que decírselo desde la tribuna, sino que estás legitimado para hacer lo que sea. Cuando Sánchez llamó indecente a Rajoy, este le afeó que no presentara una moción de censura si pensaba algo así. Consideran que esto es algo muy similar.
Tejerina, García Egea, Montserrat: Casado se atasca en la comunicación... por exceso
Hubo un gran contraste con la intervención de Rivera que, sí, habló de Venezuela y atizó a Sánchez, pero en comparación parecía un casco azul mediando en Ruanda. "Mientras Casado se pasa de frenada, nosotros estamos ahí, demostrando que somos la alternativa", insisten desde la cúpula del partido. El secretario del partido, José Manuel Villegas, describió lo ocurrido como "un teatrillo del bipartidismo". En el PP la interpretación era que Casado lo había dejado boquiabierto y sin nada que aportar.
No era la primera vez que los discursos de Ciudadanos se bifurcaban. Tras soltar la liebre de la tesis de Sánchez, los naranjas han levantado el pie del acelerador en los escándalos, como si no quisieran competir en decibelios con Casado. Si el PP llamaba castrista al Gobierno de Susana Díaz, ellos no lo elevaban a Corea del Norte; si los de Casado cargaban contra la sociedad patrimonial de Pedro Duque, ellos pasaban de puntillas. Su plan es seguir castigando al Ejecutivo con Cataluña y los Presupuestos, por mostrar al PSOE fuera del bloque constitucionalista y seguir con la retahíla de reproches ante los 'guiños' a independentistas y el pacto con Podemos, pero sin entrar tanto a las polémicas. Al mismo tiempo, van a apoyar iniciativas como la ley de la eutanasia a la que el PP se opone frontalmente.
¿Qué ha pasado? Los indicios de cambios de escenario en el centro-derecha llegan después de años en los que Ciudadanos se ha derechizado para competir directamente con el PP. Según el CIS, en 2014 los españoles situaban al partido en el 5,54 en la escala ideológica (va de 1 a 10 y el 5,5 es el centro) y en el último barómetro estaba en el 7,25. Ningún otro partido se ha movido tanto. Ciudadanos pasó de aspirar a los votos de la regeneración sin colores a apostar claramente por el 'sorpasso' al PP en la derecha.
Ahora parece haber llegado el momento de cambiar ligeramente la orientación de las velas. Al menos algo. Al menos temporalmente. La teoría política tiene explicación para estos movimientos en la fuerza del conservadurismo español. Al polarizar el debate llamando golpista a Sánchez, Casado intenta convertir la política en un Madrid-Barça para monopolizar el debate PSOE-PP (ah, los buenos tiempos del viejo bipartidismo). Cuando las elecciones se polarizan mucho, el centro se deprime. En los últimos comicios catalanes, ERC y PSC iban bien en las encuestas hasta que, al final, se convirtió en una competición entre Puigdemont y Arrimadas y fueron estos los triunfadores la noche electoral.
En la legislatura 2004-2008, el PP usó esa estrategia de la crispación. Sacó un resultado enorme, 10,3 millones de votos por encima de los 9,7 millones de 2004. Parecía que el suelo de los populares era altísimo. Pero esa campaña tan dura hizo que el PSOE también subiera y Zapatero revalidara su estancia en Moncloa. Ya lo confesó entonces el expresidente socialista a Iñaki Gabilondo en una conversación que se escapó por un micrófono indiscreto. "Nos conviene que haya tensión". Entonces, PSOE y PP se llevaron el 83,8% de los votos, el máximo histórico del bipartidismo.
Pero de eso hace una década y en un escenario de cuatro partidos, si se dispara la crispación, el voto tiene varias vías de escape. El partido de Rivera da muestras de creer que si sigue la erosión del Gobierno de Sánchez —en el CIS hay indicios de ese fenómeno— esos votantes tendrán que ir a alguna parte y no va a ser al PP de Pablo Casado. Siguiendo esa teoría, el PP lanza la dinamita al mar y Ciudadanos recogería los peces. Un miembro del Gobierno también percibe ese movimiento: "Parece que Ciudadanos está dando un paso atrás para aprovechar el desgaste que genera al PP".
La crispación polariza el debate y deprime el centro. Pero con cuatro partidos políticos, los votantes tienen más vías de escape
El bloque de votantes de PP y Ciudadanos es "un espacio Schengen en el que los votantes se mueven de una a otra", en palabras de un analista electoral. Mientras, la frontera Ciudadanos-PSOE, antes permeable, hoy es un muro. Según el último barómetro del CIS, solo el 6% de los electores de Ciudadanos votaron al PSOE en 2016. Así que Rivera tiene que lograr entornar esa puerta si quiere rescatar a descontentos de la gestión de Sánchez.
El CIS muestra también que los votantes perciben que el PSOE se está escorando a la izquierda. Y. eso que el trabajo de campo es anterior al pacto de Presupuestos con Podemos, con lo que es previsible que en los próximos barómetros siga alejándose y dejando espacio libre a Rivera por ahí. Y como el PP está en su máximo a la derecha, los números dicen que nunca ha habido tanto campo en el centro. La política española es muy vaporosa y todo puede cambiar. Ciudadanos iba bien en las encuestas hasta ahora y quién sabe si puede volver a la competición con el PP en cualquier momento si ve que se tuerce en los sondeos.
Ese juego de ser el tercero bueno, el constructivo mientras los otros dos se pegan, es arriesgado pero hay precedentes. En la campaña de 2016, Rivera viajó a Venezuela y polarizó al máximo la campaña contra Iglesias, el ogro del momento. Rajoy en cambio hizo una campaña rural, evitando dar titulares y rehuyendo a la prensa con vídeos en los que salía caminando rápido y con una campaña en positivo. Subió en votos y ganó. Para conocer el desenlace esta vez aún falta, aunque Andalucía dará muchas pistas. Será la primera prueba electoral en la que todos se midan.
RAFAEL MÉNDEZ y PALOMA ESTEBAN Vía EL CONFIDENCIAL
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