La gravedad de lo que acaba de suceder con el vergonzoso episodio sobre las hipotecas radica en la descomposición pública de la imagen del Supremo en el momento que más se le necesita
Foto: iStock.
En el peor momento, se suicida la Justicia.
Atención a lo que está ocurriendo porque esto no va de ricos y pobres,
una historia de banqueros insaciables y de ciudadanos puteados; ojalá
fuera solo eso. En 40 años de democracia, era justo en este momento
cuando se necesitaba un poder judicial fuerte y es ahora, precisamente
ahora, cuando la propia Justicia se vuelve loca y decide tirar al barro
el prestigio que pudiera tener y la autoridad moral que siempre
necesitará para su funcionamiento.
Lo que acaba de ocurrir en España con el vergonzoso episodio del Tribunal Supremo sobre las hipotecas trasciende el ámbito estricto de la calidad de los bancos españoles, los abusos que puedan cometer o que hayan cometido, y cualquier debate sobre las condiciones exigidas en España para la obtención de una hipoteca. Trasciende, incluso, la propia Sala de lo Contencioso-Administrativo en la que ha estallado esta penosa y sonrojante crisis. Todo eso, con ser muy importante, no es lo fundamental. La gravedad radica en la descomposición pública de la imagen del Tribunal Supremo en el momento que más se le necesita; que nadie piense que el daño le va a afectar solo a la sala que se ha visto afectada. Si hemos concluido que la revuelta catalana ha sido el mayor ataque a la democracia en sus 40 años de vida, lo único que nos faltaba en España es que el Tribunal Supremo invite a los ciudadanos a tomar sus decisiones como las del pito del sereno.
Lo que acaba de ocurrir en España con el vergonzoso episodio del Tribunal Supremo sobre las hipotecas trasciende el ámbito estricto de la calidad de los bancos españoles, los abusos que puedan cometer o que hayan cometido, y cualquier debate sobre las condiciones exigidas en España para la obtención de una hipoteca. Trasciende, incluso, la propia Sala de lo Contencioso-Administrativo en la que ha estallado esta penosa y sonrojante crisis. Todo eso, con ser muy importante, no es lo fundamental. La gravedad radica en la descomposición pública de la imagen del Tribunal Supremo en el momento que más se le necesita; que nadie piense que el daño le va a afectar solo a la sala que se ha visto afectada. Si hemos concluido que la revuelta catalana ha sido el mayor ataque a la democracia en sus 40 años de vida, lo único que nos faltaba en España es que el Tribunal Supremo invite a los ciudadanos a tomar sus decisiones como las del pito del sereno.
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