El historiador Jordi Canal, durante la entrevista, en Madrid. /ANTONIO HEREDIA
Sostiene el filósofo Manuel Cruz que los partidarios del procés, convertido en un fin en sí mismo, son "inmunes" a toda refutación de los hechos. En Con permiso de Kafka, el proceso independentista en Cataluña (Península), cuya presentación boicotearon en Tarragona los CDR, Jordi Canal (Olot, 1964) desbroza el surrealismo soberanista -"absurdo pero angustioso"- desde el estudio riguroso del pretérito de Cataluña. Canal vive a caballo entre París, donde es profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, y Girona. Es autor de Historia mínima de Cataluña (Turner) y El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España (Alianza Editorial).
- P. Durante las guerras del siglo XIX, Berga y Olot, su pueblo natal, llegaron a convertirse en capitales del carlismo catalán. ¿Se puede trazar una continuidad entre el mapa carlista en Cataluña y el territorio donde el independentismo es hoy fuerte?
- R. Si sólo miramos el mapa, sí. El territorio de la vieja Cataluña carlista del siglo XIX coincide, a grandes rasgos, con el del independentismo más duro. Es aquello que Balmes denominó "montaña catalana": desde Berga y Solsona hasta Vic y Manresa pasando por Olot. El propio Puigdemont es de Amer, un pueblo de Girona. Estuvo en Convergència, pero tenía buenos contactos con la CUP. Por eso se mueve bien en esos ambientes y con esas compañías. Puigdemont es difícil de entender si no se conoce el microclima de la ciudad de Girona. No sé como Santi Vila, a quien yo di clases, pudo fiarse de él. En todo caso, no se puede establecer una continuidad entre carlismo y catalanismo. Lo que sí hay es una coincidencia de espacio, que entronca con el conservadurismo sociológico. Hay una parte de Cataluña que en el XIX era refractaria al cambio y hoy, en el siglo XXI, sigue siéndolo. Es una Cataluña "enamorada de sí misma", como decía Adolf Tobeña. Para entendernos: ERC y la CUP también son profundamente conservadoras, aunque se presenten con la etiqueta de izquierdas.
- P. ¿La crisis económica fue la espita del 'procés'?
- R. Tiene tres tiempos. El primero cuaja alrededor del proceso de nacionalización de Pujol a partir de 1980. Un segundo tiempo más corto atañe a 2003: con la reforma del Estatuto se ponen encima de la mesa cosas que no estaban en la agenda. Maragall quiso demostrar que él también podía ser un buen presidente de la Generalitat y, por tanto, nacionalista. Para los socialistas, el Estatut era una forma de reafirmarse. Para ERC, una manera de taladrar el Estado. El tercer tiempo llegó con la crisis y el Tribunal Constitucional, que prendió la mecha pese al corto alcance de su sentencia. En el preámbulo deja la definición de nación, pero advierte de que no se podrá crear un Estado.
- P. No es un asunto baladí. El 'Estatut' de Nuria de 1932 hablaba de un "Estado autónomo dentro de la República española". Luego se recortó en el Congreso, aunque fue la denominación usada en la intentona secesionista de 1934. Y Enric Prat de la Riba, en 'La nacionalitat catalana' (1906), sostuvo que "del hecho de la nacionalidad catalana nace el derecho a la constitución de un Estado propio, de un Estado catalán".
- R. Desde luego, esa es la clave del nacionalismo. Se podía haber mantenido el término nación en el preámbulo, pero la sentencia del TC tocó muy pocos artículos. En cambio, encendió un polvorín. Ocurrió la tormenta perfecta para ser aprovechada por los nacionalistas. Cataluña se siente entonces superior al resto de España, que es la actitud que está detrás del proceso.
- P. ¿Cataluña, como sostuvo García Cárcel, es una sociedad enferma de pasado?
- R. Sí, porque el nacionalismo catalán ha sido hegemónico, teniendo en cuenta que una parte de la sociedad siempre ha estado callada. La historia y la lengua son las dos principales patas del nacionalismo catalán. Todo se juzga en base a la historia. El relato nacionalista gira alrededor de la búsqueda de una nación, que ya existía en la época de los condes y cuyos momentos de debilidad sólo se han producido cuando Castilla, es decir, España, ha intentado cargársela. Para ellos, todo es continuidad. Por eso dicen que Cataluña es una de las naciones más antiguas de Europa, o establecen una continuidad entre la Diputación del General y la Generalitat, o se saltan la Corona de Aragón, o aseguran que en siglo XVII Cataluña caminaba hacia la democracia. Y no sé cómo no se atreven a hablar del primer homínido como el primer catalán de la Historia...
- P. Junqueras escribió que los catalanes somos genéticamente superiores al resto de españoles.
- R. Sí, cierto. Han creado un relato que lleva a la siguiente conclusión: tenemos una nación, por tanto, sólo nos falta ser un Estado.
- P. En 'Historia mínima de Cataluña' (Turner), recuerda que cuando John H. Elliott llegó a Cataluña en 1950 se alineó con Vicens Vives y se propuso "desterrar mitos". ¿Mito e historia se confunden en la historia de Cataluña desde el siglo XIX?
- R. Hasta los años 80 del siglo XX existió una confusión enraizada entre historia y mito. Esto es lo que plantea Vicens, aunque en la década de los 50 da un giro y se hace nacionalista. A partir del pujolismo, la historiografía vuelve a encerrarse en sí misma y reivindica a Ferran Soldevila, autor del mejor libro de literatura histórica, que no de Historia, en la historiografía catalana de corte nacionalista. Los nacionalistas recrean símbolos y tradiciones, pero la clave en el uso de estas herramientas de propaganda es la televisión pública. Sin la tele no se entiende el 'procés'.
- P. La costra nacionalista, que dice Joan Ferran.
- R. Sí, aunque hay que distinguir varias etapas. Durante los Gobiernos de Pujol, TV3 fue una televisión profundamente renacionalizadora pero de calidad, es decir, contrata a los mejores profesionales, hace programas para todas las franjas y apuesta por formatos innovadores. Luego, desde 2003, llega la TV3 de los comisarios, coincidiendo con el control que ejerce ERC . Y, finalmente, esa televisión aún cae más bajo a partir de 2012 porque se pone al servicio de la causa. Muchos de sus presentadores son ideólogos del procés. Pujol, en cambio, sabía que sólo con propaganda no se podía hacer la tele. Prefería el gota a gota, igual que en la escuela. No hubo adoctrinamiento hasta 2003. Ahora sí lo hay. En los libros de texto, en los juegos, en el recreo... Creas una visión del mundo, que se interioriza más que la propaganda pura y dura.
- P. En su último libro evoca 'Clave K', la novela en la que Margarita Rivière retrató el pujolismo, y cuenta que su padre trabajó para la banca de esta familia. ¿El pujolismo hubiera sido posible sin la izquierda?
- R. Mi padre trabajó en Banca Catalana y antes en Banca Dorca, de Olot, que compraron los Pujol. Después de la confesión de fraude fiscal se pasaron a ERC. Igual que mi familia, creo que muchos catalanes pensaron que Pujol quería quedarse en el autonomismo. Por un lado, él es el responsable de abrir el camino a la vía independentista. Por otro, nunca se atrevió a dar el paso. Aunque la derecha pactó con el nacionalismo, por ejemplo, en el pacto del Majestic de 1996, la izquierda siempre fue permisiva con el nacionalismo. Sin embargo, el pujolismo fue muy hábil y le dio la vuelta a este argumento. Convirtió a los socialistas en malos catalanes y les encerró con el complejo de ser una sucursal de Madrid.
- P. ¿La tradición pactista de la política catalana es un hecho contrastado o un estereotipo?
- R. Es un mito. Hay ejemplos en el pasado de pactos, pero no está en los genes. Ocurre igual con el oasis catalán, que nunca existió. No es verdad que la política catalana sea más moderna o más dialogante. En estas cosas, los catalanes son muy españoles.
- P. ¿Por qué sostiene que el 'procés' ha sido kafkiano?
- R. Porque ha sido extraño. Absurdo, pero angustioso. La comparación con El proceso de Kafka es un juego literario, pero la verdad es que nadie acaba de entender hacia dónde vamos. Lo hemos visto después del ultimátum de Torra y la división independentista.
- P. ¿La sociedad catalana está fracturada?
- R. Sí, lo está. Y acabará mal. La fractura se ve en el mapa electoral, en la polémica de los lazos amarillos, en el daño a la economía y en un Govern que sigue gobernando para la mitad de Cataluña. Los nacionalistas no son conscientes de hasta qué punto han llevado al descrédito a las instituciones. ¿Cuántos catalanes piensan hoy que Torra es su presidente? Hay gente que determinadas cosas ya no las denunciaría a los Mossos porque no sabe cómo van a actuar. No sabemos sin son una policía política. Cuando esto acabe habrá que reconstruir la confianza en las instituciones. No está claro que unas elecciones vayan a solucionar nada y no es impensable que la violencia vaya a más. Asaltar el Parlament fue muy grave.
- P. ¿Hay riesgo real de que el independentismo opte por la violencia?
- R. Siempre ha usado otras formas de coacción, pero no la violencia expresa. El problema ahora es que Torra no puede ser el que ponga orden y el que aliente a los CDR. La violencia dependerá del grado de frustración. Hasta ahora, con altibajos, les ha funcionado el relato de la represión del Estado. Ocultan todo diciendo que hay que luchar por los encarcelados y los exiliados. Han convertido su causa en una religión.
- P. ¿La brecha abierta entre Junts per Catalunya y ERC puede acabar con la pulsión secesionista?
- R. No lo sé. El Estado actuó tarde, pero cuando lo hizo fue efectivo. El artículo 155 debió aplicarse después de la aprobación de las leyes de ruptura del 6 y 7 de septiembre. El discurso del Rey me pareció impecable.
- P. ¿No le faltó dejar abierto un resquicio para una salida?
- R. En aquel momento las cosas estaban demasiado tensas. El objetivo era hacer una declaración sin matices. Quizá se podía haber matizado más adelante, pero entonces no cabía otro discurso. Fue un jefe del Estado defendiendo la unidad territorial del Estado y le dijo a los ciudadanos de Cataluña que apoyan la Constitución que no están solos. El Estado, sin aplicar una alta represión, impuso la ley, pero hasta que no haya una intervención de TV3 y en la escuela, esto no tiene solución. No valen las medidas cortoplacistas. Hay que revisar el Estado de las autonomías y el modelo de financiación, y colocar encima de la mesa las competencias.
- P. ¿Una reforma del modelo de Estado y de la organización del poder en sentido centrípeto ayudaría a solucionar la cuestión catalana?
- R. No planteo que las comunidades pierdan las competencias. Sí ponerse de acuerdo en unos mínimos. Especialmente, en educación. El conflicto catalán quizá es irresoluble, pero si dejamos que la maquinaria siga funcionando, el independentismo superará con creces el 47% en el que están ahora.
- P. ¿Está faltando lealtad por parte de la oposición al Gobierno de Sánchez en esta materia?
- R. El comportamiento de todos los partidos hay que leerlo en clave electoral. Tengo la sensación de que los socialistas han sido un poco ingenuos en algunas de las medidas que han tomado desde que han vuelto al poder. No aprendemos. Los nacionalistas nos están chuleando desde hace muchos años. Han sido desleales siempre. No se puede establecer una negociación de tú a tú, sin saber hacia dónde vamos, con una persona que dice que va a implantar la república y que le pide a los CDR que "aprieten".
- P. Pero esa persona es el presidente legal y legítimo de Cataluña tras unas elecciones autonómicas convocadas por el Gobierno al amparo del 155.
- R. Hasta ahora han tenido mayoría parlamentaria para gobernar, desde luego. Sólo digo que no puedes negociar con alguien que no acata la Constitución.
- P. Entonces, ¿cuál es la alternativa? ¿Ir a un 155 largo, tal como propone Felipe González?
- R. Posiblemente. El problema es que como pusimos el listón tan alto con el anterior 155, ahora parece que no hay motivos para activarlo. No se puede esperar a que vuelvan a declarar la independencia. La intervención de la autonomía demostró que el Estado no es débil. El debate es si queremos ir más allá o no.
- P. Aznar, durante la presentación de la biografía 'Miguel Maura. La derecha republicana' (Faes) advirtió de que ve una "extraordinaria similitud" entre el golpe de Estado de 1934 y la actual situación en Cataluña.
- R. En algunas cosas se parecen, pero en el 34 nadie salió a la calle, ni los escamots de ERC. Leído en la clave de Aznar, lo que dice tiene coherencia porque él considera que lo que ha pasado es un golpe de Estado. Yo estoy de acuerdo. Quizá es un golpe en sentido posmoderno, como sostiene Daniel Gascón, pero la realidad es que estás liquidando las leyes en vigor para implantar un sistema nuevo. En 1934 Companys piensa también en clave española. Intenta cambiar Cataluña para que España no deje de ser de izquierdas. En todo caso, no me gusta hacer analogías porque son situaciones distintas. Ahora puede haber violencia, pero no estamos al borde de una Guerra Civil. Nuestra democracia es asumida por la izquierda y la derecha, y el contexto no se parece a la Europa de los años 30.
- P. ¿Qué vías de escape le quedan al catalanismo en una coyuntura de polarización como la actual?
- R. En el corto plazo, ninguna. El independentismo se ha cargado el catalanismo. Hay que volver a reconstruirlo con los desencantados de los dos bloques, pero es una tarea larga. Sólo es posible con una bajada de la tensión. El PSC intentó buscar ese espacio con Unió en las últimas elecciones autonómicas y no funcionó.
- P. ¿La Iglesia es clave para el soberanismo?
- R. No. Pujol concibió una nación católica, en línea con la tradición de Torras i Bages. Ha jugado un papel importante, pero ya no cuenta lo mismo que antaño.
- RAÚL CONDE Vía EL MUNDO
-R--PPPPP. PP.
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