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sábado, 27 de octubre de 2018
NI CONTIGO NI SIN TI
La evolución del PDeCAT es una penosa crónica de fracasos parciales sucesivos y rectificaciones constantes
Los expresidentes de la Generalitat, Carles Puigdemont y Artur Mas, en
Consell Nacional del PDeCAT celebrado en septiembre de 2017. (EFE)
El PDeCAT es, ante la opinión pública española, el partido heredero de Convergència Democràtica de Catalunya. Es cierto que con el discurrir de los meses esta percepción se ha ido desdibujando.
La ciudadanía española tiene de esta organización una visión confusa,
que se ha ido afianzando tras meses de conducta errática. Todavía, son
muchos los que se preguntan por qué se dio este paso. La razón
fundamental fue superar la enorme convulsión que supuso la confesión del expresidente Pujol en el año 2014.
La franca asunción de sus responsabilidades en aquella grave
circunstancia, produjo un intenso espasmo en el seno de este viejo
partido. Su liderazgo era tan extraordinario, había sido tan decisivo,
que los dirigentes del momento, abatidos, optaron por silenciar las viejas siglas, y encomendarse a unas nuevas. Esa fue la causa primera, pero no la única.
En
efecto, tal como se desarrollaban los acontecimientos, la eventual
política de alianzas de los convergentes exigía una nueva marca.
Recuerden que se abordaba la investidura a la presidencia de la Generalitat de Artur Mas,
y se requería del imprescindible concurso de la CUP. Esa investidura
nunca llegó a materializarse, pero les aseguro que se intentó hasta la
extenuación. Es fácil comprender que el legado de políticas catalanistas
de centro derecha en Cataluña, y por cierto, la cota más elevada de autogobierno jamás conseguida,
hacía imposible pactos estables con los anticapitalistas. Había que
desechar la vieja herencia para intentarlo con un nuevo perfil.
La ciudadanía española tiene de esta organización una visión confusa, que se ha ido afianzando tras meses de conducta errática
Siendo esto muy importante, los trazos esenciales de la fundación del PDeCAT, fueron otros.
En su primer congreso, después de certificar la muerte política y
organizativa de CDC, se apostó por un programa político que se ajustara a
las exigencias del tiempo presente. En el mismo congreso, se proclamó
el carácter independentista
y republicano del nuevo partido, y se produjo un desplazamiento no
menospreciable hacia la izquierda en sus presupuestos políticos y
económicos. Al tiempo, se impuso en el partido un nuevo liderazgo, el de Carles Puigdemont, que ha resultado profundamente controvertido. En muy pocos meses, el entonces presidente de la Generalitat llegó a la drástica conclusión de que necesitaba más un proyecto personal que encarnara su filosofía política, que un partido excesivamente impregnado de la vieja identidad convergente.
La evolución del PDeCAT es una penosa crónica de fracasos parciales
sucesivos y rectificaciones constantes. En su momento inicial, miles de
militantes de CDC ya no se afiliaron a la nueva formación, y el balance
de toda su trayectoria, marcada con reiteradas fracturas y deserciones,
debe ser descrito como un fracaso. Merece respeto y reconocimiento la
labor que alcaldes, concejales y militantes han venido desarrollando,
activa y generosamente, por todo el territorio catalán, y son muchos los
que aún confían en que son un instrumento útil para la construcción de
un país más justo.
En las élites de la sociedad catalana,
muchos comparten todavía esta expectativa. He tenido la oportunidad de
comprobar, a menudo, cuántos empresarios, académicos, periodistas, etc.
no han perdido la esperanza de que este proyecto pueda ser reformulado y salvado del naufragio total.
Sin duda, este es un deseo bienintencionado, pero la realidad se
presenta tozuda y el momento político que atraviesa el nacionalismo
radical del PDeCAT está muy alejado de tan piadosos deseos. Las leyes de
la historia suelen ser más fuertes que la vida de los aparatos
políticos.
Puigdemont es el más conspicuo de los independentistas
que han decidido seguir otra vía, y confiesa a amigos y conocidos, que
el sucesor natural del nuevo proyecto, hoy embarrancado, será un partido
de corte independentista y radical republicano que girará en torno a
sus propias expectativas políticas y las del círculo que le rodea. El
expresidente de la Generalitat, hoy huido de la justicia española,
lo intentará con toda seguridad. La pregunta que debemos formularnos
es: ¿qué podemos esperar como respuesta del PDeCAT ante tentativa tan
temeraria?
Desde luego, serán sus dirigentes y militantes los que
decidirán al respecto, y en ellos reside la oportunidad de imprimir un
giro decisivo en su configuración política actual, pero sospecho que
será muy difícil que lo hagan. El ADN de los líderes y militantes del PDeCAT es la disciplina.
Con total seguridad, el nacionalismo catalán vive angustiosamente el
periodo más difícil de las últimas décadas. Derribada parte
significativa de su anterior dirección, será, no obstante, difícil que
se produzcan nuevas señaladas rupturas con peso político en el seno del
PDeCAT.
Tras certificar la
muerte política y organizativa de CDC, se apostó por un programa
político que se ajustara a las exigencias del tiempo presente
Dicho más llanamente, Puigdemont ordenará, y el grueso del partido se plegará a sus intenciones.
Para la mayoría de los líderes del PDeCAT, Puigdemont es, habiendo
sucedido a Mas, su líder. En este sentido, aquel ha dado la primera
pista, hay que seguir, ha dicho, los pasos que los futuros movimientos
de Puigdemont exijan. La segunda pista, la han dado en estas últimas
horas, tres 'exconsellers' hoy encarcelados, Rull, Turull, Forn y uno
huido, Puig, firmando una carta que exige al PDeCAT que se sume a la iniciativa de la Crida,
que hoy celebra su convención fundacional en Manresa. La larga mano del
expresidente está detrás. Me temo que conseguirá imponer sus tesis. Lo hará por la vía natural del convencimiento político,
o por la más artificial, la de sugerir a sus alcaldes que sean
candidatos con él, o tendrán que enfrentarse a listas alternativas en
sus municipios. Alcaldesas y alcaldes del PDeCAT saben que, competir en
sus ciudades y pueblos con un eventual candidato de la Crida auspiciada
por Puigdemont, es poco menos que caminar derechos a una derrota
política.
Sin embargo, la certeza de lo que acabo de decir no me
impide afirmar, que algunos de estos alcaldes, alcaldesas, dirigentes, y
líderes territoriales, quizás preferirían prescindir del absorbente liderazgo de Puigdemont.
Atención, digo prescindir del liderazgo, no de la ideología, y
desearían poder ajustar su estrategia a un tempo político más relajado, y
con un horizonte temporal más dilatado y menos exigente. En suma, ni
contigo ni sin ti, tienen sus males remedio. Los hay, pero afirmo que la
mayoría de estos cargos públicos independentistas no se expondrán a dar
un salto en el vacío. Puigdemont, con candidaturas propias de la Crida en el territorio catalán,
es para ellos letalmente disuasorio. Consideración final: podrían dar
el salto, pero por ahora prefieren hacerlo cogidos de la mano de Carles
Puigdemont. Se trata, a mi juicio, de un curioso y paradójico caso de
suicidio asistido. El desenlace, se verá en los próximos meses.
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