La evolución del PDeCAT es una penosa crónica de fracasos parciales sucesivos y rectificaciones constantes
Los expresidentes de la Generalitat, Carles Puigdemont y Artur Mas, en
Consell Nacional del PDeCAT celebrado en septiembre de 2017. (EFE)
El PDeCAT es, ante la opinión pública española, el partido heredero de Convergència Democràtica de Catalunya. Es cierto que con el discurrir de los meses esta percepción se ha ido desdibujando.
La ciudadanía española tiene de esta organización una visión confusa,
que se ha ido afianzando tras meses de conducta errática. Todavía, son
muchos los que se preguntan por qué se dio este paso. La razón
fundamental fue superar la enorme convulsión que supuso la confesión del expresidente Pujol en el año 2014.
La franca asunción de sus responsabilidades en aquella grave
circunstancia, produjo un intenso espasmo en el seno de este viejo
partido. Su liderazgo era tan extraordinario, había sido tan decisivo,
que los dirigentes del momento, abatidos, optaron por silenciar las viejas siglas, y encomendarse a unas nuevas. Esa fue la causa primera, pero no la única.
En efecto, tal como se desarrollaban los acontecimientos, la eventual política de alianzas de los convergentes exigía una nueva marca. Recuerden que se abordaba la investidura a la presidencia de la Generalitat de Artur Mas, y se requería del imprescindible concurso de la CUP. Esa investidura nunca llegó a materializarse, pero les aseguro que se intentó hasta la extenuación. Es fácil comprender que el legado de políticas catalanistas de centro derecha en Cataluña, y por cierto, la cota más elevada de autogobierno jamás conseguida, hacía imposible pactos estables con los anticapitalistas. Había que desechar la vieja herencia para intentarlo con un nuevo perfil.
Siendo esto muy importante, los trazos esenciales de la fundación del PDeCAT, fueron otros. En su primer congreso, después de certificar la muerte política y organizativa de CDC, se apostó por un programa político que se ajustara a las exigencias del tiempo presente. En el mismo congreso, se proclamó el carácter independentista y republicano del nuevo partido, y se produjo un desplazamiento no menospreciable hacia la izquierda en sus presupuestos políticos y económicos. Al tiempo, se impuso en el partido un nuevo liderazgo, el de Carles Puigdemont, que ha resultado profundamente controvertido. En muy pocos meses, el entonces presidente de la Generalitat llegó a la drástica conclusión de que necesitaba más un proyecto personal que encarnara su filosofía política, que un partido excesivamente impregnado de la vieja identidad convergente.
La evolución del PDeCAT es una penosa crónica de fracasos parciales
sucesivos y rectificaciones constantes. En su momento inicial, miles de
militantes de CDC ya no se afiliaron a la nueva formación, y el balance
de toda su trayectoria, marcada con reiteradas fracturas y deserciones,
debe ser descrito como un fracaso. Merece respeto y reconocimiento la
labor que alcaldes, concejales y militantes han venido desarrollando,
activa y generosamente, por todo el territorio catalán, y son muchos los
que aún confían en que son un instrumento útil para la construcción de
un país más justo.
En las élites de la sociedad catalana, muchos comparten todavía esta expectativa. He tenido la oportunidad de comprobar, a menudo, cuántos empresarios, académicos, periodistas, etc. no han perdido la esperanza de que este proyecto pueda ser reformulado y salvado del naufragio total. Sin duda, este es un deseo bienintencionado, pero la realidad se presenta tozuda y el momento político que atraviesa el nacionalismo radical del PDeCAT está muy alejado de tan piadosos deseos. Las leyes de la historia suelen ser más fuertes que la vida de los aparatos políticos.
Puigdemont es el más conspicuo de los independentistas que han decidido seguir otra vía, y confiesa a amigos y conocidos, que el sucesor natural del nuevo proyecto, hoy embarrancado, será un partido de corte independentista y radical republicano que girará en torno a sus propias expectativas políticas y las del círculo que le rodea. El expresidente de la Generalitat, hoy huido de la justicia española, lo intentará con toda seguridad. La pregunta que debemos formularnos es: ¿qué podemos esperar como respuesta del PDeCAT ante tentativa tan temeraria?
Desde luego, serán sus dirigentes y militantes los que decidirán al respecto, y en ellos reside la oportunidad de imprimir un giro decisivo en su configuración política actual, pero sospecho que será muy difícil que lo hagan. El ADN de los líderes y militantes del PDeCAT es la disciplina. Con total seguridad, el nacionalismo catalán vive angustiosamente el periodo más difícil de las últimas décadas. Derribada parte significativa de su anterior dirección, será, no obstante, difícil que se produzcan nuevas señaladas rupturas con peso político en el seno del PDeCAT.
Dicho más llanamente, Puigdemont ordenará, y el grueso del partido se plegará a sus intenciones. Para la mayoría de los líderes del PDeCAT, Puigdemont es, habiendo sucedido a Mas, su líder. En este sentido, aquel ha dado la primera pista, hay que seguir, ha dicho, los pasos que los futuros movimientos de Puigdemont exijan. La segunda pista, la han dado en estas últimas horas, tres 'exconsellers' hoy encarcelados, Rull, Turull, Forn y uno huido, Puig, firmando una carta que exige al PDeCAT que se sume a la iniciativa de la Crida, que hoy celebra su convención fundacional en Manresa. La larga mano del expresidente está detrás. Me temo que conseguirá imponer sus tesis. Lo hará por la vía natural del convencimiento político, o por la más artificial, la de sugerir a sus alcaldes que sean candidatos con él, o tendrán que enfrentarse a listas alternativas en sus municipios. Alcaldesas y alcaldes del PDeCAT saben que, competir en sus ciudades y pueblos con un eventual candidato de la Crida auspiciada por Puigdemont, es poco menos que caminar derechos a una derrota política.
Sin embargo, la certeza de lo que acabo de decir no me impide afirmar, que algunos de estos alcaldes, alcaldesas, dirigentes, y líderes territoriales, quizás preferirían prescindir del absorbente liderazgo de Puigdemont. Atención, digo prescindir del liderazgo, no de la ideología, y desearían poder ajustar su estrategia a un tempo político más relajado, y con un horizonte temporal más dilatado y menos exigente. En suma, ni contigo ni sin ti, tienen sus males remedio. Los hay, pero afirmo que la mayoría de estos cargos públicos independentistas no se expondrán a dar un salto en el vacío. Puigdemont, con candidaturas propias de la Crida en el territorio catalán, es para ellos letalmente disuasorio. Consideración final: podrían dar el salto, pero por ahora prefieren hacerlo cogidos de la mano de Carles Puigdemont. Se trata, a mi juicio, de un curioso y paradójico caso de suicidio asistido. El desenlace, se verá en los próximos meses.
ANTONI FERNÀNDEZ TEIXIDÓ Vía EL CONFIDENCIAL
En efecto, tal como se desarrollaban los acontecimientos, la eventual política de alianzas de los convergentes exigía una nueva marca. Recuerden que se abordaba la investidura a la presidencia de la Generalitat de Artur Mas, y se requería del imprescindible concurso de la CUP. Esa investidura nunca llegó a materializarse, pero les aseguro que se intentó hasta la extenuación. Es fácil comprender que el legado de políticas catalanistas de centro derecha en Cataluña, y por cierto, la cota más elevada de autogobierno jamás conseguida, hacía imposible pactos estables con los anticapitalistas. Había que desechar la vieja herencia para intentarlo con un nuevo perfil.
La ciudadanía española tiene de esta organización una visión confusa, que se ha ido afianzando tras meses de conducta errática
Siendo esto muy importante, los trazos esenciales de la fundación del PDeCAT, fueron otros. En su primer congreso, después de certificar la muerte política y organizativa de CDC, se apostó por un programa político que se ajustara a las exigencias del tiempo presente. En el mismo congreso, se proclamó el carácter independentista y republicano del nuevo partido, y se produjo un desplazamiento no menospreciable hacia la izquierda en sus presupuestos políticos y económicos. Al tiempo, se impuso en el partido un nuevo liderazgo, el de Carles Puigdemont, que ha resultado profundamente controvertido. En muy pocos meses, el entonces presidente de la Generalitat llegó a la drástica conclusión de que necesitaba más un proyecto personal que encarnara su filosofía política, que un partido excesivamente impregnado de la vieja identidad convergente.
En las élites de la sociedad catalana, muchos comparten todavía esta expectativa. He tenido la oportunidad de comprobar, a menudo, cuántos empresarios, académicos, periodistas, etc. no han perdido la esperanza de que este proyecto pueda ser reformulado y salvado del naufragio total. Sin duda, este es un deseo bienintencionado, pero la realidad se presenta tozuda y el momento político que atraviesa el nacionalismo radical del PDeCAT está muy alejado de tan piadosos deseos. Las leyes de la historia suelen ser más fuertes que la vida de los aparatos políticos.
Puigdemont agita el fantasma de un nuevo tripartito contra las ambiciones de ERC
Puigdemont es el más conspicuo de los independentistas que han decidido seguir otra vía, y confiesa a amigos y conocidos, que el sucesor natural del nuevo proyecto, hoy embarrancado, será un partido de corte independentista y radical republicano que girará en torno a sus propias expectativas políticas y las del círculo que le rodea. El expresidente de la Generalitat, hoy huido de la justicia española, lo intentará con toda seguridad. La pregunta que debemos formularnos es: ¿qué podemos esperar como respuesta del PDeCAT ante tentativa tan temeraria?
Desde luego, serán sus dirigentes y militantes los que decidirán al respecto, y en ellos reside la oportunidad de imprimir un giro decisivo en su configuración política actual, pero sospecho que será muy difícil que lo hagan. El ADN de los líderes y militantes del PDeCAT es la disciplina. Con total seguridad, el nacionalismo catalán vive angustiosamente el periodo más difícil de las últimas décadas. Derribada parte significativa de su anterior dirección, será, no obstante, difícil que se produzcan nuevas señaladas rupturas con peso político en el seno del PDeCAT.
Tras certificar la
muerte política y organizativa de CDC, se apostó por un programa
político que se ajustara a las exigencias del tiempo presente
Dicho más llanamente, Puigdemont ordenará, y el grueso del partido se plegará a sus intenciones. Para la mayoría de los líderes del PDeCAT, Puigdemont es, habiendo sucedido a Mas, su líder. En este sentido, aquel ha dado la primera pista, hay que seguir, ha dicho, los pasos que los futuros movimientos de Puigdemont exijan. La segunda pista, la han dado en estas últimas horas, tres 'exconsellers' hoy encarcelados, Rull, Turull, Forn y uno huido, Puig, firmando una carta que exige al PDeCAT que se sume a la iniciativa de la Crida, que hoy celebra su convención fundacional en Manresa. La larga mano del expresidente está detrás. Me temo que conseguirá imponer sus tesis. Lo hará por la vía natural del convencimiento político, o por la más artificial, la de sugerir a sus alcaldes que sean candidatos con él, o tendrán que enfrentarse a listas alternativas en sus municipios. Alcaldesas y alcaldes del PDeCAT saben que, competir en sus ciudades y pueblos con un eventual candidato de la Crida auspiciada por Puigdemont, es poco menos que caminar derechos a una derrota política.
Sin embargo, la certeza de lo que acabo de decir no me impide afirmar, que algunos de estos alcaldes, alcaldesas, dirigentes, y líderes territoriales, quizás preferirían prescindir del absorbente liderazgo de Puigdemont. Atención, digo prescindir del liderazgo, no de la ideología, y desearían poder ajustar su estrategia a un tempo político más relajado, y con un horizonte temporal más dilatado y menos exigente. En suma, ni contigo ni sin ti, tienen sus males remedio. Los hay, pero afirmo que la mayoría de estos cargos públicos independentistas no se expondrán a dar un salto en el vacío. Puigdemont, con candidaturas propias de la Crida en el territorio catalán, es para ellos letalmente disuasorio. Consideración final: podrían dar el salto, pero por ahora prefieren hacerlo cogidos de la mano de Carles Puigdemont. Se trata, a mi juicio, de un curioso y paradójico caso de suicidio asistido. El desenlace, se verá en los próximos meses.
ANTONI FERNÀNDEZ TEIXIDÓ Vía EL CONFIDENCIAL
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