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lunes, 29 de octubre de 2018
KHASHOGGI, EL CALEIDOSCOPIO
¿Por
qué matar a Khashoggi, que no parecía una amenaza extraordinaria contra
la monarquía saudí? ¿No era más molesto que peligroso? En cualquier
caso, es más peligroso muerto que vivo
Guy Sorman
Es imposible no exaltarse por la desaparición de Jamal Khashoggi,
ocurrida en Estambul el pasado 2 de octubre. Pero no sabemos por qué
faceta abordarla, ya que es muy compleja y ofrece muchas lecciones.
Empecemos por la torpeza de los asesinos: han acumulado tantos errores
que nos parece asistir a una película fracasada. Pero estos errores son
indicativos del régimen político que los envió a Estambul. Los
dictadores, que no escuchan a nadie, son los más propensos a cometer
errores: en 1804 Napoleón mandó secuestrar en Alemania al duque de
Enghien al sospechar, equivocadamente, que conspiraba contra él. El
secuestro despertó la indignación de los tribunales europeos, y
Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón, le dijo: «Señor,
más que un crimen, es un error». ¿Quién se lo dirá al príncipe heredero
saudí?
Hace
poco pudo morir el espía ruso Serguei Skripal, refugiado en Gran
Bretaña, después de ser envenenado el pasado marzo por dos emisarios de
Vladímir Putin, captados también por cámaras de vigilancia. En cambio,
la CIA, el Mossad israelí y los servicios secretos franceses son o
fueron conocidos por su capacidad para eliminar a los adversarios sin
dejar rastro. Pinochet no tenía ese talento: hasta para los crímenes
políticos, las democracias tienen más talento que los déspotas.
Pero,
¿por qué matar a Khashoggi que, antes de su muerte, no parecía una
amenaza extraordinaria contra la monarquía saudí? ¿No era más molesto
que peligroso? En cualquier caso, es más peligroso muerto que vivo. Es
que los déspotas no soportan las críticas, desde luego. Pero Khashoggi
también era parte del amenazador linaje de la Primavera Árabe que, desde
su inicio en Túnez en diciembre de 2010, unía y aparentemente sigue
uniendo, a republicanos y moralistas musulmanes, a menudo miembros de la
organización de los Hermanos Musulmanes. Esta hermandad, que es poco
conocida y se demoniza en Europa, se ha rebelado contra la corrupción de
los dirigentes árabes, contra la injusticia social y contra el uso
indebido de la religión musulmana con fines políticos. Por lo tanto, los
Hermanos, como han demostrado especialmente en Egipto, suponen una
amenaza mayor para el poder saudí que los demócratas laicos.
Pues bien, Khashoggi era un Hermano Musulmán, y los Saud se
habían dado cuenta del peligro. Evidentemente, al eliminarlo con tanta
torpeza, lo han agravado y han conferido a los Hermanos Musulmanes una
nueva legitimidad. Para completar el panorama, señalaremos que los
Hermanos Musulmanes, piadosos, partidarios de la economía de mercado y
hostiles al socialismo, tienen muchos partidarios entre los
conservadores estadounidenses.
Segunda
lección: el asunto Khashoggi revela que la Primavera Árabe dista mucho
de haber acabado. Hasta ahora, solo Túnez ha pasado del despotismo a la
democracia, pero no por ello debemos llegar a la conclusión de que en
todas las demás naciones árabes los pueblos se resignan por mucho tiempo
a la tiranía de los príncipes y los militares.
Una
tercera lección –y nos limitaremos solo a cuatro– del asunto Khashoggi
es que pone de manifiesto la ambigüedad de Occidente hacia el mundo
árabe. ¿Deberíamos aplicar criterios universales, como la primacía de
los derechos humanos y la democracia? ¿O deberíamos preferir el
relativismo considerando, como decía el presidente Jacques Chirac, que
el despotismo está muy adaptado a su civilización? Es lo que algunos
dicen también de los chinos. Los occidentales están divididos en este
tema, pero la tendencia actual es poco favorable a la universalidad de
los derechos humanos.
Es
significativo que el Gobierno alemán sea el que se muestra más firme
contra el régimen saudí; Angela Merkel tiene siempre presente el pasado
alemán. El Gobierno francés guarda silencio, dividido entre sus
sentimientos morales, su tradición universalista y sus intereses
comerciales. Donald Trump, que no siente mucho apego por la democracia,
ni en Estados Unidos ni en el exterior, es, evidentemente, el que está
más dispuesto a perdonar al Gobierno saudí. También es el único
dirigente occidental que ha colocado de antemano los intereses
financieros de Estados Unidos por encima de todo juicio moral; se piense
lo que se piense de él, Trump es coherente consigo mismo. «Somos europeos porque tenemos principios en cualquier circunstancia; por ejemplo, el derecho a la libertad de expresión»
Finalmente, la última lección: nadie puede anunciar lo que
va a pasar, porque la enseñanza de este asesinato es demostrar hasta qué
punto la Historia no obedece las leyes escritas por adelantado. Antes
del crimen, el príncipe Mohammed Bin Salman se presentaba como el
déspota ilustrado que reclamaba el mundo árabe. Ahora, es indicativo de
toda la podredumbre que hay en el reino de los Saud y en otras partes
del mundo árabe. De repente, nos interesamos por el conflicto en Yemen,
agudizado por este príncipe en nombre del sunismo contra el chiismo, una
guerra de religión en pleno siglo XXI.
Hay que
ser increíblemente pretenciosos, como lo son los marxistas, pero
también los nacionalistas étnicos, para creer y hacer creer que la
historia obedece a las leyes. Es más bien el azar el que dicta su ley, y
luego los historiadores y filósofos trabajan para dar sentido a lo que
no lo tiene. Sin embargo, este carácter espontáneo de la historia no
debería invitar a la pasividad y al relativismo. En cualquier caso, no
en Europa. Somos europeos porque tenemos principios en cualquier
circunstancia; por ejemplo, el derecho a la libertad de expresión y el
respeto por las leyes heredado de los romanos. Si renunciamos a ellos,
por nosotros mismos y por los demás, no seremos más que bárbaros.
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