Como todos los políticos formados en el leninismo, Pablo Iglesias está firmemente convencido de que lo único realmente transformador es el ejercicio del poder
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en los premios Goya. (Cordon Press)
Estábamos a punto de que hoy se produjera la situación aberrante de
ver al líder de un partido que no está en el Gobierno negociando los
Presupuestos del Estado con el de otro partido, encarcelado y acusado de
rebelión contra ese mismo Estado, con la aparente conformidad pasiva
del presidente del Gobierno. La declaración que ayer tuvo que improvisar
Pedro Sánchez en Bruselas no resuelve el problema de fondo de su política de alianzas, pero salva al menos el decoro elemental.
Pablo Iglesias, siempre excesivo en sus exhibiciones de poder e influencia, no le ha dejado a su socio de La Moncloa otro camino que salir públicamente a establecer lo que debería resultar obvio: que en nombre del Gobierno negocia el Gobierno.
Todo habría estado más claro desde el principio si no se hubiera permitido que en un documento oficial apareciera el logo del Gobierno de España mezclado con el del partido político, al lado y al mismo nivel. A partir de ahí, Iglesias entró en una deriva que ya se ha visto antes en él: la necesidad compulsiva de exhibir groseramente el poder que tiene, pero también —y sobre todo— el que no tiene. Hay dos claves en su personalidad política que deben siempre tenerse presentes:
La primera es que, como todos los políticos formados en el leninismo, Pablo Iglesias está firmemente convencido de que lo único realmente transformador es el ejercicio del poder. Todo lo demás, los debates de ideas, las movilizaciones sociales, los programas y los discursos, incluso el partido, solo tiene sentido y utilidad en la medida en que te aproximan al objetivo de alcanzar el poder, retenerlo y expandirlo hasta sus últimas consecuencias.
La segunda es que para Iglesias la estrategia y la comunicación no son dos piezas complementarias de la acción política, sino que están esencialmente fusionadas. El poder solo es real cuando se hace visible y se muestra como un trofeo de caza. Y cuanto más ostentosa sea la exhibición, más poderoso devienes.
El detalle heráldico del logo de Podemos junto al del Gobierno no fue inocente en absoluto. En realidad, era mucho más importante que el contenido del documento que encabezaba. Conquistado el emblema, lo que se dijera en las 50 páginas de texto era mero contexto, porque el mensaje central ya estaba en la cabecera.
Lo mismo sucede con la entrevista de hoy en la prisión de Lledoners. Si Iglesias quisiera solo entablar una negociación con ERC sobre los Presupuestos, podría haber hecho una visita discreta a Junqueras. O aún mejor, haberse reunido con Pere Aragonès, que es quien maneja ese negociado en el Govern.
Pero nunca se trató de eso. Iglesias anunció a bombo y platillo la entrevista con tres días de antelación para provocar un 'efecto llamada': espectáculo a la entrada y a la salida. Una vez más, la almendra está en el acto en sí, no en el contenido de la conversación. Esta entrevista no es una sesión negociadora, para eso hay momentos y lugares mucho más adecuados. Es ante todo una demostración de mando en plaza por parte de ambos (y también un reconocimiento mutuo de galones).
Iglesias se muestra como el ministro para Cataluña que Sánchez no nombró, y a la vez se proclama pieza imprescindible para la solución del conflicto: puestos a desinflamar y dialogar, yo puedo llegar a donde no podrían Batet ni Borrell, ni siquiera Iceta. Si se necesitan los votos del independentismo para que este Gobierno siga existiendo, solo yo puedo proveerlos.
Por otro, Iglesias señala públicamente a Junqueras como el líder independentista con el que el Estado puede y debe negociar para encauzar el conflicto, el hombre de Estado catalán, el Gerry Adams de esta situación. Y Junqueras reconoce a Pablo como interlocutor válido de la política española para comenzar a reconducir juntos, hacia la solución final, a sus respectivos socios y rivales.
El mensaje implícito es claro y tiene destinatario: Sánchez sobrevivirá en La Moncloa mientras Iglesias y Junqueras se entiendan y concuerden en ello. Sánchez no solo necesita a los independentistas ahora: los seguirá necesitando para sostener un eventual Gobierno en la próxima legislatura. Pero para llegar a ese momento en condiciones de reproducir la mayoría Frankenstein, es preciso que no se vuelen los puentes en el accidentado recorrido que queda hasta entonces. Iglesias y Junqueras son los bomberos que pueden controlar mancomunadamente los fuegos que inevitablemente se irán produciendo.
Sacar adelante estos Presupuestos es mucho más importante para el líder de Podemos que para el PSOE. El Gobierno podría continuar perfectamente el resto de la legislatura con los Presupuestos de Rajoy; de hecho, algunos de sus miembros lo desean secretamente, porque son conscientes de que ni el gasto comprometido será controlable, ni los ingresos prometidos llegarán en la cuantía necesaria, ni será presentable el adefesio resultante de una negociación a cara de perro con el PNV y los nacionalistas catalanes; y que siguiendo por este camino, el país colapsará más pronto que tarde, aplastado por la deuda.
Pero si para el laboratorio monclovita aprobar los Presupuestos es poco más que un capítulo más en la tarea de construir la leyenda de Pedro el Indestructible, para Iglesias es el pivote de su estrategia actual. Lo que justifica y sostiene la actual coalición de gobierno. Lo que justifica ante los suyos todas las renuncias y aparentes sometimientos al socio principal. El primer mojón de un camino que continuará obligando a Susana Díaz a apoyarse en Podemos para gobernar en Andalucía, seguirá copando el mayor número posible de gobiernos municipales y autonómicos y culminará con uno de estos finales:
Si tras las elecciones hay mayoría entre la izquierda y el secesionismo, no habrá un presidente y un vicepresidente, sino dos copresidentes, cada uno con su mitad de gobierno. ¿Recuerdan lo de Touriño y Quintana en Galicia?
Si gana la derecha y gobiernan PP y Ciudadanos, el PSOE terminará de desmigajarse tras haber entregado su identidad y su respetabilidad por unos meses de gobierno en el alambre y el líder efectivo de la oposición y alternativa de gobierno, llámese Pablo o Irene, residirá en Galapagar.
Políticamente hablando, entre Pedro y Pablo solo puede existir sexo sin amor, ambos lo saben. Pero lo de hoy en Lledoners puede ser el principio de una hermosa amistad.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
Pablo Iglesias, siempre excesivo en sus exhibiciones de poder e influencia, no le ha dejado a su socio de La Moncloa otro camino que salir públicamente a establecer lo que debería resultar obvio: que en nombre del Gobierno negocia el Gobierno.
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Todo habría estado más claro desde el principio si no se hubiera permitido que en un documento oficial apareciera el logo del Gobierno de España mezclado con el del partido político, al lado y al mismo nivel. A partir de ahí, Iglesias entró en una deriva que ya se ha visto antes en él: la necesidad compulsiva de exhibir groseramente el poder que tiene, pero también —y sobre todo— el que no tiene. Hay dos claves en su personalidad política que deben siempre tenerse presentes:
Como
todos los políticos formados en el leninismo, Iglesias está convencido
de que lo único realmente transformador es el ejercicio del poder
La primera es que, como todos los políticos formados en el leninismo, Pablo Iglesias está firmemente convencido de que lo único realmente transformador es el ejercicio del poder. Todo lo demás, los debates de ideas, las movilizaciones sociales, los programas y los discursos, incluso el partido, solo tiene sentido y utilidad en la medida en que te aproximan al objetivo de alcanzar el poder, retenerlo y expandirlo hasta sus últimas consecuencias.
La segunda es que para Iglesias la estrategia y la comunicación no son dos piezas complementarias de la acción política, sino que están esencialmente fusionadas. El poder solo es real cuando se hace visible y se muestra como un trofeo de caza. Y cuanto más ostentosa sea la exhibición, más poderoso devienes.
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El detalle heráldico del logo de Podemos junto al del Gobierno no fue inocente en absoluto. En realidad, era mucho más importante que el contenido del documento que encabezaba. Conquistado el emblema, lo que se dijera en las 50 páginas de texto era mero contexto, porque el mensaje central ya estaba en la cabecera.
Lo mismo sucede con la entrevista de hoy en la prisión de Lledoners. Si Iglesias quisiera solo entablar una negociación con ERC sobre los Presupuestos, podría haber hecho una visita discreta a Junqueras. O aún mejor, haberse reunido con Pere Aragonès, que es quien maneja ese negociado en el Govern.
Pero nunca se trató de eso. Iglesias anunció a bombo y platillo la entrevista con tres días de antelación para provocar un 'efecto llamada': espectáculo a la entrada y a la salida. Una vez más, la almendra está en el acto en sí, no en el contenido de la conversación. Esta entrevista no es una sesión negociadora, para eso hay momentos y lugares mucho más adecuados. Es ante todo una demostración de mando en plaza por parte de ambos (y también un reconocimiento mutuo de galones).
Sin límite de tiempo, sin cacheos y con asesores: así visitará Iglesias a Junqueras
Iglesias se muestra como el ministro para Cataluña que Sánchez no nombró, y a la vez se proclama pieza imprescindible para la solución del conflicto: puestos a desinflamar y dialogar, yo puedo llegar a donde no podrían Batet ni Borrell, ni siquiera Iceta. Si se necesitan los votos del independentismo para que este Gobierno siga existiendo, solo yo puedo proveerlos.
Por otro, Iglesias señala públicamente a Junqueras como el líder independentista con el que el Estado puede y debe negociar para encauzar el conflicto, el hombre de Estado catalán, el Gerry Adams de esta situación. Y Junqueras reconoce a Pablo como interlocutor válido de la política española para comenzar a reconducir juntos, hacia la solución final, a sus respectivos socios y rivales.
Sánchez
no solo necesita a los independentistas ahora: los seguirá necesitando
para sostener un eventual Gobierno en la próxima legislatura
El mensaje implícito es claro y tiene destinatario: Sánchez sobrevivirá en La Moncloa mientras Iglesias y Junqueras se entiendan y concuerden en ello. Sánchez no solo necesita a los independentistas ahora: los seguirá necesitando para sostener un eventual Gobierno en la próxima legislatura. Pero para llegar a ese momento en condiciones de reproducir la mayoría Frankenstein, es preciso que no se vuelen los puentes en el accidentado recorrido que queda hasta entonces. Iglesias y Junqueras son los bomberos que pueden controlar mancomunadamente los fuegos que inevitablemente se irán produciendo.
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Sacar adelante estos Presupuestos es mucho más importante para el líder de Podemos que para el PSOE. El Gobierno podría continuar perfectamente el resto de la legislatura con los Presupuestos de Rajoy; de hecho, algunos de sus miembros lo desean secretamente, porque son conscientes de que ni el gasto comprometido será controlable, ni los ingresos prometidos llegarán en la cuantía necesaria, ni será presentable el adefesio resultante de una negociación a cara de perro con el PNV y los nacionalistas catalanes; y que siguiendo por este camino, el país colapsará más pronto que tarde, aplastado por la deuda.
Pero si para el laboratorio monclovita aprobar los Presupuestos es poco más que un capítulo más en la tarea de construir la leyenda de Pedro el Indestructible, para Iglesias es el pivote de su estrategia actual. Lo que justifica y sostiene la actual coalición de gobierno. Lo que justifica ante los suyos todas las renuncias y aparentes sometimientos al socio principal. El primer mojón de un camino que continuará obligando a Susana Díaz a apoyarse en Podemos para gobernar en Andalucía, seguirá copando el mayor número posible de gobiernos municipales y autonómicos y culminará con uno de estos finales:
Pero si para el
laboratorio monclovita aprobar los Presupuestos es poco más que un
capítulo más, para Iglesias es el pivote de su estrategia actual
Si tras las elecciones hay mayoría entre la izquierda y el secesionismo, no habrá un presidente y un vicepresidente, sino dos copresidentes, cada uno con su mitad de gobierno. ¿Recuerdan lo de Touriño y Quintana en Galicia?
Si gana la derecha y gobiernan PP y Ciudadanos, el PSOE terminará de desmigajarse tras haber entregado su identidad y su respetabilidad por unos meses de gobierno en el alambre y el líder efectivo de la oposición y alternativa de gobierno, llámese Pablo o Irene, residirá en Galapagar.
Políticamente hablando, entre Pedro y Pablo solo puede existir sexo sin amor, ambos lo saben. Pero lo de hoy en Lledoners puede ser el principio de una hermosa amistad.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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