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lunes, 16 de enero de 2017

A LA DERECHA DE LA RAZÓN

                                                                                                                    SEAN MCKAOUI
La mañana siguiente a la renuncia de Aznar como presidente de honor del Partido Popular, un programa de televisión me pidió una entrevista. Mientras esperaba en una sala glacial del Círculo de Bellas Artes, con un pinganillo en el oído, pude escuchar cómo cuatro periodistas discutían, casi a gritos, sobre el tema planteado por el moderador: «¿Existe espacio a la derecha del PP?» Intenté rebatir la pregunta, pero fue inútil. «Ya, pero contésteme: ¿Aznar radicalizará aún más su discurso?» Me acordé de cuando un director de este periódico tituló: «La derecha del PP ataca a Rajoy por permitir el 9-N». Se refería a Libres e Iguales, una plataforma entre cuyos impulsores están Fernando Savater, Nicolás Redondo, José María Fidalgo y Joaquín Leguina.
La lectura de la decisión de Aznar como una reacción de la derecha contra Rajoy se ha consolidado. Unos se han hecho ilusiones, otros se han hecho cruces y los terceros han dictado sentencia: «Aznar quiere ser el Trump español». Pero, ¿y si la premisa fuera falsa? No me refiero a las intenciones de Aznar, esfinge sobre la que es inútil especular. Me refiero al análisis de datos y hechos. ¿Está el PP de Rajoy en el centro? El flanco que ha dejado expuesto, ¿es el de la derecha? ¿Y qué tiene que ver ese hueco con Trump?
La confusión en torno a las categorías ideológicas es una vieja patología española. Aquí los extremistas definen a los centristas y no al revés. Así, negociar con Puigdemont es prueba de moderación y confrontarlo, de intransigencia. A esta inversión moral se añaden otros equívocos. El más común es el que confunde la indefinición con la centralidad.
Las encuestas son terreno escurridizo y mucho más las que recogen percepciones. Pero a veces desmontan mitos. Entren en la página web del CIS: http://www.analisis.cis.es/cisdb.jsp. Verán una serie histórica con las respuestas de los españoles a una doble pregunta: dónde se ubica usted en una escala ideológica del 1 al 10 y dónde ubica al PP. Ni con el antiguo ministro franquista Fraga, ni con Aznar durante la guerra de Irak, ni cuando Rajoy recogía firmas contra el Estatuto catalán. Los españoles nunca han situado al PP más a la derecha que ahora. En 1989 lo colocaban en el 8,27 de la escala. En 2004, en el 7,66. En 2008, en el 7,81. Hoy lo sitúan en el 8,35.
En otro recoveco del CIS encontrarán un gráfico de autoubicación ideológica: con Aznar los españoles se desplazaron a la derecha, mientras que con Rajoy se han movido más a la izquierda que nunca. Este dato puede imputarse a la irrupción de un populismo de extrema izquierda o incluso a la aparición de Ciudadanos. Pero eso no exonera al PP. ¿Qué ha hecho para defender su espacio electoral? ¿Qué pedagogía? ¿Qué discurso? ¿Qué políticas?
El PP de Rajoy protagoniza una amarga paradoja: nunca ha sido considerado más de derechas y nunca ha tenido menos perfil ideológico. La estrategia iniciada en el congreso de Valencia de 2008 ha desembocado en un achicamiento de su espacio, precisamente por el centro. Y eso que su política ha sido vacilante, contradictoria y en muchos casos definida por la izquierda. El problema del PP es que ha confundido el centro con la nada y el partido con un club privado. Un club que no suma nuevos socios, en el que no corre el aire, en el que sólo figuran los fieles. Una cápsula tecnocrática que no piensa ni padece. Un nuevo búnker.
En un ensayo titulado Tras el 9-M: perder y perderse, Miguel Ángel Quintanilla concluye que la articulación de una mayoría no depende de la ubicación en la escala ideológica sino de la nitidez y fuerza del proyecto. «El votante centrista no es el que dirige su voto hacia el centro sino desde él». Por eso un partido perfectamente centrado puede desaparecer. Como ocurrió con UCD y el CDS, y como puede ocurrir con Ciudadanos. La capacidad de convocatoria es función directa del coraje y la claridad. E incompatible con la indefinición.
Ante esta apelación a un rearme ideológico, cualquier incauto exclama: ¡Eso es Vox! Otro equívoco. Por oportunismo o por convicción sobrevenida, Vox ha ido deslizándose por una pendiente inquietante. Reunión formal con el Frente Nacional. Acercamiento a la ultraderecha alemana y austríaca. Plagio del lema de Trump. Eso no es el futuro de la derecha española. Eso es nacionalismo, populismo, involución.
En unas semanas, el PP celebrará su primer congreso en cinco años. Ninguno de los asuntos que acaparan la atención mediática -Soraya vs. Cospedal, las primarias, la limitación de mandatos- aporta nada al debate esencial: ¿qué proyecto ideológico debe defender un partido de derechas en España, se llame o no PP? Y, sobre todo, ¿cómo lo construye bajo la sombra de Trump?
La victoria de Trump representa un desafío inédito para las derechas europeas. Nunca nadie había logrado la presidencia de Estados Unidos desde posiciones teóricamente afines a las suyas y, sin embargo, tan ajenas y tan extremas. Trump es a la derecha lo que Podemos a la izquierda: una aberración. Un repliegue visceral que, sin embargo, ha conseguido un triunfo espectacular. El impacto es equiparable al que sobre la izquierda habría ejercido la victoria de un Podemos en Francia o Alemania. Se podrá decir, como ha hecho hábilmente Gallardón, que no ha ganado Trump sino el Partido Republicano. Y que los republicanos y el propio sistema institucional americano limitarán su margen de maniobra. Pero cuando el extremo se convierte en mainstream, el mainstream debe reaccionar.
El congreso del PP, sin embargo, pretende discurrir ajeno a esta nueva realidad. Sus ponencias suman 250 páginas de retórica inútil. Asombrosamente inútil para pensar qué se hace frente al nuevo aislacionismo americano. Y frente al proteccionismo. Y ante la inmigración. Habrá que debatir sobre la conversión mediática de la política en una bochornosa pornografía. Y también sobre un grave problema de la derecha, que es el de eludir las batallas culturales. Valga como ejemplo la llamada post-verdad, que ha adquirido la categoría de problema central sólo cuando la izquierda se ha visto amenazada.
El debate precongresual es también inútil en el gran asunto español. Habrá que salir de la zona de confort. Ir más allá de la afirmación banal de que «cualquier reforma constitucional debería concitar el consenso logrado para su aprobación». Combatir el nacionalismo con algo más que un diálogo vacío. Proponer una estrategia de cierre del modelo de Estado.
No, no hay espacio a la derecha del PP. Lo que hay es un desafío ideológico y político en el gran espacio a la derecha de la izquierda. El más importante desde su reencuentro con la democracia.


                                             CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO  Vía EL MUNDO

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