Varios analistas han hecho una atractiva asimilación de una historia personal de Vladimir Putin y la visión que él puede tener de Rusia. Su relato pertenece al libro autobiográfico Primera persona. En él, Putin cuenta cómo se divertía con los amigos persiguiendo ratas, y jugando con ellas con un palo. En una ocasión persiguió a una y la llevó a una esquina. Estaba acorralada. En esa tesitura, la rata decidió atacar a su agresor; saltó hacia él, pero Putin fue lo suficientemente ágil como para salir del apuro. Andrew Weiss incluso dedicó un artículo en The New York Times sugiriendo que Putin había asumido esa política expansionista porque sentía que su país estaba acorralado y ya no podía echarse más atrás.
Es verdad que el imperio soviético se derrumbó primero, cuando se hizo aparente el fracaso histórico del socialismo, y luego se desmembró. Putin dijo en 2005 que aquéllo había sido “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Suponemos que se refería a la propia historia de Rusia y por tanto no tenía en cuenta episodios como la II Guerra Mundial. Aún así, esa afirmación es difícil de sostener. Recordemos cómo los comunistas, recién llegados al poder, firmaron una paz vergonzosa para Rusia en el Tratado de Brest-Litovsk, en la que Rusia cedió un tercio de la población y tres cuartos de la producción industrial. Pero para Putin la gran catástrofe fue el desmembramiento de la URSS.
¿Por qué? Quizás fuera consciente de que una nueva URSS era imposible, y que el reclamo democrático haría más difícil a Rusia volver a dominar un territorio tan extenso. No hay más que ver cómo la OTAN está ganando terreno en un área que el dizquedemocrático régimen ruso considera como propio. La Alianza Atlántica ha celebrado una reunión nada menos que en Varsovia, pues Polonia es miembro de pleno derecho. Ucrania y Bielorrusia tienen la oferta formal de firmar un “acuerdo de asociación” con la OTAN, que es dar el penúltimo paso hacia la integración. Los países bálticos ya están en la Alianza.
Pero Putin estaba dispuesto a recuperar el papel de superpotencia de su país, y llevarlo tan lejos como fuera posible. Para lograrlo, lo primero que ha hecho el presidente Putin fue envolver sus ambiciones en una ideología, la de una gran Rusia eterna mermada por los injustos avatares de la Historia, pero que tiene la oportunidad, la voluntad (y el liderazgo) necesarios para recobrar su lugar en el mundo.
Y lo cierto es que ha sabido aprovechar las ocasiones que se le han puesto enfrente. Como cuando invadió Georgia para “proteger” a la minoría rusa. La desastrosa política de los Estados Unidos (Hillary Clinton) y la UE (Merkel) en Ucrania sirvió el conflicto en bandeja a Rusia, que ha tomado formalmente Crimea. Una península fuertemente rusificada ya con Nicolás II y sobre todo con Stalin, y cuya población se siente reconfortada bajo el nuevo paraguas Ruso. La coalición contrapuesta a Rusia hizo como que protestó por la anexión, pero todos saben que no hay nada que hacer. Y la guerra en Siria de nuevo le ha permitido a Vladimir Putin lograr un montón de objetivos: luchar contra el terrorismo en su terreno y no en el propio, asegurarse un régimen favorable a sus intereses y dejar clara su posición contraria a que un régimen de su interés se cambie por intervención occidental. Incluso ha reforzado su posición en los grandes debates suscitados en el seno de Naciones Unidas, como el cambio climático, y ha reforzado su posición frente a Estados en principio poco amigos, como Turquía o Israel.
Volviendo al episodio personal, creo que Vladimir Putin no se identifica con la rata, sino con su perdida juventud. Y que lo que siente es no haberse enfrentado al roedor, destrozándole con el palo que llevaba en la mano. Y que si es necesario acudir a aquél momento para explicarse su política exterior, él debe ser la referencia de aquélla historia, y se ve a sí mismo imponiéndose ante la amenaza.
Viendo los ciclos en los que se ha movido la historia rusa (cuatro siglos de Romanov, 75 años de régimen soviético), los 16 años de Putin en el poder no parecen tantos. Él ha sabido hacer valer su posición en su área de influencia, y se ha atrevido a desafiar a Europa con el suministro de energía y, más recientemente, con el suministro a populismos europeos. Pero, como en el caso del régimen soviético, la nueva Rusia tiene una base trémula.
Es cierto que el pueblo ruso (según muestra Pew) conocía las consecuencias económicas negativas de la anexión de Crimea, y aún así lo apoya masivamente. Pero también lo es que la pobreza, en Rusia, está en unos niveles históricos, que la población y la esperanza de vida remiten, y que aquélla sociedad no ha sabido incorporarse a la economía globalizada con productos innovadores y punteros. En cualquier ocasión (quizás en los Balcanes), la política exterior de Putin puede sentir un revés, y en ese momento todo su andamiaje político se vendría abajo.
JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario