La subida de los precios energéticos está detrás del repunte de la inflación. EFE
El retorno de la inflación ha encendido las alarmas de economistas, analistas, políticos, sindicalistas y hasta de abuelas preocupadas por su pensión. Y todo porque después de meses de mentar la bicha de la deflación, su némesis, la inflación, ha mostrado la patita por debajo de la puerta. La mayor preocupación es, sin duda, el efecto que sobre los salarios reales tendría una subida de precios y cómo ésta se trasladaría al consumo. Según los análisis de muchos colegas, esta posibilidad erosionaría el crecimiento económico que España muestra en estos últimos trimestres.
No obstante cabe hacer un análisis algo más sosegado y racional por varios motivos. El primero, la inflación es aún moderada, e incluso se espera que siga siendo así en el medio plazo. En segundo lugar, no todo el crecimiento del consumo proviene del aumento de los salarios reales, sino también del empleo, y el empleo no se suele llevar mal con la inflación, cuando menos si es moderada. En tercer lugar, es un misterio cómo responderán los salarios nominales españoles después de una intensísima recesión y una reforma laboral, la de 2012, que ha cambiado los parámetros estructurales que nos ayudaban a poder evaluar estos efectos con ciertas garantías. Paso a desarrollar estos tres puntos.
En primer lugar, la inflación en realidad no ha aparecido. Llevamos meses discutiendo este asunto. A pesar de la caída de los precios observada en los casi dos últimos años, en gran parte esta evolución estaba motivada por un ajuste de los precios energéticos, lo que venía a compensar sobradamente una leve subida de los precios de aquellos productos más “estables”. Estábamos ante lo que llamamos shock de oferta. La capacidad que tiene un shock de este tipo para crear deflación a largo plazo es mucho menor que si estuviéramos ante uno de demanda. Además, con el repunte del precio del crudo y la depreciación del euro, los precios se están dando la vuelta sencillamente porque los precios energéticos así lo hacen. La inflación subyacente, que nunca fue negativa, y que siempre osciló entre el 0,6 y el 1,1 % desde el verano de 2015, ahora no es compensada por estos precios. Esto nos debe llevar a pensar que además de esperada, este aumento de los precios no será dañino, o al menos como algunos vaticinan. Simplemente asistimos a una normalización.
En segundo lugar, diferentes modelos para la economía española muestran que los efectos de la inflación moderada sobre el empleo y el PIB son pequeños y en todo caso positivos. No estamos discutiendo de una inflación del 15 %, ni del 6 %, sino de tasas de entre el 1 y 5 %. La inflación reduce los tipos de interés reales, fomentando tanto el consumo como la inversión, siempre y cuando esta subida de precios sea inesperada o no vaya tan rápidamente seguida de un aumento de tipos nominales, como es lo que se espera en Europa al menos en los próximos meses. Es cierto que si los salarios nominales no aumentan, un repentino aumento de la inflación pueda restar en algunas décimas la capacidad de consumo de las familias. Este es el principal argumento para mostrar preocupación por el aumento de la inflación. Pero no es menos cierto que el empleo puede crecer incluso con mayor intensidad y generar de nuevo a un mayor consumo que compense la caída motivada por el recorte de los salarios reales.
Lo que nos dice la historia reciente de la economía española es que en etapas de contención de salarios reales, la creación de empleo ha sido intensa. Con la reforma de 2012 esto no tiene por qué no darse de nuevo. Incluso puede intensificarse. No estoy argumentando que sea deseable. Solo señalo cuáles pueden ser los diferentes mecanismos de transmisión que un incremento de la inflación puede provocar en otros agregados macroeconómicos como son el empleo y el PIB.
En tercer lugar, la propia reforma ha modificado sensiblemente las relaciones laborales del país. Esto nos lleva a ser cautos con la respuesta esperada de los salarios nominales ante una repentina subida de precios. Lo normal, lo esperado, es que esta subida de salarios nominales sea muy moderada. La razón es la aún elevada tasa de paro que desactiva en cierto modo el poder de negociación de los sindicatos. Esperamos pues, como se ha descrito en numerosos artículos y posts de esta última semana, un crecimiento salarial en el orden de la inflación prevista, 1,5 % o incluso menos. Pero como he dicho, todo está pendiente en conocer cómo se han reestructurado los parámetros que relacionan las variables de empleo con las macroeconómicas de crecimiento y de salarios tras la profunda crisis y reforma de 2012.
En todo caso, de nuevo, estamos hablando de una inflación muy reconfortante, que se acercaría al objetivo del 2 %, y que viene bien para normalizar las variables macroeconómicas, que aleja la deflación y, que si es compartida por el resto de la Unión Monetaria, permitirá al BCE ir aliviando su política monetaria expansiva.
MANUEL ALEJANDRO HIDALGO Vía VOZ PÓPULI
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