Curiosa pregunta, ¿verdad? a la que seguramente me responderá Vd.con toda naturalidad, ¡pues desde cuándo va a ser Antequera, desde siempre!
Pues bien, hoy me la ha planteado un niño, fíjense Vds., un niño de nueve años, y efectivamente, no ha faltado quien ha respondido en los términos que acabo de reseñar a Vds., lo que me ha hecho prometerme a mí mismo investigar un poquito sobre el tema para responder a una pregunta que yo mismo me he formulado varias veces y a la que voy a intentar dar respuesta aquí y ahora.
No son muchas las cosas que sobre José nos cuentan los textos canónicos. En uno de mis primeros artículos en estas páginas, las agrupaba yo en diez grandes epígrafes (pinche aquí si le interesa el tema). De hecho, en todo el Evangelio, José sólo es citado por su nombre en catorce ocasiones, ocho de ellas en el de Mateo, cinco en el de Lucas, una en el de Juan… ¡y ninguna en el de Marcos!
A los efectos que hoy nos ocupan, la santidad de José, una de esas citas evangélicas que, como era de esperar, debemos a Mateo, se constituye en la más importante:
“José, que era justo […]” (Mt. 1, 19).
Un término, este “justo”, que en la terminología judía que atribuye la santidad a Dios y sólo Dios, -“nadie es santo sino sólo Dios” (Mc. 10, 18) reconoce el propio Jesús- equivale a un reconocimiento de lo que luego la terminología cristiana dará en llamar “santidad”, aplicada también a los seres humanos, bien que a muy pocos.
¿Quiere eso decir que José fue reconocido y venerado como santo, según lo entendemos hoy, ya por los primeros cristianos? Ni muchísimo menos: en la primera comunidad cristiana sólo los mártires reciben el culto que hoy se da a los santos, y como José no era mártir, pues tampoco era santo. Es más, ni siquiera se lo va a venerar como tal en los tiempos, tampoco excesivamente tempranos, en los que con el reconocimiento de la maternidad divina de María (la Theotokos) en el Concilio de Efeso del año 431, se consolida entre los cristianos el culto de la Virgen María.
Aunque laudado por muchos autores de la patrística, -San Jerónimo en su “Refutación a Elvidio” al defender la virginidad de María, defiende también la de San José- parece que son los cristianos coptos de Egipto los que primero practican algún tipo de dulía (veneración como santo) hacia el padre putativo de Jesús. Lo que no tiene nada de particular, pues entre los coptos, generada por el relato de su huída a Egipto que recoge, como no, Mateo, la devoción a la Sagrada Familia empieza muy pronto. Así lo atestiguan antiguos calendarios coptos que emplazan la festividad el 20 de julio, y un Synazarium, o libro recopilatorio de vidas de santos, de finales del s. VIII. No por casualidad, de parecida época, s. VI-VII, y de idéntico origen geográfico, data un famoso apócrifo de procedencia copta titulado “Historia de José el Carpintero”, fundamental por lo que a la tradición josefina se refiere (pinche aquí si desea conocerlo mejor), en el que el mismísimo Jesús, que hace el relato en primera persona, lo llama “nuestro santo padre José”.
Esto por lo que hace a oriente. Por lo que hace a Europa sin embargo, Benedicto XIV, papa de la Iglesia Católica entre 1740 y 1758, en su obra “Il trattato de servorum Dei beatificatione”, afirma que “los Padres Carmelitas son los primeros en importar desde Oriente hacia Occidente la loable práctica de tributarle un completo culto a San José” (pinche aquí para conocer mejor la Orden del Carmelo), dato que situaría el inicio del culto del padre de Jesús en nuestro continente no antes de mediados del s. XIII, e incluso más bien en pleno s. XIV.
Y puede que no le falte razón al sabio Prospero Lorenzo Lambertini, más conocido como Benedicto XIV, pues el culto pudo tardar en extenderse y generalizarse en el viejo continente, lo que no obsta para que ya antes hubiera dado sus primeros pasitos: así, algunos martirologios locales, principalmente centroeuropeos -Fulda, Ratisbona, Werden, Reichenau- de los siglos IX y X recogen ya la festividad; en 1129 encontramos en Bolonia una iglesia advocada a San José, San Giuseppe di Galliera (la actual Santa María Magdalena); y en el año 1118 circa, la santidad de José es ensalzada en cuatro famosas homilías de San Bernardo de Claraval (1090-1153) que, aunque tituladas “Homilías sobre la gloria de la Virgen María”, contienen también numerosas alusiones a su persona, alguna tan explícita como la siguiente:
“Hombre de bondad y fidelidad, dotado de prudencia y fidelidad. Hijo de rey, es más noble por corazón que por estirpe. Hijo de David por la sangre, la fe y la santidad, es un hombre según el corazón de Dios, en quien Dios confió plenamente”.
A partir del s. XIII, la devoción se consolida. Cuando en 1264 Jacobo De la Vorágine escribe su “Legendi di Sancti Vulgari Storiado”, más conocida como “Leyenda dorada”, probablemente el tratado hagiográfico más importante del medievo, ya afirma:
“San José es uno de los santos más gloriosos del paraíso”.
No menos significativo lo que dice a continuación:
“Obraremos muy acertadamente, y ojalá así lo hagamos, si nos vinculamos a él por medio de una gran devoción”.
Bien indicativo de que dicha devoción aún no estaba tan consolidada.
San Bernardino de Siena (1380-1444) escribe su “De sancto Joseph, sponso Beate Virginis”, de elocuente título. En su “Heraldo del Divino amor”, la alemana Santa Gertrudis de Helfta (1256-1302) relata una de sus visiones:
“Vi el cielo abierto y a San José dentado en un magnífico trono. Me sentí maravillosamente impresionada cuando a cada vez que su nombre era mencionado, todos los santos hacían una profunda inclinación hacia él”.
Uno de los grandes josefistas es el francés Jean Gerson, que en 1410 le dedica su “Josephina” y para el Concilio de Constanza de 1414 compone un “Oficio de los Esponsales de María y José”. Unos esponsales que, por cierto, están en el origen de otra hermosa tradición josefina que generará curiosísimas reliquias esparcidas por el mundo, pero de la que hablaremos en otra ocasión.
La iconografía también concede un espacio importante a San José, con grandes obras en las que aparece retratado en solitario y, con más frecuencia, junto al Niño Jesús, que añadir, naturalmente, a aquéllas en las que aparece como componente de la Sagrada Familia.
Así las cosas, en 1476, se produce la fecha clave del proceso que analizamos y el Papa Sixto IV establece la festividad de José en la fecha en que aún hoy la seguimos celebrando, a saber, el 19 de marzo, que ya venía promoviendo desde 1371 el Papa Gregorio IX. Y en 1621, a instancias de los Emperadores Fernando III y Leopoldo I y del Rey Carlos II de España, y al poco de ser elegido tal, el Papa Gregorio XV la define como fiesta obligatoria. El 8 de diciembre de 1870, Pio IX va un paso más allá y declara a San José Patrono Universal de la Iglesia, en 1955 Pío XII instituye la fiesta de San José obrero, José es declarado patrón de la familia, del Opus Dei, en 1920 Benedicto XV lo nombra patrón de los moribundos, etc.
En resumen, como observará el lector, el de San José no es un proceso de canonización al uso, con declaración oficial de la iglesia, acto litúrgico de canonización etc.. Dicho de otro modo, José no es canonizado, sino que de una manera natural y espontánea, el pueblo cristiano va incorporando su santidad y va dando forma a su culto. Lo cual no es óbice para que dicho culto del que hoy se presenta como uno de los grandes santos de la Iglesia, el del padre putativo de Jesús, no sea demasiado temprano, nunca anterior al s. VIII, nazca en oriente y tarde mucho en llegar a occidente, donde no lo vemos emerger antes del s. XII ni consolidarse plenamente hasta bien entrado el s. XV.
Dicho todo lo cual, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Como siempre. Nos seguimos viendo por aquí. Si le parece a Vd., naturalmente.
LUIS ANTEQUERA Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
Dedicado a Juan Pablito, sagaz muchachito de nueve años que me invitó a perseverar en la respuesta a una pregunta que me vengo haciendo yo desde hace ya mucho tiempo.
Dedicado a Juan Pablito, sagaz muchachito de nueve años que me invitó a perseverar en la respuesta a una pregunta que me vengo haciendo yo desde hace ya mucho tiempo.
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