“Un liberalismo no tiene por qué ser verdadero o falso. A un liberalismo se le pregunta si es puro, si es radical, si es consecuente, si es mitigado, etc.”
Michel Foucault, El nacimiento de la biopolítica.
Ciudadanos ha eliminado en su propuesta de ponencia sobre valores e ideas la etiqueta de “socialismo democrático” pero ha mantenido la de “liberalismo progresista”. Es frecuente, sin embargo, que muchos liberales se muestren reacios a votar a ningún partido con posibilidades de jugar un papel efectivo en la organización del Estado porque, en el mejor de los casos, consideran que son todos más o menos socialdemócratas, del PP al PSOE pasando por el propio Ciudadanos.
Sin embargo, podría que ser ese abstencionismo liberal, que responde sobre todo a una sensación de fracaso político, no sea sino un equívoco cognitivo porque, en realidad, el liberalismo haya triunfado. Como en el caso de la sensación generalizada sobre la debacle del presente actual, refutada por los datos que muestran que vivimos el mejor período de la humanidad, los liberales puede ser que sientan una sensación de impotencia ante el aparente triunfo de la socialdemocracia cuando, de facto, esté siendo al contrario.
Fijémonos, por ejemplo, en el HIEL, el Índice Histórico de Libertad Económica elaborado por Prados de la Escosura. Desde una perspectiva temporal ha habido tres grandes momentos en los que triunfaba la libertad económica en el mundo: 1913, 1935 y… la actualidad. Tras la primera época de triunfo de la libertad todo se fue al traste cuando estalló la Gran Guerra. La segunda etapa de la libertad terminó con la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, actualmente no sólo no se percibe ninguna posibilidad de un gran conflicto bélico sino que, en todo caso, se adivina un aumento de dicha libertad gracias a los tratados de libre comercio que se están firmando o están en negociación (como el TTIP). A raíz de la revolución “neoliberal” encarnada con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, una expansión de la libertad política, cultural y económica se está expandiendo por todo el planeta.
El HIEL tiene en cuenta tanto la estructura legal (imperio de la ley, independencia judicial, imparcialidad de los tribunales) y la seguridad de los derechos de propiedad como un sistema monetario creíble y eficiente así como la libertad comercial internacional y una regulación pro mercado. Por otra parte, desde el punto de vista de las libertades sociales y culturales también podemos asegurar que vivimos una expansión de la libertad como nunca jamás en la historia. Por supuesto, que hay intentos para reducir dichos ámbitos de la libertad, tanto por la derecha reaccionaria como por la izquierda reactiva. Sin embargo, dichos intentos no serán efectivos si los “liberales de todos los partidos” continuamos con la expansión de la libertad en todos los ámbitos, aunque desde las ideologías religiosas, “de género” y “políticamente correctas” se trata de reprimir tanto la libertad sexual como la libertad de expresión.
El “liberalismo progresista” va a ser la marca de Ciudadanos que lo diferencie a la derecha del PP, un partido que entiende el “liberalismo”, en el mejor los casos, como una forma de poner el Estado al servicio de las grandes empresas y capitalistas, al tiempo que es claramente conservador en sus posicionamientos sociales y culturales (como muestra su tendencia contra las leyes del aborto o los homosexuales). Por el lado de la izquierda, también se opone al PSOE que tiene una natural disposición contra el mercado y los empresarios, ya que entiende la economía, en el fondo, como un juego de suma cero entre “explotados” y “explotadores”. Por otra parte, su “progresismo” socialista es superficial y reactivo ya que trata de aumentar la “libertad positiva” a expensas de la “libertad negativa”.
El “liberalismo progresista” de Ciudadanos se relaciona con un liberalismo basado en la evidencia empírica en lugar de en dogmas a priori. Un liberalismo complejo que se centra en el individuo como ciudadano, empresario, artista… articulando su comportamiento colectivo animando, no imponiendo, desde la regulación estatal conductas que lleven a conseguir bienes comunes. Un liberalismo progresista hace una defensa de los derechos fundamentales de los individuos vinculados a su condición de racionalidad, no en presuntos derechos colectivos que defiende el modelo neopopulista ni en el sentimentalismo tóxico que inunda el paradigma socialdemócrata.
El filósofo que mejor encarna esta visión del liberalismo progresista es Bertrand Russell. Aristócrata de cuna y de pensamiento, Russell combinaba la profundidad del análisis filosófico con la valentía del compromiso político. El lema kantiano de “¡Atrévete a saber!” se encarnó en él de la mejor forma posible. No tenía miedo al fracaso intelectual ni a reconocer sus propios errores. Ejemplo de honestidad intelectual y de dignidad moral, Russell escribió en el New York Times que “el profesor que defiende doctrinas subversivas no aboga, si es un liberal, por el establecimiento de una nueva autoridad incluso más tiránica que la anterior. Defiende ciertos límites al ejercicio de la autoridad, y desea que dichos límites se respeten no solo cuando la autoridad apoya una creencia que él no comparte sino también cuando dicha autoridad apoye un posicionamiento con el que él esté completamente de acuerdo.” Y terminaba: “soy, por mi parte, un creyente en la democracia. Pero no me gusta un régimen que hace creer en la democracia obligatoriamente.”
El liberalismo es, antes de nada, la conciencia de los límites. Límites al yo, límites al gobierno, límites al poder económico. El liberalismo parte del individuo como la mejor manera, desde el punto de la eficiencia y de la legitimidad, de organizar la sociedad. Seguía Russell con un “decálogo liberal”. Me paro ahora en el noveno, fundamental en una época que se ha hecho famosa por la “post verdad”: “Sé escrupuloso con la verdad, incluso cuando la verdad sea inconveniente, porque es más inconveniente cuando tratas de ocultarla”.
Si volvemos al HIEL encontramos que todavía hay camino que realizar. Aunque en derechos de la propiedad, valor del dinero y comercio internacional estamos a un nivel de sobresaliente desde el punto de vista liberal, sin embargo, en la regulación laboral y crediticia no hemos conseguido desprendernos del esquema proteccionista que se implantó durante el régimen franquista. En este sentido, no cabe hablar de “desregulación”, como es habitual en el liberalismo ingenuo, sino una eficaz regulación pro mercado. Porque no es verdad que la mejor regulación sea la que no exista, el dogma anticuado del “laissez faire”, sino una regulación que multiplique la acción emprendedora teniendo en cuenta las inclinaciones cognitivas y emocionales que nos alejan de la mejor versión individual y colectiva.
También hay que tener en cuenta el plano cultural. El recientemente fallecido Thomas Sowell, uno de los gigantes liberales contemporáneos, denunciaba la falta de diversidad ideológica en los departamentos de humanidades donde brilla por su ausencia tanto el pensamiento conservador como liberal, al estar sometidos a la unidimensionalidad del consenso de extrema izquierda y del feminismo “de género”. Pero frente al abstencionismo cultural en el que se han embarcado muchos liberales, entre el elitismo ensimismado y el abstencionismo confortable, cabe dar la batalla en las trincheras de los medios, las cátedras y, por supuesto, las urnas.
SANTIAGO NAVAJAS Vía VOZ PÓPULI
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