El aprecio a los políticos no suele ser muy grande ni siquiera cuando los políticos lo son, de forma que puede imaginarse a lo que llega cuando los políticos no pueden, ni siquiera, intentar serlo. Como sabe cualquiera que haya estudiado un poco de historia, la grandeza de los políticos se mide en términos de la aventura histórica que han propuesto, y eso se ha convertido en un proyecto muy difícil en un momento, como el actual, en el que son multitud los que creen que todas las perspectivas se han cerrado, y solo cabe una administración discreta de las cosas públicas tratando de evitar que se nos venga encima el ruinoso edificio de una deuda pública inasumible, del gigantismo estéril de las administraciones, y nos llegue el abatimiento general cuando la gente acabe por caer en la cuenta de que los poderes públicos nos están esquilmando sin que nadie pueda explicarle claramente los beneficios específicos de ese latrocinio.
Rajoy representa un caso admirable de ejecución de esa política miedosa y puramente adaptativa que se nutre de un escepticismo feroz frente a cualquier clase de ideales, del miedo a que “otros” lo podrían hacer insoportablemente peor, y de la esperanza, bastante vana, en que el conjunto del tinglado aguante, dado que estamos metidos en un escenario, el europeo, en el que el riesgo de perderlo todo puede servir para consentir los vicios e ineficiencias de los socios que más torpemente ejecutan sus políticas nacionales.
La condena del liberalismo como pecado político
A Rajoy se le puede reprochar muchas cosas, pero no que haya sido inconsecuente con esa forma de entender la política, con el arte de sobrevivir sin nada que ofrecer a cambio. Desde el Congreso de Valencia ha dejado claro que su partido no podría ser otra cosa que un guiso destinado a perpetuar la política del conformismo ideológico con el esquema socialdemócrata, y de ahí que expulsara nominalmente a cualesquiera que pretendieran atenerse a otra doctrina. Rajoy está convencido de que el destino de la derecha se reduce a administrar con cierta parsimonia el legado doctrinal de la izquierda, y a hacerlo sin que le tiemble el pulso a Montoro, un personaje que ha llevado a cabo la mayor, y la más inútil, subida de impuestos de la democracia, que ha provocado el déficit más alto de la zona euro, y que ha elevado las cifras de la deuda pública española a cotas que habrían constituido una pesadilla para cualquiera de los anteriores ministros de hacienda de España.
El precio que el PP ha debido pagar por esta conversión en una izquierda avejentada y timorata ha sido altísimo, y solo se ha podido hacer efectivo convirtiendo al PP en una sombra de lo que fue, sepultando en el pasado, que a nada que se pueda se ensucia un poco más, a un partido que fue capaz de presentar una batalla finalmente victoriosa al felipismo de los noventa. Esto ha convertido al PP en una organización política que solo puede tratar de sobrevivir convirtiendo el absoluto falseamiento de sus principios nominales en una continua ceremonia de la confusión, una conversión que ya ha llegado a su extremo, desde el punto de vista ideológico, hasta el punto de que los socialistas más avispados se han convertido en los verdaderos tifosi de Rajoy, pero que todavía no ha mostrado hasta qué punto podrá resistir los embates de una izquierda a la que el travestismo rajoyano condena a la radicalización.
El papel de Aznar
La aparición de Aznar en la escena representa el intento de evitar que muera del todo el legado liberal, con todos los matices del caso, que supo enarbolar con éxito en el 96. No creo que Aznar se engañe acerca de la compatibilidad entre ese proyecto y el camino a ninguna parte al que se está llevando al PP. Como es lógico, el PP de Rajoy no ha renunciado a disfrazarse de moderación y de centrismo, dos de las ideas que sirvieron a Aznar apara arrinconar el camino errado del fraguismo, pero lo hace al precio de condenar como derecha extrema cualquier intento de enarbolar ideas distintas a las del manual de supervivencia personal en que Rajoy ha convertido el supuesto ideario político del PP que preside, y, muy en la línea de la España alegre y faldicorta, confundiendo la necesaria renovación de su ideario con contratar algunas caras juveniles para que vendan lo que es políticamente indigerible.
Si Aznar no abandona la senda emprendida, le espera un auténtico calvario. A diferencia de la actitud frente a Rajoy, al que consideran con extrema benevolencia, la izquierda realmente existente considera que Aznar es un réprobo contra el que valdrá cualquier clase de acusación, incluida la de haber matado a Manolete, y es claro que les va a faltar munición, porque a diferencia de Rajoy, casi exclusivamente dedicado a la supervivencia, Aznar no tuvo un proyecto personal sino político, y eso, que es lo que ahora tratará de poner de nuevo en píe, no puede hacerse sin dolor y sin pisar minas. Pero no solo le apedrearán sus enemigos, que le conocen bien y le temen, sino que sus supuestos herederos tendrán enorme interés en enterrarle definitivamente, y buscarán diversa munición, con el regocijo de la izquierda, en todos y cada uno de los Ministerios a su disposición. Cuando alguien teme ser desenmascarado, su crueldad puede ser ilimitada.
¿Cabe una derecha liberal?
En el mundo contemporáneo, la política se ha convertido en una actividad sospechosa precisamente en la medida en que se ha propuesto una tarea casi imposible, la de representar de manera unitaria la realidad dividida de unas sociedades en cambio continuo. A grandes rasgos cabían dos soluciones a esa imposibilidad, la liberal, dejar que la sociedad marche a su aire y utilizar las instituciones de manera moderada, y la estatista, acabar convirtiendo a los gobiernos en los ejecutores de una gigantesca ingeniería social que contase con el apoyo de mayorías políticas y que se pudiese presentar como un camino de progreso. En Europa la corriente liberal quedó muy seriamente dañada y apenas ha tenido oportunidades, mientras que la corriente colectivista ha ido haciéndose cada vez más nítidamente con el panorama, de forma que la discusión entre derechas e izquierdas ha solido reducirse a una cuestión de ritmo, porque el objetivo de fondo no se ha puesto nunca en duda por casi nadie. Es lo que se ha llamado consenso socialdemócrata y, ahora mismo, representa una opción que se enfrenta a graves dificultades de principio, como sabe cualquier persona medianamente avisada.
Pese a ello, la posibilidad de que prenda una fuerza de inspiración liberal en España es escasa. Los que usurpan la posición que debiera tener una política liberal, presentarán cualquier atisbo de tal tendencia, por moderado y realista que sea, como un peligroso extremismo, siguiendo al pie de la letra el catecismo ideológico que le pretenden birlar a la izquierda, y amenazarán al que lo enarbole con el pecado contra el espíritu, aquel que no puede tener perdón, con facilitar el triunfo de la izquierda, como si fuera posible que un economista de izquierda le arrebate a Rajoy su récord confiscatorio.
No se trata sólo de esa dificultad, es que, además, en una mayoría muy amplia, el electorado conservador es miedoso y no ha sido jamás liberal, sino autoritario, proteccionista y estatista. De forma que queda pendiente una honda y extensa tarea doctrinal para evitar la disonancia política que reina en la derecha, pero esa es una tarea que Faes lleva haciendo desde hace tiempo, pese al ceñudo disgusto del núcleo rajoyano.
A su favor, hay, no obstante, todo un horizonte político, porque lo que en verdad ha llegado a su caricatura y ha sobrepasado cualquier clase de límites razonables es el estatismo burocratizado y ruinoso que padecemos los europeos, y señaladamente, los españoles sometidos al tormento de una multiplicación inaudita y ruinosa de administraciones públicas perfectamente inanes, y a la amenaza contra la unidad y la igualdad política que supone el separatismo nacionalista, al que Rajoy parece querer matar a besos.
En la medida en que se piense que la política deba reducirse a ser un mero disfraz y halago del poder, Aznar estará meando fuera del tiesto, pero si se cree que la política es una de las pocas cosas realmente ambiciosas que podemos hacer los seres humanos para enriquecer y ennoblecer la convivencia, lo que Aznar alienta tiene por delante un horizonte largo, atractivo, y muy difícil, y eso mismo hace que su mera posibilidad sirva para suscitar una enérgica esperanza.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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