Existe un ancho mar en la historia que solo en un país tan peculiar como España ha podido degenerar en simplicidades como las que hoy enfrentan a grupos de audaces con grupos de chapoteadores
Alcazaba de Almería, uno de las construcciones defensivas medievales más significativas y mejor conservadas del antiguo Al-Andalus. (EFE)
Ni fue un genocidio ni albergó una idílica convivencia de tres culturas. Pero las dos corrientes se extienden y navegan con fuerza en estos tiempos, van creciendo y propagando sus falsos mitos como realidades incontestables. Tan grande fue Al Ándalus, tanta fue la influencia en la historia, que ha generado tontos en los dos sentidos, los que exaltan esa época como un paraíso de armonía y entendimiento y quienes lo convierten en la exterminación cruenta de una civilización, pasando por los tontos del patriotismo. España tiene un extraño complejo cada vez que mira hacia atrás, a su dilatada existencia, y en vez de sentirse orgullosa de sus logros en todos los campos de la civilización, que ha sido fundamental, se acompleja de ser lo que ha sido. Lo extraordinario de Al Ándalus es que la distorsión se propaga en los varios sentidos. Además, el debate amanece pronto: cada año, la primera polémica de España contra sí misma se desarrolla el dos de enero, cuando se conmemora en Granada la conquista de la ciudad por Fernando de Aragón e Isabel de Castilla y, por tanto, el final de la existencia de Al Ándalus. ¡Ochocientos años de historia de Al Ándalus, que es casi cuatro veces la historia de Estados Unidos, se pretenden resumir en visiones unívocas, blanco o negro! Solo en España puede generarse un fenómeno así. Pero es lo que ocurre.
La primera dispersión corresponde al nombre mismo. Si preguntamos hoy en España qué fue Al Ándalus, qué significa, lo normal sería que los más avezados lo identifiquen con la denominación de Andalucía durante la invasión musulmana. Sobre todo en Andalucía se cree así y, de hecho, si en esta región hubiera cuajado el independentismo, en la actualidad en las escuelas se estaría ofreciendo la versión histórica de Al Ándalus como el origen de Andalucía. No es así, claro. Al Ándalus, ‘tierra de vándalos’, que es el significado en árabe, fue la denominación que le dieron los musulmanes a partir del siglo VII a las tierras que iban conquistando en la península ibérica y en la Septimania francesa. Como es obvio, quienes hablan de “genocidio”, como algunos sectores de Podemos, que han llegado incluso a pedir que “España pida perdón por el genocidio de Al Ándalus”, lo primero que ignoran es que en ocho siglos las batallas más cruentas se dieron entre las facciones musulmanas que conquistaron la península. De hecho, más colaboración y transacciones hubo entre los reinos taifas y los cristianos que entre las distintas dinastías musulmanas. Quizá sirva un ejemplo: ¿saben esos por qué llego a reinar en Sevilla Al Mutamid, el mitificado rey poeta? Pues porque su padre, famoso en la época por su extrema crueldad, mandó ejecutar a su hermano mayor cuando sospechó que estaba conspirando contra él. Lo liquidó y nombró heredero a Al Mutamid.
Esa era la inercia interna. De hecho, una guerra civil que duró 22 años fue la que puso fin al periodo inicial del Califato, que ahora ha sido recuperado como ensoñación por el terrorífico yihadismo del Estado Islámico. Lo que no dicen los terroristas ni sus propagandistas es que no fueron los cristianos los que acabaron con el Califato sino las disputas del propio Califato, que por cierto ya era una escisión del imperio musulmán provocada por Abderramán I en Córdoba. Tras el Califato vinieron los reinos taifas, hasta treinta y nueve reinos taifas, y más adelante aún surgió en Jaén una nueva dinastía, la nazarí, que asentaría en Granada el último resquicio de la dominación musulmana, hasta las capitulaciones -porque fueron capitulaciones, no extermino- del dos de enero de 1492. Si la conquista de los Reyes Católicos fue posible se debe, entre otras cosas, a la debilidad del reino nazarí, acosado desde el norte por los reinos cristianos y desde el sur por los sultanes magrebíes. Sólo un estulto es capaz de resumir 800 años en un tuit y, encima, hablar de genocidio, como si desde Pelayo hasta los Reyes Católicos se hubiera borrado de la faz de la tierra una raza musulmana autóctona de la península ibérica.
La convivencia consistió en etapas de represión en varios territorios y de colaboración, algo normal en una relación que duró ochocientos años
Ahora bien, no hubo genocidio, pero tampoco lo contrario, un paraíso de entendimiento y tolerancia entre distintas religiones. El mito de las tres culturas tiene más que ver con la ‘visión Disney’, con la que se interpretan en la actualidad los acontecimientos más dispares, que con la realidad histórica. La supuesta convivencia consistió en etapas de represión en distintos territorios y de colaboración, en muchas ocasiones, como es normal en una relación que dura ochocientos años. Pueden encontrarse episodios de extremada cortesía, al punto de que se le entregase a un rey castellano una princesa musulmana como concubina (la historia de Zaida, amante de Alfonso VI), y hay episodios de torturas y cadalsos, como de martirio de San Eulogio de Córdoba, considerado ‘padre de la mozarabía’. O el propio Maimónides, pensador sobresaliente de su época y acaso uno de los símbolos fundamentales de las tres culturas: Maimónides, judío nacido en Córdoba, tuvo que huir de España por una oleada de represión almohade. “Hubo persecución de judíos y cristianos por parte de los musulmanes, deportaciones masivas de cristianos y judíos hacia el norte de África, grandes matanzas de judíos en Granada en el siglo XI... Los cristianos hicieron exactamente lo mismo con los musulmanes. Hubo vejaciones y discriminaciones durísimas. Al Ándalus —y la Edad Media española en general— fue una yuxtaposición de comunidades mucho más parecida al apartheid sudafricano que a una idea de tolerancia y amor”, sostiene Serafín Fanjul, catedrático de Literatura árabe y uno de los principales detractores de la visión romántica e idealizada de esa época de la historia de España.
De todas formas, que no existiera esa idílica convivencia no resta importancia al hecho de que Al Ándalus alcanzó grandes etapas de esplendor, sobre todo durante el Califato, en los principales campos del conocimiento y de las ciencias, por encima de la media europea en ese momento; avances en matemáticas, medicina, arquitectura o filosofía que nadie discute. Desde ese punto de vista, Al Ándalus debería ser una referencia y un modelo para los estados islámicos actuales porque es posible que en el mundo musulmán jamás se haya alcanzado un periodo de mayor progreso como aquel. Eso es bueno remarcarlo también para mostrárselo a otro tipo de tontos de Al Ándalus, los ultrapatriotas, radicales de extrema derecha tendentes a pensar que sin la Reconquista todo fue oscurantismo y atraso cultural. A esos, habría que comenzar por desmontarles el mito de don Pelayo, considerado en ese mundo como el primer héroe patriota que venció a los moros. Lo aclara Serafín Fanjul, poco sospechoso de veleidades proislamistas: “Entre los años 730 y 740 se dieron unas hambrunas tremendas en las zonas de Asturias y Galicia que obligaron a los musulmanes que se habían asentado en el norte a regresar a su tierra bereber. Fue un éxodo obligado por el hambre más que una heroica batalla de don Pelayo, que desde luego aprovechó esa huida para impulsar la monarquía astur-leonesa”.
Fue Maimónides el que dijo que “el que sabe nadar puede sacar perlas de las profundidades del mar; el que no, se ahogaría”. Desde el año 711 hasta 1492 existe un ancho mar en la historia que solo en un país tan peculiar como España ha podido degenerar en simplicidades como las que hoy enfrentan a grupos de audaces con grupos de chapoteadores. Porque sólo eso, chapoteo en la historia, es lo que transmiten los grupos de tontos que se enfrentan en España en el mes de enero de cada año, cuando se conmemoran las Capitulaciones de Granada. Y chapoteando se puede conseguir barro, en todo caso, nunca perlas.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
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