“Eres una vergüenza para el resto de las mujeres”. Ese fue el último ataque que recibí hace ahora una semana por parte de otra mujer descrita a sí misma como “abogada comprometida con el cambio y con la justicia social. Feminista y portavoz del CCM de Podemos.” ¿Era posible? ¿Una miembra del cuerpo de élite encargado de salvar a todas las mujeres del patriarcado opresor atizando a otra con la pericia letal de un agresor? Lo era. Lo es. Porque el relato del respeto y la equidad ha sido hurtado por una bioideología socialista practicada por mujeres feroces y disfrazadas de justicia social, no sólo para anular al hombre, sino para ajusticiar a las demás con financiación pública y total impunidad. Ese feminismo de izquierdas es el nuevo “machorro” gris, beligerante y ofendido, con pánico a ser abandonado por la mujer que cree de su propiedad. Como un paranoico o paranoica que percibe el talento y la libertad como una amenaza fuera de la cocina. El progreso individual extramuros del colectivo
como algo obsceno. Mujeres contra otras mujeres por no ser suyas.
Y así, el feminismo actual actúa como un instrumento más de agresión por parte del totalitarismo izquierdista. La ofensiva aplastante del colectivo contra el nulo alcance permitido al individuo zancadilleado. Fanáticas, ventajista y mentirosas repiten el modus operandi del maltratador ya que, como cualquier agresor, disfrutan de una posición de poder y privilegio gracias a haber permeado mediante el chantaje de la ideología de género en las escalas más altas de la administración, la educación pública y las cadenas de televisión. Inoculado por el populismo original del partido socialista y los nuevos herederos del marxismo cultural; Podemos e Izquierda Unida, ha logrado congelar de pánico al Partido Popular y Ciudadanos que no sólo han cedido al chantaje del discurso por un miedo insuperable a ser motejados de machistas en los debates políticos cedidos por Rajoy al Podemismo tertuliano, sino que han contribuido de facto al derribo del linchado.
Recuerdo la campaña inmisericorde del tribunal de inquisición feminista a David Pérez, el alcalde de Alcorcón del Partido Popular que, en un acto inusual de valentía, describió al movimiento como “ese feminismo rancio, feminismo radical, totalitario, vigente, incluso influyendo en las legislaciones y marcando, en muchas ocasiones, la agenda política.” Inmediatamente se puso en funcionamiento la maquinaria propagandística de los libelos izquierdistas que redujeron a Pérez a odiador de mujeres profesional, sin contar con su madre, hermanas ni con su señora. Después, su propio partido accionó el siguiente engranaje de la maquinaria que tritura el prestigio político y moral: servir su cabeza sobre la mesa de un plató de televisión. Uno de esos a los que últimamente van los políticos humillados por las profesionales de la ideología de género para pedir perdón. Aunque sea por decir la verdad. Aunque sea exactamente eso lo que casi nunca nos dan y siempre les pedimos. Los partidos saben que en realidad no queremos escuchar la verdad incómoda sobre éste y otros temas, y ellos sólo necesitan conmutar la pena.
Ninguna de las batallas libradas por el feminismo de género son relativas al progreso de una sociedad abierta. Su función básica ha sido la de cocinar y homogeneizar al hombre dentro de un todo conceptual. Un enemigo abstracto y fantasmagórico: la sociedad patriarcal, la falodemocracia, el falocentrismo, el heteropatriarcado… y todo un repertorio de palabros y la ridícula feminización de cada profesión y adjetivo calificativo. La versión mejorada de la lucha de clases marxista: la lucha de los sexos y todo el copioso abasto de oportunidad clientelar que ante él se extiende. Este feminismo es la caricatura grotesca de las mujeres conquistadoras, emprendedoras, desafiantes, osadas y libres. Mujeres que habría que borrar de la historia y de la vida pública porque ridiculizan su paranoia.
Este feminismo que machaca a hombres y mujeres ante la impasibilidad política, nada tiene que ver con el feminismo humanista e individualista. La ideología de género reivindica a Margarita Nelken, quien se opuso abiertamente al sufragio femenino, frente a mujeres como Mary Wollstonecraft, Clara Campoamor o la brillante filósofa del feminismo contemporáneo Christina H. Sommers. El lobby feminista que se impone en España y el resto de Europa no lucha contra la violencia venga de donde venga, ya sea de hombres contra mujeres, de hombres contra hombres, o de mujeres contra mujeres. No libra a las mujeres de yugos del pasado, sino que los releva. ¿De verdad la solución para las mujeres que se han librado del yugo de un energúmeno controlador es aceptar el yugo de un colectivo castrante y chantajista?
Las mujeres que nacimos en una sociedad abierta y libre disfrutamos de nuestra sexualidad entre la intimidad y libertad de nuestras sábanas. No las levantamos para presentar al Estado nuestras parejas o amantes con el fin de que nos llene la hucha si estos tienen el órgano sexual adecuado. La mayoría de las mujeres no interpretamos los talleres de masturbación pagados con dinero público como un avance, sino como una terapia sexual para algunas burócratas paranoicas de las que, francamente, al contrario de lo que ocurre con un novio controlador, nos podemos elegir librarnos.
El feminismo radical es el paradigma del capitalismo salvaje a costa de nuestros impuestos. Se ha convertido en un sector depredador radicado en esas “organizaciones no gubernamentales y sin ánimo de lucro para fomentar la igualdad de oportunidades” o para acabar con la llamada violencia de género. Cuatro son las federaciones feministas vinculadas al PSOE que acaparan los fondos europeos para violencia de género a través de miles de asociaciones. ¿Alguno de ustedes escuchó a Elena Valenciano pedir la expulsión de Jesús Eguiguren, condenado por maltrato después de terminar de contar los 15 millones de euros en subvenciones para la Fundación Mujeres?
El primer síntoma de maltrato a una mujer llega mucho antes del insulto o la mano levantada antes de dejarla caer. Ocurre cuando es considerada como algo frágil y estúpido susceptible de ser homogeneizado con la tiranía de la sutileza. También ocurre cuando una mujer ofrece a otra su ayuda para fotografiarla con el logo de un partido político. Y ocurre cuando mujeres que se lucran con un enjambre de asociaciones y normativas miran hacia otro lado cuando la víctima es del otro “bando”. Mujeres que te repiten: “Tú sin mí no eres nada”. ¿Les suena?.
CRISTINA SEGUÍ
Vía VOZ PÓPULI
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